La Celac, antes que nada, está lejos de ser un antro antiimperialista. Entre sus miembros está Colombia, uno de los bastiones de la derecha latinoamericana. La presidencia saliente fue ejercida por el gobierno de López Obrador, uno de los referentes principales del nucleamiento, que ha cultivado un vínculo estrecho con Washington, tanto con Trump como ahora con Biden, corroborando los acuerdos históricos de libre comercio que México posee con EE.UU. y haciendo que el país azteca funcione como tapón de los migrantes centroamericanos que pretenden entrar en territorio norteamericano, a la medida de los pedidos que vienen de la Casa Blanca.
En la Celac no existe, ni siquiera asoma, una postura de ruptura con el FMI y, menos aún, de no pago de la deuda. Ni siquiera se insinuó el reclamo de una moratoria, como ocurrió en el pasado bajo la égida del peruano Alan García. En sus recientes deliberaciones se ha limitado prudentemente a exhortar por un arreglo que admita una atenuación de las condiciones leoninas que son moneda corriente en los planes del FMI.
El hecho de que la oposición derechista agite el fantasma de una «radicalización» de la coalición oficialista no nos debe hacer perder de vista que el gobierno no ha sacado los pies del plato. La política exterior no es más que una prolongación de la política interna. Este caso no es la excepción. Pero, sin desmentir estas premisa, el alberto-kirchnerismo no se priva de utilizar las relaciones «amigables» con Maduro, Ortega y el régimen cubano para tratar de sacar alguna concesión en las negociaciones con el FMI y en las relaciones más general con Estados Unidos. El gobierno de Alberto F. ha procurado exhibirse ante Washington como la principal carta de estabilización de América Latina, por un lado, y, por el otro, de control, contención y de encausamiento «democrático» de la tríada que es presentada por la Casa Blanca como el «eje del mal «en el continente (Venezuela, Nicaragua, Cuba). Alberto F. jugó esta carta desde los principios de su mandato y fue instrumentada, de entrada, por Felipe Solá. Este recurso, sin embargo, no ha servido para torcer los reclamos del Fondo.
Se ha puesto énfasis en que la Celac viene de estrechar vínculos con China y alentar el desembarco de inversiones del gigante asiático, incluido la instalación de la red 5 G. Esto es agitado como una prueba de «autonomía» con respecto a EE.UU. que, en este plano, mantiene una disputa estratégica con el país asiático. Por supuesto esto es materia de fricciones pero aun así habrá que ver hasta dónde los países latinoamericanos avanzan en esa dirección. Pero más allá de ello, el acercamiento a China no salva al gobierno de pasar por el purgatorio del acuerdo con el FMI. Pekín ha sido muy clara que Argentina debe arreglar con el dicho organismo financiero y no puede saltarse esta instancia. Está fuera del radar de la élite dirigente china romper con las reglas de juego internacionales a los cuales el gigante asiático se ha ido integrando. Recordemos que China es uno de los principales accionistas del FMI, casi a la par del Japón.
El camino del acuerdo con el FMI es una vía de mayor sometimiento, de profundización del saqueo colonial, del retroceso del país y del empobrecimiento de su población.
Pablo Heller
No hay comentarios.:
Publicar un comentario