jueves, junio 11, 2020

El sistema del fake

En tiempos de postverdad la mentira ha inundado el espacio público recordándonos que las palabras nombran, y por tanto definen los hechos. Como ya no tenemos a Orwell para ayudarnos a investigar por qué ciertas expresiones son borradas de algunos argumentarios y otras emergen con fuerza creando una nueva realidad, quizá sea interesante analizar y describir cómo la mentira nos tiene rodeados.
Al final de su libro Fake. La invasión de lo falso (Espasa), Miguel Albero da a mi juicio con la clave que ayuda a entender el fenómeno, lo que él llama «el sistema del fake«. De la misma manera –señala Albero–, que el sistema del arte es un conjunto de relaciones entre personajes fijos que va desde «el artista, seguido por el galerista, el marchante, el crítico, el museo y, finalmente, el público», en el que cada cual tiene un papel específico para que el conjunto funcione, en el mundo de lo falso y de la mentira también hay una serie de personajes arquetípicos cuyo concurso es imprescindible para que lo falso triunfe. Al igual que en el sistema del arte, en el de las fake hay beneficiarios, damnificados, víctimas, cómplices… «pero todos son necesarios para la falsificación, todos forman parte del sistema», recuerda Albero.
Movidos en unos casos por el dinero, como ocurre con los falsificadores de obras de arte, o en otros por el poder, quienes activan estos mecanismos son conscientes de la importancia de articular un sistema para que funcione, y en ello ponen todo su empeño. El falsificador de arte aceptará con gusto que el marchante se lleve una parte de las ganancias y el galerista media ración de beneficios y otra media de prestigio, pero sobre todo necesita de alguien que tenga la imperiosa necesidad de lucir un Picasso en su salón, aunque sea falso. A nadie, además, le interesará que la mentira estalle: Unos porque pueden acabar en la cárcel y dejar de embolsarse buenas ganancias y otros porque se descubrirá que no son tan millonarios como parecía y que, además, les han timado. Pues bien, de la misma manera quienes han ensuciado el debate público de mentiras, también reparten beneficios entre quienes las reproducen y amplían, rebosando claramente los límites del periodismo y creyendo que ganan prestigio, sobre todo a los ojos de quienes estarían encantados de que la realidad fuera así. Jamás aceptarán que su mensaje es pura invención y/o manipulación porque, como pasa con los falsificadores de arte, todos saldrían perdiendo, incluyendo, por supuesto, quien fue engañado.
Entender este sencillo y clarificador mecanismo ayuda a comprender mejor muchos de los debates de hoy. A nadie en su sano juicio podría cuadrarle que un Gobierno con la responsabilidad de gestionar un país hiciera a sabiendas nada para complicarse la vida con una pandemia arriesgando incluso sus propias vidas. Como Jesús Maraña en este artículo lo explica haciendo gala de una ironía tan inteligente como dolorosa, no me extenderé. La pregunta que sigue a ese análisis es por qué siendo tan evidente que el argumento, una fake de libro, no puede ser cierto, sigue avanzando y creciendo. Sencillamente porque ha activado un sistema que funciona: Una derecha dispuesta a derrocar al Ejecutivo desde el primer minuto de su constitución que ha encontrado en la pandemia una ocasión de oro; unos medios de comunicación afines que no tienen empacho en saltarse las más elementales reglas de primero de Periodismo (y no sólo por los falsos off the record), que encuentran allí un filón informativo con el que diferenciarse y, sobre todo, con el que contentar a un público que ve al Gobierno como una especie de Saturno devorando a sus hijos. Aunque no sea defendible desde la racionalidad, ni creíble desde ningún punto de vista –que el Gobierno autorizó la manifestación del 8M consciente de la pandemia que se estaba gestando–, el mero hecho de enunciarlo genera confusión, siembra dudas y provoca un reconfortante gusto de autoconfirmación a quienes ven en él la encarnación de todos los males.
El sistema funciona y deja contentos a todos sus personajes, así que, ¿a quién le importa la verdad? Al fin y al cabo, como recuerda Albero en su libro, la búsqueda sistemática de la verdad a través de la objetividad no se iniciará hasta el siglo XVIII. Antes de que la Ilustración iluminara el pensamiento, la ortodoxia religiosa, el apego al territorio o la lealtad al poder estaban por encima de la búsqueda de la verdad. Este abandono de la objetividad por los «hechos alternativos», acompañado del protagonismo de las pasiones que imposibilita ningún debate digno de tal nombre, no hace sino retrotraernos a los tiempos previos a la modernidad.
Pero seamos honestos y avancemos un poco más. Hace unos días, mientras clamaba al cielo contra la invasión de las fake y el uso que de ellas están haciendo algunos líderes políticos, una enorme sonrisa de satisfacción apareció en mi cara cuando vi que la revista Time llevaba en su portada la cara de Trump con una silueta del bigote de Hitler que le asemejaba al dictador. Al rato me enteré que también era fake, pero me hubiera encantado que fuera realidad, hasta el punto que lo retuiteé al minuto y luego me vi obligada a pedir disculpas y borrar el tweet. Con esto no estoy estableciendo ningún paralelismo ni adoptando una posición equidistante, pero sí confirmando algo que es esencial para entender lo que está pasando: Las fake funcionan porque hay alguien que está deseando que sean verdad. Y a partir de esta constatación podemos seguir preguntándonos los porqués.

Cristina Monge

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