Con el sueldo mínimo las posibilidades son mínimas
Decir que vivimos en el planeta del 1 por ciento no es soltar una frase cualquiera. De hecho, sin duda sería más ajustado hablar de un planeta del 0,1 o del 0,01 por ciento. En los últimos años, la desigualdad entre riqueza y salarios ha crecido notablemente en Estados Unidos y, según vemos, en el resto del mundo. En enero, Oxfam dio a conocer un informe sobre la disparidad cada vez más marcada entre la riqueza y la pobreza en el mundo. Comprobó que entre 2010 y los últimos días de 2015, la riqueza en manos de la mitad más pobre de la población mundial había caído en un billón de dólares (sí, un 1 seguido de 12 ceros), mientras que la de las 62 personas más adineradas del planeta (53 hombres y nueve mujeres) se incrementaba en medio billón de dólares (es decir, un 5 seguido de 11 ceros). Digámoslo de otra manera: que esos 62 multimillonarios eran más ricos que el 50 por ciento más pobre del mundo, o que el 1 por ciento más opulento del mundo poseía más riqueza que el otro 99 por ciento reunido. La dirección en la que avanza el mundo es del todo obvia. Solo es necesario pensar que, en 2010, se necesitaban 388 de los superadinerados para igualar lo que poseía el 50 por ciento más pobre; en estos momentos, ese número es menor: solo hacen falta 326 superopulentos.
Guarde esta tendencia en la mente el lector mientras lea lo que Peter Van Buren, colaborador habitual de TomDispatch, escribe después de su última incursión en el mundo de la economía del salario mínimo. En 2014, Van Buren escribió una nota en la que compartió con nosotros cómo había perdido su trabajo en el departamento de Estado por haber denunciado “irregularidades” en la guerra de Iraq; como consecuencia de esto, durante algún tiempo fue uno más en el mundo de los ingresos mínimos. Estas eran sus palabras: “Ciertamente, muy pronto me encontré trabajando en esa economía y, peor aun, tratando de vivir con el dinero que conseguía. Pero la cuestión no era solo el dinero; la cuestión es cómo nos trata Estados Unidos a quienes estamos definidos por nuestro empleo. Esa definición nos dice cómo serán probablemente nuestro futuro personal y el de nuestra sociedad. Creedme, el nivel más bajo posible es la peor base para cualquier futuro”. Sus experiencias en un deposito de comercio minorista lo animaron a escribir Ghosts of Tom Joad: A Story of the #99 Percent. A finales del año pasado volvió al mundo del salario mínimo, ahora como parte de la conversación nacional. A continuación, lo que el encontró.
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Con el salario mínimo no se puede vivir
Cuando el candidato a la presidencia Bernie Sanders habla de la desigualdad en los ingresos y cuando otros candidatos hablan del salario mínimo y los vales de comida, ¿de que están hablando realmente? Sépanlo o no los candidatos, se trata de algo parecido a esto.
Mi vida laboral entonces
Hace pocos años escribí una nota sobre mi experiencia en la economía del salario mínimo; en ella contaba la caída de la buena gente que no podría ganar el dinero suficiente, muchas veces trabajando más de 60 horas por semana en varios trabajos distintos, para alimentar a su familia. Yo vi –en este país– a esa gente tratando de hacer cuadrar los números y aun así teniendo que recurrir a los programas de ayuda alimentaria y a la caridad. Yo vi a un trabajador puesto en la calle por robar una bandeja de almuerzo del refrigerador del comedor de su empresa para alimentarse. Yo vi a una compañera de trabajo que a escondidas traía a sus dos hijos al depósito para que vagaran solos durante horas porque no podía permitirse pagar a alguien que se ocupara de ellos (el 29 por ciento de las/los trabajadoras/res de bajos ingresos no tienen pareja).
