lunes, febrero 15, 2016

El origen de San Valentín: sacrificios y sado



Muchos creen que el día de los enamorados se conmemora el martirio de San Valentín, mártir de la cristiandad. El Papa Francisco da en este momento en una pelea por su recristianización: el año pasado convocó a novios y novias al Vaticano para recibir “un mensaje de amor”, donde denunció los usos comerciales del “día de los enamorados”. Antes, la fecha conmemoraba una de las celebraciones más grandes de la Italia antigua: las paganas Fiestas Lupercales.

Evandro, hijo de Mercurio y de una ninfa, llevó a los primeros itálicos hacia el monte Palatino donde fundó Palanteo, la ciudad que sería la abuela de Roma. Fue este rey mitológico quien ordenó la instauración de un festival donde se mezclaban las tradiciones antiguas de la caza y la trashumancia (el pastoreo nómada) con los rituales más complejos de las sociedades sedentarias. Sucede que en el hemisferio norte el 15 de febrero marca el final del invierno y el comienzo de la primavera, para los pueblos de la antigüedad se acercaba la época de comenzar a trabajar las tierras para la cosecha. Los rituales propiciatorios de la fertilidad, que bendijeran la tierra, eran de una importancia nodal para la supervivencia en un mundo donde una sequía o una plaga podían significar la aniquilación.
Los ítalos llegaron a la región de Lacio con sus dioses a cuestas y también abrazaron el culto a deidades griegas, muy extendidas en el mundo Mediterráneo. Entre estos dioses se encontraba Pan, un fauno (una criatura mitad cabra y mitad hombre) dotado de un gran apetito sexual y que es el responsable de que hoy, según la tradición pagana, sepamos los secretos de la agricultura y el pastoreo. Un Prometeo lascivo, al que los pueblos antiguos del Lacio le devolvían el favor con grandes festividades sexuales y cambiándole el nombre por el de Fauno Luperco. Fue él quien había encontrado a Rómulo y a Remo en una cueva en el monte Palatino. La tradición más antigua afirma que se transformó en la loba que amamantó a los bebés para que no murieran. En su honor se celebraron, desde entonces, las grandiosas Fiestas Lupercales.
Eran seleccionados los jóvenes hijos de la aristocracia que habían cumplido un ritual previo de paso a la madurez que consistía en la supervivencia en las afueras de la ciudad durante semanas viviendo sólo de la caza. Estos jóvenes se les llamaba sodales lupercis (los amigos del lobo) o lupercos nombre que deriva de su comportamiento “salvaje” durante su rito de iniciación. Las Fiestas Lupercales arrancaban con un sacrificio ritual de animales domésticos.
Comenzaban sacrificando a un perro (símbolo de la impureza que moría con el invierno) y a varias cabras (símbolo de la prosperidad primaveral), luego los jóvenes lupercos eran untados en la sangre del perro usando el cuchillo ritual y posteriormente lavados con un trozo de lana bañado en leche. En ese momento lanzaban una enorme carcajada que anunciaba el comienzo de la festividad. El cuero de los animales sacrificados era cortado en finas tiras, llamadas fabruas, que los lupercos utilizaban para azotar a los presentes. Toda la fiesta se desarrollaba bebiendo grandes cantidades de vino y comiendo la carne de las cabras sacrificadas.
El acto de ser azotado por los lupercos suponía una purificación de los males del cuerpo y el alma, un despertar del apetito sexual y una mayor fecundidad en las mujeres. Se le llamaba februatio, una palabra que deriva de “pureza” en lengua etrusca. No estaba asociado a martirio alguno sino más bien a una desenfrenada actividad sexual colectiva, propiciatoria de la fertilidad. No por nada cuando los romanos comenzaron a consolidarse como una potencia imperial (que obtenía riquezas y alimentos de otras latitudes) las Fiestas Lupercales comenzaron a ser denunciadas como escandalosas por las propias clases dominantes que siglos atrás las fomentaban. Fueron finalmente prohibidas por el emperador cristiano Teodosio en 345 de nuestra era, que proscribió también todos los cultos paganos instaurando una tradición de intolerancia religiosa que se extiende hasta el día de hoy.
Así que ya saben, quizás San Valentín sea hoy el día comercial de los enamorados y muchos no lo celebremos. Para el lector o lectora que lo haga, ojalá que esta nota sirva para suscitar regalos más originales (y divertidos) que las flores o los chocolates.

Santiago Landaburu
Trabajador zona Sur

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