“Super Trump”, por su parte, agradeció “a Dios” (sic) haberse contagiado el Covid-19, cuando EE.UU. encabeza desde marzo pasado todos los rankings, a nivel mundial, de contagios y muertes por la pandemia, y “cuando al menos 34 funcionarios de la Casa Blanca y aliados políticos del presidente que tuvieron contacto con el gobierno trumpista fueron infectados por el coranavirus” y “las sospechas de que el mandatario lo contrajo antes de lo que se cree y (cuando) aún no ha sido dado de alta por su equipo médico” (La Nación, 9/10).
Al comienzo del brote de coronavirus, “Donald Trump estaba alegre por el virus cuando, golpeó desproporcionadamente a sus enemigos políticos: los estados de color azul profundo de Nueva York, Washington y California; a las personas negras y latinas de todo el país; a los inmigrantes de África y América Central que trabajan duro en las plantas empacadoras de carne infectadas” —recuerda Samuel G. Freedman, profesor de periodismo en la Universidad de Columbia— “ahora que la plaga ha golpeado a Trump, a su esposa, a su secretaria de prensa, a su director de campaña, al presidente de su partido, a su susurrador de odio Stephen Miller, y a imbéciles políticos como Chris Christie, por citar solo una lista abreviada. Sin inmutarse, el presidente Trump reformuló una pandemia letal como una ´bendición´ divina” (Haaretz, 9/10). “Con un presidente tan ansioso por ver señales providenciales y maravillas en su mal manejo de la pandemia, entonces, usando la Biblia como guía”, —se pregunta Freedman— ¿”el destino de Trump y sus seguidores de culto es marchar, sin máscara, hasta las aguas turbulentas de un Mar Rojo electoral el 3 de noviembre”?
Norberto Malaj
09/10/2020
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