viernes, septiembre 07, 2007

La otra guerra: Veteranos de Iraq testifican



Chris Hedges y Laila Al Arian
The Nation

Traducido del original por Michel Rodríguez Alonso, del Equipo de Traductores de Cubadebate y Rebelión

Camilo Mejía (arriba) de Miami, y tres personas más comparten sus impresiones acerca de la interacción entre las fuerzas militares de los EE.UU. y los iraquíes no combatientes. Ellos son parte de los cincuenta veteranos de combate entrevistados para este artículo.

En los últimos meses The Nation entrevistó a cincuenta veteranos de combate de la guerra de Iraq, procedentes de todo los Estados Unidos en un esfuerzo para investigar los efectos de los cuatro años de ocupación en los civiles iraquíes de a pie. Estos veteranos de combate, algunos de los cuales llevan profundas cicatrices emocionales y físicas, y muchos otros que han llegado a oponerse a la ocupación, dejaron constancia escrita de sus vívidos relatos. Describieron una cara brutal de la guerra que rara vez aparece en la pantalla del televisor o en crónicas periodísticas.

Sus relatos, grabados y transcritos a miles de páginas, revelan patrones perturbadores del comportamiento de los efectivos estadounidenses en Iraq. Docenas de los entrevistados fueron testigos de las muertes de civiles iraquíes, incluidos niños, por la capacidad de fuego de los Estados Unidos. Algunos participaron en esos asesinatos, otros trataron o investigaron bajas civiles tras los hechos. Muchos también escucharon esos relatos, en detalle, de la boca de miembros de su unidad. Los soldados, marineros e infantes de marina hicieron hincapié en que no todas las tropas tomaron parte en esas matanzas indiscriminadas. Muchos afirmaron que estos hechos fueron perpetrados por una minoría. No obstante, describieron esos actos como comunes y dijeron que a menudo no se informaban –y casi siempre quedaban impunes.

Los casos de los tribunales, como los relacionados con la masacre en Haditha y la violación y asesinato de una muchacha de 14 años en Mah-mudiya, y los reportajes de noticias en el Washington Post, Time, el London Independent y otros medios sobre la base de los relatos de los iraquíes han comenzado a dar a entender el amplio alcance de los ataques contra civiles. Los grupos de derechos humanos han emitidos informes como el de Human Rights Watch Hearts and Minds: Muertes de civiles en Bagdad en la posguerra ocasionadas por las fuerzas de los EE.UU., lleno de incidentes detallados que indican que las muertes de los civiles iraquíes a manos de las fuerzas de ocupación es más común de lo que han reconocido las autoridades castrenses.

La presente investigación de The Nation marca la primera vez en que tantos testigos presenciales, con nombre y apellidos que dejan constancia escrita, procedentes de las filas del ejército de los Estados Unidos se hayan reunido en un lugar para corroborar abiertamente estas aseveraciones.

Si bien algunos veteranos afirman que el ejército investigaba automáticamente los tiroteos contra civiles, muchos más dijeron que esas investigaciones eran poco comunes. “Quiero decir, físicamente uno no puede realizar una investigación cada vez que un civil era herido o muerto porque eso sucede mucho y uno hubiera tenido que emplear todo el tiempo para hacer eso”, afirmó el teniente de la Reserva Jonathan Morgenstein, de 35 años de edad y de Arlington (Virginia). Morgenstein cumplió misión desde agosto de 2004 a marzo 2005 en Ramadi con una unidad de asuntos civiles del Cuerpo de la Infantería de Marina que daba apoyo a los equipos de combate con la Segunda Brigada Expedicionaria de la Infantería de Marina. (Todos los entrevistados son identificados por el rango que ocuparon durante el período de servicio que recuentan aquí, a la fecha, algunos han sido promovidos o demovidos).

Afirman los veteranos que esta guerra de contrainsurgencia, en la que se asumía que todos los civiles iraquíes eran hostiles, hacía difícil que los soldados se solidarizaran con sus víctimas –al menos hasta que regresaban a casa y tenían la oportunidad de reflexionar.

“Creo que cuando estaba allá, la actitud general era que un iraquí muerto es simplemente otro iraquí muerto”, relató el especialista Jeff Englehart, de 26 años de edad, de Grand Junction (Colorado). Englehart sirvió con la Tercera Brigada, Primera División de Infantería, en Baquba, alrededor de cincuenta y seis kilómetros al noreste de Bagdad, durante un año a partir de febrero de 2004. “Tú sabes, ¿y qué?... Los soldados honestamente creían que iban a tratar de ayudar a la gente y estaban molestos porque era casi como una traición. Es como que uno esté aquí tratando de ayudarte, aquí estoy, tú sabes, a miles de kilómetros de distancia de mi casa y mi familia, y tengo que estar aquí un año y trabajar todos los días en esas misiones. Bien, estamos tratando de ayudarlos y ustedes se reviran y tratan de matarnos”.

Contó, asimismo, que no fue únicamente “hasta que regresaron a casa, al tratar con los asuntos de veteranos y conocer a otros veteranos, parece entonces que la culpa comienza a surgir, a echar raíz”.

La Guerra de Iraq es una empresa vasta y complicada. En esta investigación de supuesta mala conducta castrense, The Nation hizo hincapié en algunos elementos clave de la ocupación, para lo cual solicitó a los veteranos que explicaran en detalle sus experiencias como miembro de patrullas y convoyes de suministros, en el establecimiento de los puestos de control, la realización de redadas y el arresto de sospechosos. A partir de las instantáneas obtenidas emergió un tema común. La lucha en zonas urbanas densamente pobladas condujo al uso indiscriminado de la fuerza y la muerte de miles de inocentes a manos de efectivos de la ocupación.

Muchos de estos veteranos regresaron a casa profundamente trastornados por la disparidad entre la realidad de la guerra y la forma en que la presenta el gobierno de los EE.UU. y los medios de comunicación estadounidenses. La guerra que los veteranos describen es una empresa lúgubre e incluso depravada, que guarda una poderosa similitud con otras guerras coloniales y ocupaciones equivocadas y brutales, desde la ocupación francesa de Argelia pasando por la guerra de los EE.UU. en Vietnam y la ocupación israelí del territorio palestino.

“Te diré el momento en que realmente lo comprendí”, afirmó el especialista Michael Harmon, de 24 años de edad, médico de Brooklyn. Harmon cumplió una misión de trece meses desde abril de 2003 con el 167mo Regimiento Blindado, Cuarta División de Infantería, en Al-Rashidiya, un pequeño poblado cerca de Bagdad. “Salgo a la escena y [había] un niñito regordete de dos años, con unas lindas piernecitas regordetas, y me fijo y veo que tiene un balazo en una pierna… Un dispositivo explosivo improvisado (DEI) había estallado, y los soldados de gatillo alegre habían comenzado a disparar por todos lados y el bebé resultó herido. Y este bebé me miró, no estaba llorando, no hacía nada, solo me miró como –yo sabía que no podía hablar. Pudiera parecer loco, pero era como si me preguntara por qué. Ya sabes, ¿por qué tengo un balazo en mi pierna?... Y yo me dije que esto era el colmo. Esto es ridículo”.

Mucho del resentimiento contra los iraquíes descrito al The Nation por los veteranos quedó confirmado en un informe del Pentágono que vio la luz el 4 de mayo. Según la encuesta, aplicada por la Oficina del Médico Jefe del Mando Médico del Ejército de los EE.UU., solo el 47 por ciento de los soldados y el 38 por ciento de los infantes de marina estaban de acuerdo con que los civiles fueran tratados con dignidad y respeto. Solo el 55 por ciento de los soldados y el 40 por ciento de los infantes de marina dijeron que reportarían a un miembro de la unidad que hubiera matado o herido a un “no combatiente inocente”.

Estas actitudes reflejan el limitado contacto que las tropas de ocupación decían tener con los iraquíes. Rara vez vieron a su enemigo. Vivían concentrados en complejos fortificados que a menudo recibían el ataque de morteros. Solo se atrevían a salir de sus complejos cuando estaban listos para el combate. La creciente frustración de luchar contra un enemigo escurridizo y el efecto devastador de las bombas al borde del camino, con el constante estrago causado por los soldados estadounidenses muertos y heridos, condujo a que muchos efectivos declararan una guerra abierta contra todos los iraquíes.

Los veteranos describieron que una vez que abandonaban sus instalaciones se disparaba irresponsablemente. Algunos disparaban contra bidones de gasolina que se vendían al borde del camino y luego arrojaban granadas a los charcos del combustible para prenderle fuego. Otros abrían fuego contra los niños. A menudo estos tiroteos enfurecían a los testigos iraquíes.

En junio del 2003 la unidad del sargento mayor Camilo Mejía era presionada por una multitud enfurecida en Ramadi. El sargento Mejía, de 31 años de edad, miembro de la Guardia Nacional de Miami, cumplió misión durante seis meses desde abril de 2003 con el 1-124 Batallón de Infantería, 53ra Brigada de Infantería. Su escuadra abrió fuego contra un joven iraquí que sostenía una granada, y acribilló su cuerpo a balazos. El sargento Mejía verificó su cargador posteriormente y calculó que él personalmente había disparado once proyectiles contra el joven.

“La frustración resultante de nuestra incapacidad de responder a quienes nos atacaban conllevó a tácticas que parecían designadas simplemente a castigar a la población local que los estaba apoyando”, afirmó Mejía.

Escuchamos algunos informes, en un caso corroborado por gráficos con fotografías, que algunos soldados habían perdido tanto su referente moral que se habían burlado de cadáveres iraquíes o los habían profanado. Una foto, entre docenas que le entregaron a The Nation durante la investigación, muestra a un soldado estadounidense con su cuchara reglamentaria de plástico marrón actuando como si fuera a comerse los sesos desparramados del cadáver de un iraquí.

“Tírame una foto a mi y a este hijo de perra”, dijo un soldado que había estado en la escuadra de Mejía mientras tiraba su brazo alrededor del cadáver. El sargento Mejía recuerda que un sudario que cubría el cuerpo se cayó, y reveló que el joven solo llevaba puesto sus pantalones. Había un hueco de bala en su pecho.

“Coño, verdad que te jodieron, ¿no?”, soltó el soldado entre risas.

La escena, relata Mejía, fue presenciada por los hermanos y primos del occiso.

En la sección que aparece a continuación, los francotiradores, los médicos, la policía militar, los artilleros, los oficiales y otros cuentas sus experiencias mientras cumplían su misión en lugares tan disímiles como Mosul, en el norte, Samarra en el triángulo sunita, Nasiriya en el sur y Bagdad en el centro del país, entre los años 2003, 2004 y 2005. Sus relatos atrapan la incidencia que tuvieron sus unidades en los civiles iraquíes.

Una nota sobre la Metodología

The Nation entrevistó a cincuenta veteranos de combate, incluido cuarenta soldados, ocho infantes de marina y dos marinos, en un período de siete meses a partir de julio de 2006. Con el objetivo de encontrar veteranos que accedieran a hablar y dejar constancia de escrita acerca de sus experiencias en Iraq, enviamos solicitudes a las organizaciones dedicadas a los efectivos estadounidenses y sus familias, incluidas Veteranos Estadounidenses de Iraq y Afganistán (Irak and Afghanistan Veterans of America), los grupos antibélicos Familias de los Militares Hablan (Military Families Speak Out), Veteranos por la Paz (Veterans for Peace) y los Veteranos de Iraq contra la guerra (Irak Veterans Against the War), así como el grupo a favor de la guerra Veteranos por la Libertad (Vets for Freedom). Los líderes de IVAW y Paul Rieckhoff, fundador de IAVA, fueron de especial ayuda en ponernos en contacto con los veteranos de la guerra de Iraq. Por último encontramos a los veteranos mediante información de boca en boca, puesto que muchos de los entrevistados nos dirigieron a sus amigos del ejército.

