martes, febrero 09, 2016

Cuando el río Bravo comenzó a ser frontera: rapiña y traición nacional



El 2 de febrero de 1848 se firmó el tratado que cortó en dos lo que hasta entonces había sido México. Ése fue el fin de la invasión estadounidense y un gran paso en la expansión del gigante del norte.

mis tierras eran
nuevo méxico, colorado,
california, arizona, tejas,
y muchos otros senderos,
aún cuando la luz existía
sonrientemente
en las palabras
de mis antepasados...
Ricardo Sánchez, “Oye, Pito, ésta es: la vida bruta de un boy” (fragmento)

La campaña de rapiña había comenzado doce años antes, con la separación de Texas del territorio mexicano en 1836, bajo el cobijo del gobierno estadounidense. Esa entrega fue ejecutada por Antonio López de Santa Anna, entonces presidente de México.
Para 1846, el demócrata James Polk estaba en el gobierno estadounidense. Su accionar quedó para la historia como uno de los campeones del expansionismo estadounidense.
Por 15 millones de dólares, México perdió la mitad de su territorio, un número incontable de vidas humanas, una parte de su población. Como cita Howard Zinn, historiador estadounidense, en La otra historia de Estados Unidos, el periódico Whig Intelligencer, una vez firmado el tratado Guadalupe Hidalgo, afirmó “no tomamos nada por conquista…gracias a Dios”.
Se consumó así la entrega a Estados Unidos de 2,349,574 km2 de territorio, aproximadamente 120% de la superficie que hoy constituye México. Ese territorio hoy conforma los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Oklahoma y Kansas.

¿Guerra o invasión?

Howard Zinn define la invasión estadounidense a México como “una guerra entre la élite angloamericana y la élite mexicana". Sin embargo, él mismo explica que la guerra fue provocada por un incidente militar circunstancial: la desaparición del coronel Cross, intendente del general Zachary Taylor, y la posterior aparición de su cuerpo con un fuerte golpe en el cráneo. Su muerte fue endilgada a “guerrilleros mexicanos”, que dicho sea de paso, nunca aparecieron.
Zinn denuncia que “cada bando rivalizaba a la hora de animar, usar y matar a su propia gente”. La campaña militar de Santa Anna y sus aliados puede sintetizarse en la entrega y la retirada. Fueron la clase trabajadora y los sectores populares quienes resistieron la invasión del territorio y enfrentaron al ejército estadounidense con lo que podían, como ese 16 de septiembre de 1847 cuando la bandera yanqui ondeó en el Zócalo, a pesar del arrojo y la valentía de hombres y mujeres que combatieron hasta desfallecer, hasta que las armas de los invasores los vencieron.
Por el lado del ejército estadounidense, se sabe que los soldados eran reclutados con promesas de una campaña militar fácil, unos acres de tierra y algunos dólares. Muchos eran irlandeses y alemanes.
Pero hubo voces que se alzaron contra la invasión, como la de Frederick Douglas, esclavo liberto, que escribió en el periódico North Star: “la guerra actual –desgraciada, cruel e inicua- contra nuestra república hermana. México parece una víctima propiciatoria de la codicia anglosajona y del amor a la guerra”. Y el mismo Douglas denunció a las figuras de los partidos políticos de la época, que supuestamente se oponían a la guerra en el discurso, pero incluso los abolicionistas seguían pagando sus impuestos para financiar la invasión.
Ya entonces se perfilaba el camino de la unidad entre la comunidad negra y los hispanos, oprimidos por los capitalistas con hegemonía de los blancos, anglosajones y protestantes.
Una parte fundamental de los objetivos políticos de James Polk era la expansión territorial. Es así que, aunque luego se llamara Guerra de México-Estados Unidos, en realidad se trató de una invasión militar y posterior colonización de gran parte del territorio mexicano, clave para el desarrollo capitalista estadounidense.
Del otro lado de la frontera quedaron vastos recursos energéticos y minerales, mano de obra y 116,000 personas cuyo destino iba a ser la proletarización, incluso de las familias que ante de la invasión tenían algunas propiedades.

Nace la clase trabajadora latina en Estados Unidos

Según Juan Gómez Quiñones y David Maciel en Al norte del río Bravo: pasado lejano (1600-1930), con la conquista por parte de Estados Unidos del territorio mexicano en 1848, se consolida el proceso de transición a formaciones económicas capitalistas. De sólo producir para el consumo de la población regional, se pasó a la producción para el intercambio con el mercado estadounidense y el de las principales ciudades de México.
Pero la opresión racial era de vieja data en el territorio: desde el tráfico de esclavos traídos de África hasta la esclavización de indígenas y el sometimiento de los pueblos originarios de la región, a quienes desde la conquista española se les había intentado someter a un proceso de hispanización forzada y de explotación a manos de la Iglesia católica y los militares peninsulares.
Después de 1848, el trabajo forzado para indígenas y mestizos continuó. Pero a ellos se sumaron trabajadores y artesanos mexicanos que llegaron al nuevo territorio estadounidense en busca de oportunidades. Fueron a trabajar en el tendido de ferrocarril, en las minas, en los campos agrícolas y ganaderos.
Los mexicanos que quedaron al norte de la frontera, los chicanos, tras la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo y los migrantes que luego fueron llegando a la región fueron todos tratados como “ciudadanos de segunda”, estigmatizados como “perezosos e ignorantes”, su cultura y sus tradiciones fueron denigradas.
Sobre su explotación y opresión, entre otros factores, se construyó la potencia imperialista que hoy es Estados Unidos.
Hay una apasionante historia por contar sobre su resistencia, su cultura, sus intentos de organización, las luchas que protagonizaron desde el siglo XIX hasta la década de 1980.
Ésos fueron los inicios del convulso proceso de formación de la clase obrera latina en el gigante del norte, que en el siglo XXI siguen con los salarios más bajos de Estados Unidos, criminalizados, bajo amenaza de cárcel y deportación cada día. Porque el presidente Barack Obama, fiel discípulo de sus predecesores, sabe perfectamente que mantener a la comunidad latina bajo el terror –así como a la comunidad afroamericana– le resulta útil al capitalismo para continuar enriqueciéndose con el sudor y el trabajo de la clase obrera multiétnica estadounidense.

Bárbara Funes
México D.F | @barbarafunes2

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