En ese momento, después de haber trabajado 24 años en el departamento de Estado, me habían echado por ser un denunciante*. Yo no sabía qué iba a suceder conmigo, entonces cogí varios trabajos con salario mínimo. Encontrarme inmerso en la economía de los menores salarios fue una experiencia aleccionadora, incluso aterradora; una experiencia que hizo que me diera cuenta de lo ignorante que había estado acerca de la vida de las cajeras de los grandes almacenes o de quien me atendía en el restaurante. A pesar de que son millones los adultos que trabajan por un salario mínimo, hasta que yo mismo no lo hice no sabía nada sobre qué implicaba esto, lo que quiere decir que no sabía prácticamente nada sobre el Estados Unidos del siglo XXI.
Mi vida laboral ahora
Me doy cuenta de que en 2016 las cosas son casi las mismas de lo que eran en 2012; esto quiera decir que –al no haber habido ninguna mejora de verdad– la cosas son en realidad peores.
Esta vez trabajé durante un mes y medio en una cadena minorista de ámbito nacional, en la ciudad de Nueva York. Como lo mío de ningún modo era un experimento científico, apostaría una hora de mi salario mínimo (nueve dólares, antes de descontados los impuestos) a que lo que sigue es lo típico de la Nueva Economía.
Acabar de ser despedido no ayudaba nada a un tipo de 56 años. Por ejemplo, para convertirse en un vendedor puerta a puerta de objetos que estén bien por debajo de los 50 dólares la unidad, se necesitan referencias de dos empleadores anteriores; además de aprobar una prueba de crédito. A diferencia de algunos trabajos de salario mínimo en los que existe la obligación de una prueba de consumo de drogas, en mi caso había una comprobación de antecedentes penales y se me dijo que cualquier infracción relacionada con la droga me descalificaría. Tuve que pasar por dos exámenes –con dos examinadores diferentes– diseñados para ver cómo respondería ante variadas situaciones con clientes. En otras palabras, cualquiera que no tuviese cierta formación, dominio del inglés, una historia laboral decente y un registro penal limpio ni siquiera habría calificado para un empleo con salario mínimo en esta cadena.
Y créanme, tuve que trabajar para ganar ese dinero. Cada turno de seis horas implicaba solo una pausa de 15 minutos (que a la empresa le costaba apenas 2,25 dólares). Puede estar seguro que a mi edad, después de horas de pie necesitaba ese descanso, y yo no era ni el más viejo ni el menos en forma de los empleados. Después de seis horas, lo que de verdad se necesita es un descanso de 45 minutos. Pero nuestra paga solo contemplaba 15 minutos y punto.
Lo más duro del trabajo era vérselas con... bueno, algunos de ustedes. Los clientes se sentían autorizados a levantarte la voz, a faltarte el respeto y a cometer actos de grosería dignos de un Trump con mis compañeros de trabajo y conmigo. La mayor parte de nuestros “apreciados invitados” jamás habrían actuado de esa manera en otras situaciones públicas o con sus propios compañeros de trabajo, menos aún con sus amigos. Pero en ese establecimiento, los compradores parecían interpretar el significado de la frase “el cliente siempre tiene razón” como que podían hacer lo que se les ocurriera. A menudo era como si nosotros fuésemos animales enjaulados que podíamos ser golpeado con un palo por puro placer e impunemente. No importaba qué se dijera o se hiciera, la única respuesta de nuestra parte tolerada por los jefes de la empresa era una sonrisa o un “Sí, señor” (o señora).
Nuestros empleadores no tenían más misericordia en su trato con los trabajadores que el que tenían los clientes. Por ejemplo, mi horario de trabajo cambiaba continuamente; sencillamente, no había manera de planificar algo con más de una semana de anticipación (olvídate de aceptar la invitación a una fiesta; estoy hablando del cuidado de los niños y de las visitas al médico). Si acaso estabas en el turno de cierre, debías quedarte ahí hasta que el encargado comprobara que el establecimiento estaba lo suficientemente limpio como para te marcharas a casa. Nunca sabías de verdad a qué hora acabaría el trabajo y no estaba permitido hacer llamadas telefónicas para avisar a la niñera de cualquier retraso.
Y no olvide el lector que yo era un afortunado. Yo no tenía más que un empleo en un solo lugar. La mayoría de mis compañeros de trabajo estaban siempre tratando de conciliar dos o tres empleos distintos, cada uno de ellos con sus constantes cambios de horario, para poder reunir algo parecido a una paga decente.