Para verificar su servicio militar, siempre que fue posible obtuvimos una copia de la planilla DD Form 214, o el Certificado de Liberación o Licenciamiento del Servicio Activo, y en todos los casos confirmamos su servicio con el cuerpo del ejército en el que se alistaron. Se realizaron diecinueve entrevistas en persona, mientras que el resto se efectuaron por teléfono; todas fueron grabadas en cinta y transcritas, todas excepto cinco entrevistas (la mayoría de estos todavía en servicio activo) fueron contactados de manera independiente por verificadores de hechos para confirmar los hechos básicos sobre su servicio en Iraq. De los entrevistados, catorce sirvieron en Iraq del 2003 al 2004, veinte del 2004 al 2005, y dos de 2005 al 2006. De los once veteranos cuyas misiones duraron menos de un año, nueve sirvieron en el 2003, en tanto los otros en 2004 y 2005.

Los rangos de los veteranos que entrevistamos oscilaban desde soldado raso a capitán, aunque unos pocos eran oficiales. Los veteranos cumplieron misión en todo Irak, pero la mayoría lo hizo en las zonas más volátiles del país, como Bagdad, Tikrit, Mosul, Fallujah y Samarra.

Durante el proceso de entrevista, cinco veteranos entregaron fotografías de Iraq, algunas gráficas, para corroborar sus relatos.

Redadas
“Así que empezamos este día, este en particular”, rememora el especialista Philip Chrystal, de 23 años, de Reno, que contó que participó entre veinte y treinta redadas a casas iraquíes durante su misión de once meses en Kirkuk y Hawija que culminó en octubre de 2005, y en la que sirvió con el 3er Batallón, 116ta Brigada de Caballería. “Comienza con los vehículos de operaciones psicológicas, ya sabes, con los altavoces reproduciendo un mensaje en árabe o farsi o kurdo o lo que sea, que dice, básicamente dice que si alguien tiene armas, que las saquen y las pongan en la puerta de la casa. Por favor, salgan de la casa, bla, bla, bla. Y tenemos los Apaches volando por cuestiones de seguridad, por si hacen falta, y también son una buena muestra de fuerza. Nosotros corremos por todas partes, y ellos –ya en este momento hemos entrado a varias casas, y yo estaba con mi jefe de pelotón, mi jefe de escuadra y quizás dos personas más.

“Nos estábamos acercando a una casa”, cuenta. En esta zona agrícola están construidas como alrededor de pequeños patios. Entonces tienen la casa principal, el área común. Tienen como una cocina y una especie de cabaña para el almacenamiento. Nosotros nos estábamos acercando y ellos tenían un perro. El perro ladraba furiosamente porque está haciendo su trabajo. Y mi jefe de escuadra, de la nada, simplemente le dispara. Y entonces -–el muy degenerado—le dispara y la bala le entra y sale por la mandíbula. Entonces veo a este perro –yo soy gran amante de los animales, me encantan los animales—y el pero tiene tremendos ojos y está corriendo por todos lados llenando todo el lugar de sangre. Como si se dijera: ¿Qué demonios está pasando? Ahí esta la familia sentada, con tres niños, la mamá y el papá, horrorizados. Y yo no tengo palabras. Entonces yo le grito. Le digo algo así como ¿qué carajo estás haciendo? Y el perro está aullando. Está aullando sin la mandíbula. Y miro a la familia, y ellos están, tú sabes… muertos del miedo. Y entonces le digo…le digo: ¡Coño, le disparaste! Por lo menos mátalo porque eso ya no tiene remedio…

“Y --en realidad se me salen las lágrimas por decir esto ahora, pero--- y se me salieron las lágrimas en ese momento también—y miro a los niños que están tan asustados. Entonces llamo al intérprete y, bueno ya tú sabes, saqué mi billetera y le di veinte dólares porque eso era lo que tenía. Y entones hice que él se los diera y le dijera que lamentaba mucho que ese imbécil hubiera hecho eso.

“¿Alguna vez se presentó una denuncia por eso?”, se pregunta. “¿Se hizo algo por eso? “¿Alguien recibió un algún castigo alguna vez? Por supuesto que no".

El especialista Chrystal afirmó que estos incidentes eran “muy comunes".

Según las entrevistas con los veinticuatro veteranos que participaron en esas redadas, las mismas constituyen una realidad implacable para los iraquíes bajo la ocupación. Las fuerzas estadounidenses, obstaculizadas por información de inteligencia deficiente, invaden los vecindarios donde operan los insurgentes, irrumpen en los hogares con la esperanza de sorprender a los combatientes o encontrar armas. Pero esos hallazgos, dicen, escasean. Son mucho más comunes los relatos donde los soldados asaltan una casa, destruyen la propiedad en una búsqueda fútil y dejan a los civiles aterrorizados luchando por reparar el daño y entonces comienza el largo tormento de encontrar a los miembros de la familia que se llevaron como sospechosos.

Las redadas normalmente se llevan a cabo entre la medianoche y las 5 a.m., según el sargento John Bruhns, de 29 años, de Filadelfia, quien estima haber participado en redadas de casi 1000 hogares iraquíes. Bruhns cumplió misión en Bagdad y Abu Ghraib, una ciudad infame por su prisión, ubicada a treinta y dos kilómetros al oeste de la capital, con la 3ra Brigada, 1ra División Blindada, 1er Batallón, durante un año a partir de abril de 2003. Sus descripciones de los procedimientos de las redadas se parecen mucho a las de otros ocho veteranos que sirvieron en lugares tan diversos como Kirkuk, Samarra, Bagdad, Mosul y Tikrit.

“Uno los quiere coger fuera de guardia”, explica el sargento Bruhns. “Uno los quiere coger mientras duermen”. En cada redada participan cerca de diez efectivos, dijo, cinco apostados fuera y el resto registrando la casa.

Una vez que se encontraban frente a la casa, las tropas --algunos portando cascos Kevlar y chalecos blindados con lanzagranadas montadas en sus armas-- abrían la puerta de una patada, según Bruhns, que describe el procedimiento desapasionadamente.

“Entras corriendo, si hay luces encendidas, las apagas-- si las luces funcionan. Si no, uno lleva linternas… Una escuadra de fusileros se queda afuera mientras la otra entra. Cada jefe de escuadra tiene un dispositivo con audífono y micrófono para comunicarse con el jefe de la otra escuadra que está afuera.

“Subes las escaleras. Coges al hombre de la casa. Lo sacas de la cama delante de su esposa. Lo pones contra la pared. Uno tiene tropas bisoñas, soldados raso de primera clase, los especialistas entran a las otras habitaciones y toman a la familia y uno los pone a todos juntos. Entonces entras a una habitación y la destrozas y uno se asegura de que no haya armas o cualquier otra cosa que pueda utilizarse para atacarnos.

“Coges al intérprete y al hombre de la casa y lo tienes a punta de pistola y le dices al intérprete que le pregunte: '¿Tienes armas?' ¿Tienes propaganda contra los EE.UU., cualquier cosa, cualquier cosa, hay algo aquí que nos haga pensar que estás involucrado en la actividad insurgente o contra las fuerzas de la coalición?'

“Normalmente dicen que no, porque normalmente esa es la verdad”, afirmó el sargento Bruhns. “Entonces lo que uno hace es tomar los cojines del sofá y tirarlos. Si tienen un sofá, uno vira el sofá patas arribas. Vas al refrigerador, si tienen refrigerador, y tira todo para el piso, se sacan las gavetas y se tira el contenido… Abres el closet y tiras las ropas para el piso y básicamente dejas la casa como si un huracán hubiera pasado por allí.

“Y si encuentras algo, entonces lo detienes. Si no, uno dice, ‘Lamento molestarlo. Tenga buenas noches’. De modo que uno ha humillado a este hombre frente a toda su familia y has aterrorizado a toda su familia y le has destruido su hogar. Y entonces vas a la casa de al lado y haces lo mismo en cien casas más".

En cada redada, u operación de “acordonamiento y registro” como la llaman a veces, se registran entre cinco y veinte casas, afirmó. Tras una racha de ataques contra los soldados en una zona en particular, los mandos normalmente enviaban la infantería a operaciones de redadas en busca de alijos de armas, municiones o materiales para hacer artefactos explosivos improvisados. Cada familia iraquí estaba autorizada a tener una AK-47 en su casa, pero según Bruhns, a los que le encontraban armas adicionales los arrestaban y detenían y la operación se consideraba un “éxito”, incluso si estaba claro que nadie en la casa era de la insurgencia.

Antes de una redada, según las descripciones de varios veteranos, los soldados tenían la costumbre de poner la zona "en cuarentena” al impedir la salida o entrada de nadie. En las reuniones de información previas a las redadas, los mandos castrenses a menudo informaban a las tropas que el vecindario donde iban a operar era "una zona hostil con un alto nivel de insurgencia" y que había sido tomado por ex Baathistas o terroristas de Al Qaeda.

“Así que ahí tienes a las tropas, que les han dado cuerda", recuenta el sargento Bruhns. “Muchos de estos soldados piensan que una vez que derriben la puerta a patadas va a haber gente adentro esperando con sus armas para comenzar a disparar”.

El sargento Dustin Flatt, de 33 años, procedente de Denver, estima que habrá hecho redadas a “miles” de casas en Tikrit, Samarra y Mosul. Flatt sirvió con la 18va Brigada de Infantería, 1ra División de Infantería, durante un año a partir febrero de 2004. “Los matábamos del miedo cada vez que entrábamos en una casa”, afirmó.

El especialista Ali Aoun, de 23 años, un Guardia Nacional de la ciudad de Nueva York, dijo que realizó seguridad de perímetro en casi 100 redadas mientras sirvió en la ciudad de Sadr con la 89na Brigada de la Policía Militar durante once meses a partir de abril de 2004. Cuando los soldados hacían una redada a una casa –recuenta-- lo primero que hacían era un cordón con los Humvees. Los soldados custodiaban la entrada para que nadie pudiera escapar. Si se hacía una redada a toda una ciudad, en operaciones de gran escala, también se acordonaba, recuenta el especialista Garett Reppenhagen, de 32 años, procedente de Manitou Springs (Colorado), explorador de la caballería y francotirador del 263er Batallón Blindado, 1ra División de Infantería, que fuera desplegado en Baquba durante un año en febrero de 2004.

El sargento mayor Timothy John Westphal, de 31 años, de Denver, recuerda una noche de verano en 2004, con una temperatura opresiva de 43,3 grados Celsius, cuando él y cuarenta y cuatro soldados estadounidenses hicieron una redada a una finca en las afueras de Tikrit. El sargento Westphal, que cumpliera su misión allá durante el año de servicio con la 18va Brigada de Infantería, 1ra División de Infantería, a partir de febrero de 2004, afirma que le dijeron que algunos hombres de la finca eran insurgentes. Como jefe de una escuadra de infantería mecanizada, el sargento Westphal dirigió la misión para asegurar la casa principal, mientras que 15 hombres registraban la propiedad. El sargento Westphal y sus hombres saltaron el muro que rodeaba a la casa, esperando encontrarse frente a frente con insurgentes armados.

“Teníamos las linternas… y le digo a los muchachos: A la cuenta de tres, denle a las linternas y vamos a ver que tenemos aquí… ¡Despiértenlos!”

La linterna del sargento Westphal estaba montada en su fusil carabina M-4, una versión más pequeña del M-16, de modo que al apuntarle con su luz al grupo de cuerpos dormidos en el piso también les apuntaba con su arma. El sargento Westphal primero dirigió su luz a un hombre que aparentaba tener sesenta y tantos años de edad.

“El hombre pegó un grito horrible que te revuelve las tripas y enfría la sangre”, recuenta Westphal. “Nunca había escuchado algo como eso. Quiero decir, el hombre estaba absolutamente aterrado. Me imagino lo que estaba pensando, después de haber vivido bajo Saddam”.

Los habitantes de la finca no eran insurgentes sino una familia que dormía afuera para tomar un respiro del agobiante calor, y el hombre a quien el sargento Westphal había asustado era el patriarca.

“Bastante seguros, comenzamos a destejer las capas de toda esa gente que estaba durmiendo, es decir, estaba él, quizás dos hombres más, sus hijos o sobrinos o lo que sea, y el resto eran todos mujeres y niños", afirma el sargento Westphal. “No encontramos nada.

