Trump ha denunciado el voto por correo e incluso la emisión adelantada del voto en sede electoral como una maniobra para organizar un fraude a favor de Biden, aunque se trate de un procedimiento consagrado en el sistema electoral norteamericano. De acuerdo a las encuestas, la mayoría de ese voto es de un electorado demócrata. En esta ocasión, como consecuencia de la pandemia ha sumado a casi cien millones de votantes, que pretenden evitar las aglomeraciones del día de la votación. En esta línea de impugnación, Trump ha llamado a sus seguidores a votar solamente el mismo martes, con la expectativa de obtener una victoria en el recuento de votos del día, para crear un clima político favorable para cuestionar los votos ya sufragados. Al mismo tiempo ha reclamado que el conteo de estos últimos se haga dentro de los tres días posteriores a la elección, aunque la fecha límite sea mediados de diciembre, cuando se debe reunir el Colegio Electoral encargado de designar al Presidente. En este marco golpista ha instruido al Servicio Postal, bajo la cobertura del sigilo, a retrasar el envío de los votos por correo. Como moño del paquete, la Corte Suprema, con mayoría de dos tercios para la derecha, ha decidido, en el caso del estado de Wisconsin, que no se cuenten los votos por correo emitidos que lleguen después del 3 de noviembre, aunque fueron emitidos con anterioridad. Se trata de una manifiesta irregularidad porque viola una prerrogativa de cada estado - ¿pero quién declara la inconstitucionalidad de una sentencia de la Corte? En 2000, una mayoría de derecha suspendió el conteo en el estado de Florida y dio la victoria al republicano George Bush, contra el demócrata Al Gore, por unos centenares de votos de diferencia. Como se ve, la Corte tiene el poder, en un régimen que se jacta de la división de poderes, de decidir quién preside el país. La interferencia de una camarilla de derecha de la Corte es una de las medidas de la crisis de régimen político que enfrenta Estados Unidos. El Financial Times advierte, ante este fallo, que “la situación puede ponerse tensa si el resultado es muy estrecho y Trump repite sus afirmaciones sin fundamentos de que el proceso está teñido de fraude”.
Los últimos diez días de la campaña han sido determinados por este objetivo golpista. Trump, de acuerdo a los sondeos, se encuentra casi nueve puntos atrás de Biden, y también pierde en los estados volátiles o incluso con tendencia republicana, con alguna excepción, y hasta se vislumbra su derrota en Texas. Trump ha concentrado la campaña en algunos estados relevantes políticamente y también con peso en el número de delegados que tienen asignados al Colegio Electoral, con el propósito de crear, con victorias puntuales, un cuadro triunfalista artificial capaz de desatar una crisis política. Los discursos de Trump parecen contradecir lo que aconseja una situación dominada por una pandemia fuera de control – tanto en número de contagios como de fallecimientos, y en medio del derrumbe del sistema de salud. El llamado a desafiar las recomendaciones de los epidemiólogos, en especial del Comité de Salud norteamericano, podría acabar en una derrota catastrófica, pero es, de otro lado, una apuesta a todo o nada a la movilización fascista en la jornada electoral y en los días posteriores. Trump ha dado un apoyo al llamado a portar armas el día de la votación. Lleva hasta el final una política que no tiene retorno. Con el apoyo macizo de las corporaciones policiales, no vacila en mimetizarse en un régimen ‘bolsonarista’, que se apoya en milicias policiales y para policiales. La crisis humanitaria desatada por la pandemia ha sacudido la organización social y política del capitalismo, incluso propiciado rebeliones populares, y es recogida desde las alturas del poder político como una amenaza potencial inminente contra el sistema capitalista.
El campo de Biden no ha enfrentado esta ofensiva salvo de palabra; ni siquiera ha cuestionado a la Corte Suprema, salvo una insinuación, que no volvió a repetir, de que ampliaría su número para alcanzar una mayoría propia. La oposición demócrata, incluida su nueva ala izquierda de Sanders y Ocasio-Cortez, confía enteramente en el ‘círculo rojo’, algunos ministros de Trump y por sobre todo los servicios de inteligencia y el alto mando de las fuerzas armadas que se opuso en el curso de la presente crisis a enviar tropas para reprimir las movilizaciones contra la brutalidad policial. Entre el arbitraje de la Corte derechista, por un lado, y los militares, por el otro, la democracia constitucional norteamericana se viene barranca abajo, pues renuncia a su rol histórico de arbitraje de los conflictos de clase.
Cuando los medios discuten acerca de la proyección internacional de la elección, se ciñen a lo que representan uno y otro candidato, no a la crisis de régimen de la potencia líder del capitalismo. Estados Unidos va a proyectar al resto del mundo su propia crisis histórica, en especial cuando la pandemia le ha dado a la crisis capitalista características aún más catastróficas. Esta tendencia no se verá alterada ni si Biden obtiene un “landslide” o avalancha electoral.
Jorge Altamira
02/11/2020
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