En la ciudad de Nueva York, el establecimiento en el que yo trabajaba estaba obligado a darnos un permiso por enfermedad solo después de haber trabajado allí un año entero; y esto era generoso en comparación con lo que se hacía en muchas otras localidades. Mientras no pasara ese año, la alternativa era ir a trabajar enfermo o quedarse en casa sin cobrar. A diferencia del de Nueva York, la mayoría de los estados no obligan a las empresas a conceder permiso por enfermedad a los empleados que trabajen menos de 40 horas semanales. Piense en esto la próxima vez que la camarera que le atiende esté tosiendo.
Salario mínimo y cantidad mínima de horas
Últimamente se ha hablado mucho acerca de aumentar el salario mínimo (que debe aumentarse) y, ciertamente, el 1 de enero de 2016, 13 estados los aumentaron en el ámbito de cada uno de ellos. Pero lo que aparentemente sería una buena noticia es poco probable que tenga alguna consecuencia en la vida del trabajador pobre.
Por ejemplo, en Nueva York, la paga mínima por hora paso de los 8,75 dólares a los 9,00 que yo estaba cobrando. Este estado es relativamente generoso. Según la legislación federal, lo normal es pagar 7,25 dólares por hora, y los estados que exigen que se cumplan los parámetros federales son solo 21. Quizá para probar algo penoso, oficialmente Georgia y Wyoming obligan a pagar un salario mínimo incluso más bajo, pero extraoficialmente mandan pagar 7,25 dólares para evitar ser penados por el departamento de Trabajo. Algunos estados del Sur no han establecido un guarismo básico, presumiblemente por la misma razón.
No debe olvidarse que cualquier cifra de paga mínima mencionada es antes del descuento de impuestos. La gama de impuestos es variable, pero es razonable pensar que la quita promedio que sufre el salario mínimo de un trabajador es del 10 por ciento. Luego, también deben considerarse los gastos. Por ejemplo, mi viaje de cada día en bus me costaba 5,50 dólares. Eso significaba que mi primera hora y media de trabajo era solo para pagar el bus y los impuestos. Es necesario tener en cuenta que algunos trabajadores tienen que pagar por el cuidado de sus hijos, por lo que es imaginable un escenario en el cual en realidad alguien podría estar cerca de perder dinero si va a trabajar en turnos cortos mientras cobra un salario mínimo.
Además del problema fundamental de que las personas no cobran lo suficiente para vivir hay otro adicional: el de que no las empleen por una cantidad mínima de horas. Los dos infortunios van juntos, o sea que el aumento del sueldo mínimo es solo una parte de cualquier solución que intente mejorar la vida de quienes están inmersos en el mundo de los bajos salarios.
Por ejemplo, en la empresa en la que yo trabajaba por un salario mínimo hace pocos años, el número de horas estaba limitado a 39 por semana. La empresa hacía esto para evitar proporcionar los beneficios correspondientes a un empleado a “tiempo completo”. En 2012, las cosas cambiaron, pero no para mejor.
Cuatro años más tarde, las horas trabajadas por un empleado con salario mínimo están limitadas a 29 por semana. Este es el umbral por encima del cual la mayoría de las empresas con 50 o más trabajadores están obligadas a pagar al fondo de la ley de Cuidados Asequibles (Obamacare) en beneficio de sus empleados. Por supuesto, debido a razones específicas del negocio en el que trabajan, algunos trabajadores con salario mínimo ni siquiera consiguen trabajar esas 29 horas semanales.
Es el tiempo de las matemáticas
A continuación, un montón de cifras; recuerde el lector que todas ellas sirven para tener un panorama de cómo viven el día de cada día las personas que están alrededor de nosotros.
En Nueva York, con las condiciones del antiguo sistema de salario mínimo, 9,75 dólares multiplicados por 39 horas hacen 341,25 dólares semanales brutos. Según el nuevo sistema, 9,00 dólares por 29 horas hacen 261 dólares a la semana. Con el límite de 29 horas el salario mínimo tendría que ser de 11,77 dólares solo para que muchos trabajadores alcanzaran el nivel neto conseguido en 2012, debido a la quita de horas por la ley de Cuidados Asequibles. El seguro médico es importante, pero comer también lo es.
