Devaluación y rescate al capital
En su discurso de la asunción a la presidencia de la nación, pronunciado el 25 de mayo del 2003, fue el propio Néstor Kirchner quien declaró que el objetivo estratégico de su mandato sería la reconstrucción de la burguesía nacional. El concepto de “reconstrucción” aludía directamente a la crisis del 2001, porque la salida de la convertibilidad planteó la amenaza de quiebra de un sector muy amplio de las empresas de capital nacional y también internacional que habían apoyado y se habían beneficiado bajo el menemismo. Los empresarios locales abrazaron con entusiasmo el ciclo de las privatizaciones que encabezó Menem, porque vieron la posibilidad de asociarse más a fondo con el capital internacional para acaparar la infraestructura del país, explotar sus recursos naturales y avanzar sobre conquistas históricas de los trabajadores. Un ejemplo demostrativo fue lo ocurrido con la privatización de las jubilaciones, que fue apoyada por todos los banqueros nacionales, incluida la banca llamada «solidaria» del Credicoop, y también por la burocracia sindical, que se asoció a los bancos como socios minoritarios en las AFJPs. Se invocaba que dicha privatización serviría para crear un mercado de capitales local en moneda nacional, pero concluyó no solo con un confiscación del aporte previsional de los trabajadores sino también con una fuerte devaluación que golpeó duramente al peso y una “pesificación” que confiscó a los ahorristas. Otro ejemplo similar fue lo sucedido con el petróleo. En su carácter de gobernador de una provincia petrolera, Néstor Kirchner fue un factor importante para ejecutar la privatización de YPF y el traspaso de la propiedad del subsuelo a las provincias, incorporado como uno de los puntos centrales de la reforma constitucional que habilitó la reelección de Menem. Los famosos 600/1000 mil millones de dólares que depositó en el exterior con destino nunca esclarecido, y que en todo caso pavimentaron su proyección política, fueron la “comisión” de la entrega petrolera.
La crisis del 2001 y la salida de la convertibilidad llevaron a que el empresariado reclame la intervención del Estado para evitar una quiebra generalizada del capital. Antes que Néstor Kirchner, fue su mentor Eduardo Duhalde el que impulsó la pesificación de los pasivos de las empresas y la emisión masiva de deuda para asistir a los bancos. Quien más se benefició de esta medida fue el grupo Clarín, cuyos pasivos en dólares amenazaban con llevarlo a la bancarrota o a mal vender la empresa a capitales extranjeros. La devaluación, además, favoreció al conjunto de la clase capitalista al desvalorizar la fuerza de trabajo medido en dólares. El ciclo económico internacional, dictado por el llamado acople chino-norteamericano, permitió una reactivación de la demanda mundial que impactó en la suba de los precios de las materias primas. La capacidad ociosa que tenía el aparato industrial instalado en el país permitió, en este contexto, un crecimiento sin demandar inversiones significativas. En lo esencial a esto se redujo el supuesto milagro del kirchnerismo del 2003-2007.
Setentismo y patria contratista
En el plano ideológico y de los discursos, las modificaciones operadas fueron relevantes. Quienes habían gobernado con el menemismo, haciendo loas de las privatizaciones y del libre mercado, pasaron a promocionar las ventajas de la intervención del Estado. Este travestismo tuvo su expresión más cabal en Néstor Kirchner, quien de ser un defensor de las privatizaciones pasó a desempolvar un setentismo tardío e impostado. En cierta medida, su mayor mérito radica en esta versatilidad, que le permitió acompañar y hasta cierto punto promover el giro que necesitaba la burguesía nacional. En la política de derechos humanos el cambio de discurso fue aún más pronunciado. Néstor Kirchner pasó de apoyar activamente la reelección del indultador Carlos Menem en 1995 a definirse como hijo de las Madres de Plaza de Mayo en la Asamblea General de la ONU. Sin embargo, durante sus primeros años de gobierno se negó a anular las leyes de impunidad votadas bajo el gobierno de Alfonsín. Solo lo hizo cuando comenzaron a acumularse pedidos de extradición de genocidas por varios países europeos. Frente a esto los propios militares preferían ser juzgados en el país que en el extranjero.
La reconstrucción de la burguesía nacional anunciada como misión prioritaria de su gobierno planteaba una cuestión de fondo: quién pagaría o financiaría dicha reconstrucción. La respuesta no tardó en aparecer. La proliferación de una política de subsidios masivos a las empresas por parte del Estado mostró que sería financiado por la población laboriosa, sea por el pago de impuestos que van al fisco, o como fue sucediendo con mayor fuerza con el correr de los años, con emisión monetaria que acrecentaba el impuesto inflacionario que también pagaban los trabajadores. Estos subsidios al capital muchas veces estaban disfrazados como un subsidio a la población. Es lo que sucedía con el congelamiento tarifario, que tenía como contraparte subsidios masivos a las empresas de energía, del transporte u otros servicios. El congelamiento tarifario reducía el costo de la canasta familiar y con ello de los propios salarios, lo que implicaba un beneficio al conjunto de la clase capitalista instalada en el país. En materia energética estos subsidios adquirieron un volumen fenomenal, llevando a que el gobierno pase del superávit al déficit fiscal. La inviabilidad de mantener esos subsidios en el tiempo llevó a una huelga de inversiones de las empresas, obligando en determinado momento a importar energía. Ya bajo el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner la factura anual que debió pagarse por dicha importación superó los u$s 10.000 millones. Así, al déficit fiscal se le sumó el déficit de la balanza comercial. Al mismo tiempo para absorber parte de la emisión monetaria se incurrió en el déficit cuasi fiscal del Banco Central, creando un negociado a los banqueros con las Lebacs que sigue hasta nuestros días en las Leliqs, potenciado por el macrismo y ahora por Alberto Fernández.