“Puedo contarte cientos de relatos de cosas así y todas serán casi igual a la que te acabo de contar. Solo con familias diferentes, en momentos diferentes, en circunstancias diferentes”.

Para Westphal, esa noche fue el momento decisivo. “Recuerdo ponerme a pensar que sólo había traído terror a otras personas bajo la bandera estadounidense, y no fue para hacer eso que me enlisté en el ejército.

Inteligencia
Quince soldados con los que hablamos nos contaron que la información que alentaban estas redadas típicamente se obtenía mediante inteligencia humana —y usualmente era incorrecta. Ocho soldados dijeron que era común que los iraquíes utilizaran a las tropas estadounidenses para saldar cuentas entre familias, rivalidades tribales o venganzas personales. El sargento Jesus Bocanegra, de 25 años, de Weslaco (Texas) era explorador en Tikrit con la 4ta División de Infantería durante una misión de un año que finalizó en marzo de 2004. A finales de 2003, el sargento Bocanegra allanó la casa de un hombre de mediana edad en Tikrit porque su hijo le había dicho al Ejército que su padre era un insurgente. Luego de registrar minuciosamente la casa, los soldados no encontraron nada y más tarde se enteraron de que el hijo simplemente quería el dinero que su padre había enterrado en la finca.

Después de actuar persistentemente sobre la base de esas pistas falsas, el sargento Bocanegra, que allanó casas iraquíes en más de cincuenta operaciones, afirmó que los soldados comenzaron a anticipar la inocencia de las personas cuyas casas allanaban. Afirmó que “la gente hacía bromas al respecto, incluso antes de ir a una redada, como: Oh, coño, vamos a ir a la casa que no es". “'Porque siempre sucedía. Siempre íbamos a la casa que no era". El especialista Chrystal declaró que él y su jefe de pelotón tenían su chiste propio: Cada vez que él allanaba una casa, decía por radio: "Esta es, ya sabes, Lima treinta y uno. Si, aquí encontré armas de destrucción en masa”.

El sargento Bruhns declaró que él puso en entredicho la autenticidad de la información de inteligencia recibida porque los informantes iraquíes recibían pagos del ejército de los EE.UU. por las informaciones. En una ocasión, un iraquí informó a la unidad de Bruhns que una pequeña organización de resistencia siria, responsable de la muerte de varios efectivos estadounidenses, estaban escondidos en una casa. “Están esperando a que aparezcamos y habrá mucho tiroteo”, recuerda Bruhns que le dijeron.

Como jefe de equipo de la Compañía Alfa, se suponía que el sargento Bruhns fuera la primera persona en aparecer ante la puerta. Escéptico, se negó. “Así que dije: 'Si tú estás tan seguro de que hay un montón de terroristas sirios, insurgentes… ahí, ¿por qué motivo me vas a mandar a mi y a tres más por la puerta del frente, porque hay muchas posibilidades de que ni siquiera pueda halar el gatillo antes de que me maten’”. El sargento Bruhns en tono de burla indicó que sacaron un vehículo de combate M-2 Bradley y lo llevaron a la casa y dispararon un cohete por la ventana del frente para exterminar a los combatientes enemigos que los mandos insistían se encontraban adentro. En su lugar, disminuyeron la agresividad de la redada. Mientras Bruhns se ocupaba de la seguridad por el frente, los otros soldados rompieron las ventanas, tumbaron la puerta a patadas para encontrar “unos niñitos, una mujer y un viejo”.

A finales del verano de 2005, en una aldea en las afueras de Kirkuk, el especialista Chrystal hizo un registro en un complejo con dos oficiales de policía iraquíes. Un hombre amistoso de 30 años acompañó a Chrystal y otros miembros de su unidad por la propiedad, donde el hombre vivía con sus padres, esposa e hijos, mientras hacía bromas para aligerar el estado de ánimo. Cuando terminaron el registro --no encontraron nada-- un teniente de la compañía se acercó al especialista Chrystal: “¿Qué rayos estás haciendo?” le preguntó. “Bien, revisamos la casa y no hay nada”, respondió Chrystal. El teniente le dijo a Chrystal que su amistoso guía era "uno de los objetivos” de la redada. “Aparentemente había sido señalado por alguien como que era insurgente”, dijo el especialista Chrystal. “Para esa misión, habían entregado únicamente datos de los objetivos a los oficiales; y los oficiales no están con el resto de las tropas”. El especialista Chrystal dijo que se sintió “humillado” porque su valoración de que el hombre no constituía una amenaza fue considerada irrelevante y el hombre fue arrestado. Poco después, él mismo se destinó a un vehículo de combate durante el resto de la misión.

El sargento Larry Cannon, de 27 años de edad, de Salt Lake City, un operador de Bradley en la 18va Brigada de Infantería, 1ra División de Infantería, cumplió misión durante un año en varias ciudades de Irak, incluidas Tikrit, Samarra y Mosul, a partir de febrero de 2004. Estima haber efectuados registros a más de cien casas en Tikrit y consideró que los allanamientos eran inútiles y exasperantes. “Íbamos a allanar una casa y el tipo nos decía: ‘No, no soy yo, pero sé dónde está'. Y nos llevaba a la casa siguiente donde supuestamente se encontraba el objetivo y entonces ese fulano nos decía: 'No, no soy yo, pero yo sé dónde está'. Y así nos pasábamos la noche entera yendo de registro en registro”.

“De verdad que no puedo culpar a la inteligencia militar", afirma el especialista Reppenhagen, quien asegura haber allanado treinta casas en Baquba y sus alrededores. “Siempre era un juego de adivinanzas. Estamos en un país donde no hablamos el idioma. Estamos cortos con los intérpretes. Simplemente resulta imposible obtener algo de verdad. Lo que hace uno es un patrón de lo que ha sucedido con anterioridad y uno espera que ese patrón no cambie”.

El sargento Geoffrey Millard, de 26 años, de Buffalo, Nueva York, cumplió misión en Tikrit con el Centro de Operaciones de Retaguardia, 42da División de Infantería, durante un año a partir de octubre de 2004. Contó que las tropas de combate no tenían entrenamiento ni los recursos para investigar las pistas antes de realizar acciones en relación con una de ellas. “No somos la policía”, afirmó. “No salimos como detectives haciendo preguntas. Derribamos la puerta, entramos y sacamos a la gente”.

El primer teniente Brady Van Engelen, de 26 años de edad, de Washington, D.C., afirmó que el Ejército dependía de fuentes que no eran confiables porque las opciones eran limitadas. Van Engelen cumplió misión como jefe de pelotón en la 1ra División Blindada, en el volátil distrito de Adhamiya de Bagdad durante ocho meses a partir de septiembre de 2003. “Eso era casi lo único que teníamos”, recuenta. “La mayor parte salíamos tras un capricho, con el deseo de que saliera bien", relata. “Quizás uno de cada diez salía bien”.

El sargento Bruhns afirma haber encontrado material ilegal en el 10 por ciento de las veces, un estimado que encuentra eco entre los otros veteranos. “Sí encontrábamos pequeñas cantidades de materiales para los dispositivos explosivos improvisados, quizás como un pequeño pedazo de cable, con el cordón de detonación", afirma el sargento Cannon. “Jamás encontramos bombas de verdad en las casas”. En las miles y tantos de allanamientos que realizó durante su misión en Irak, el sargento Westphal afirmó que entró en contacto con solamente cuatro "insurgentes a ultranza”.

Arrestos
Incluso con débiles pretextos para realizar una detención, según dicen algunos soldados, todo iraquí arrestado durante un allanamiento recibía el tratamiento de sospechoso en extremo. Muchos reportaron el arresto de hombres en edad militar sin evidencias o que fueron objeto de abuso durante los interrogatorios. Ocho veteranos contaron que se acostumbraba a esposar a los hombres con esposas plásticas y cubrirles las cabezas con sacos terreros. Mientras el Ejército oficialmente prohibía la práctica de encapuchar a los prisioneros tras el escándalo de Abu Ghraib, cinco soldados indicaron que eso continuó.

“Estaba prohibido, pero se seguía haciendo”, afirmó el sargento Cannon. “Recuerdo en Mosul [en enero de 2005] que teníamos a varios tipos en una redada y los tiraron en la parte de atrás de una Bradley”, esposados y encapuchados. “Esa gente estaba vomitando", continuó. “Se sentían muy mal y estaban nerviosos. Y a veces se orinaban en los pantalones. ¿Te puedes imaginar que la gente entre a tu casa y te saque gritando frente a toda tu familia? ¿Y que uno de verdad sea inocente pero no tenga forma de probarlo? Es algo que da mucho, pero mucho miedo". El especialista Reppenhagen recuenta que él tenía solamente una vaga idea de lo que constituía contrabando durante una redada. “A veces ni siquiera teníamos un traductor, así que encontramos afiches con Muqtada al-Sadr, Sistani o algo, que no sabíamos lo que decía. Simplemente lo arrestábamos, documentábamos eso como evidencia y lo enviábamos a que otra gente se ocupara de eso”.

El sargento Bruhns, Bocanegra y otros afirman que el abuso físico de los iraquíes durante las redadas era algo común. “Eran soldados que se estaban comportando como soldados”, apunta el sargento Bocanegra. “Uno les da mucho, demasiado, poder que nunca tuvieron antes y en un santiamén, están cayéndole a patadas a esos tipos que están esposados. Y entonces, como uno no captura [insurgentes], cuando tienes uno dices: 'Ah, este tipo estaba poniendo una bomba al borde del camino' --y uno no sabe si es él o no—uno simplemente entra y le da menuda pateadura y lo mete en un camión de cinco toneladas para que se lo lleven a la cárcel".

Decenas de miles de iraquíes –oficiales militares estiman que más de 60 000 personas— han sido arrestados y detenidos desde el comienzo de la ocupación, lo que pone a sus familias a navegar por un sistema de prisiones complejo y caótico para encontrarlos. Los veteranos que entrevistamos dijeron que la mayoría de los detenidos que encontraron eran inocentes o solamente culpables de infracciones menores.

El sargento Bocanegra afirmó que durante los dos primeros meses de la guerra él había recibido instrucciones de detener a los iraquíes solamente por la ropa que llevaran puesta. “Si llevaban atuendos árabes con botas de estilo militar, entonces se les consideraba combatientes enemigos y uno los esposaba y los metía presos", recuerda. “Cuando se pone algo así tan amplio, es probable que de cada cien, uno termine por lo menos con diez que son inocentes, ¿entiendes lo que te digo?”.

A veces durante el verano de 2003, recuenta Bocanegra, las normas de combate que regían el uso de la fuerza se volvían algo más estrictas. “Recuerdo que en algunas redadas, arrestaban a cualquiera en edad militar”, aseveró. “Por poner un ejemplo, entrábamos a una casa buscando a un hombre de 25 años. Buscábamos por grupos etáreos. Cualquiera entre 15 y 30 años podía ser un sospechosos". (Desde el regreso de Iraq, Bocanegra ha intentado conseguir tratamiento por trastorno de estrés postraumático y afirmó que su “misión” era estimular a otros a que hicieran lo mismo).

El especialista Richard Murphy, de 28 años de edad, reservista del Ejército de Pocono, Pennsylvania, quien cumplió parte de su misión de quince meses con la 800ma Brigada de la Policía Militar en la prisión de Abu Ghraib afirmó que a veces se sentía sorprendido por la falta de debido proceso que con que se trataban a los reclusos que él custodiaba.

El especialista Murphy inicialmente fue a Iraq en mayo de 2003 para capacitar a la policía iraquí en la sureña ciudad de Al Hillah, pero luego fue transferido a Abu Ghraib en octubre de 2003 cuando su unidad sustituyó a otra que por rotación se encontraba en los Estados Unidos. (Murphy conversó con The Nation en octubre de 2006, cuando ya no estaba en servicio activo.) Poco después de su llegada, se dio cuenta de que la cantidad de prisioneros aumentaba “exponencialmente” mientras la cantidad de personal se mantenía estancada. Para finales de su misión de seis meses, el especialista Murphy estaba a cargo de 320 prisioneros, y estaba convencido de que la mayoría de ellos eran inocentes.