En otras palabras, un aumento del salario mínimo es apenas la mitad de la lucha: los trabajadores necesitan las horas de trabajo suficientes para ganarse la vida.
Sobre la comida: si un trabajador o trabajadora de Nueva York con salario mínimo se las arregla para tener dos empleos (para llegar a las 40 horas semanales) sin faltar por enfermedad ni un solo día, cobraría 18.720 dólares en el año. De este modo, estaría bien por debajo de la Línea de Pobreza Federal –21.775 dólares por año–. Estamos así en el ámbito de los vales de comida. Para estar por encima de la línea de pobreza trabajando 40 horas por semana, uno debería cobrar más de 10 dólares. Con una semana laboral de 29 horas, sería necesario cobrar 15 dólares por hora. Ahora mismo, el salario mínimo estatal más alto es el del Distrito de Columbia, que es de 11,50 dólares por hora. Tal como están las cosas en este momento, ningún estado superará este nivel antes de 2018 (algunas ciudades establecen su propio salario mínimo por encima de ese nivel).
Entonces, hagamos cuentas. La idea de aumentar el salario mínimo (“la lucha por los 15 dólares”) está muy bien pero, en el contexto de restricción de horas de trabajo, incluso con los 15 dólares, es imposible hacer una rebanada de pan con un puñadito de migas. En resumen, no importa las vueltas que le demos: es prácticamente imposible alimentarse –ni hablar de la familia– con un salario mínimo. Es como estar atrapado en una escalera de M.E. Escher.
El sueldo mínimo federal alcanzó su nivel más alto en 1968, con 8,54 dólares de hoy por hora; en las décadas que siguieron nuestro país fue un paraíso para lo que hoy llamamos el “1 por ciento”, pero desde entonces ha sido una cuesta abajo para los trabajadores con salario mínimo. De hecho, desde que se aumentó por última vez –en 2009– al nivel federal de 7,25 dólares por hora, el mínimo ha perdido alrededor del 8,1 por ciento del poder adquisitivo debido a la inflación. En otras palabras, los empleados con salario mínimo en realidad cobran menos que en 1968, cuando probablemente la mayor parte de ellos eran unos muchachos que ganaban las monedas que necesitaban y no los adultos que deben alimentar a sus hijos.
En dólares ajustados, el salario mínimo alcanzó su pico cuando los Beatles todavía estaban juntos y la guerra de Vietnam estaba en lo más intenso.
¿Quién paga?
Muchos de los argumentos contra el aumento del salario mínimo se centran en la posibilidad de que si se hiciera eso, las cuentas de las pequeñas empresas empezarían a estar en números rojos. Esto es del todo falso, ya que el mundo del sueldo mínimo está dominado por 20 de las mayores empresas de Estados Unidos. Solo Walmart emplea a 1,4 millones de trabajadores con salario mínimo; en segundo lugar está Yum Brands (Taco Bell, Pizza Hut, KCF) y en el tercero, McDonnald’s. El 60 por ciento de los trabajadores con sueldo mínimo están empleados en empresa que no están consideradas “pequeñas” por las normas gubernamentales federales; por supuesto, las pequeñas empresas pueden labrarse un porvenir, como lo hicieron con el Obamacare.
Hay que tener en cuenta que el mantener bajos los sueldos mínimos tiene un costo para el contribuyente estadounidense.
¿Qué pasa con los trabajadores con salario mínimo que no ganan lo suficiente y deben acudir a la ayuda alimentaria? Bueno, no es Walmart quien paga esos vales de comida (ahora llamados SNAP); se trata de un subsidio financiado por el contribuyente estadounidense: usted, yo. El costo anual del subsidio que los gobiernos –el federal y los estatales– pagan a quienes están en el nivel de pobreza es de 153.000 millones de dólares. Solo un supermercado Walmart le cuesta al contribuyente entre 904.542 y 1.750.000 dólares por año en asistencia pública, y los empleados de Walmart reciben el 18 por ciento de los vales de comida emitidos. Dicho de otro modo, esos precios tan económicos vistos a diario en la cadena Walmart están, en parte, subsidiados por los impuestos pagados por los estadounidenses.
