Seguidores del Movimiento Sadrista iniciaron el lunes una serie de acciones de protesta en Irak, luego de que su líder, el clérigo chiíta Moqtada al-Sadr, anunciara su retiro de la política y reclamara también la renuncia a sus cargos de “todos los partidos”, profundamente desacreditados ante la población. Hubo 35 muertos y decenas de heridos en el curso de la represión y los enfrentamientos.
En el mes de octubre, Irak efectuó elecciones parlamentarias, pero lleva más de diez meses sin lograr la formación de un gobierno. El grupo de al-Sadr obtuvo la mayor cantidad de bancas, pero sus rivales del Marco de Coordinación, bloque de partidos apoyado por Irán, bloqueó su llegada al poder. A fines de julio, los seguidores de al-Sadr tomaron el parlamento y pasaron luego a mantener una sentada frente al edificio, en alerta por la posible designación de un adversario como nuevo primer ministro.
El régimen político iraquí surgido tras la caída de Saddam Hussein se basa, al igual que el de Líbano, en un reparto del poder entre los distintos grupos confesionales. A los chiítas les corresponde el primer ministro, a los sunitas la jefatura del parlamento, y a los kurdos el presidente. Este esquema parece agotado, repudiado por una población hastiada de la pobreza y la corrupción.
Como parte de las medidas de protesta de este lunes, los sadristas tomaron un edificio de gobierno en la Zona Verde de Bagdad, donde se concentran oficinas estatales y diplomáticas, entre ellas la embajada norteamericana. En Basora, ciudad ubicada en el sur, fue rodeada una refinería de petróleo. Las autoridades dictaron un toque de queda a nivel nacional.
Los manifestantes habrían sido atacados durante el mismo lunes por miembros de una de las milicias chiítas adscriptas al Ejército (Unidad de Movilización Popular), próximas a Irán. Y, en ese cuadro, se habrían movilizado también integrantes de la milicia armada del sadrismo, llamada Saraya al-Salam (Al Jazeera, 30/8). En medio de los choques fatales, Teherán cerró sus fronteras.
El martes, al-Sadr emitió un sorprendente mensaje llamando a sus seguidores a desmovilizarse, e incluso les lanzó críticas por los hechos de violencia. De todos modos, la orden del clérigo fue cumplida. El primer ministro interino iraquí, Mustafa al-Kadhimi, saludó el gesto de al-Sadr. No queda claro qué quería lograr este último con el planteo de su renuncia.
Al-Sadr goza de una gran influencia en sectores empobrecidos de la población, en particular de Bagdad y el sur del país. Es un crítico de la injerencia norteamericana y, pese a ser chiíta, también de la iraní -aunque muchos sostienen que en menor medida. Tras el derrocamiento de Saddam Hussein en 2003, formó una milicia (Ejército de Al Mahdi) que enfrentó a los estadounidenses y llegó a contar con 60 mil hombres.
En 2018 concurrió a elecciones aliado con el Partido Comunista. Si bien nunca integró personalmente un gobierno, miembros de su partido habrían estado a cargo de ministerios en algunas gestiones, como el de salud (ídem).
Ante la rebelión popular de 2019, desatada por el estado ruinoso del sistema eléctrico y de agua potable, apoyó inicialmente las protestas, pero luego llamó a ponerles fin (La Nación, 30/8). Estos vaivenes no le impidieron liderar la fuerza más votada en las elecciones de 2021, aunque en un marco de enorme abstención (60%).
La combinación de la crisis política y social, en un país que nunca se recuperó de la devastación causada por la invasión del imperialismo, plantea la posibilidad de un nuevo levantamiento.
Gustavo Montenegro
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