Este 25 de mayo se cumplirá el vigésimo aniversario de la asunción de Néstor Kirchner como presidente de Argentina. El Frente de Todos organizó un acto en Plaza de Mayo, que tendrá a Cristina Kirchner como única oradora, tanto para conmemorar el aniversario como para montar un show político, en el marco de un derrumbe económico-social y de la bancarrota del elenco oficial. La experiencia del otrora mandatario, con sus particularidades, fue un episodio más de la historia del nacionalismo burgués argentino en el poder. Y un aspecto fundamental de ese capítulo fue la renegociación de la deuda externa que Kirchner llevó a cabo en 2005, de la que el actual presidente Alberto Fernández, entonces jefe de Gabinete, y Roberto Lavagna, que fungía como ministro de Economía, fueron partícipes.
Al llegar al sillón de Rivadavia, Kirchner se encontró con una deuda pública de 181.000 millones de dólares, heredada del gobierno de Fernando de la Rúa y Domingo Cavallo. De ese total, el mandatario terminó por reestructurar unos 81.800 millones, logrando una quita de aproximadamente 40.000 millones. A ese canje ingresó el 76% de los acreedores. Cabe destacar que los acreedores que ingresaron al canje habían comprado los bonos cuando valían apenas unos pocos centavos. La reestructuración de la deuda externa significó el rescate de distintos grupos burgueses y sectores del capital financiero internacional. Para los capitalistas que adquirieron los bonos a precios de remate significó un negoción; obtuvieron ganancias del 100%.
La renegociación K garantizó a los bonistas una tasa de interés del 10-11% anual en dólares, la cual estaba por encima de la tasa internacional media de la época. La deuda quedó configurada de la siguiente manera: una porción de ella (más del 40%) correspondía a títulos emitidos en pesos argentinos que tenían una tasa de interés fija del 2% y cuyo capital se encontraba indexado a la evolución de la inflación; otra parte de los bonos quedó nominada en moneda extranjera, con intereses atados al crecimiento de la economía nacional (cupón PBI), la cual se había hundido con la crisis de 2001-2002. La quita fue compensada mediante estos beneficios. Para honrarlos, Kirchner se comprometió a sostener un superávit fiscal.
Se trató de una política de expropiación de los ingresos futuros de los trabajadores en beneficio del capital. Por los términos del canje, la deuda aumentó en 600 millones de dólares por cada punto adicional de inflación y se debieron pagar 1.200 millones al año en concepto de intereses por los bonos en dólares ajustados al incremento del PBI (esto, tomando como parámetro que Argentina, hasta 2008, tuvo tasas de crecimiento superiores al 8% en el marco de una bonanza económica mundial y gracias a que se partía de una base de comparación bajísima).
Por otro lado, los créditos que Argentina mantenía con organismos como el FMI, el Banco Mundial y el BID (los cuales poseían más de la mitad de la deuda) se pagaron sin “quita” alguna. Al Fondo se le entregaron unos 10.000 millones de dólares cash, y al BID otro tanto, también en efectivo. En diciembre de 2005, el monto de dinero otorgado al FMI equivalía a cinco años del presupuesto de la Ciudad de Buenos Aires y a doce años del presupuesto de Salta. Además, los dólares que “devolvió” Kirchner se habían utilizado para financiar una fuga de capitales en 2001.
El canje de Néstor Kirchner le permitió a la burguesía reconstituir sus lazos con el capital financiero internacional y volver a acceder al mercado de créditos. Fue parte de una política estratégica del expresidente, a saber, avanzar en la reconstrucción de la burguesía nacional, la cual se vio afectada por la catástrofe del 2001. Esta “reconstrucción” se desarrolló, entre otras cosas, sobre la base de una desvalorización del precio de la fuerza de trabajo producto de la devaluación del 200% que aplicaron el antaño presidente Eduardo Duhalde y su ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, tras la salida de la convertibilidad.
Este proceso, asimismo, tuvo lugar en un escenario económico internacional favorable, caracterizado por el acople chino-norteamericano, en el que una reactivación de la demanda mundial de mercancías produjo que los precios de las materias primas que exportaba Argentina subieran. Kirchner también benefició a la clase capitalista manteniendo un dólar “recontra alto”. El gobierno procedió a comprar los dólares que ingresaban (había superávit comercial) con el objetivo de evitar una apreciación del peso y mantener artificialmente alto el precio de la divisa norteamericana, lo que le permitió al capital agrario obtener rentas extraordinarias y a la burguesía industrial nativa protegerse de la competencia foránea, pagando salarios devaluados. Para comprar esas divisas que ingresaban se emitió una gran cantidad de pesos, con su consecuente efecto inflacionario.
Néstor Kirchner nunca defendió la soberanía nacional, como dicen los cuentos fantásticos del peronismo. Después de él, CFK mantuvo en pie este esquema de exacción de la riqueza nacional. Cuando asumió la presidencia del país en diciembre de 2007, la deuda pública se ubicaba en 144.700 millones de dólares; concluyó su segundo mandato con una deuda pública de 240.665 millones. En el medio, pagó alrededor de 200.000 millones. Para estos menesteres llegó a estatizar las AFJP; a noviembre de 2010 se habían pagado 20.000 millones de dólares con plata de los jubilados. En diciembre de 2015, el 69% de la deuda pública estaba nominada en dólares. Los Kirchner, al igual que la derecha, han reconocido y pagado deudas ilegítimas y fraudulentas (Ciadi, Club de París, etcétera).
Entretanto, la fuga de capitales persistió: en la actualidad, la burguesía argentina tiene 400.000 millones de dólares (más de un PBI anual) en el exterior. Es decir que de la mano de la burguesía nacional que se propuso “reconstruir”, el kirchnerismo desfalcó el país. No utilizó los dólares que obtuvo para desarrollar las fuerzas productivas. En cambio, sí los usó para pagar deuda externa y garantizar la fuga de capitales. Además, contribuyó a profundizar el carácter primarizado de la economía nacional.
Antisoberanía
El pago de la deuda externa usuraria, fraudulenta e impagable es una política reaccionaria. Es un instrumento de las principales potencias capitalistas para oprimir y saquear a los países semicoloniales. Asimismo, es un fenómeno en extremo parasitario, ya que no se realizan inversiones para generar nuevo valor sino que se rescatan viejos pasivos que a su vez vienen de rescates anteriores; una bola de nieve que se sigue agrandando. Así, el capital financiero se apropia de una parte de la plusvalía producida por los trabajadores. A través de esto, las naciones más ricas condicionan la política interna de los países oprimidos, con la complicidad de las burguesías nativas (esto lo demuestra que la clase capitalista argentina es acreedora del país).
Este sometimiento del país a los dictados del capital internacional tuvo su traducción, en el plano político, en un alineamiento mayor del entonces gobierno K a la política exterior del imperialismo. Néstor Kirchner, al igual que sus pares “nac&pop” de América Latina (Lula, Evo Morales, Mujica), envió tropas militares a Haití para sostener un golpe pro-yanqui. Además, se plegó a la política antiiraní de George W. Bush. Kirchner siguió los pasos de su compañero Carlos Menem, quien envió efectivos castrenses a la Guerra del Golfo para respaldar a la coalición imperialista integrada por Estados Unidos, Francia, Reino Unido, entre otros.
Kirchner, del mismo modo que CFK y la oposición patronal, ha pagado la deuda externa confiscando a los trabajadores y a los jubilados. Actualmente, Argentina está endeudada hasta los tuétanos y podría irse al default. Y la economía mundial, cuya crisis se ha agravado por la guerra, se dirige hacia una depresión.
Nazareno Suozzi
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