El expresidente Lula da Silva formó un amplio frente que abarca desde el centroizquierda hasta los partidos burgueses de derecha. En el acto de toma de posesión de Alexandre de Moraes como presidente del TSE (Tribunal Superior Electoral), Lula y la exmandataria Dilma Rousseff estaban sentados junto a los expresidentes José Sarney y Michel Temer, demostrando que si por un lado tenemos un gobierno de ultraderecha [el de Jair Bolsonaro], por el otro tendremos un gobierno que dice ser de centro izquierda, pero que también es el representante de los intereses del gran capital contra las aspiraciones de trabajadores.
Si los apoyadores de Lula no se avergonzaron de la candidatura a la vicepresidencia de Geraldo Alckmin, de la foto al lado de Temer y Sarney, ni con el apoyo de André Ceciliano en Río [presidente de la Asamblea Legislativa en ese Estado], ya no pueden avergonzarse de más nada.
Bolsonaro, por su parte, no quiere soltar el hueso y amenaza con dar un golpe argumentando que existiría la posibilidad de fraude electoral [en los comicios presidenciales de octubre]. Está respaldado por empresarios deudores del BNDES (Banco de préstamos), sectores de las fuerzas armadas beneficiadas con privilegios gubernamentales, autoridades de la curia, pastores evangélicos, terratenientes y grupos milicianos. La peor basura de la sociedad.
Bolsonaro, en su caída, se volvió populista, intenta ganar votos con una ayuda de emergencia de 600 reales y con acusaciones de tipo religioso diciendo que si el petismo ganara cerraría las iglesias evangelistas. También está controlando el aumento de combustibles, dando bonos para los taxistas y tratando de controlar la inflación desenfrenada para evitar la vergüenza electoral.
Lo importante de esta caracterización es entender que las elecciones no ofrecen una solución al problema de la desigualdad social en Brasil.
Si Bolsonaro no ha hecho absolutamente nada para ayudar a los millones debajo de la línea de pobreza, Lula no tiene un programa para la transformación social de Brasil e inclusive no tiene ninguna propuesta de recuperación de las conquistas obreras y sociales aplastadas por los gobiernos de Michel Temer y Bolsonaro.
La izquierda ligada al lulismo frenó todo tipo de movilizaciones de la clase obrera y de los explotados contra los ataques reaccionarios que imponían una “reforma laboral” y una “reforma de la seguridad social” que subyuga los derechos de los actuales y futuros pensionistas.
Lula ha salido incluso a enfrentarse a cualquier tipo de ilusión en este sentido: se ha hecho cargo de aclarar durante su campaña electoral y ante las cámaras empresariales que no derogaría las reformas anti obreras.
Preventivamente, una parte considerable del imperialismo y el gran capital se ha ido definiendo por una nueva oportunidad para Lula contra el peligroso fanatismo golpista de Bolsonaro.
La lucha contra el golpe
La lucha contra el fascismo de Bolsonaro y el golpe se convirtieron en la forma disfrazada de justificar la constitución de un “frente amplio” del PT y los partidos de derecha burgueses. El rechazo contra Bolsonaro, que gana el apoyo de buena parte de la población, ha sido la brecha que encontraron los sectores oportunistas que se autodenominan de izquierda para justificar el voto a Lula sin ofrecer una alternativa.
En el PSOL (partido de centroizquierda), desde la dirección mayoritaria a sectores internos que están en contra de la dirección del partido (como los dirigidos por el diputado Glauber Braga) aceptan el frente amplio en apoyo al voto por Lula.
La campaña contra el golpe se convirtió en el eje de la campaña electoral. Lula explora este ángulo para evitar cualquier tipo de movilización independiente donde pudieran ser escuchadas reivindicaciones de lucha de las masas explotadas. Lula habló recientemente en Belo Horizonte de que se trata de una lucha entre “democracia o fascismo”. Con este slogan, se trata de diluir y subordinar las aspiraciones de las masas trabajadores en defensa de la “democracia”. Tendremos que desentrañar esta trampa.
La lucha contra el golpe y la movilización de las masas
Para enfrentar realmente la amenaza golpista, las provocaciones y acciones de la derecha, es necesario movilizar a la clase obrera y las masas explotadas de Brasil. Y no se trata de la “unidad de acción” con las cámaras empresariales detrás de una carta o un manifiesto.
La movilización de las masas debe levantar sus propias banderas: demandas de salarios, contra la precariedad del trabajo, por la derogación de las reformas laborales y de seguridad social, los reclamos de comunidades de los pueblos originarios y campesinos, los derechos de las mujeres (derecho al aborto, etc.).
La lucha por la independencia de la clase obrera está en relación con el Estado burgués (ya sea “de ley” o fascista), la burguesía y sus partidos. Prevenir un posible golpe de Estado no será a través de cartas democráticas firmadas por las cámaras y partidos patronales, sino a través de huelgas y manifestaciones políticas masivas que desembocan en una huelga general.
Para el 7 de septiembre, aniversario de la independencia de Brasil, Bolsonaro convocó a movilizaciones masivas, confluyendo con desfiles militares, como demostración de fuerza militar y popular. Según versiones, Lula decidió realizar actos simbólicos para no “caer en provocaciones”.
¿Lula le da las calles a Bolsonaro? Él quiere mostrarse como un político cauteloso y sereno ante los ojos de la burguesía.
El Polo Socialista Revolucionario (un frente electoral encabezado por el PSTU) debe adoptar públicamente una estrategia de movilización independiente para colocar el centro de su agitación -en la campaña política electoral en curso- en la lucha por las banderas de los trabajadores y explotados. Esta tiene que ser la postura para los actos que ocurren en el próximo 7 de septiembre. Es hora de difundir nuestras ideas.
Política Revolucionaria
Tribuna Classista
Brasil
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