“Sabía que un gran por ciento de esos prisioneros eran inocentes”, aseveró. “Solo viviendo con esa gente durante meses uno llega a ver su carácter… Tan solo de escuchar las historias de los prisioneros, es decir, me da la impresión de que a muchos de ellos los arrestaron en grandes grupos”.

El especialista Murphy afirmó que un prisionero, con minusvalía mental, albino ciego que podría "quizás ver a unos pocos pies de su cara" claramente estaba fuera de lugar en Abu Ghraib. “Pensé para mi: ¿Qué pudo haber hecho?"

El especialista Murphy contaba los reclusos dos veces al día, y a menudo le preguntaban cuando los liberarían o le imploraban que intercediera a su nombre, lo que él trataba de hacer por conducto de la secretaría jurídico-militar El oficial de la secretaría con quien se comunicaba Murphy le respondía que no estaba en sus manos. “Él hacía sus recomendaciones y tenía que enviarla al mando superior”, cuenta el especialista Murphy. “Era un proceso a paso de tortuga… El sistema no estaba funcionando”.

Los prisioneros de la famosa instalación se amotinaron el 24 de noviembre de 2003 para protestar por las condiciones de vida, y el especialista de la Reserva del Ejército, Aidan Delgado, de 25 años, de Sarasota (Florida) estaba allí. Delgado había sido desplegado con la 320na Compañía de la Policía Militar a la base aérea de Talil, para que sirviera en Nasiriya y Abu Ghraib durante un año a partir de abril de 2003. A diferencia de los efectivos de su unidad, él no respondió al motín. Cuatro meses antes había tomado la decisión de no llevar un arma cargada.

Murieron nueve prisioneros y tres fueron heridos luego de que los soldados abrieran fuego durante el motín, los compañeros del especialista Delgado regresaron con fotografías del suceso. Las imágenes, perturbadoramente similares al incidente descrito por el sargento Mejía, lo impactaron. “Era muy gráfico”, contó. “Un cráneo abierto a la mitad. Una foto mostraba a dos soldados en la parte trasera de un camión. Abrieron las bolsas de los cadáveres de los prisioneros que recibieron tiros en la cabeza y [un soldado] tenía una cuchara de alimentos listos para comer. Se acerca para sacar una cucharada de sus sesos, mira a la cámara y sonríe. Y yo dije: ‘Estos son nuestros soldados profanando un cadáver. Hay un problema serio’. Quedé convencido de que era un exceso de fuerza y esto era brutalidad”.

El especialista Patrick Resta, de 29 años, Guardia Nacional de Filadelfia, sirvió en Jalula, donde había un pequeño campo de prisioneros en su base. Resta estuvo con la 252da División Blindada, 1ra División de Infantería, durante nueve meses a partir de marzo de 2004. Recuerda que su supervisor le dijo a su pelotón a boca de jarro: "La convenciones de Ginebra no existen en Irak, y eso está por escrito, por si quieren verlo”.

La experiencia decisiva del especialista Delgado llegó en el invierno de 2003, cuando había sido asignado al cuartel general del batallón dentro de la prisión Abu Ghraib, donde trabajaba con el mayor David DiNenna y el teniente coronel Jerry Phillabaum, ambos implicados en el informe Taguba, la investigación oficial del Ejército sobre el escándalo de la prisión. Allá, Delgado leía los informes sobre los prisioneros y actualizaba una pizarra con información sobre el lugar a donde se iban a mover y dejar los prisioneros en la gran instalación carcelaria.

“Ahí fue cuando dejé el Ejército por completo ", recuenta el especialista Delgado. “Leo los informes sobre los prisioneros de Abu Ghraib y los motivos por los que estaban preso. Esperaba que fueran terroristas, asesinos, insurgentes. Leo la lista y veo hurto, estado de embriaguez en público, documentos de la coalición falsificados. Esta gente está encerrada aquí por delitos civiles menores”.

“Esta gente no es terrorista”, recuerda haber pensado. “Ellos no son nuestros enemigos. Son gente corriente, y los estamos tratando con esta crueldad”. A la larga, el especialista Delgado solicitó la condición de objetor de conciencia, que el Ejército aprobó en abril de 2004.

El enemigo
Los efectivos estadounidenses en Iraq carecen de entrenamiento y apoyo para comunicarse o incluso entenderse con los civiles iraquíes, según diecinueve entrevistados. Pocos saben leer o hablar árabe. Recibieron poca o ninguna educación cultural o histórica sobre el país que controlan. Los traductores eran muy pocos o no estaban calificados. Los estereotipos sobre el Islam y los árabes con que llegaron los soldados y los infantes de marina tendieron a solidificarse rápidamente en los confines cerrados de las instalaciones castrenses y en las peligrosas calles de las ciudades iraquíes en forma de un racismo crudo.

Como señala el especialista Josh Middleton, de 23 años de edad, de la ciudad de Nueva York, quien cumplió misión en Bagdad de diciembre de 2004 hasta marzo de 2005, los soldados veinteañeros pasaban de la humillación del entrenamiento --"donde reciben gritos a diario si el arma está sucia"-- a las calles de Irak, donde “es como la vida y la muerte. Y los hombres cuarentones iraquíes nos miran con miedo y –¿entiendes lo que te digo?—tenemos este poder que no se puede tener. Es realmente liberador. La vida se reduce a ese nivel primario”.

En Iraq, Middleton afirmó: "mucha gente en realidad soportó todo el concepto de que si no hablan inglés y son de tez más oscura, no son tan humanos como nosotros, así que podemos hacer lo que queramos".

En medio del barullo de ponerse listo para ir a Iraq, los efectivos rara vez aprendieron algo más que decir unas pocas palabras en árabe, dependiendo fundamentalmente de un solo manual, Manual de País, Publicación de Referencia de Campaña, publicado por el Departamento de Defensa en septiembre de 2002. El libro, según la descripción de ocho soldados que lo recibieron, contiene ilustraciones de iraquíes en vehículos militares, diagramas de cómo está estructurado el ejército iraquí, imágenes de las señales del tráfico iraquíes y alrededor de cuatro páginas de frase básicas en árabe tales como ¿Usted habla inglés? Soy de los Estados Unidos. Estoy perdido.

Según al menos una docena de soldados e infantes de marina entrevistados por The Nation, la cultura, identidad y costumbres iraquíes eran ridiculizadas abiertamente en términos racistas, donde los efectivos se burlaban de la “comida haji", la “música haji” y las “casas haji”. En el mundo musulmán, el vocablo “haji” denota alguien que ha realizado el peregrinaje a la Meca. Pero ahora las tropas estadounidenses lo utilizan de la misma manera en que se empleó “amarillo” en la guerra de Vietnam, o “cabeza de turbante” en Afganistán.

“Honestamente se puede ver como deshumanizan de manera general a los iraquíes o incluso a los árabes, en general" afirmó el especialista Englehart. “Como si fuera muy común que los soldados estadounidenses los llamaran en términos despectivos, como jinetes de camellos o Johnny Jihad o, sabes, negro de las arenas".

Según el sargento Millard y otros entrevistados “se convierte en odio racializado contra los iraquíes”. Y este idioma racista, como señala el especialista Harmon, es probable que haya desempeñado un papel en el nivel de violencia dirigido contra los civiles iraquíes. “Al ponerle nombretes”, afirmó, “dejan de ser personas. Simplemente son objetos".

Varios entrevistados hicieron hincapié en que el ejército sí realizó preparación, con fines de entrenamientos, con imitaciones de aldeas iraquíes y actores que hacían los papeles de civiles e insurgentes. Pero afirmaron que el peligro constante en Iraq, y el miedo que engendra, rápidamente pasó por encima de ese entrenamiento.

“Ellos eran la ley”, refiere el especialista Harmon sobre los soldados de su unidad en Al-Rashidiya, cerca de Bagdad, que participaron en las redadas y convoyes. “Eran muy crueles, con un espíritu muy cruel con ellos. Los insultaban mucho. Y yo decía, oye, esta gente no entiende lo que tú les estás diciendo… Y solían decirme mucho, ‘ah, ya lo entenderán cuando tengan el arma en su cara'".

Esos pocos veteranos que dijeron haber intentado todo por acercarse a los iraquíes encontraron gran hostilidad por parte de los miembros de sus unidades.

“Yo estaba de guardia un día por la noche en la estación de ayuda”, cuenta el especialista Resta, mientras recuerda un incidente. “Nos habían dicho en el mismo instante en que llegamos, y esto estaba escrito en la pared de la estación, que no podíamos tratar a los civiles iraquíes a menos que estuvieran a punto de morir… Así que la gente de la torre llamaron por radio, y dicen que hay un iraquí pidiendo ver a un doctor.

“Era muy tarde por la noche y yo salgo a la entrada y al principio ni siquiera veo al hombre, me lo señalan y lo veo parado. Bueno, estaba sentado, recostado contra la barrera de concreto –como en el medio de la carretera—que teníamos a medida que uno se aproxima a la entrada. Está sentado, recostado contra eso y, ah, está allá, si quieres salir y verlo, está allá afuera. Me pongo a esperar a que llegue el intérprete, y el intérprete llega y yo me dirijo hacia allá afuera. Y estaba el hombre, que había recibido tremenda golpiza. Le faltaban dos dientes. Tiene una laceración muy grande en la cabeza, y parece que le han roto la órbita de los ojos y tiene algún tipo de lesión en la rodilla”.

El iraquí le rogó, en un inglés mal hablado, que lo ayudaran, según cuenta el especialista Resta. Le contó al especialista Resta que unos hombres cerca de la base estaban esperando para matarlo.

“Abrí una bolsa y estaba tratando de sacar unas vendas y la gente de la torre me empieza a gritar: '¡Saca el maldito haji de aquí!’”, rememora el especialista Resta. “Y yo los miro y no les hago caso, y entonces empiezan a decir: 'A mi no me parece que se vaya a morir', 'Dile que se vaya a llorar a la cabrona PI [Policía Iraquí]’, y muchas cosas como esas. Así que te imaginas que yo no estoy haciéndoles caso y tratando de que este tipo me cuente qué le pasó, y nuestro doctor llega en una ambulancia y desde una distancia de treinta metros mira y dice, sacude la cabeza y dice, ‘¿Sabes qué?, está bien, va a estar bien’, y se marcha hacia el asiento del pasajero de la ambulancia, como si dijera, ‘Métete aquí de una vez y llévame de vuelta para la clínica. Entonces yo me quedo ahí, y todo el tiempo el doctor y los guardias me están gritando, ya sabes, que me deshaga del tipo, en un momento me gritan cuando les digo: 'No, por lo menos vamos a dejarlo esta noche, hasta que amanezca’, porque querían que lo mandara de vuelta a la ciudad, donde me había dicho que había gente esperándolo para matarlo.

“Cuando pregunté si se podía quedar, al menos hasta que amaneciera, la respuesta fue ‘¿Tú estás oyendo esta porquería? Creo que el cabrón doctor es medio haji’”, relata el especialista Resta.

El especialista Resta cedió ante la presión y negó la ayuda al hombre. El intérprete, recuerda, estaba furioso, gritando que de hecho habían condenado a muerte al hombre.

“Así que entré y el intérprete lo ayuda a levantarse, el hombre se vira para irse y la gente de la torre dicen: 'Dile que si regresa esta noche, se va a buscar un cabrón un tiro’”, afirmó el especialista Resta. “Y el intérprete se quedó mirándolos a ellos y a mi, y los vuelve a mirar a ellos, y entonces asintieron con la cabeza indicando que lo decían en serio. Así que se lo dice al iraquí y el tipo aguanta el dolor, da la vuelta, el intérprete se lo repite y el hombre comienza a alejarse, ya sabes, llorando como un muchacho. Y eso fue todo”.