La política de subsidios, se sabe, entrelaza a quien lo entrega con quien los recibe. Dicho de otro modo: los funcionarios tienen amplio margen para beneficiar a empresas amigas, a cambio de todo tipo de favores o retornos. Es así como aparecieron los Lázaro Báez, Ferreyra, Cristóbal López, Eskenazi y compañía, cuya «acumulación originaria» estuvo directamente relacionada con el acceso a la ayuda del Estado. El fenómeno, a su modo y a su escala, se repitió en toda América Latina y caracterizó a todos los llamados «gobiernos populares». Lula fue quien impulsó más a fondo esta orientación, mediante el apoyo directo a grupos como Odebrecht no solo en Brasil sino en todo el subcontinente. Varios de los golpes que hemos visto en América Latina en estos años tuvieron que ver con disputas por grandes esferas de negocios entre estas burguesías apalancadas desde los Estados y los monopolios imperialistas. Los cambios de gobierno en Brasil, Ecuador, Perú y Paraguay tuvieron que ver con estos negocios del gigante de la construcción brasilero.
Quienes rechazan la caracterización de que Néstor Kirchner fue un cuadro de la burguesía nacional citan una serie de choques, algunos importantes, entre el ex presidente y los grupos empresariales locales. Todo eso es cierto, pero no desmiente sino que confirma esa caracterización. Sucede que el capitalismo es un sistema basado en la competencia. Cada grupo capitalista brega por sus propias demandas. Ante esto la función de los gobiernos no es traducir de modo automático las demandas y reclamos de cada grupo empresarial sino poner por delante los intereses generales de la clase capitalista. Perón llegó a declarar la disolución de la UIA y la Sociedad Rural pero siempre con el propósito de crear las condiciones de un desarrollo capitalista. Néstor Kirchner no fue tan lejos como Perón. Sus choques nunca pasaron a mayores. Cuando Chávez amenazó con expropiar la filial de Techint en Venezuela, Néstor Kirchner intervino a su favor para asegurar una indemnización millonaria.
Como todos los gobiernos que se reclaman «nacionales y populares», el de Néstor Kirchner buscó una alianza cerrada con la burocracia sindical, como un recurso para estatizar al movimiento obrero y evitar una acción política independiente. Poco antes de su fallecimiento, impulsó la creación de La Cámpora, pero les hizo una advertencia: no cometan el error de los 70 y no se metan en los sindicatos. La relación con la burocracia sindical se la reservaba exclusivamente para él. Por eso es verosímil que cuando una semana antes de su fallecimiento una patota de la Unión Ferroviaria organizada por Pedraza asesinó a Mariano Ferreyra en el barrio de Barracas, el golpe sobre su deteriorada salud haya sido muy severo. Él como nadie era el responsable político máximo del pacto entre su gobierno y la burocracia sindical, y agregamos acá, las empresas concesionarias del ferrocarril y del transporte.
Transversalidad y bonapartismo tardío
Aunque muchos quieran asimilarlo al peronismo, Néstor Kirchner se destacó por ser quien de un modo muy agudo visibilizó su tendencia al agotamiento y su alto grado de descomposición. En los primeros años de gobierno eludió una y otra vez la presidencia del Justicialismo. Cuando impulsó a su esposa como su sucesora, lo hizo en una “concertación plural” con el radicalismo que se plasmó en la fórmula de Cristina Fernández-Cobos. Su decisión de apoyarse directamente en el PJ estuvo determinada por la derrota del gobierno en el conflicto del capital agrario en el 2008 y la derrota electoral del 2009. O sea, fue un recurso último para evitar la caída del gobierno.
La muerte de Néstor Kirchner produjo cambios políticos significativos. Se frustró para siempre el plan de una alternancia dentro del propio matrimonio presidencial que permita sortear las restricciones constitucionales de reelección por más de dos mandatos. Sin embargo y a pesar de su muerte, el crecimiento transitorio que tuvo la economía mundial luego de la crisis del 2008, principalmente por el empuje de China, le permitió a Cristina Fernández de Kirchner lograr su reelección con cifras récord en el 2011. Por fin el kirchnerismo cobraba la forma de un régimen bonapartista, pero como señalamos desde el Partido Obrero, se trataba de un bonapartismo tardío. Las condiciones económicas generales rápidamente iban a mostrar que ese triunfo era en buena medida un espejismo. Las derrotas electorales del 2013 y el 2015, tanto en la nación como en la provincia de Buenos Aires, mostraron que la burguesía nacional a la que Kirchner había servido en vida reclamaba un nuevo giro, que sería encabezado por el macrismo. El programa de ese giro era la vuelta al mercado de capitales y abrir un nuevo ciclo de endeudamiento. Quienes gobernaron con Néstor Kirchner y Cristina Fernández de modo masivo colaboraron activamente con el macrismo. Lo prueban las leyes aprobadas por el PJ a Macri, el viaje de éste con Massa a Davos y los acuerdos sellados entre Triaca y la CGT.
La vida política de Néstor Kirchner, sus momentos de ascenso y también sus derrotas, aparecen entonces íntimamente ligados a los cambios y virajes de una clase capitalista que ha fracaso en desarrollar al país, incrementar la productividad del trabajo, independizar al país de la dominación imperialista y lograr un creciente bienestar de la población. Los más 15 millones de pobres, los casi 4 millones de desocupados, la crisis habitacional, la primarización de la economía, la falta de una moneda nacional, son todos testimonios de ese fracaso histórico que envuelve a los Kirchner, a los Macri, a los Menem, a los De la Rúa-Álvarez y a los Duhalde. La superación de esa experiencia fracasada solo puede venir desde el campo de los trabajadores, con una alternativa socialista.
Gabriel Solano
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