jueves, febrero 11, 2016

Jorge Sigal, un traidor.



Jorge Sigal asumió como funcionario macrista y mató a Bolita, aquel militante de la “Fede” que estudió en Moscú

Al funcionario Jorge Sigal no lo conozco. He leído que es un periodista de Perfil y que ha aceptado con entusiasmo la tarea proclamada por su jefe Hernán Lombardi de “desarmar el Ministerio de Propaganda”, lo que parecería significar que cumplirá la “tarea sucia” de echar periodistas y trabajadores de la Cultura del Canal Público y Radio Nacional golpeando lo que acaso fuera el costado más positivo de la gestión kirchnerista: un cuestionamiento al Poder en el plano simbólico que por no llegar a modificar las relaciones de dominación en el terreno de la economía y los aparatos estatales de Justicia y Seguridad terminó como ya sabemos. La tarea que le han dado no es menor en el plan de instalación del modelo macrista, lo que induce a pensar en la gran confianza que el Poder Real y la Embajada de los EE.UU., que monitorea cada paso de Macri, tienen en el casi ignoto para el gran publico del periodista Jorge Sigal. Razones habrá, las desconozco.
Yo conocía al militante de la Federación Juvenil Comunista, Jorge Sigal, al que le decían Bolita. Lo conocí en 1969 en las reuniones que la Fede organizaba para impulsar la resistencia estudiantil al Onganiato, “la dictadura de los Monopolios” como caracterizaba al gobierno dictatorial surgido en 1966, el partido en el que ambos militábamos. Había protagonizado algunas acciones creativas de organización y lucha en la Capital Federal por lo que había cobrado cierta fama entre nosotros. Yo venía de la ciudad de Santa Fe y todo me era muy lejano: la Capital Federal, la calle Corrientes, los códigos culturales de quienes formaban parte de las capas medias porteñas, tan lejanas de todo lo que yo conocía en aquella Santa Fe. Bolita era hijo de un medico comunista y se movía como pez en el agua en ese ambiente. Era visto como alguien exitoso. Luego viajamos juntos a Moscú, de julio de 1970 a junio del 71. Como parte de una política de formación política de los militantes que era regla en todo el movimiento popular argentino y uno de los puntos valorables de aquellas experiencias que proclamaban (la vida mostró que con suerte diversa) superar el capitalismo y marchar al socialismo. Nosotros íbamos a Moscú como otros iban a La Habana, o a Pekín, a Belgrado o a Argel y algún otro destino que prefiero no recordar ahora. El ahora funcionario Sigal tiene un alzhéimer selectivo: olvida lo que quiere e inventa lo que le parece. En su libro “El día que mate a mi padre” hace diversas referencias a ese viaje y a esa experiencia, que por involucrarme, siento que debo decir algunas palabras. Muy pocas.
Por cierto, en un suburbio de Moscú funcionaba una Escuela de Formación Política. Sus orígenes se remontan a la Segunda Guerra Mundial. Como casi todos deberían saber, la horda nazi fascista alemana cruzó la frontera de la URSS y arremetió recta hacia Moscú. Llegó tan cerca que se puso a tiro de cañón. La defensa de Moscú es algo que cualquier demócrata (liberal, progresista o revolucionario) debería celebrar. Su caída hubiera significado la posible victoria del eje Alemania, Italia Japón y acaso la instalación de una dictadura fascista global cuyas consecuencias son hoy imposibles de calcular. La escuela adonde nosotros llegamos se había organizado para formar a los militantes del Komsomol en la lucha guerrillera que desplegaban detrás de las líneas alemanas; una de aquellas compañeras adquirió cierta fama por su arrojo en el combate y la dignidad con que enfrentó la tortura y la muerte. Se llamaba Zoya Kosmodemiánskaya pero su apodo era Tania y solo unos pocos años antes de nuestra llegada a Moscú, una joven revolucionaria argentina, de origen alemán, Tamara Bunke, había tomado su nombre para ir a pelear junto al Che a Bolivia. Tania la guerrillera, tal como se la conoce.
“Detalles” Sigal, de aquella escuela, que olvidó mencionar. Esa tradición de combate se mantuvo. Aún contra la burocratización del estado soviético y de buena parte del movimiento comunista internacional, o de los importantes grados de dogmatización que sufría el movimiento revolucionario. Solo diré por ahora que no todos tuvieron la suerte de Jorge Sigal de atravesar sin daños ni perjuicios los tiempos de la Triple A y la dictadura de Videla. El cordobés Alberto Cafaratti murió fusilado poco antes del Golpe en la Córdoba del General Menéndez. Había asumido tareas de dirección del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba a la muerte de su amigo y compañero de luchas, Agustín Tosco. El guatemalteco Pedrito, jefe de la delegación de la Juventud Patriótica Guatemalteca, murió en la tortura en 1984. Era parte de la dirección de su partido, integrado a la URNG, un intento unitario de resistir con las armas la larga dictadura iniciada en el 1954 con el Golpe contra Arbenz, en medio del cual un joven medico argentino se transformó en el Che. Otra guatemalteca, Anahí, se sumó a la lucha armada y debió exiliarse por largos años. Otros dos guatemaltecos fueron asesinados por la dictadura. Una chilena, Marina, fue asesinada en Lota, una población minera arrasada por Pinochet en el 73. Varios colombianos murieron en la montaña y dos de los mexicanos, el Chui y el Juanito, cayeron en las luchas de los 70 (1).
