miércoles, junio 10, 2020

Brasil, la próxima parada

El lunes pasado, La Nación dio cabida a tres corresponsalías acerca de Brasil, que ilustran la transición política desatada por los golpes que ha recibido el gobierno de Bolsonaro. Hemos desarrollado, en varias ocasiones, no solamente en Política Obrera, que las crisis políticas no deben entenderse como una suerte de vacío de poder, sino como la irrupción de una etapa política diferente, como una transición, cuyo desenlace se encuentra condicionado, al menos en última instancia, por la actuación de las clases en presencia.

De Trump a Bolsonaro

Un cable de Brasilia informa la ruptura con Bolsonaro de parte de Olavo de Carvalho, un mentor del presidente, que vive en Estados Unidos, en términos muy violentos. De Carvalho, lo que sería el ala fascista del gobierno, denuncia la inconsecuencia y hasta la “cobardía” de Bolsonaro para llevar adelante el enfrentamiento contra los poderes judicial y parlamentario de Brasil, y el desarrollo de milicias para combatir no ya el comunismo, sino las orientaciones de género y a los movimientos antirracistas.
En un gabinete copado por militares retirados, los improperios de Olavo constituyen un ataque dirigido al mando de las Fuerzas Armadas, e intenta dar voz a los sectores de la escala inferior de ellas y de la policía. El Tribunal Superior de Justicia se ha transformado en una cabeza de la agitación política contra Bolsonaro, lo cual permite entender por qué el ministro de Educación los calificó, en una reunión de gabinete, que se hizo pública, de “vagabundos que debían estar en cana”. En el Parlamento, Bolsonaro se moviliza para comprar al bloque conocido como ´centrao´, con la mala fortuna de que quienes fueron nombrados para cargos públicos muy importantes en términos de dinero, tuvieron que ser cesanteados en horas, debido al pedigree que ya tienen en los tribunales.
No es casual, entonces, que Bolsonaro haya perdido el apoyo de Trump. En una semana, de corrido, Trump prohibió el ingreso de viajeros desde Brasil y condenó enseguida la política de Bolsonaro frente a la pandemia, sin reparar que el brasileño la ha copiado del norteamericano. La crisis que sí ha tenido Trump con sus ministros militares y el alto mando ha puesto fin a las veleidades golpistas de Bolsonaro. De Carvalho, desde su puesto en USA, puede observar de cerca cómo se pulveriza el bolsonarismo en EEUU, debido al asedio de una rebelión popular.

De Minneapolis a Sao Paulo

La rebelión popular, para quien la quiera ver, se expande ´urbi et orbi´. Frente a tanto macaneo sobre la ´subjetividad´ y la ´consciencia´ de las masas, es muy instructivo que en Gran Bretaña se derriben estatuas de negociantes de esclavos y, además, filántropos, del siglo XVIII, como la del padre espiritual de Boris Johnson, Winston Churchill, el colonialista por excelencia. Es lo que se desarrolla también en Brasil, a pesar de las limitaciones de una cuarentena que enfrenta un veloz desarrollo de la pandemia. La cuestión de la brutalidad policial contra las personas negras es más fuerte que en Estados Unidos – en gran medida porque los descendientes de esclavos, en Brasil, son mayoría de la población, y la esclavitud ha sido tres veces mayor en números. Brasil vive bajo tensión de una rebelión inminente.
El tercer artículo de La Nación es para guardar en una carpeta.

Conspiradores truchos

Se trata de tres entrevistas: al ex gobernador del estado de Ceará, y ex candidato a la Presidencia, Ciro Gomez; al expresidente Fernando Henrique Cardoso; y al presidente del parlamento, Rodrigo Maia – de quien depende autorizar el tratamiento de un juicio político a Bolsonaro. La conclusión del trío es la misma: no conviene echar a Bolsonaro, dice, por ahora. Uno de ellos fija la fecha para voltearlo en agosto, para cuando presume el reflujo de la pandemia. Esta tesis no se ha verificado para Estados Unidos. Henrique Cardoso esconde su inacción con un concepto: “Será el mismo presidente el que genere esas condiciones” – de su caída.
La conclusión de Cardoso, en términos más concretos, significa que no tienen aún el apoyo de los militares. Lo cual significa también que la variable que no exhiben, pero más probable, sea un golpe, porque Brasil, o sea el pueblo, no aguantaría el largo proceso parlamentario de un ´impeachment´. Detrás la ´flema´ que exhiben los entrevistados por La Nación en cuanto a la salida de Bolsonaro segura y ordenada, se encuentra un ´impasse´, o sea la tendencia al inmovilismo que engendra el temor a que una crisis por arriba desate una irrupción de las masas.
Pero una salida parlamentaria es lo que proponen o plantean los sectores democratizantes, el PT y la burocracia de la CUT. Se trata, es claro, de un freno político contra la intervención de las masas, que tendrá lugar de todos modos, mediante huelgas y manifestaciones. La cuestión negra vuelve a la agenda política de Brasil como consecuencia de la crisis excepcional en desarrollo. No fue resuelta en el siglo XIX porque en Brasil la esclavitud no fue liquidada en forma revolucionaria, como tampoco lo fue el ´apartheid´ en Sudáfrica, en tanto que la emancipación arrancada por medio de la guerra civil, en Estados Unidos, fue liquidada por la contrarrevolución en el período de la reconstrucción ulterior. El racismo es una forma de explotación social asociada a la contrarrevolución burguesa; solamente puede liquidarlo una revolución socialista de alcance mundial. Que se vuelva a plantear de nuevo, en medio de la crisis sanitaria y la bancarrota económica, es una demostración de la naturaleza universal de la transición histórica revolucionaria actual.

Jorge Altamira
09/06/2020

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