Convoyes
Dos docenas de soldados entrevistados afirmaron que esta crueldad con los civiles iraquíes era particularmente evidente en las operaciones de convoyes de suministros donde participaron. Los convoyes eran las arterias que sostenían la ocupación, a través de la transportación por todo Irak de productos como agua, correo, piezas de mantenimiento, aguas residuales, alimentos y combustibles. Y estas caravanas de tractores y remolques, operadas por KBR (antiguamente Kellogg, Brown & Root) y otros contratistas privados, requerían la protección diaria del Ejército de los Estados Unidos. Normalmente, según los entrevistados, las caravanas de suministros consistían de veinte a treinta camiones que ocupaban una longitud de ochocientos metros en la carretera, con una escolta militar en un Humvee al frente y al final y, por lo menos, otro más en el centro. Los soldados y los infantes de marina a veces acompañaban a los conductores en las cabinas de los tractores remolques.

Estas caravanas, omnipresentes en Iraq, también constituían para muchos iraquíes, fuentes de destrucción gratuita.

Según las descripciones seleccionadas de las entrevistas con treinta y ocho veteranos que estuvieron en las caravanas --cubriendo los trayectos de Kuwait a Nasiriya, Nasiriya a Bagdad, y Balad a Kirkuk-- cuando estas columnas de vehículos dejaban sus campamentos fuertemente fortificados usualmente iban a toda velocidad por las rutas de suministros que, a menudo, pasaban por zonas densamente pobladas, a velocidades de más de cien kilómetros por hora. Regidos por la regla de que mantenerse en movimiento disminuía la probabilidad de ataques, las caravanas se saltaban los meridianos en los embotellamientos del tránsito, no hacían caso a las señales, viraban bruscamente sin poner indicadores y se subían en las aceras, espantando a los peatones y chocaban a vehículos civiles para sacarlos del medio del camino. Frecuentemente arrollaban y mataban a civiles iraquíes, incluido niños. Cuentan los veteranos que a veces abrían fuego contra autos civiles que pasaban a formación de caravana o intentaban adelantar a las caravanas, con el objetivo de advertir a los otros conductores que salieran del camino.

“Es más difícil hacer impacto en un blanco en movimiento que en uno estacionario”, afirmó el sargento Ben Flanders, de 28 años, de la Guardia Nacional y procedente de Concord (New Hamphsire), quien cumplió misión en Balad, con la 172da Infantería de Montaña durante once meses a partir de marzo de 2004. Flanders participó en caravanas del campamento Anaconda, cerca de cuarenta y ocho kilómetros al norte de Bagdad. “De modo que la velocidad es tu aliada. Y ciertamente en términos de detonaciones de artefactos explosivos improvisados, absolutamente, la velocidad y la distancia eran las dos cosas que podía determinar realmente si uno iba a resultar herido o muerto, o si simplemente iban a fallar, lo que sucedía".

Después de una explosión o una emboscada, los soldados de los vehículos de escolta fuertemente armados, abrían fuego indiscriminadamente en un esfuerzo furioso de detener otros ataques, según tres veteranos. Las rápidas ráfagas de ametralladores calibre .50 de cinta y SAWs (armas automáticas de escuadras, que pueden disparar 1000 tiros por minuto) dejaban muchos civiles heridos o muertos.

“Un ejemplo que puedo darle es que una vez veníamos por la carretera en una caravana y de pronto estalla un explosivo", cuenta el especialista Ben Schrader, de 27 años, y procedente de Grand Junction (Colorado). Schrader cumplió misión en Baquba con el 263er Batallón Blindado, 1ra División de Infantería, desde febrero de 2004 hasta febrero de 2005. “Y mira, estos muchachos asustados tienen las armas y empiezan a disparar. Y puede haber gente inocente por doquier. Y lo he visto, en numerosas ocasiones muere gente inocente porque íbamos a toda velocidad y explotaba una bomba”.

Varios veteranos afirmaron que los explosivos improvisados, el arma preferida de la insurgencia iraquí, eran uno de sus mayores miedos. Desde la invasión en marzo de 2003, los artefactos explosivos improvisados han sido responsables por la muerte de más efectivos estadounidenses --39,2 por ciento de los más de 3500 bajas—que cualquier otro método, según la Institución Brookings, que supervisa las muertes en Irak. En mayo pasado, los ataques con explosivos improvisados segaron noventa vidas, el mayor número de bajas por bombas al borde del camino desde el comienzo de la guerra.

“En el momento en que uno sale de la base, uno siempre está preocupado”, afirmó el sargento Flatt. “Uno siempre estaba pendiente de los explosivos improvisados. Y nunca se podían ver. Es decir, era pura suerte y verdad quién moría y quién no. Y si uno había estado en un tiroteo antes, ese día o esa semana, uno estaba más estresado e inseguro al punto de que uno estaba casi con el gatillo alegre”.

El sargento Flatt se encuentra entre los veinticuatro veteranos que dijeron haber sido testigos o escuchado historias de soldados de su unidad acerca de civiles desarmados que recibieron disparos o fueron arrollados por las caravanas. Afirmaron que estos incidentes eran tan numerosos que muchos jamás fueron informados.

El sargento Flatt recuerda un incidente en enero de 2005 cuando una caravana pasó por frente a él en una de las principales carreteras de Mosul. “Un auto que iba detrás se acercó demasiado a la caravana", cuenta. “básicamente, le dispararon al auto. Disparos de advertencia, no sé. Pero le dispararon al auto. Pues sucede que una de las balas atravesó el parabrisas y le dio justo en la cara de la mujer que iba conduciendo. Y bueno --que yo sepa-- la mujer murió al instante. Yo no la saqué del auto ni nada de eso. El hijo iba manejando el auto, y ella tenía --tenía a tres niñas pequeñas en el asiento trasero. Y vinieron a donde nosotros, porque estábamos en una posición defensiva junto al lado del hospital, el hospital principal de Mosul, un hospital civil. Y llegaron en el auto hasta donde estábamos nosotros y era obvio que ella estaba muerta. Y las niñitas estaban llorando”.

El 30 de julio de 2004, el sargento Flanders iba en el último vehículo de una caravana en una noche muy oscura, viajaban del campamento Anaconda hacia el sur hasta Taji, al norte de Bagdad, donde su unidad había sido atacada con armas pequeñas y RPG (lanzagranadas). Estaba a punto de llamar por radio al vehículo delante de él sobre la emboscada cuando vio al artillero quitarle el seguro a la torreta y dirigirla en dirección al tiroteo. Disparó su MK-19, un lanzagranadas automático de 40 mm capaz de descargar hasta 350 proyectiles por minuto.

“Tenía el dedo apretando el gatillo y al final se encasquilló, de modo que no hizo tantos disparos como quería", recuerda el sargento Flanders. “Pero le dije ‘¿Cuantos disparaste?’ Porque sabía que iban a preguntarlo. Me dijo: 'Veintitrés’. Lanzó veintitrés granadas…

“Recuerdo que miré por la ventana y vi una pequeña cabaña, una casita iraquí con las luces encendidas… Íbamos muy rápido y obviamente la adrenalina fluye--uno tiene visión de túnel, y en realidad no puede ver lo que está sucediendo, ¿sabes? Y además está oscuro y todo eso. En realidad no pude ver dónde habían explotado las granadas, pero tuvo que ser en los alrededores de la casa o incluso pudieron haber impactado la casa. ¿Quién sabe? ¿Quién sabe? Y nosotros éramos el último vehículo. No podíamos parar".

Las caravanas no aminoraban la velocidad ni trataban de romperse cuando los civiles sin darse cuenta se metían delante de los vehículos, según los veteranos que las describieron. La sargento Kelly Dougherty, de 29 años, de Cañon City (Colorado) radicó en la base aérea de Talil en Nasiriya con 220na Compañía de la Policía Militar de la Guardia Nacional durante un año a partir de febrero de 2003. Ella recuerda un incidente que investigó en enero de 2004 en una autopista de seis vías al sur de Nasiriya que se parecía a numerosos incidentes descritos por otros veteranos.

“Es como el desierto baldío, así que la mayoría de la gente que vive allí son nómadas o viven en pequeñas aldeas y tienen camellos, cabras y cosas de esas”, recuerda. “Había un niño –diría que tenía unos 10 años porque no vimos el accidente, fuimos con el equipo investigador cuando nos llamaron—un niñito iraquí… y estaba cruzando la autopista con sus tres burros. Una caravana militar, una caravana de transporte que se dirigía al norte, arrolló al niño y a los burros y todos murieron. Cuando llegamos, lo que había eran los burros muertos y el niño al borde del camino.

“Lo vimos y, bueno, estábamos molestos porque la caravana ni siquiera se detuvo”, afirmó. “A juzgar por las marcas de frenado, ni siquiera disminuyeron la velocidad. Pero, bueno, básicamente--- básicamente la orden es de nunca parar".

Según el sargento Flanders, entre las caravanas de suministros había grandes disparidades sobre la base de la nacionalidad de los conductores, quien estima que haya participado en más de 100 caravanas en Balad, Bagdad, Fallujah y Baquba. Cuando los choferes no eran estadounidenses, con frecuencia los camiones eran viejos, lentos y proclives a las roturas, aseveró. Las caravanas operadas por choferes nepaleses, egipcios o paquistaníes no recibían el mismo nivel de seguridad, aunque el peligro era mayor dada la deficiente calidad de los vehículos. A los choferes estadounidenses usualmente los ubicaban en caravanas que tenían la mitad de largo que las de los otros extranjeros y recibían vehículos superiores, chalecos antibalas y mejor seguridad. El sargento Flanders afirmó que a las tropas no les gustaba que las asignaran a caravanas dirigidas por extranjeros, especialmente porque, cuando los vetustos vehículos empezaban a romperse, tenían que quedarse y protegerlos hasta que se pudieran recuperar.

“Parecía una locura tener a los civiles manejando por todo el país", añadió. “Es decir, Iraq es un problema de seguridad y es muy peligroso, sin embargo, tenemos a la KBR en carros por ahí, desarmada… ¿Se acuerdan de esos terribles juicios que hiciéramos sobre cómo sería la Iraq posterior al conflicto? Creo que esto es otra reencarnación de ese mal juicio, que sería que ¡oh!, estará bien. Poníamos un Humvee al principio, otro al final, uno en el medio y nos íbamos con eso.

“Me resultaba espantoso… Yo tenía entrenamiento del ejército y un buen artillero y tenía radios y podía llamar por la radio y que me dieran apoyo con la aviación si quería. Podía tener un Medevac… Y estos tipos simplemente estaban arreglando los equipos.. Y esa gente estaba como si le hubieran prometido lo mejor del mundo. Le habían prometido $120.000 libre de impuestos, y ¿qué tipo de persona acepta ese trabajo? Gente que depende de su suerte ¿sabes? Abuelas. Allí había abuelas. Yo escolté a una abuela allá y le fue muy bien. Pasamos por una emboscada e hirieron a uno de nuestros muchachos, y ella estaba muy tranquila y ecuánime. Maravilloso, genial, bien por ella. ¿Qué demonios hace ella aquí?

“Utilizábamos estas caravanas vulnerables, vulnerables, que probablemente molestaban más a los iraquíes que lo que en verdad ayudaba en nuestra relación con ellos”, afirmó Flanders, “sólo para poder tener la comodidad del aire acondicionado y refrigerios —genial-- y las PlayStations y sillas de picnic y tarjetas de felicitaciones y todos esos pulóveres estúpidos que decían: ¿Quién es tu papacito de Bagdad?”

Patrullas
Los soldados y los infantes de marina que participaban en las patrullas de los vecindarios con frecuencia utilizaban las mismas tácticas de las caravanas –velocidad, abrir fuego con ferocidad—para reducir el riesgo de una emboscada o ser víctimas de un artefacto explosivo improvisado. El sargento Patrick Campbell, de 29 años, de Camarillo (California) que a menudo formaba parte de las patrullas, afirmó que su unidad abría fuego bastante y sin muchas advertencias contra los civiles iraquíes en un esfuerzo desesperado de rechazar los ataques.

