Hasta hace poco podíamos leer en los diarios que los bancos, en especial en Alemania, remuneraban a quienes estaban dispuestos a solicitar préstamos, en lugar de cobrar por ellos una tasa de interés. Semejante distorsión ponía de manifiesto que las contradicciones de la acumulación capitalista levantaban temperatura de una explosión más aguda que en el pasado. Los bancos operaban de este modo porque no podían mantener depósitos de clientes en sus cuentas sin al mismo tiempo poder convertirlos en créditos a un interés superior y obtener una ganancia por la diferencia. En estos días fuimos informados de algo considerablemente peor para una compañía capitalista: tener que pagar cuarenta a dólares a quien estuviera dispuesto a comprarles un barril de petróleo. La razón es que los tanques se encuentran colmados de combustibles que no se han podido colocar en el mercado. Para los observadores del caso, la catástrofe petrolera es la consecuencia de una caída estrepitosa de la demanda, producida por el derrumbe de la inversión y del consumo ocasionado por la pandemia del Covid-19.
Esto es en cierto modo así, pero en su mayor parte representa una descripción distorsionada de lo que está pasando. Ocurre que entre el productor de petróleo y el comprador final hay una cadena de intermediarios que tienen la capacidad de inflar la demanda con propósitos especulativos. Si el barril está, digamos, a u$s30 y se estima que podría subir, al cabo de unos meses a u$s60, se produce una compra de la mercancía a futuro, para obtener un beneficio con la diferencia. Esta demanda ficticia puede ampliar el mercado de un producto a niveles simplemente fantásticos. Es lo que ha ocurrido desde los tulipanes holandeses en el siglo 18 hasta el derrumbe hipotecario en numerosos países hace una década. La demanda ficticia lleva a la sobreproducción, en tanto los productores encuentran siempre un punto de salida a su excedente, sin poder medir la elasticidad final de un mercado semejante. El propósito de superar los límites del capital solamente ha servido para acentuar el derrumbe.
Es así que, con un costo de producción de cuatro dólares, Arabia Saudita pudo vender el barril por arriba de u$s120, en la primera década del siglo, lo que es una renta minera absurda. Por otro lado, con este nivel de precios resultó redituable explotar el pre-sal brasileño, con un método horizontal a más de dos mil metros de profundidad, y luego el shale norteamericano, mediante la fractura de rocas. La sobreproducción se amplió sin parar, y luego fue apuntalada por tasas de interés cercanas a cero para financiar esos emprendimientos. A esto se agregó algo más: los países productores se endeudaron en gran escala para financiar obras de infraestructura, ofreciendo el petróleo caro como garantía. El gasto en construcciones urbanas, muy alejado de los yacimientos, se convirtió en un costo adicional, porque debía cubrir las garantías comprometidas.
Antes de la pandemia, la cotización del petróleo norteamericano, a u$s30 el barril, pareció ofrecer una gran oportunidad a un mercado que estimaba que subiría al doble, u$s60, lo que produjo una avalancha de inversiones en las entidades financieras que compran y venden contratos de petróleo todos los días, a un precio a futuro, que es establecido por la oferta y demanda, no de vendedores y compradores del producto, sino de los mercados financieros. Una semana antes del derrumbe, las entidades de intercambio financiero (ETF), que transan contratos de materias primas, recibieron u$s1,5 mil millones de fondos para ser aplicados a este negocio. El fondo United States Oil tenía en su poder el equivalente a 146,5 millones de barriles, en contratos de entrega en junio. En solo un mes, el ingreso de dinero que comercian con futuros de petróleo había aumentado un 400 por ciento. Cuando quedó en evidencia la sobreproducción, al comprobarse que se había agotado la capacidad de almacenamiento de combustibles, el precio del barril del día se hundió como nunca, dejando ver una diferencia abismal entre la cotización al contado y la de contratos futuros. La venta masiva de estos tuvo lugar de inmediato. El resultado fue la unión de dos precios ficticios, el de futuro inflado por una demanda financiera, y el de contado, deprimido por debajo del costo más barato de toda la cadena de explotación. Esta es toda la verdad acerca de lo que los economistas burgueses llaman “asignación racional de recursos por parte del mercado”.
Las transacciones de contratos en este mercado y las cotizaciones que resultan de ellas son una referencia (‘benchmark’) para numerosos mercados financieros, por ejemplo, las bolsas de los países petroleros, el oro, las divisas. Estos mercados no operan al contado sino a crédito, y las más de las veces con dinero y garantías de varios de ellos. Es decir que inicia una cadena de bancarrotas. Es cierto que el detonante pueda haber sido el coronavirus y el cercenamiento que impuso a la demanda de numerosas empresas que se quedaron sin fuerza de trabajo debido a la epidemia y a las cuarentenas. Pero la estructura estaba lista para venirse abajo, como cuando uno mete el dedo en un castillo de naipes. El endeudamiento mundial es calculado en u$s280 billones.
Esta crisis tiene implicancias políticas y geopolíticas. Perjudica a Estados Unidos y a Trump, que apostaron fuerte al autoabastecimiento, y a sus aliados, y beneficia a China, que podrá importar un combustible más barato. Beneficia a la manufactura norteamericana, que pagará menos por la energía, en perjuicio de las petroleras que sólo cuentan con inversiones en Estados Unidos: Trump anunció que pondría una tarifa a la importación de petróleo, para subir el precio interno y rescatar a las petroleras. Es un golpe durísimo contra la acción pública frente a la pandemia, dado que restará fondos al estado, ni hablar del perjuicio que implica para México, Venezuela, Ecuador, Bolivia e incluso Brasil – o para los inversores en Vaca Muerta, que han enterrado capital en el proyecto. Cuando se tiene en cuenta la competencia gangsteril que se ha desatado entre las grandes potencias por el acaparamiento de material sanitario, el hundimiento del mercado petrolero amenaza con un desarrollo más violento. Gran Bretaña acaba de rechazar una acción común con la Unión Europea para proveerse de respiradores y equipos de testeo.
La lucha contra el covid va siendo rápidamente desplazada, o ubicada en un plano secundario, por una crisis política mundial, derivada de la bancarrota del capitalismo. Los luchadores deben tener en cuenta estos giros del escenario internacional y de sus protagonistas, y actualizar en todo momento la táctica política de la clase obrera y las consignas que mejor la reflejan.
Jorge Altamira
21/04/2020
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