Estrategias (antipáticas) para cierta “convivencia”
Pocas expresiones humanas son más desagradables (dicho con cautela) que las risas falsas. Y sin embargo abundan. Allá donde uno va encuentra, sin atenuantes, alguien dispuesto a sonreír, reír o carcajearse de manera falsa y, no pocas veces, estruendosa. Bajo el supuesto –estereotipado- de que “con una sonrisa se logra todo” tenemos a granel aventureros de la antipatía dispuestos a echarnos en cara una risotada sonora y falaz para auto-complacerse, convencido de que eso es “simpático”. Y uno quisiera salir huyendo.
Convertidas en muecas huecas, para una convivencia de fachada, las sonrisas falsas provienen de fuentes diversas. Unos piensan que es cortés (y de buena educación) interactuar, con todo mundo, muñido de algún estiramiento de labios más o menos creíble. Que eso ayuda a vender o a convencer a otros de que se es persona “segura”, “sincera” y “divertida”. En no pocos manuales de “relaciones públicas” se exige y se entrena a los trabajadores para que logren “naturalidad” en su sonreír falso y, no pocas veces, buscan y buscan en las revistas “del corazón” por ejemplo, una sonrisa imitable bien ensayada por alguna “estrella” del glamour político, empresarial o de la farándula. Formas de la extorsionar a la simpatía.
Se puede decir que una persona sufre de risa falsa cuando representa, confiado en nuestra complicidad, una especie de contracción de los músculos de la cara, parecida a la risa. Es una forma de aparentar una expresión con la que se finge lo que en el fondo son otros sentimientos. La risa falsa puede ser una enfermedad que se origina de cierta urgencia por ser aceptado a toda costa y que perturba el sentido común. El reidor falso también retuerce los labios, hace como que ríe, parece risa que busca la solidaridad de otros que no siempre tienen razones para contemporizar ni ser solidario. Es una falsedad urgida de connivencia que no es fácil si no se tiene habilidades pertinentes, ganas o paciencia.
También los mass media educan al “público” para adquirir una risa o sonrisa que opera como defensa psicológica para conjurar cargas de angustia que, cuando se generalizan las defensas, pierden estructura y se convierten en gesto neurótico, perverso o psicópata lleno de culpa, vergüenza o asco. El sonreidor impostado se construye una fantasía “plena de goce” en donde la sonrisa falsa es, muy a su pesar, la manifestación de un delirio de simpatía falaz. Se trata de sonrisas o risotadas producto de montajes mentales delirantes que no ocurrirían sin una lógica de las apariencias donde sujetos interlocutores también viven y practican el goce de lo falso, del engaño, de los discursos para quedar bien con todos.
Nos dejan ver que en el delirio del que sonríe falsamente, solo queda reinante él en su escenario mental que con piel de oveja esconde entre “risas” sus más profundos complejos sublimandos (con risas falsas) en aparentes luchas contra la indiferencia, la negación o el desprecio ajeno. Y sin embargo en el fondo, esas risotadas falaces guardan dentro de sí un profundo miedo e inseguridad en el que tal risotada es su espejo barnizado con vehemencia protagónica porque sienten no ser aceptados sino a fuerza de esgrimir muecas sonrientes sacadas de los estándares de sus “alter ego”.
Lo que son las sonrisas falsas es un arreglo pactado tácitamente entre una especie de secta, en donde confluye la lucha de clases, las aspiraciones políticas, empresariales e incluso “académicas”, entre cientos de sujetos, hombres y mujeres, que desconocen la crítica y la auto-crítica y deciden armar un montaje de risas para ser aceptados o queridos por alguno de sus pares y para legitimar el velo sonriente que cubre sus inseguridades o angustias. Basta de reír agobiado por esconder limitaciones sociológicas…es, acaso, más divertido reírse, naturalmente, de ellas.
En University College de Londres, por ejemplo, realizaron una investigación que ayuda a reflexionar algunas líneas del problema. Dicen ellos que sólo el 20% de las risas provienen de alguna broma. Dicen que “la mayoría de las risas humanas son fingidas” y que se nota mucho. Realizaron un experimento basado en mostrar risas descontroladas y fingidas a un grupo de personas. Casi todos los participantes fueron capaces de identificar las risas falsas. El mérito, no muy ingenioso, de la investigación ayuda a probar que se nota mucho la risa falsa. También encontraron que “a pesar de saber que era falsa, las personas reaccionaron de forma positiva a la risa fingida”. Y eso es lo verdaderamente terrible. Incapacidad para reconocer la estupidez propia.
Nos hemos acostumbrado a la falsedad incluso para reír y ya llegamos al punto en que se ofrecen cursos, de lo más diverso, para que la risa tenga certificado de buena imitación. Se enseña, incluso, como especialidad en algunos clubes de “yoga de la risa”. Y ya hay gurúes oferentes de “coaching” para fingir la risa porque trae “beneficios” contra el estrés. Por suerte también está vivo el debate y aún hay quienes insisten en que es mucho más bella la experiencia de la risa auténtica surgida en la dialéctica de las relaciones sociales fraternas.
No obstante hay quienes con una capacidad de comprensión ineluctable (o ignorancia cómplice) se adaptan y hacen creer al reidor falso que es gracioso, que se lo tolera y que se comprende su grito desesperado de aceptación. Muchas relaciones sociales depende de con quién se encuentre uno a la hora de las risas. No importa si se trata de mujeres u hombres, suele aparecer un payaso armado con risotadas que provienen de hacerse sentir a sí mismo el alma de la reunión y emprende el desafío de bromear, en el trabajo, en las casas, en la vía pública… sin importar el grado de fingimiento y ruido que despliegan. No se lo puede desear a nadie. Inseguridad, miedo e inferioridad. La risa falsa, además de cansar, da mucho miedo si se piensa que ella expresa una tensión interna extrema a la que no se da atención en los servicios de salud pública y se atiende poco en los códigos de convivencia urbana. La risa natural debería cultivarse como emancipación social desde la casa y, en público, debería estar prohibida la risa falsa, y más cuando es escandalosa.
Fernando Buen Abad Domínguez
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