En un artículo publicado en La Izquierda Diario del 12 de diciembre, Ariane Díaz hace un resumen del clásico texto de Umberto Eco Apocalípticos e integrados, resumen que es acompañado por un comentario. Este comentario rebate ciertos presupuestos que se encontrarían en la base de la postura apocalíptica y de la integrada (por ejemplo, la noción de masas). En este ensayo me gustaría discutir un poco otro de los presupuestos de estas posturas, que consistiría en la creación de una historia mítica del arte. Este presupuesto parece ser compartido también por la autora, aunque tal vez con ciertos matices, como se puede ver en esta cita:
“Contra los apocalípticos, los integrados esgrimen un problema real: las expresiones artísticas y culturales previas, por lo general, estaban limitadas en su posibilidad de disfrute –ni hablar de su producción– a un sector reducido de la sociedad”.
Allí Ariane Díaz afirma que los integrados señalan un problema real. Esto solo puede ser pensado así mediante la formulación de un tipo de historia del arte, de un enfoque de esta historia que se va a problematizar en este artículo.
Historia del arte pensada como historia de la literatura o la pintura
Uno de los problemas principales de este enfoque es que piensan el arte como una unidad que subsume al esquema de la literatura o la pintura. En realidad, hay varias artes, con historias distintas, con “consumidores” distintos. La literatura fue durante cientos de años algo a lo que sólo podía acceder una elite. La invención de la imprenta no fue el único elemento en el cambio de esta situación. También hay que tener en cuenta la alfabetización que llevaron a cabo los estados modernos. El modelo “general” que se esgrime en la cita se identifica plenamente con este tipo de arte.
Pero no es para nada el caso de la música, por ejemplo. La música siempre fue el arte popular por excelencia. Tenemos registros de música en la época de las cavernas. En los tiempos previos a la “época de la reproductibilidad técnica” la música ya era un fenómeno extendido por todas las clases sociales, en todas las sociedades.
Sin embargo, durante años fue dejada de lado por los pensadores, filósofos, sociólogos. Esto no es casual, sino que muestra hasta qué punto la música destruye el esquema de la historia del arte que aún hoy en día sigue presente. Porque la música nunca tuvo limitación alguna para su disfrute ni para su producción. Se puede (y se hizo) hacer música con el cuerpo, con pedazos de madera, con piedras, con, básicamente, cualquier cosa.
Si tomamos la música como modelo general del arte, la modernidad no garantizó el acceso a las expresiones artísticas y culturales. Lo que hizo fue algo bastante distinto. Por un lado, creó la figura del artista profesional. Mientras que antes de la modernidad la mayor parte de los artistas creaban como un pasatiempo, en su tiempo libre, con la modernidad nació la noción de arte como mercancía.
La creación artística
Plantearlo así nos permite ver otro error, o al menos otra concepción que subyace al dilema entre apocalípticos e integrados: el ideal romántico del artista como creador. ¿Es el intérprete un artista o no? En ciertos modelos parece que no. Pero nadie niega que la Negra Sosa sea una artista, a pesar de no tener temas propios. La modernidad, al menos en un primer momento, generó una identidad entre artista, profesionalidad y creación. Esto se debe a que lo que comercializa una compañía no es la performance, sino los derechos de reproducción.
Si eliminamos esa idea, la música va a ser una forma de expresión que sólo minoritariamente va a poder pensarse como profesional. Lo mismo sucede con otros géneros, como la danza.
Pero esto no sería posible si se agregan como forma de arte a la televisión y el cine, que van a ser formas pasivas de consumo de un medio artístico. Si bien los consumidores comentan y analizan lo que ven, no son parte de la generación del hecho artístico, y no pueden serlo (como sí podría serlo la persona que escucha una canción y después la silba mientras camina por la calle).
Es un tema este que merece entonces un análisis más profundo, y en el cual la diferencia entre formas de arte se hace muy claro. Puede que el dilema apocalípticos/integrados sí funcione, pero solo para ciertos casos. No puede pensarse como una regla general de análisis del fenómeno artístico, pero sí explica ciertos procesos históricos.
Conclusiones provisionales
A lo largo del texto se expusieron dos argumentos que ponen en cuestión el dilema entre apocalípticos e integrados, como forma de pensar la historia del arte. Sin embargo, no se desarrollaron hasta el final las consecuencias que se derivan de estos cambios de enfoque. Es posible pensar que son simplemente comentarios que no cambian la cuestión de fondo. Sin embargo, son cambios radicales, que transforman completamente cualquier tipo de análisis posible. Al tratar de basarse en la materialidad de los fenómenos a analizar, lo que encontramos es que no se puede pensar el arte como unidad sin sacrificar la capacidad explicativa de la teoría. Como afirmó Wittgenstein sobre el lenguaje, a veces parece que los teóricos del arte están pensando en cierto tipo de arte, en ciertos casos, pero dejando de lado gigantescas extensiones del objeto de estudio.
Esto a veces puede ser útil, permitiendo el avance del conocimiento en una forma muy sesgada. Pero en una última instancia termina llevando a un callejón sin salida. Ni los apocalípticos ni los integrados tienen razón, pero no por errores particulares, sino porque la concepción general es errónea. Es un problema que solo se supera con un retorno a la materialidad de lo que se analiza. Por ejemplo, no se puede pensar como problemática la aparición de nuevos medios de difusión, ni tampoco “cómo se utilizan”, si no sabemos bien qué contenidos eran los que existían previamente. Porque si los contenidos se repiten, el accionar del mercado va a tomar un carácter completamente distinto.
Pero esto no puede hacerse con simplificaciones del tipo “antes: Beethoven, ahora: Justin Bieber”.
Nicolás Cornejo Castellanos
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