Sienna Vaughn, de 16 años, falleció el 19 de febrero de 2023 en su casa, en Texas, Estados Unidos. No hubo fiestas ni baile ni alcohol. Solo tomó un analgésico, escribió la familia de la joven en su epitafio.
El medicamento ingerido contenía fentanilo, un opioide inventado en la década de 1960 y responsable de gran parte de las muertes por sobredosis en ese país. Durante 2022, el producto provocó el deceso de 108 mil personas, un promedio de 30 por día.
Su consumo fue impulsado por las multinacionales farmacéuticas, con la finalidad de generar un nuevo sector de mercado, sustentado en el número de pacientes afectados por enfermedades crónicas que requerían de poderosos anestésicos y analgésicos. Esa necesidad fue explotada al máximo para que los médicos prescribieran opiáceos.
De ahí se dio el salto a un uso más allá de las cuestiones terapéuticas y se creó una nueva demanda, un próspero negocio. El fentanilo se comenzó a vender en polvo, en envases de gotas para los ojos, en rociadores nasales o en pastillas. Se comercializó con llamativas etiquetas y colorines entre personas de todas las edades.
Actualmente, en ese mercado potencial de múltiples consumidores se producen extraordinarios márgenes de ganancia, de miles de millones de dólares, gran parte de los cuales se quedan dentro de los Estados Unidos. El negocio es tan lucrativo que un kilo, que cuesta 30 mil dólares, puede generar beneficios de hasta 32 millones de dólares.
Ante semejante problema de salud pública, con más de cien mil muertos en el último año, el gobierno de la nación norteña, en lugar de afrontarlo como un asunto interno, hace lo mismo de siempre: buscar culpables en el exterior.
El argumento es simple: los narcotraficantes malvados y de procedencia latina están envenenando a su indefensa población y por eso hay que enfrentarlos y, si es el caso, invadir los países en donde “se origina” la producción de los narcóticos.
Sin embargo, las estadísticas de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (DEA, por sus siglas en inglés) indican lo contrario. Las grandes cantidades de materias primas para procesar la sustancia ingresan desde Canadá y el 86 por ciento de los detenidos por tráfico de esa sustancia durante 2021 fueron estadounidenses.
Según un mapa de la DEA, las cinco rutas principales son, en orden de importancia, China-Alaska-resto de Estados Unidos, China-Canadá-EE.UU. China-EE.UU., China-México-Estados Unidos, y la India-México-EE.UU. En este contexto, ¿por qué nadie habla de carteles del “Primer Mundo”?
Sencillamente, son los “civilizados” los nuevos narcotraficantes de opioides sintéticos y las ganancias se quedan en casa; nada más fácil que mirar a otros, echarles la culpa y dejar que el consumo interno avance.
Amaya Rubio
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