“Cada vez que estábamos en la autopista”, añade, “hacíamos disparos de advertencia, causando accidentes todo el tiempo. Autos que frenaban con un chirrido de ruedas, yendo para la otra intersección… El problema es que si uno aminora la velocidad en una intersección más de una vez, ahí es donde va a explotar la bomba porque uno sabe que ellos están observando. ¿Sabes? Así que si uno aminora en el mismo punto cada vez, está garantizado que van a poner una bomba ahí en un par de días. Así que la entrada o salida de la autopista era un punto crítico porque hay que esperar a que se detenga el tráfico. Uno quiere ir lo más rápido que pueda, y eso implica un riesgo extra a los autos que te rodean, a todos los autos civiles.

“Al primero que vi que mataron era un iraquí que se acercó demasiado a nuestra patrulla", añadió. “Íbamos a entrar a una rampa de salida. Y el venía bajando por la autopista. Hicieron disparos de advertencia y no paró. Se mezcló con la caravana y abrieron fuego sobre él”.

Esto ocurrió en la primavera de 2005 en Khadamiya, en la esquina noroeste de Bagdad, Rememora el sargento Campbell. Su unidad abrió fuego contra el auto con una Bravo 240, una ametralladora pesada. “Yo escuché tres disparos”, cuenta. “Avanzamos casi hasta la mitad del camino... y el hombre sale del carro cubierto en sangre. Y aquí es cuando… el impulso es de no parar. No hay forma de que este tipo sepa quiénes somos. Simplemente somos cualquier patrulla que entra y sale por esta carretera. Miré a mi teniente y no había ni siquiera la posibilidad de tener una discusión al respecto. Nos dimos la vuelta y regresamos.

“Estoy atendiendo al hombre. Tienes tres heridas de bala en el pecho. Sangre por todas partes. Y pierde y recobra el conocimiento constantemente. Cuando por fin deja de respirar, le doy resucitación cardiopulmunar. Saco mi mano derecha, le levanto la barbilla y con la mano izquierda tomo la parte posterior de la cabeza para colocarla en la posición, y cuando saco la mano izquierda, la mano en realidad entra en su cráneo. Así que estoy sosteniendo el cerebro de esta persona en mi mano. Y me doy cuenta que había cometido un error. Había buscado la herida de salida de la bala. Pero lo que no sabía era que el Humvee que iba detrás de mi, cuando el carro no paró, después de los tres primero disparos, habían disparados treinta proyectiles al auto. Yo nunca los escuché.

“Escuché los tres disparos, vi los tres impactos, no herida de salida de bala”, afirmó. “Creí que sabía cuál era la situación. Así que ni siquiera traté la herida de este hombre en la cabeza. Cada médico a quien le decía esto me respondía, desde luego, bueno, al tipo le dispararon en la cabeza. No pudiste haber hecho nada. Y estoy bastante seguro—mira, no se puede dejar de sangrar así como tenía la cabeza. Pero a este hombre, y estoy mirándolo, sé que le dispararon porque se acercó demasiado. Su auto no tenía nada. No había nada—no lo escuchó, no nos vio, lo que sea… Se murió, se murió en mis brazos”.

Mientras muchos veteranos refieren que la muerte de civiles los perturbó mucho, también dicen que no había otra manera de operar una patrulla con seguridad.

“Uno no quiere dispararle a los niños, es decir, nadie quiere hacer eso", afirmó el sargento Campbell, mientras comenzaba a describir un incidente en el verano de 2005 que le contara a él varios hombres de su unidad. “Pero uno tiene esto: Recuerdo que mi unidad iba pasando por un paso superior. Y un niño del montón de basura que estaba abajo, saca un AK-47 y decide que va a empezar a disparar. Y usted tiene que entender… cuando una ha pasado nueve meses en una zona de guerra donde nadie –cada vez que le han disparado a uno, jamás uno ha visto la persona que te dispara, y uno no ha podido devolverle el disparo. Y aquí está esta persona, un muchacho de 14 años con una AK-47, decide que va a dispararle a la caravana. Era lo más obsceno que uno jamás haya visto. Todo el mundo salió y abrió fuego contra el muchacho. Con las armas más pesadas que pudieran encontrar, lo hicieron pedazos". El sargento Campbell no estaba presente en el incidente, que tuvo lugar en Khadamiya, pero vio las fotografías y escuchó las descripciones de varios testigos presenciales de su unidad.

“Todo el mundo estaba tan contento, como el alivio de por fin haber matado a un insurgente”, afirmó. “Entonces cuando llegaron, se dieron cuenta de que era un muchacho. Y yo sé que eso le trastornó la cabeza a mucha gente… Enseñaban todas las fotos y algunas personas estaban muy felices, jactándose de lo que habían hecho. Y otra gente decía que no querían ver eso de nuevo".

La muerte de iraquíes desarmados era tan común que muchos efectivos afirmaron que se convirtió en una parte aceptada de la situación diaria. “Pusieron a los efectivos en tierra en esa posición", afirmó el primer teniente Wade Zirkle del condado de Shnandoah (Virginia), quien combatió en Nasiriya y Fallujah con el 2do Batallón de Reconocimiento de Blindado Ligero de marzo a mayo de 2003. “Hay una gente tratando de matarme pero está disparando desde las casas… con civiles a su alrededor, mujeres y niños. Ves ¿qué haces? Uno no quiere arriesgarse a dispararle y al mismo tiempo dispararle a los niños. Pero al mismo tiempo, uno tampoco quiere morirse”.

La sargento Dougherty contó un incidente al norte de Nasiriya en diciembre de 2003, cuando el jefe de escuadra disparó a un civil iraquí por la espalda. Una mujer de su unidad que trató la herida, le describió el incidente a ella. “Era como si la mentalidad de mi jefe de escuadra fuera como si tuvieran que matarlos aquí para no tener que matarlos en Colorado", contó. “Parecía como si viera a cada iraquí como un terrorista en potencia”.

Muchos entrevistados afirmaron que, en ocasiones, estas muertes se justificaban al incriminar a inocentes como terroristas, por lo regular tras incidentes cuando los efectivos estadounidenses abrían fuego contra la multitud de iraquíes desarmados. Las tropas detenían a los sobrevivientes, los acusaban de insurgentes, y ponían fusiles AK-47 junto a los cuerpos de los que habían matado para que pareciera como si los civiles fueran combatientes muertos. “Siempre era una AK porque había muchos fusiles de esos por ahí”, afirmó el especialista Aoun. El explorador de la caballería, Joe Hatcher, de 26 años, de San Diego, afirmó que también se utilizaban pistolas de 9 mm e incluso palas –para hacer que pareciera que los civiles estaban cavando un hueco para poner un artefacto explosivo improvisado.

“Cada buen policía lleva un arma que se pueda botar”, afirma Hatcher, quien también sirvió con el 4to Regimiento de Caballería, 1er Escuadrón, en Ad Dawar, a mitad de camino entre Tikrit y Samarra, desde febrero de 2004 hasta marzo de 2005. “Si uno mataba a alguien y no tenía un arma, simplemente le tirabas una al cuerpo”. Los sobrevivientes de estos tiroteos eran luego encarcelados con acusaciones de ser insurgentes.

En el invierno de 2004, el sargento Campbell conducía cerca de una carretera particularmente peligrosa en Abu Gharth, una ciudad al oeste de Bagdad, cuando escuchó disparos. Al sargento Campbell, quien sirviera de médico en Abu Gharth con la 256ta Brigada de Infantería desde noviembre de 2004 a octubre de 2005, le dijeron que los francotiradores del Ejército habían disparado alrededor de cincuenta o sesenta proyectiles contra dos insurgentes que habían salido de sus autos para colocar artefactos explosivos improvisados. Un supuesto insurgente recibió tres o cuatro tiros en la rodilla, recibió tratamiento y fue evacuado en un helicóptero militar, mientras que el otro, que recibió tratamiento por heridas con fragmentos de vidrio fue arrestado y detenido.

“Más tarde me entero que mientras le daba tratamiento, los francotiradores habían colocado ---luego de haber registrado y no encontrar nada—habían colocado materiales para la fabricación de bombas porque no querían que investigaran el tiroteo”, relata el sargento Campbell. (Él mostró una fotografía a The Nation de un francotirador con un radio en su bolsillo que más tarde colocó como evidencia.) “Y hasta el sol de hoy, me acuerdo de cuando llevé a ese hombre a la prisión de Abu Ghraib –el tipo al que no le dispararon—y le decía “lo siento” porque no había una cabrona cosa que pudiera hacer al respecto… Es decir, tengo la obligación moral de decir algo, pero me hubieran botado en un santiamén. Hubiera sido un traidor”.

Puestos de control
Los puestos de control del ejército de los Estados Unidos dispersos por todo Irak, según veintiséis soldados e infantes de marina que fueron destinados a los mismos o hicieron entrega de suministros --en lugares tan diversos como Tikrit, Bagdad, Karbala, Samarra, Mosul y Kirkuk— frecuentemente resultaban mortales para los civiles. Confundían a los iraquíes desarmados con insurgentes y las reglas de combate que regían el uso de la fuerza no estaban claras. Las tropas, temerosos de bombas suicidas y lanzagranadas, a menudo abrían fuego contra automóviles civiles. Nueve de esos soldados afirmaron haber visto como se disparaban a civiles en los puestos de control. Estos incidentes resultaban tan comunes que el Ejército no podía investigar cada uno de ellos, cuentan los veteranos.

“La mayor parte del tiempo, es una familia”, afirmó el sargento Cannon, quien cumplió misión en media docena de puestos de control en Tikrit. “De vez en cuando había una bomba, ¿sabes?, esa es la parte que da miedo”.

Había algunos puestos de control permanentes ubicados por todo el país, pero para los civiles que no lo sabían, los "puestos de controles repentinos" eran mucho más peligrosos, según ocho veteranos que participaron en su creación. Estos perímetros de seguridad improvisados, instalados en un segundo y desmantelado rápidamente, generalmente estaban diseñados para capturar insurgentes en el acto de tráfico de armas o explosivos, gente que violaba los toques de queda impuesto por el ejército o los sospechosos de ataques con bombas o tiroteos desde autos en movimiento.

Los iraquíes no tenían forma de saber donde iban a aparecer los llamados “puntos de control tácticos", recuentan los entrevistados, así que muchos doblaban una esquina a toda velocidad y se convertían, sin saberlo, en los blancos de los nerviosos soldados e infantes de marina.

“Para mi, en realidad era aleatorio”, convino el teniente Van Engelen. “Yo simplemente seleccionaba un punto en el mapa que me pareciera fuera una zona de gran volumen donde pudiera atrapar a alguna gente”. Simplemente levantábamos algo entre media hora y hora y media y después continuábamos”. No había reuniones de información antes de montar los puestos, añadió.

Los puestos de control temporales eran más seguros para las tropas, según cuentan los veteranos, porque tenían menos probabilidades de servir como blancos estáticos para los insurgentes. “Se hacía muy rápido porque uno no quiere anunciar siempre su presencia”, relata el primer sargento Perry Jefferies, de 46 años de Waco (Texas), quien cumplió misión con la 4ta División de Infantería desde abril hasta octubre de 2003.

Los propios puestos de control temporales variaban muchísimo. El teniente Van Engelen levantó puestos de control utilizando conos anaranjados y cincuenta yardas de alambradas plegables. Asignaba un soldado al control del flujo del tráfico y a dirigir a los conductores a que pasaron por la alambrada, mientras los otros registraban los vehículos, interrogaban a los conductores y pedían identificaciones. Cuenta que había señales en inglés y árabe que advertían a los iraquíes que pararan; por la noche, las tropas utilizaban láser, bastones luminiscentes o balas trazadoras para indicarle a los autos por donde pasar. Cuando no había esas cosas, las tropas improvisaban con el uso de linternas que les enviaban la familia y los amigos desde casa.

“Bagdad no está bien iluminada”, cuenta el sargento Flanders. “No hay luces en las calles en todos los lugares. Uno no sabe en realidad que está pasando”.