Es que más allá del frío moscovita (y si, en Moscú nieva y hace frío en invierno Sigal, y el “socialismo soviético” no lo pudo resolver, es verdad) o de los cuidados “excesivos” de aquellas “Mamas” de los dormitorios colectivos o las aulas, que no eran otras que mujeres sobrevivientes de los campos de concentración que en vez de recibir un “subsidio” ocupaban un puesto de trabajo de relativo valor productivo y que ahora parece haber molestado al implacable Sigal, en esa Escuela del Komsomol convivían miles de jóvenes comunistas de todo el mundo que no soñaban con un cargo en el gabinete derechista de un millonario posmoderno hijo de la cultura yankee sino con tomar el cielo por asalto y darlo vuelta. Cierto es que no lo lograron. Cierto es que cometimos toda clase de errores que evidenciaban los límites de nuestra cultura política. En eso ud. tiene razón funcionario Sigal. Pero sabe que, no cometimos el peor de los errores, el único que hubiera sido imperdonable: no miramos la vida desde el costado del camino. Intentamos cambiarla y pusimos en ese empeño todo lo que teníamos. Y no nos arrepentimos. Solo decimos que la próxima vez habrá que hacerlo mejor.
Pero eso a Ud. no le interesa y a mi no me interesa discutir eso con Ud. Para participar en esa discusión hay que ganarse el derecho, y Ud. lo ha perdido. Con Bolita hubiera discutido cualquier cosa, como de hecho recuerdo haber discutido toda clase de temas; pero con el funcionario Sigal no corresponde. De las tantas cosas que no dice el funcionario Sigal es que en Moscú podíamos leer lo que queríamos y que estudiábamos a Marx, Engels y Lenin sin manuales ni filtros (fue más tarde que me di cuenta que las lecturas debieron incluir otros autores, pero no menos). Seguro que Ud. no lo recuerda, o capaz que ni lo leyó porque no estaba entre las lecturas recomendadas, pero discutiendo las consecuencias de la caída de la Comuna de París de 1871, Federico Engels decía que lo más doloroso de las derrotas es que los pueblos olvidan las razones por las cuales lucharon y Carlos Marx escribió que “la canalla burguesa de Versalles puso a los parisinos ante la alternativa de cesar la lucha o sucumbir sin combate. En el segundo caso, la desmoralización de la clase obrera hubiese sido una desgracia enormemente mayor que la caída de número de cualquiera de jefes”
El funcionario Sigal dice que él le escribió a Patricio Echegaray su discurso de octubre de 1984, en el primer acto de homenaje al Che. Puede ser, no pongo en duda su palabra, será Echegaray el que aclare la cuestión, lo que puedo decir es que yo sigo acordando con la parte central del discurso, esa en que se dice: “la lucha del pueblo argentino, de sus organizaciones sociales, políticas, incluidas las que eligieron el camino de la lucha armada para abrir paso a la liberación fue una lucha justa y la discusión debe esclarecer cuales fueron las causas que impidieron el triunfo. Y no arrepentirse de haber luchado.” Esa fue la penúltima vez que nos vimos, Sigal. Ud. seguro que no lo recuerda pero yo militaba en Villa Constitución junto a Carlos Sosa y Alberto Piccinini y el viejo Tito Martín (y esa sería la tercera y definitiva escuela de formación política que tuve, la segunda había sido el centro clandestino La Cuarta y la Cárcel de Coronda, entre el 76 y el 77, donde aprendí que el heroísmo podía ser un acto cotidiano de muchos) fui al acto de Rosario y estaba tan asombrado, como Ud. dice que lo está ahora, por el viraje comunista. Pero contento. Creo que fue lo mejor que hicimos en nuestra larga historia. La última vez que nos vimos fue arriba de un colectivo hace como diez años en Buenos Aires, donde ahora vivo. Alguna vez pensé: que raro que no lo he vuelto a cruzar en ningún lado. Ahora entiendo Sigal, yo esperaba cruzarme con el compañero Bolita en alguna marcha del 24 de Marzo y Ud. soñaba con el cargo que Macri acaba de ordenarle. Que lo disfrute Sigal. Yo pondré a Bolita entre los compañeros queridos que cayeron en el combate. Murió de posibilismo y arrepentimiento. Una enfermedad tan mortal como cualquier otra para un militante.

José Schulman/ Resumen Latinoamericano/ 29 de Dic. 2015.

(1) La información sobre los compañeros asesinados y perseguidos me la facilitó Anahí, mi hermana guatemalteca, que sigue construyendo sueños y esperanzas en la tierra maya. El grupo de estudiantes de América Latina no pasaba los 30, de ellos al menos seis fueron asesinados y tres más encarcelados y torturados por aquel periodo.

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