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jueves, febrero 06, 2020
Hace 100 años: Augusto Bebel, la confianza en el socialismo
Augusto Bebel, fue uno de los dirigentes más influyentes del movimiento obrero alemán, recordado por muchos por su libro La mujer y el socialismo. Aparecido en 1879, en un tiempo en el que el partido socialista estaba prohibido en Alemania y cuando las mujeres no poseían el derecho de voto y ni siquiera el derecho, en muchas regiones, a participar en una reunión pública. Bebel explicaba que ser comunista, implicaba no solo luchar por la igualdad de las mujeres en el marco de la sociedad capitalista, sino acabar con toda forma de explotación, y por lo tanto de opresión de un sexo por otro. En el momento de su aparición, la obra fue ilegal en Alemania. Su prohibición no impidió sin embargo su difusión clandestina, hasta el punto de que se convirtió desde entonces en el libro más leído en el movimiento obrero.
Augusto Bebel, nacido en 1840 en un medio modesto y muy pronto huérfano, trabajaba a domicilio después de la escuela. Convertido en aprendiz de tornero, inició una gira de aprendizaje entre los gremios que le hizo descubrir y recorrer a pie una parte de Alemania y de Austria. En 1860, llegaba a Leipzig, en Sajonia, región muy industrializada, donde tuvo encuentros determinantes: con Wilhelm Liebknecht, el hombre que le ganó para el marxismo y con el que ya nunca más dejaría de militar, y con Julie, una obrera con la que compartió su vida y muchas luchas, ya que ella era militante socialista.
En 1867, Bebel llegó a ser presidente de la Unión de asociaciones obreras alemanas, que contaba varios miles de miembros. Propuso un programa que se reclamaba explícitamente del internacionalismo, de la clase obrera, en una palabra del marxismo, y la Unión de asociaciones lo adoptó. Cuando dos años más tarde, en 1869, con Wilhelm Liebknecht y otros, crearon el Partido Obrero Socialdemócrata (SDAP), la gran mayoría de los afiliados de la Unión le siguieron al nuevo partido.
El Internacionalismo al precio de la cárcel
En 1870, durante la guerra con Francia, Bebel y Liebkencht resistieron la presión nacionalista y rechazaron conceder los créditos de guerra a su gobierno; denunciaron la anexión de Alsacia-Moselle “porque no se puede disponer así de los pueblos”, luego mostraron públicamente su total solidaridad con la Comuna de París. Era demasiado para el poder, y las calumnias, las amenazas físicas, los procesos comenzaron a llover sobre los socialdemócratas. Los dirigentes transformaron sus procesos en procesos contra el capitalismo y en alegatos rotundos a favor del socialismo y del internacionalismo. Bebel pasó en total cinco años de su vida entre barrotes. Lejos de quejarse, explicaba con humor que había tenido por fin la ocasión de leer a los clásicos y de estudiar verdaderamente la economía política y la historia.
El viejo Wilhelm Liebknecht escribiría mucho más tarde, recordando la guerra de 1870: “Nunca es fácil nadar contracorriente, y cuando la corriente se precipita con la velocidad y la masa impetuosa de las cataratas del Niágara, entonces todavía es menos un plato de gusto. (…) pero ¿qué había que hacer? Lo que debía ser, debía ser. Esto significaba: apretar los dientes y, que pase lo que pase, que suceda lo que tenga que suceder. No era el momento de tener miedo. Ahora bien, Bebel y yo… no nos preocupábamos ni por un instante de los consejos que nos daban. Nosotros no podíamos batirnos en retirada, debíamos permanecer en nuestro puesto, pasase lo que pasase.” Rosa Luxemburgo comentaba así su actitud: “Ellos permanecieron en su puesto, y la socialdemocracia alemana se nutrió durante cuarenta años de la fuerza moral de la que hicieron prueba entonces contra un mundo de enemigos.”
Bebel fue elegido diputado al Reichstag en 1871, y a excepción del tiempo en el que estuvo encarcelado, fue diputado prácticamente sin interrupción hasta el fin de su vida. Y eso, a pesar de que se trataba de un escrutinio mayoritario y que a menudo, ¡todos los partidos se coaligaban para intentar impedir la victoria de uno de esos peligrosos “rojos”! El utilizaba el parlamento como una tribuna, desde la que se dirigía, más allá de las cabezas de los diputados enfurecidos de rabia, al conjunto de las clases trabajadoras. Sus discursos, reproducidos en la prensa, eran esperados y comentados con interés, leídos con orgullo por los simpatizantes. Incluso un adversario, el ministro Puttkamer, reconocía:” Bebel es conocido por ser el más capaz, el más elocuente, pero también el más peligroso de todos los socialdemócratas y agitadores.”
La prohibición del partido socialdemócrata
En 1878, Bismarck prohibió el Partido Socialdemócrata y todas sus estructuras. Miles de domicilios fueron registrados, afiliados expulsados de su región, otros encarcelados o incluidos en las listas negras de la patronal. Durante las campañas electorales, los candidatos del partido eran embarcados por la policía, arrestados durante unos días para impedirles hacer campaña. Estas medidas, que habrían podido significar el fin del partido, hicieron nacer en la población un sentimiento de solidaridad hacia los socialistas y llevaron a un aumento de la movilización de los militantes. La socialdemocracia pronto pareció invencible. Durante años y hasta la víspera de 1914, crecía sin parar: el número de afiliados, de periódicos, de diputados, de concejales aumentaba sin cesar.
En frente, la reacción no cejaba, de manera que una confrontación violenta entre estas dos potencias parecía inevitable. Trotsky escribía sobre este tema: “Aunque todo el mundo escribiese, dijese o leyese que el conflicto decisivo era inevitable como un choque de trenes que marchan en sentido contrario sobre la misma vía, interiormente se había dejado de sentir esta inevitabilidad. El viejo Bebel se distinguía de muchos otros en que, hasta el final de sus días, estaba profundamente convencido de que los acontecimientos iban fatalmente al desenlace previsto, y, el día que cumplía 70 años, hablaba con una pasión concentrada de la cercanía de la revolución socialista.”
Y Trotsky escribía también: « la personalidad de Bebel encarnaba la ascensión tenaz y continua de la nueva clase (la clase obrera). Este viejo frágil, seco, parecía hecho de una voluntad decidida hacia un único objetivo. (…) Mientas Bebel estuviese allí, subsistía un vínculo vivo con el periodo heroico del movimiento, y los rasgos sin heroísmo de los dirigentes de la segunda hornada no se manifestaban con tanta relevancia.” Después de 1914, cuando el partido y la 2ª Internacional se sumergieron en el apoyo a la guerra y al patriotismo, señaló. “Parece que la historia había facilitado la tarea al eliminar a dos hombres que simbolizaban el movimiento de toda una época: Bebel y Jaurés.” De hecho, Bebel murió sin haber tenido que aguantar una vez más, frente a la catástrofe de 1914. Este hombre imbuido de confianza en la clase obrera y en la convicción de que el socialismo triunfaría, permanece en el movimiento obrero como un ejemplo de optimismo revolucionario y de tenacidad.
Alice Morgen
25/8/2013
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