Sin embargo, otros efectivos, afirmaron que construían puntos de control táctico que apenas eran visibles a los conductores. “No teníamos los conos, no teníamos nada”, recuerda el sargento Bocanegra, que afirma haber servido en más de diez puestos de control en Tikrit. “Literalmente había que poner piedras al borde del camino y decirle que pararan. Y por supuesto algunos autos no veían las piedras. Ni yo mismo las hubiera visto”.

Según el sargento Flanders, la preocupación principal a la hora de montar los puestos de control era la protección de los efectivos que iban a estar ahí. Se ubicaban los Humvees de modo que pudieran retirarse si fuera necesario, y las armas pesadas montadas en los mismos se ubicaban “en la mejor posición posible” para abrir fuego contra los vehículos que intentaran pasar por el puesto sin detenerse. De modo que las reglas de combate que regían el uso de la fuerza frecuentemente eran improvisadas, dijeron los soldados.

“Nos daban una larga lista de todas esas cosas, y para serle honesto, la mayoría de las veces la mirábamos y la botábamos", afirmó el sargento mayor James Zuelow, de 39 años, un miembro de la Guardia Nacional de Juneau (Alaska) que cumplió misión en Bagdad en el 3er Batallón, 297mo Regimiento de Infantería, durante un año a partir de enero de 2005. “Mucho de ello estaba escrito en un nivel tan alto que no se aplicaba”.

En los puestos de control, las tropas tenían que tomar decisiones en medio segundo sobre cuando utilizar la fuerza mortal, y los veteranos afirman que a menudo el miedo les ofuscaba el juicio.

El sargento Matt Mardan, de 31 años, de Minneapolis, cumplió misión como explorador francotirador de los infantes de marina en las afueras de Fallujah en 2004 y 2005 con el 3er Batallón, 1ero de la Marina. “La gente piensa que es peligroso, y lo es”, agregó. “Pero preferiría hacer eso todos los días de la semana que ser un infante de marina sentado en un maldito puesto de control viendo pasar los autos”.

Ningún auto que pase por un puesto de control se escapa de la sospecha, aseveró la sargento Dougherty. “Uno empieza a ver a todo el mundo como criminales… ¿Este es el carro que va a tratar de arrollarme? ¿Este es el carro que tiene los explosivos? ¿O se trata sencillamente de alguien que está confundido? La perenne incertidumbre, afirmó, causa agotamiento mental y debilita físicamente.

"En ese momento, lo que pasa por tu cabeza es si esa persona constituye una amenaza. ¿Disparo para que se detenga o disparo a matar?”, afirma el teniente Morgenstein, quien sirvió en Al Anbar.

El sargento Mejía narra un incidente en Ramadi en julio de 2003 cuando un hombre desarmado conducía en su auto con su hijo cerca de un puesto de control. El padre fue decapitado frente al pequeño niño aterrorizado cuando un miembro de la unidad del sargento Mejía abrió fuego con una ametralladora pesada calibre .50. Para entonces, recuenta el sargento Mejía, quien respondió ante la escena luego de que sucedieran los hecho "esto de matar civiles hacía mucho tiempo que había dejado de suscitar interés o incluso comentarios". El mes siguiente, el sargento Mejía regresó a los Estados Unidos por un descanso de dos semanas y se negó a regresar, lo que lanzó una protesta pública por el trato a los iraquíes. (Mejía fue acusado de deserción, sentenciado a un año de prisión y recibió baja del ejército por mala conducta.)

Durante el verano de 2005, el sargento Millard, quien cumplió misión como asistente de un general en Tikrit, participó en una reunión de información sobre un tiroteo contra un puesto de control, en la cual su papel era pasar las diapositivas de la presentación en Power Point.

“Esta unidad levanta este punto de control de tráfico, y hay un muchacho de 18 años en un Humvee blindado con una ametralladora calibre .50.”, relata. “Un carro pasa a toda velocidad muy cerca de él, lo que hace que en un pestañazo tome la decisión de que se trata de un atentado suicida y hala el gatillo sensible y dispara contra el vehículo 200 proyectiles en menos de un minuto. Mató a la madre, el padre y los dos niños. El varón tenía cuatro años y la hembra, tres. Le informaron esto al general. Lo hicieron de manera horripilante. Es decir, tenían fotografías. Se lo informaron. Y un coronel se vira ante todo el personal de la división y dice: 'Si estos cabrones hajis aprendieran a manejar, esta mierda no sucedería’”.

Si los mandos compartían esta actitud o no, relatan los entrevistados, lo cierto es que las tropas rara vez tenía que rendir cuentas por dispararle a civiles en los puestos de control. Ocho veteranos describieron la actitud prevaleciente entre ellos como "mejor que te juzguen doce hombre a que seis te carguen en hombros". Cuentan los entrevistados que como la cantidad de efectivos que fueron juzgados por matar a civiles es tan escasa, ellos preferían arriesgarse a una corte marcial que a la posibilidad de resultar heridos o muertos.

Normas de combate
De hecho, muchos efectivos alegaron que las normas de combate eran fluidas y estaban designadas a garantizar su seguridad por encima de cualquier otra cosa. Algunos afirmaron que simplemente les informaron que estaban autorizados a disparar si se sentían amenazados, y lo que constituía un riesgo a su seguridad estaba abierto a una interpretación amplia. “Básicamente todo se reducía a la autodefensa y mejor ellos que uno”, asevera el sargento Bobby Yen, de 28 años, de Atherton (California), quien se desempeñó durante un año en varias actividades castrenses en Bagdad y Mosul como parte de la 222do Destacamento de Operaciones de Radiodifusión a partir de noviembre de 2003.

“Cubrirse el propio pellejo era la primera norma de combate”, confirmó el teniente Van Engelen. “Pudiera ser mal visto por alguien pero afirmaría que mi seguridad se encontraba amenazada”.

La ausencia de una política uniforme de servicio a servicio, de base a base y de año a año obligó a las tropas a depender en su propio juicio, explicó el sargento Jefferies. “No teníamos normas claras y precisas”, contó. “A uno le daban cosas como: 'No ser agresivo' o 'Trate de no disparar si no tiene que hacerlo'. “¿Bueno, que quiere decir eso?”

El sargento Flanders relata que, antes del despliegue, las tropas recibían entrenamiento en los cinco puntos para la escalada de fuerza: Gritar una advertencia, Empujar (contención física), Mostrar un arma, Realizar disparos no letales contra el bloque del motor o las gomas del vehículo, y Disparar a matar. Algunos soldados dijeron que llevaban las normas en el bolsillo o en sus cascos en pequeñas tarjetas plastificadas. “La metodología de escalada de fuerza tenía como objetivo constituir una guía para determinar el curso de las acciones que debían intentar realizar antes de disparar”, afirmó. “'Empujar pudiera ser un paso que se saltaba en una situación dada. Con los vehículos, por la noche, ¿cómo funciona ‘Gritar una advertencia’? Cada soldado no solo se entrena en los cinco puntos sino también en el derecho inherente a la autodefensa.

Algunos entrevistados dijeron que sus mandos superiores desalentaban el sistema de escalada. “No existen los disparos de advertencia”, recuerda el especialista Resta que le dijeron durante el entrenamiento en Fort Bragg previo a su despliegue. “Incluso recuerdo específicamente que me dijeron que era mejor matarlos a ellos que herir a alguien y que siguiera con vida”.

El teniente Morgenstein afirmó que cuando llegó a Irak en agosto de 2004, las normas de combate prohibían el uso de disparos de advertencia. “Nos entrenaban para que ante alguien que no estuviera armado, y que no representara una amenaza, uno no realizara disparos de advertencia porque ni siquiera hay necesidad de disparar”, afirmó. “Uno les hace señales con otros medios que no sean balas. Si están armados y son una amenaza, uno nunca realiza un disparo de advertencia…porque eso le da la posibilidad de que te maten. En este momento no recuerdo si se trataba de una norma de combate explícitamente o era sencillamente parte de nuestro entrenamiento sistemático. Más tarde Morgenstein añadió: "Nos dijeron que las normas de combate cambiaron”, y que los disparos de advertencia estaban explícitamente autorizados a la luz de ciertas circunstancias.

El sargento Westphal afirmó que para cuando él llegó a Irak a principios de 2004, las normas de combate en los puestos de control estaban más refinadas --al menos donde el cumplió misión con el Ejército en Tikrit. “Si no paraban, había que realizar un disparo de advertencia", afirmó el sargento Westphal. “Si seguían avanzando, las instrucciones eran escalar el nivel de fuerza y apuntar el arma al auto. Y si todavía no se detenían, entonces, si uno consideraba que se encontraba en peligro y estaban a punto de chocar con el puesto de control o hacerlo estallar, entonces uno podía abrir fuego".

Afirma el teniente Morgenstein que en su entrenamiento inicial se aconsejaban a los infantes de marina que tuvieran cautela con el uso de los disparos de advertencia porque “otras personas alrededor de uno pueden resultar heridas por una bala perdida”, y de hecho, tales incidentes no eran inusuales. Una noche en Bagdad, recuerda el sargento Zuelow, un van llegó a un puesto de control donde radicaba otro pelotón de su compañía y un soldado realizó un disparo de advertencia que rebotó contra el piso y mató a uno de los pasajeros del van. “Eso fue tremendo llamado de atención" afirmó, "y después de eso desalentamos los disparos de advertencia de cualquier tipo".

Varios veteranos indicaron que muchos incidentes en los puestos de control no se informaron, y los civiles muertos no se incluían en la cuenta total de bajas. Sin embargo, a juzgar por la cantidad de tiroteos en los puestos de control descritos a The Nation por los veteranos que entrevistamos, tales tiroteos parecían ser muy comunes.

El sargento Flatt recuerda un incidente en Mosul en enero de 2005 cuando una pareja de ancianos pasaron rápidamente por un puesto de control. “El auto se acercaba a lo que en mi opinión era un puesto de control que estaba deficientemente señalizado, o ni siquiera un puesto de control como tal, y probablemente ni siquiera vieron a los soldado", afirma. “Los muchachos se asustaron y decidieron que constituía una posible amenaza, así que dispararon contra el auto. Y literalmente los dejaron en el auto los tres días siguientes mientras nosotros pasábamos por el lado a diario".

En otro incidente, un hombre conducía con su esposa y tres hijos en una camioneta por una autopista principal al norte del río Éufrates, cerca de Ramadi, en un día lluvioso en febrero o marzo de 2005. Cuando el hombre no paró en el puesto de control, un infante de marina en un vehículo blindado ligero disparó contra el auto, y mató a la esposa e hirió gravemente al hijo. Según el teniente Morgenstein, un oficial de asuntos civiles, un oficial de la secretaría jurídico-militar dio las condolencias a la familia y le entregó alrededor de $3.000 como compensación. “Es algo terrible porque no hay forma en que el dinero sustituya a un miembro de la familia", afirmó el teniente Morgenstein, que a veces le daban la responsabilidad de disculparse ante las familias por muertes accidentales y ofrecerles tal compensación, llamados "pagos de condolencia" o "solatia" “Pero es un intento de compensación por algunos de los costos del funeral y todos los gastos. Se trata de un intento de realizar un ofrecimiento de buena fe en una señal de pesar y decir, bueno, no queríamos que esto sucediera. Ocurrió por accidente”. Según un informe de mayo de la Oficina de Contabilidad del Gobierno, el Departamento de Defensa desembolsó alrededor de $31 millones por concepto de solatia y pagos de condolencia entre 2003 y 2006 a civiles en Irak y Afganistán que fueron “muertos, heridos o sufrieron daños a la propiedad como resultado de las acciones de combate de las fuerzas de los EE.UU. o de la coalición”. El estudio caracteriza los pagos como “expresión de compasión o remordimiento... pero no un admisión de responsabilidad legal o falta.” En Irak, según el informe, a los civiles se les paga hasta $2.500 por muerte, $1.500 por heridas graves y $200 o más por heridas menores.

