Como fuera anticipado por el conjunto de los especialistas y por la Organización Mundial de la Salud (OMS), Europa vuelve a estar bajo el azote de la pandemia de Covid-19. En la última semana, sonaron las alarmas en todas las capitales del viejo continente ante los anuncios de que el nivel de contagios, con un promedio de 150 mil casos diarios, triplica al que hubiera durante el primer pico de infecciones que tuvo lugar en marzo.
Si bien los funcionarios buscan transmitir tranquilidad indicando que la mortalidad actual representa un porcentaje menor respecto de la de abril, cuando los miles de muertos en Italia o España conmocionaban a la opinión pública, desde la OMS señalan que, de mantenerse las tendencias actuales de contagios y ocupación de camas de terapia intensiva el número de muertes podría cuadriplicar al registrado durante la primavera boreal (El Tiempo, 19/10).
En esta etapa el virus está impactando con fuerza en regiones donde no había causado crisis particularmente graves. Así, entre los países que se encuentran a la cabeza de la cantidad de contagios por habitantes se encuentran casos como República Checa, Países Bajos o Bélgica. Sin embargo, los grandes Estados europeos también tienen números alarmantes: Francia registró el viernes último un récord de 30 mil casos, España 38 mil solo el lunes y en Italia se están superando los 10 mil contagios nuevos por día. De esta manera, está creciendo de forma preocupante la presión sobre el sistema de salud, cuando se aproxima la temporada invernal y las afecciones respiratorias que le son propias.
Ante esto los gobiernos del continente están respondiendo con medidas de aislamiento social, restringiendo horarios de funcionamiento de locales gastronómicos, reduciendo el número de personas que pueden permanecer juntas en un solo lugar y, en el caso de Francia, con la declaración de un toque de queda que impide la circulación en horarios nocturnos. Esta política consistente en implementar una mera restricción a la circulación social encierra un contenido reaccionario por partida doble, por un lado, por las mayores prerrogativas que otorga al aparato represivo y, por el otro, porque deja indemnes a las empresas, cuya actividad económica seguirá en funcionamiento sin inconvenientes.
Con estas disposiciones se coloca la responsabilidad de los contagios sobre la población en general, cuando los principales centros infecciosos han sido los lugares de trabajo (notablemente los polos industriales) tanto en los comienzos de la pandemia como en el periodo de baja de contagios ya que durante el mismo persistieron focos en el agro o entre las aglomeraciones fabriles más precarizadas. La política de privilegiar los intereses capitalistas orquestada por los gobiernos es la principal responsable de los contagios y las muertes, en un primer momento por atrasar las medidas de paralización económica y luego por su levantamiento prematuro, lo que incluyó la libre circulación durante la temporada estival, todo lo cual, sentó las bases del nuevo crecimiento de los contagios.
Mientras tanto, han dirigido los recursos estatales a sostener a las patronales mientras los trabajadores sacrifican su salud y sus condiciones de vida. Así, el desempleo viene creciendo en toda la zona euro, aumentando en 1,4 millones el número de desocupados entre este periodo y el mismo del año pasado (El País, 1/10) y la situación tiende a agravarse en la medida en la cual van venciendo los programas de estímulo brindados por los Estados.
Para la clase obrera está planteada la necesidad de una intervención de conjunto ante la crisis continental. Esta nueva etapa de la pandemia vuelve a colocar el planteo de la centralización y equipamiento del sistema de salud a la orden del día. A la vez, la prohibición de los despidos y rebajas salariales, la suspensión de las actividades económicas no fundamentales y los protocolos obreros en los lugares de trabajo constituyen un paquete de medidas para avanzar en que esta crisis no la paguen los trabajadores.
Leandro Morgan
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