Nacido en Cracovia (Polonia), en 1907, Deutscher pertenecía al mundo judío centroeuropeo destruido por el nazismo (responsabilidad que, burdamente, un talento como Milan Kundera atribuye al estalinismo). Hijo de una familia judía integrista, verdadero niño prodigio, se desarrolló culturalmente en el ambiente agobiante de la escuela religiosa judía llamada khéder, lo que hace que su ulterior evolución pueda considerarse como un milagro, y muchos, la mayoría, de los que surgieron en dicho medio se reparten entre las víctimas de los campos de concentración y los fanáticos sionistas que blanden ahora la reaccionaria concepción del “pueblo elegido” contra los palestinos. Aunque la historia de este medio es muy poco conocida –al menos antes de los trabajos de Natham Weinstock pulicados en francés por Maspero–, el lector podrá acceder a ella, muy parcialmente, a través de algunas de las narraciones de Isaak Babel Todo parece indicar que la revolución de 1917 fue determinante para toda una generación de jóvenes judíos –esto lo confirman en sus memorias gente tan poco sospechosa como Ben Gurión y Golda Meir, o películas como “El violinista en el tejado”-; fue un niño judío, hijo de comunistas, el primero que demostró a Isaac que se podía pecar sin que Yhavé se enfadara por ello-,,,
Sin duda existía ya en su interior una predisposición, ya que aunque su abuelo era un ortodoxo dominante y celoso, su padre, un impresor enamorado de la cultura alemana, era un secreto admirador ?e la heterodoxia, de personajes como Espinosa, Heine y Lasalle (Pierre Frank recordará a Deutscher buscando obras inéditas del primero en Portobello), representantes de una tradición herética,. revolucionaria y libertaria que Deutscher ampliará con fervor hasta Marx, Freud, Rosa Luxemburgo y Trotsky, sin olvidar a aquel militante bolchevique desde 1905, Hearsch Mendel, que compartirá con él la dirección de la Oposición Comunista polaca y que representaba la impresionante voluntad emancipatoria y cultural del sector más avanzado del movimiento obrero de origen hebreo.
Dos planteamientos básicos surgen ya en el Deutscher militante casi infantil de las juventudes comunistas y permanecerán sólidamente a Io largo de sus años como hereje, en contradicción con tanto renegado terminado por el nacional-socialismo, que sabía la importancia de su componente revolucionario, dentro del cual surgió Deutscher, cuya familia desapareció en la ignominia de los campos de concentración; en segundo, una oposición irreductible al espíritu oscurantista del ghetto, marcado por el sentimiento de resistencia mirando hacia atrás de rodillas, y que, con el tiempo, alimentará una facción cada vez más envilecida del sionismo en Israel. Ambas posiciones –fidelidad de clase y concepción abierta del pensamiento–, llevarán a Deutscher a luchar contra la corriente que durante los años cincuenta y sesenta negará toda vigencia a las tradiciones socialistas en Occidente –las teorías sobre la integración del proletariado, preludio de las que ahora certifican su muerte, y contra los anticomunistas que reducen la historia de la URSS a los crímenes bárbaros de Stalin.
El reflujo de los últimos años, la contraofensiva derechista y neosocialdemócrata, las derrotas de la izquierda, han hecho que las obras de Deutscher hayan sufrido una pasada de menosprecio y de desinterés a todas luces aberrante. Su lugar ha sido parcialmente ocupado por una nueva hornada de ex-izquierdistas –Heller, Castoriadis, Semprún y cia.-, reconvertidos en intelectuales orgánicos de la era reaganista, cuyo ascenso fue tan rápido como lo está siendo ahora su caída. El cambio no podía ser más miserable y empobrecedor. Textos como La conciencia del ex-comunista (INPRECOR 52) o como Orwell: el misticismo de la crueldad, no sólo alumbran genialmente la crisis de la intelligentsia “antitotalitaria” de los años cincuenta, sino que también aclaran con maestría las trampas de unos renegados que tratan de ahogar el niño de la revolución con el agua sucia de las burocracias, con la apenas oculta intención de buscar unos chivos expiatorios detrás de los cuales ocultar el rostro de la barbarie “contra” internacional. Las nuevas generaciones insumisas deberán de reencontrar a Deutscher para comprender-transformar el viejo mundo.
En castellano
Deutscher comenzó a ser publicado en castellano a principios de los años sesenta en revistas especializadas de economía en las que firmaban liberales como Fuentes Quintana o “felipes” como García Díez, y otros que más tarde se arrepentirían de sus “pecados juveniles”. El primer libro suyo que apareció legalmente aquí fue una traducción dual –una en catalán y otra en castellano- de Stalin. Una biografía política en Edició de Materials. en la que trabajaban algunos socialistas ahora convertidos en “barones” del PSC.
