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jueves, abril 23, 2020
China, presente y futuro en medio de la pandemia
China ha logrado contener la pandemia. Un escenario distintivo respecto del que atraviesan las grandes economías occidentales, empezando por Estados Unidos, que ha pasado a convertirse en el epicentro de la enfermedad.
Hay quienes señalan el ocultamiento que ha hecho el régimen chino de la información al originarse el brote, lo cual ha contribuido a su propagación en su etapa inicial. Las autoridades locales de Wuhan fueron acusadas de persecuciones contra médicos que advirtieron tempranamente (desde fines de diciembre) sobre la peligrosidad de la enfermedad, entre ellas la directora del Hospital Central y Li Wenliang, un médico que fue obligado a retractarse de sus advertencias y que falleció más tarde a causa del virus. Todo esto generó una crisis en el aparato burocrático. El diario Global Times, ligado al Partido Comunista Chino, rompió el hermetismo del régimen en un editorial donde se refirió a una “negligencia local y nacional ante el brote nacional” (30/1).
Pero, asimismo, existe una coincidencia en destacar la eficacia del gigante asiático para controlar la plaga una vez que la misma se fue expandiendo.
Una visión compartida es que el éxito tiene que ver con la fuerte regulación y la centralización establecidas por el Estado para pilotear la crisis, lo que permitió disponer, planificar y asignar adecuadamente los recursos existentes, en función de las necesidades y prioridades. Esto contrasta con la anarquía reinante en la mayoría de grandes economías capitalistas, con la excepción de Alemania. El rol dirigente jugado por el Estado expresa, a su modo, aunque sea en forma lejana, desfigurada y desnaturalizada, los resabios del pasado revolucionario chino. La feroz dictadura del Partido Comunista chino ha viabilizado la restauración capitalista, pero la misma está inconclusa. El desmantelamiento del Estado, que aún ejerce una fuerte tutela en la vida económica y social, sigue siendo una asignatura pendiente. China no ha logrado ser desguazada hasta el momento, como ocurrió con Yugoslavia, pese a que China era un terreno propicio si nos atenemos a sus enormes dimensiones territoriales.
Un verdadero Estado obrero, basado en la democracia de los trabajadores, se habría valido de los resortes del Estado para enfrentar la pandemia, pero apelando, al mismo tiempo, a la intervención e iniciativa creativa del pueblo, cuestión que es incompatible con la regimentación que ejerce la burocracia restauracionista.
Contradicciones económicas
La evolución favorable en lo que se refiere a la crisis sanitaria ha abierto una cuota de alivio, aunque no está exenta de la amenaza de nuevos picos de infección, pero eso no puede hacer perder de vista los fuertes nubarrones que acechan el país. La pandemia ha agudizado todas las contradicciones económicas y sociales ya preexistentes. La economía china se contrajo un 6,8 por ciento en el primer trimestre, una caída mayor de la que estimaban diferentes consultoras internacionales. Se trata del primer retroceso del PBI desde que Beijing comenzó a informar datos trimestrales en 1992 -o sea, en casi treinta años.
La expectativa de una recuperación choca con la contracción severa de la economía mundial. Las exportaciones cayeron en marzo un 6,6 por ciento, después de desplomarse un 17,2 por ciento en enero y febrero. Al informar sobre su perspectiva a principios de esta semana, la economista jefe del FMI, Gita Gopinath, dijo: “El resto de la economía mundial está ahora en manos de la pandemia y hay severas medidas de contención en todo el mundo para que eso tenga un gran impacto negativo en términos de demanda externa en el crecimiento de China”. Si bien muchas de las restricciones se han levantado, también se han promulgado otras nuevas, incluso en vuelos internacionales, con el fin de tratar de prevenir una segunda ola de infecciones. En el período reciente, el gobierno chino ha tratado de hacer que la economía esté más basada en el consumo interno. Sin embargo, las ventas minoristas cayeron un 16 por ciento en marzo.