En una ocasión en Ramadi, a fines de 2004, un hombre iba con su familia por una carretera minutos después de que un suicida hiciera estallar una bomba en una barrera durante una operación de acordonamiento y registro, recuenta el teniente Morgenstein. Fallaron los frenos del auto y los infantes de marina abrieron fuego. La esposa y los dos niños lograron escapar del auto, pero el hombre recibió impactos mortales. Por error, a la familia se le informó que había sobrevivido, así que el teniente Morgenstein tuvo que ir a aclarar las cosas. “Nunca había hecho esto antes”, afirmó. “Tuve que ir a decirle a esta mujer que su esposo en realidad estaba muerto. A ella le dimos dinero, le dimos como diez vasijas de agua, me acuerdo que le dimos a los niños algo, quizás balones de football y juguetes. Simplemente no sabíamos qué otra cosa hacer”.

Otro incidente de ese tipo, que tuvo lugar en Fallujah en marzo de 2003 y que fue reportado en ese momento por la BBC, implicaba incluso un grupo de oficiales de policía iraquíes vestidos con ropas de civiles. Al sargento Mejía le contaron del incidente varios soldados que lo presenciaron.

Los oficiales de la policía conducían una camioneta blanca y perseguían a un BMW que no se había detenido en un puesto de control. “El hombre que los policías estaban persiguiendo pasó de largo por el puesto de control y creo que los soldados se asustaron o se pusieron nerviosos, así que cuando vino la camioneta abrieron fuego contra ella”, recuenta el sargento Mejía. “La policía iraquí trató de dar el alto al fuego pero cuando los soldados no dejaron de disparar, ellos se defendieron y hubo un encuentro armado entre los soldados y los policías. No murió un solo soldado, pero sí ocho policías”.

Responsabilidad
Pocos veteranos dijeron que los tiroteos en los puestos de control eran el resultado de una mala comunicación básica, señales interpretadas incorrectamente o ignorancia cultural.

“Como estadounidense, uno extiende el brazo hacia alguien con la palma de la mano hacia la persona y los dedos hacia el cielo”, afirmó el sargento Jefferies, que era responsable de abastecer los puestos de control fijos en Diyala dos veces al día. “Eso significa parar para la mayoría de los estadounidenses, y esa es la señal militar que se hace con la mano y que se le enseña a los soldados que significa parar. Puño cerrado: Por favor quédese quieto; pero la mano abierta significa detenerse. Ese es la señal que se hace en el puesto de control. Para un iraquí, esa señal significa hola, ven acá. Así que se observa que el problema se desarrolla rápidamente. De modo que uno llega a un puesto de control, los soldados piensan que le están diciendo que se detenga, que se detenga, y los iraquíes piensan que dicen ven acá, ven acá. Y los soldados comienzan a dar chillidos, y entonces ellos tratan de llegar más rápidamente. Los soldados gritan más y más, y de buenas a primeras uno le está disparando a una mujer embarazada".

“No se nota la diferencia entre estas personas”, afirmó el sargento Mardan. “Todos lucen como árabes. Todos tienen barbas, vello facial. Honestamente, sería como ir a China y tratar de identificar los que son del Partido Comunista y los que no. Es imposible”.

Ahora bien, otros veteranos aseveraron que los resultados frecuentes de los puestos de control eran el resultado de falta de responsabilidad. Afirmaron que las decisiones críticas a menudo se dejaban en las manos del soldado o a discreción del infante de marina, y que el Ejército regularmente las aprobaba sin averiguaciones.

“Algunas unidades eran tan estrictas con el mando y el control que cada vez que se disparaba un tiro, tenían que redactar un informe investigativo”, afirmó el sargento Campbell. Sin embargo, “nosotros disparamos miles de proyectiles sin presentar informes”, agregó. “Así que tiene que ver con la cantidad de interacción que existe, la relación entre los mandos superiores y sus unidades”.

La capitana Megan O'Connor afirmó que en su unidad se reportaba cada incidente. O’Connor, de 30 años de edad, procedente de Venice (California), cumplió misión en Tikrit con el 50mo Batallón Principal de Apoyo en la Guardia Nacional durante un año a partir de diciembre de 2004, luego de que se uniera a la Brigada Equipo de Combate 2-28 en Ramadi. No obstante, la capitana O’Connor afirmó que luego de ver los informes y consultar con los oficiales de la secretaría jurídico-militar, el coronel de su mando usualmente dejaba que los soldados salieran absueltos. “La esencia es que siempre decía, ya sabes, nosotros no estábamos allí", afirmó. "Le daremos el beneficio de la duda, pero asegúrense de que sepan que esto no está bien y que los vamos a estar observando”.

Las investigaciones de las muertes en los bloqueos de carreteras eran meras formalidades, afirmaron varios veteranos “Incluso tras una investigación exhaustiva, no había mucho que hacer”, afirmó el especialista Reppenhagen. “Sencillamente es la naturaleza de la situación en que uno se encuentra. Eso es lo que está mal. No es la atrocidad individual. Es el hecho de que la guerra toda es una atrocidad".

Sin embargo, la muerte en marzo de 2005 del agente del servicio secreto italiano Nicola Calipari en un puesto de control de Bagdad ocasionó que el Ejército por fin tomara medidas enérgicas respecto de tales accidentes, afirmó el sargento Campbell, quien cumplió misión allí. Sin embargo, eso no conllevó necesariamente a mayor responsabilidad. “Huelga decir que nuestra unidad era objeto de muchísimo escrutinio no por matar a más personas de lo que habíamos tenido, sino porque éramos una especie de corre y dispara", afirmó el sargento Campbell. “Una de las cosas que hacían era que comenzaban a decir: Cada vez que uno dispare a alguien o a un carro, hay que llenar el formulario de investigación 15-[6] o el que sea. Bien, esa investigación es realmente onerosa para los soldados. Es una investigación como si uno fuera culpable –por lo menos así se siente. De modo que los mando simplemente dejaron de reportar los tiroteos. No había estímulo para que dijeran que si, que le habían disparado a este y a aquel auto”.

(El sargento Campbell dice que él cree que la cantidad de tiroteos en los puestos de control sí disminuyeron después del incidente prominente, pero fue fundamentalmente porque ahora se exigía que los soldados utilizaran un sistema de láser por la noche. “Creo que desde el momento en que comenzamos hasta que nos fuimos se redujo el número de civiles iraquíes muertos en los puestos de control de uno diario a uno semanal", afirmó. “Inherente en esa cifra, como en todas las estadísticas, están los que se reportan en los tiroteos".)

Temiendo un contragolpe contra los tiroteos a los civiles, el teniente Morgenstein impartió una clase a finales de 2004 en la sede de su batallón en Ramadi a todos los oficiales y la mayoría de los oficiales y suboficiales del batallón durante el cual les pidió que se pusieran en el lugar de los iraquíes.

“Les dije lo obvio, que es, que cada persona que hiramos o matemos que no sea un insurgente, nos afecta”, afirmó. Porque le garantizo, que a la larga, eso significa un soldado o infante de marina herido o muerto… Uno, lo correcto es no herir o disparar contra alguien que no sea un insurgente. Pero en segundo lugar, por auto preservación e interés propio, no queremos que eso suceda porque van a regresar a vengarse”.

Respuestas
The Nation contactó al Pentágono con una lista detallada de preguntas y una solicitud de comentario sobre las descripciones de patrones específicos de abuso. Las preguntas incluían la solicitud de explicar las normas de combate, la operación de los convoyes, las patrullas y los puestos de control, la investigación de los tiroteos a civiles, la detención de iraquíes inocentes sobre la base de información de inteligencia falsa y la presunta práctica de las “armas que se pueden botar”. El Pentágono nos refirió al Centro de Información de Prensa Combinado de la Fuerza Multinacional en Irak, con sede en Bagdad, donde un portavoz nos envió una respuesta por correo electrónico.

“Como cuestión de seguridad operativa, no debatimos las tácticas, técnicas o procedimientos específicos utilizados para identificar y combatir contra las fuerzas hostiles”, rezaba parte de la respuesta del portavoz. “Nuestros miembros están entrenados en protegerse en todo momento. Nos enfrentamos a un enemigo pensante que aprende y se ajusta a nuestras operaciones. Por consiguiente, adaptamos nuestras tácticas, técnicas y procedimientos para garantizar la máxima efectividad combativa y seguridad de nuestras tropas. Las fuerzas hostiles se esconden entre la población civil y atacan a los civiles y a las fuerzas de la coalición. Las fuerzas de la coalición tienen mucho cuidado para protegerse y reducir al mínimo los riesgos a los civiles en este complejo entorno combativo, e investigamos casos donde nuestras acciones pudieran haber traído como consecuencia heridas a personas inocentes… Nuestros soldados e infantes de marina se rigen por altas normas e investigamos los informes de uso inapropiado de la fuerza en Iraq".

Esta respuesta es congruente con la negativa del Ejército a comentar sobre las normas de combate, sobre la base de que revelar esas reglas amenaza las operaciones y pone en peligro a las tropas. Ahora bien, el 9 de febrero, el mayor general William Caldwell, entonces portavoz de la coalición, en un escrito en el sitio Web de la coalición insistió en que las normas de combate para las tropas en Iraq eran claras. “La ley de los conflictos armados exige que para hacer uso de la fuerza, los 'combatientes' deben distinguir a los individuos que presenten una amenaza de los civiles inocentes", escribió. “Este principio básico se acepta por todos los ejércitos disciplinados. En la lucha de contrainsurgencia que estamos librando, la aplicación disciplinada de la fuerza es incluso más decisiva porque nuestros enemigos se esconden entre la población civil. Nuestro éxito en Irak depende de nuestra capacidad de tratar a la población civil con humanidad y dignidad, incluso cuando permanezcamos listos para defender inmediatamente a nosotros mismos o a civiles iraquíes cuando se detecte una amenaza.

Cuando se le preguntó sobre el testimonio de los veteranos de que la muerte de civiles en manos de las fuerzas de la coalición a menudo no se reportaba y usualmente no recibía castigo, el portavoz del Centro de Información de la Prensa solamente respondió: “Toda alegación de mala conducta se trata con seriedad… Los soldados tienen la obligación de reportar inmediatamente todo hecho de mala conducta a su cadena de mando”.

En septiembre pasado, el senador Patrick Leahy, entonces alto miembro del Comité Judicial, llamó “un bochorno” al informe del Pentágono sobre sus procedimientos para dejar constancia de las muertes de civiles en Irak". “En total tiene dos páginas”, afirmó Leahy, “y deja claro que el Pentágono hace muy poco para determinar las causas de muerte de civiles o para llevar un registro de las víctimas civiles".

En los cuatro largos años de guerra, el incremento de bajas civiles ya ha causado estragos --en el pueblo iraquí y en los soldados estadounidenses quienes han sido testigos de su sufrimiento o lo han ocasionado. Los médicos iraquíes, supervisados por epidemiólogos de la Escuela de Salud Pública de Bloomberg de la Universidad John Hopkins, publicaron un estudio a finales del año pasado en la revista médica británica The Lancet que estimaba que 601.000 civiles habían muerto desde la invasión de marzo de 2003 como resultado de la violencia. Los investigadores revelaron que las fuerzas de la coalición eran responsables del 31 por ciento de dichas muertes violentas, un estimado que según ellos podría ser "conservador" porque "las muertes no se clasificaban como que se debían a las fuerzas de la coalición si en las casas había algún tipo de incertidumbre sobre quien había sido la parte responsable”.

“Solo la masacre, todos los civiles reventados, los cuerpos destrozados que vi”, cuenta el especialista Englehart. “Yo simplemente comencé a pensar ¿Por qué? ¿Para qué es todo esto?”

“Es frustrante”, afirma el especialista Reppenhagen. “En lugar de culpar a tus mandos por ponerte ahí, en esa situación, uno empieza a culpar al pueblo iraquí… Así que es una batalla psicológica constante para tratar, ya sabes, de mantenerse ---de seguir siendo humano”.

“Siento como si se hubiera experimentado una gran reducción en mi compasión por la gente”, afirmó el sargento Flanders. “Lo único que termina importando es uno mismo y los muchachos que estaban a mi lado. Y el resto que se joda”.

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Se puede consultar el texto original, en inglés: http://www.thenation.com/doc/20070730/hedges

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