Si el sueldo mínimo sube, ¿bajará el dinero gastado en programas de ayuda alimentaria? Ciertamente, es probable. Pero, ¿no subirán los precios de los grandes almacenes para compensar el dinero extra que deberán aflojar en salarios? Posiblemente sí. Pero no hay por qué preocuparse, si se aumentara la paga mínima a 15 dólares por hora, un Big Mac costaría 17 centavos más.
Robo de tiempo
Mi empleo en el almacén minorista terminó antes de lo que yo había pensado debido a que robé tiempo.
Es probable que el lector no sepa qué es el robo de tiempo. Esto parece algo propio de la literatura de ciencia ficción, pero los empleadores del mundo del salario mínimo se lo toman muy en serio. La idea fundamental es bastante sencilla: si ellos pagan, lo mejor que puedes hacer es trabajar. En concepto no es inválido per se; la forma en que lo aplican las empresas más grandes es elocuente respecto de cómo están vistos por sus empleadores los trabajadores con la paga más reducida en 2016.
El problema del depósito de la cadena para la que yo trabajaba era que la cafetería que funciona ahí dentro estaba mucho más cerca de mi lugar de trabajo que el reloj donde debía fichar cada vez que me tomaba el descanso programado. Un día, cuando llegó la hora de la pausa en mi turno de trabajo, solo tenía 15 minutos. Entonces decidí ir a la cafetería, pedir una taza de café, ir a fichar y después sentarme (en otra planta y en el otro extremo del depósito).
Estoy hablando de uno o dos minutos perdidos, no más, pero en operaciones como esta cada minuto está tabulado y debe justificarse. Sucedió que una encargada me vio, se acercó a quien atendía en la cafetería y anuló mi pedido. Después, en medio de toda la gente que andaba por ahí, me acusó de haber cometido un robo de tiempo, es decir, pedir un café sin haber fichado el descanso. Estoy hablando del tiempo necesario para decir “Uno grande, con leche y sin azúcar, por favor”. Pero no importa; se consideraba que ser reprendido durante el tiempo que es de la empresa forma parte del trabajo, por lo tanto esos cinco minutos que estuvimos ahí contaban como trabajo pagado.
A 9.00 dólares la hora mi paga por minuto era de 15 centavos, por lo tanto había robado tiempo por alrededor de 30 centavos. Es decir, yo era depreciado a muerte.
El sujeto de la economía es la persona
En una sociedad tan rica como la nuestra parece que algo anda mal si una persona que trabaja todo el día no puede superar la línea de la pobreza. Como parece que algo anda mal si alguien que está dispuesto a trabajar por la paga más baja posible según la ley debe renunciar a gran parte de su amor propio y dignidad, como si fuera una suerte de peaje. Tener un empleo no debería ser una prueba de la forma en que un trabajador pobre maneja su propia vida.
En realidad, no fui despedido por el robo de tiempo; yo renuncié en ese mismo momento. Cualquiera que fuese el precio de mi propia valía, no es de 30 centavos de dólar. Al contrario de la mayor parte de la clase trabajadora de Estados Unidos, yo podía permitirme tomar una decisión como esa. Mi vida no dependía de ella. Cuando la encargada les dio la orden de volver a su trabajo a mis compañeros que estaban observando la escena, ellos obedecieron. No podían permitirse no hacerlo.
Peter Van Buren
* En inglés, whistleblower. (N del T.)
Peter Van Buren denunció el despilfarro y la mala administración del departamento de Estado de EEUU en la “reconstrucción” de Iraq en su libro We Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi People. Es colaborador habitual de TomDispatch y escribe sobre temas de actualidad en We Meant Well. Su libro más reciente es Ghosts of Tom Joad: A Story of the #99 Percent. Su próximo trabajo será una novela, Hooper's War.
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