Esta vez, el gobierno no está en condiciones de apelar al enorme paquete de estímulo que puso en práctica en 2009, que comprendía un gasto público de alrededor de medio billón de dólares y una expansión del crédito, por un total equivalente al 16 por ciento del PBI. En términos porcentuales superó los rescates dispuestos por las principales potencias capitalistas, incluido Estados Unidos. En ese entonces, China ofició de locomotora de la economía mundial y su demanda fue la que estuvo en la base del aumento de los precios internacionales de los commodities y el período de bonanza experimentada por una serie los países de emergentes y latinoamericanos. Pero esto concluyó hace varios años y China ha sido arrastrada al torbellino de la crisis mundial, como lo prueba la brusca desaceleración que su economía viene experimentando. El régimen ha tratado de mantener en pie y evitar la quiebra de empresas, en especial de la órbita estatal, cuya continuidad está seriamente comprometida como consecuencia de la crisis de sobreproducción y sobreacumulación capitalista que afecta a todo el planeta, a través de un endeudamiento creciente que se ha vuelto una bomba de tiempo. La relación entre la deuda total y el PBI se expandió del 173 por ciento en 2008 a alrededor del 300 por ciento en 2019. Este financiamiento no ha servido para sacar del pantano al sector productivo y una parte creciente del mismo ha terminado siendo desviado a la especulación inmobiliaria -hasta el extremo de la creación de ciudades fantasmas-, burbujas bursátiles y activos financieros.
En consecuencia, el gobierno y el Banco Popular de China (PBoC) han dispuesto planes más modestos en comparación con los rescates anunciados en las grandes metrópolis. El gobierno ha dado algunas exenciones fiscales para las empresas y ha proporcionado fondos adicionales para que los bancos presten a las empresas en dificultades. La política monetaria se ha vuelto algo más flexible al reducir las tasas de interés de los préstamos.
Pero dado el estado de la economía mundial y el condicionante en la que entra China en esta coyuntura, es altamente dudoso que tales medidas sean capaces de revertir la declinación ya en desarrollo. A lo sumo, se estima que el ritmo de crecimiento podría alcanzar un 1,5%, que, hablando de China, representaría un verdadero colapso.
El cuadro social
Esto ya está teniendo una traducción en el número de desocupados. Los empleos precisos y los datos de desempleo para China son algo vidrioso por la manipulación de las estadísticas y engañoso, ya que su fuerza laboral comprende trabajadores migrantes del país que no son registradas fielmente en los cómputos gubernamentales.
La tasa oficial de desempleo urbano se situó en un máximo histórico del 6,2 por ciento a finales de febrero, y cabe esperar que aumente aún más en los próximos meses, incluso si la economía vuelve a un crecimiento positivo. Por lo pronto, en los dos primeros meses de 2020, el país vio destruidos unos 5 millones de puestos de trabajo, en el marco de una fuerza laboral total de 900 millones de personas en edad de trabajar. El gobierno se enfrenta a un problema importante para el número récord de graduados universitarios en la búsqueda de empleo que ahora llegan al mercado laboral. El régimen chino se fija el objetivo de proporcionar al menos 10 millones de empleos urbanos más cada año. Pero según Wang Tao, economista de UBS (sociedad suiza de servicios financieros), incluso cuando el mercado laboral se recupere, el empleo no agrícola caerá en 14 millones este año.
Esto puede poner en tela de juicio la “estabilidad social” que siempre ha sido materia de preocupación del Partido Comunista chino (PCch) y, en especial ahora, pues el régimen de Xi es consciente que la continuidad en el tiempo de su mandato depende de ello, con más razón cuando el crecimiento, lejos de atenuar las desigualdades sociales, las ha potenciado. Y, a caballo de ellas, ha ido en aumento el clima de descontento y de hostilidad en las filas de los trabajadores.
Perspectivas
Este cuadro de situación obsesiona a la elite dirigente. Cada año, el PCch anuncia -durante la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional, que tiene lugar en marzo- su objetivo anual de crecimiento. Sin embargo, la reunión fue cancelada este año debido al coronavirus y, por ahora, las autoridades se han abstenido de aventurar sus pronósticos.
Lo cierto es que esta vez va a ser difícil que China pueda sustraerse a las quiebras de una franja de empresas, cuya viabilidad ha pasado a estar cuestionada por la bancarrota capitalista. “La contracción del PBI entre enero y marzo se traducirá en pérdidas permanentes de ingresos, que se reflejarán en quiebras de pequeñas empresas y pérdidas de empleos”, analizó Yue Su, de la Economist Intelligence Unit (La Vanguardia, 16/4). El país asiático se ha convertido en uno de los eslabones vulnerables y explosivos en esta nueva transición. De ser uno de los factores contrarrestantes de la crisis mundial, ha pasado a transformarse en una de las palancas de su agravamiento. Esto crea las condiciones para una intervención de mayor amplitud de la clase obrera china. Aunque con sus marchas y contramarchas, esta enorme fuerza laboral ya viene despabilándose estos últimos años, como lo prueban la multiplicación de huelgas y conflictos laborales. Su despertar definitivo augura un giro determinante en la lucha de clases mundial.
Pablo Heller
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