Es sorprendente que el resultado del segundo turno de las elecciones parlamentarias en Francia haya sorprendido. Esa sorpresa revela un desconocimiento sorprendente de las maniobras de todo tipo que acompañan a la segunda vuelta en las elecciones parlamentarias. Por otro lado, la presión de la crisis excepcional que atraviesa Francia es propicia a toda clase de virajes políticos.
Cuando se desgranan cada uno de estos factores se observa que el ganador político del evento ha sido Emannuel Macron, aunque la victoria electoral corresponda al Nuevo Frente Popular, y que el Reagrupamiento Nacional de extrema derecha haya sido relegado del primer lugar en la primera ronda al tercer lugar en la segunda. El RN había ganado la primera vuelta con una diferencia de siete puntos sobre su competidor más próximo, el NFP. Macron había sufrido antes un descomunal desastre electoral en las elecciones al Parlamento europeo. El derrumbe lo llevó a disolver de apuro a la Asamblea Nacional y a convocar elecciones de emergencia. El domingo reciente conquistó el segundo lugar y quedó como árbitro de las combinaciones parlamentarias para formar un nuevo gobierno. Macron cuenta con súper poderes que le asigna la Constitución Nacional como Presidente del país.
Aunque no se conocen aún los cómputos por distritos, todos los medios de comunicación coinciden en que ha habido un pacto de desistencia entre el NFP y Juntos, el bloque de Macron. La desistencia consiste en bajar a los candidatos que salieron terceros en la primera vuelta en beneficio de aquel que enfrenta al del ultraderechista Reagrupamiento Nacional en la segunda instancia. Ha habido un acuerdo, en este sentido, entre la izquierda del tablero político y el gobierno de la ultraderecha liberal de Macron que, de acuerdo a numerosos medios, ha sido cumplido rigurosamente por parte del electorado del NFP. En la suma de todas las circunscripciones, el pacto ha beneficiado más a Juntos que al NFP. Esta es la razón del aumento de bancas del uno y el otro —aunque proporcionalmente más la de Juntos. La desistencia policlasista es una práctica conocida como Pacto Repúblicano contra RN, el partido asociado a la colaboración con la ocupación nazi de Francia en la segunda guerra mundial. Esta ‘norma’ siempre ha favorecido a la derecha imperialista francesa; la última vez en 2002, cuando toda la izquierda llamó a votar por Jacques Chirac. Aunque la votación del bloque de Macron ha caído respecto a las elecciones de hace dos años -en 2022- marca, por otro lado, una recuperación política del “cross a la mandíbula” propinado por las recientes elecciones europeas. La Bolsa de París y la cotización del euro se recuperaron de las caídas previas a la votación. El capital financiero refrenda los resultados.
La Asamblea ha quedado repartida en tercios: 180 diputados para NPF, 150 para Juntos y 143 para RN; ninguno, al menos en apariencia, cuenta con mayoría propia o combinada para formar gobierno. Una mayoría del NFP, sin embargo, coincide con Juntos y Macron, en que Jean Luc Mélenchon, de Francia Insumisa, no puede ser Jefe de Gobierno, incluidos dirigentes de su propio partido, como Olivier Faure, aunque FI obtuvo, individualmente, la mayoría de bancas dentro del NFP. Acusado de propalestino, antisemita y amigo de Putin, está vetado por todo el espectro político, así como también dentro de su coalición de izquierda —ecologistas, socialistas, comunistas. Ralph Glucksman, por caso, dirigente de una fracción del partido socialista, es prosionista, apoya al gabinete de guerra de Netanyahu, es partidario de enviar tropas a Ucrania —nada que diverja de Macron. Mélenchon y Francia Insumisa son “soberanistas” y estatistas —totalmente ajeno a la historia internacionalista del proletariado francés.
El mentidero político francés descarta una alianza de este bloque del NFP con Macron por la sospecha de que podría desatar un escándalo y una crisis política mayúscula —no por otro tipo de razones cuando se trata de zafar de un impasse parlamentario enorme. Macron pretende dilatar la convocatoria a la formación de un nuevo gobierno con el pretexto de los Juegos Olímpicos que empiezan a finales de este mes. Puede demorar, con el verano boreal de por medio, hasta septiembre. Ha rechazado la renuncia de su Primer Ministro, de modo que seguirá ignorando por un tiempo los resultados electorales. Por razones de apariencia sería difícil, aunque no imposible, que consiga los votos del NFP para formar “un gobierno de técnicos”. El distanciamiento en el tiempo del proceso electoral, unido a una agudización de la crisis, deja como alternativa la declaración del estado de excepción, la disolución de la Asamblea y el gobierno por decreto —una alternativa prevista en la Constitución. El NFP no tiene ninguna disposición de enfrentar esta dictadura constitucional por medio de una huelga general. Macron no tiene los mismos “prejuicios”: antes de las elecciones declaró que Francia se encuentra en un estado de “guerra civil”.
La victoria del NFP, este domingo, no es tal, porque no está dispuesto a defender el resultado electoral por medios extra parlamentarios, la acción directa y la huelga política. Es necesario distinguir el frente de lucha del enjuague parlamentarista y del electoralismo. Mélenchon, al igual que lo planteó la ultraderecha, ha reclamado un cogobierno con Macron, edulcorado piadosamente como una “cohabitación”. Ni se le ocurrió exigir la renuncia del mandatario (con el que acaba de consumar el pacto de desistencia “republicano”) y elecciones presidenciales. Macron ha zafado del derrumbe y está dispuesto a valerse de los medios de un estado de excepción. El Gallo Rojo volverá a cantar en Francia, en un plazo abreviado por la aceleración de la crisis, cuando se desaten las fuerzas históricas independientes de la clase obrera.
Jorge Altamira
08/07/2024
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