Esta misma editorial –verdaderamente de vanguardia– publicó las dos primeras partes del Trotsky, y no pudo publicar la tercera porque fue desmantelada por un ministro de Información y Turismo llamado Fraga Iribarne. Ambas biografías aparecieron en México en la Editorial ERA, en la que se encuentran la mayor parte de los libros de Deutscher: Los sindicatos soviéticos, Rusia, China y Occidente, El marxismo de nuestro tiempo, así como La revolución inconclusa que recoge su brillante discurso sobre el sesenta aniversario de la revolución de Octubre y que vino a ser su testamento. Un testamento soberbio en el que se trasluce la rectificación de Deutscher en relación a sus esperanzas desmentidas en el “reformista” de Jruschev. Mientras que la biografía de Stalin tenía unas limitaciones comprensibles por el hecho de que fue escrita antes de !a muerte de Stalin. la de Trotsky ha sido justamente considerada como la mejor biografía del siglo. por más que algunos de sus capítulos –el que trata de España. por ejemplo- necesiten un mayor desarrollo. Deutscher tenía en mente hacer una trilogía con otra biografía. la de Lenin. pero ésta no fue posible por su fallecimiento y sólo dejó escrita una primera parte sobre la juventud de Lenin, El águila deja revolución, que también publicó ERA. esta vez en edición de bolsillo.
Otras editoriales publicaron otras obras suyas. Como Judío no sionista (Ed. Ayuso), que incorpora trabajos autobiográficos y unos deslumbrantes ensayos sobre el Estado de Israel. Ariel (1971) publicó la recopilación, Herejes y renegados; Península (1972), sus Ironías de la historia y Martínez Roca (1973) Rusia después de Stalin. Todas estas obras resultan ahora poco asequibles, aunque se pueden encontrar. Sería estupendo que alguien asumiera su reedición. que es lo que se hace habitualmente con los clásicos.
Deutscher y la Cuarta.
Durante muchos años, la principal, sino la única, fuente de información sobre la Cuarta internacional fue la trilogía sobre Trotsky, de Deutcher, quien como parte de la obra, repitió sus argumentos en el debate. En 1964, en una conferencia Sobre las Internacionales y el internacionalismo (incluido en la antología El marxismo de nuestro tiempo, ERA, México, pp.126-127), dictada ante la Socialist Society del University College de Londres, sintetizó así su opinión: “En 1933, después del acceso de Hitler al poder, Trotsky consideró que la Tercera Internacional estaba tan en bancarrota como la Segunda. Los trabajadores alemanes no estaban, como pretendía el especioso argumento de la Komintern, “en vísperas de grandes batallas”; ya habían sufrido una terrible derrota. El stalinismo, dijo Trotsky, había tenido su “4 de agosto”.
Esta analogía llevó a Trotsky a la obvia conclusión de que entonces como en1914, había llegado el momento de pararse para la construcción de una nueva organización internacional, porque la antigua yacía en ruinas. TrotsKy, sin embargo, estaba lleno de vacilaciones: no era fácil para él volverle la espalda al “estado mayor de la revolución mundial”, del que había sido uno de los principales arquitectos: el mismo señaló que, mientras que en 1914 la IIª Internacional traicionó conscientemente todos sus altos ideaIes, el Komintern, en 1933 había facilitado la victoria del fascismo por pura estupidez, incuria y ceguera…El plan de organizar una nueva Internacional fue madurando con lentitud en la mente de Trotsky. Hubieron de transcurrir cuatro años de propaganda y de trabajo de base antes de que se sintiera listo para convocar un congreso constituyente. (Exactamente el mismo espacio de tiempo transcurrió desde el momento en 1915 en que él y Lenin concibieron por primera vez la idea de la Tercera Internacional, hasta que la organización quedó constituida.) Pero la Cuarta Internacional nació muerta, y ello se debió en buena medida a la inexistencia de un. Movimiento revolucionario internacional que pudiera insuflarle vida.
Sin que él tuviera culpa de ello, la Internacional de Trotsky se vio aislada del único lugar donde había triunfado la revolución y donde esa revolución, aunque monopolizada y deformada por una burocracia opresora y mendaz, aún existía. En cierto sentido, el mismo Trotsky había previsto la circunstancia principal que habría de condenar a su organización a la ineficacia cuando señaló que, pese a la irresponsabilidad de la política de stalin en Alemania y en todas partes, los obreros revolucionarios de todos los países seguían mirando hacia moscú en busca de inspiración y guía” Deutscher concluye su conferencia con la siguiente lección: “que la idea del internacionalismo es, después de todo, más importante, más vital y más pertinente que la Internacionales que se suceden las unas a las otra, florecen y luego decaen y mueren. Las Internacionales pasan; el internacionalismo sigue siendo el principio vital de un nuevo mundo; y aun entre las ruinas de las Internacionales yo continúo creyendo que la idea del internacionalismo crecerá y florecerá como una planta que crece y prospera entre las ruinas”.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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