lunes, enero 10, 2022

Los resultados de la explotación petrolera offshore en Brasil son desastrosos


Derrames, daños a la fauna y a la salud humana, y “puestos de trabajo” que nunca llegaron. 

 Durante la última semana la cuestión de la explotación petrolera offshore tuvo una relevancia crucial en la situación política nacional. Luego de las masivas movilizaciones en repudio al proyecto impulsado por el gobierno para avanzar con esta actividad en la costa atlántica, sus principales funcionarios intentaron desestimar las denuncias sobre las terribles consecuencias ambientales que tendrían las plataformas hidrocarburíferas en la superficie marítima. A pesar de que la misma fue prohibida por las catástrofes ocasionadas en varios países del mundo, los líderes gubernamentales aducen que “en muchos países del mundo se practica sin consecuencias negativas”, poniendo de ejemplo a Brasil. En los hechos, por el contrario, el país carioca es la perfecta demostración del catastrófico pasivo ambiental que deja este modo de extracción. 
 Un artículo publicado el sábado 8 en el portal ANRed explaya que Brasil tiene desde la década del ’60 proyectos de explotación petrolera en el mar, habiéndose instalado en 2007 un presal. Con más de 6.000 pozos perforados, casi el 30% del océano brasileño está demarcado para distintos grupos extractivistas solo por estas estructuras, sin contar las rutas de transporte y otras instalaciones complementarias; lo que da cuenta de que el porcentaje es en realidad mucho mayor.
 Y los desastres ambientales están a la orden del día. Como ya señalamos previamente desde esta página, en 2019 toda la zona del nordeste de Brasil amaneció con un empetrolamiento ocasionado por al menos 5.000 toneladas de crudo. Al día de la fecha, “se desconoce” (entre comillas, claro) el origen del derrame, por lo que nadie ha pagado por él. Pero como este caso hay tantos otros. Podemos hablar de explosiones de barcos como en el Paraná, desencadenando otro derrame de también 5.000 toneladas en Paranaguá, las 1.300 toneladas vertidas en la Bahía de Guanabara, o las 588 toneladas vertidas por Chevron en la cuenca de Campos, entre otras. De hecho, si se hace un promedio con los registros de petróleo caído al mar de 1970 a esta parte, la cifra es de 2,2 litros diarios. 
 Luego, la fuga de peces y animales marinos por las exploraciones sísmicas y los transportes de enormes buques es también un problema grave. Por este motivo los pescadores artesanales pusieron numerosas veces el grito en el cielo, siendo perseguidos, violentados, desahuciados e incluso hasta amenazados de muerte por agentes de las propias petroleras. Sin contar la represión estatal, de Petrobras a todo el repertorio de pulpos energéticos que explotan la actividad incurren en métodos casi mafiosos para expulsar a las comunidades pesqueras de las zonas donde trabajan.
 El argumento oficial, de cualquier modo, refiere con su negación de estos desastres ambientales que se necesita avanzar en este tipo de extractivismos para “el crecimiento del país”. Amén del carácter farsesco mismo del proyecto que le baja las regalías a las petroleras a un 6% (y cuando el destino de las mismas será pagarle cada centavo al FMI), Brasil demuestra a la par de manera fehaciente que en nada contribuyó esta actividad al desarrollo nacional. En ciudades que de punta a punta han tenido una enorme expansión por la llegada de gente para trabajar en estas plataformas, desbordando incluso la capacidad demográfica de las mismas, la población no vio siquiera un centavo de los ingresos fiscales. Las promesas de “puestos de trabajo” se desvanecieron en el aire, porque en la mayor parte de los casos las petroleras llevaron trabajadores calificados desde sus casas matrices. Sin contar que estos cargos laborales son de un estrés impensable, siendo los trabajadores sometidos a una precarización absoluta. Tanto es así que gracias al método de trabajo conocido como “embarcado”, empezaron a aflorar entre la planta laboral los padecimientos psicológicos como la depresión, y se replicaron los casos de suicidios entre distintos empleados. 
 En esencia, se cae otra impostura del gobierno nacional y sus operadores para avanzar con una agenda de saqueo del país, cuyo motor es el programa que reclama el FMI y el capital financiero sobre la Argentina. Con la contaminación a gran escala del mar argentino en manos de las petroleras no hay “desarrollo nacional”, no se termina la pobreza, no se termina el hambre. Solo se recauda un acotado margen de divisas que irá directamente a engrosar los bolsillos del Fondo Monetario. La salida a la crítica situación nacional empieza, justamente, por romper las negociaciones y cualquier tipo de acuerdo con el gigante financiero y su agenda económica. 

 Manuel Taba

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