Entre una y otra demostración de fuerza, Milei consiguió reunir a dieciocho gobernadores detrás de la promesa de una confiscación sin precedentes de los salarios, las jubilaciones y los recursos que se encuentran en territorio argentino, para rescatar a la “propiedad privada” del capital. El “Pacto” reivindica la reforma laboral que fue incluida en la Ley Bases. Pero también un “nuevo” régimen previsional, con el retorno de los fondos de pensión privados. El acta firmada promete la exploración de los patrimonios provinciales bajo los términos del RIGI —o sea, la conversión de las provincias petroleras y mineras en verdaderas zonas francas. En su discurso, Milei se lamentó sobre la confiscación de los impuestos “de los políticos al ciudadano”; a costa de su “tiempo, sacrificio y libertad”. Pero mientras que los “ciudadanos” con riqueza pagarán menos impuestos a los bienes personales, los “ciudadanos” trabajadores volverán a pagar el impuesto al salario. La igualdad formal resucitada por el liberal trasnochado, devenido a presidente, oculta la dictadura del capital contra el trabajo, que Milei pretende ejercer a palos y decretazos.
El pacto”, que Milei presentó como un acto voluntario y hasta civilizatorio, fue una farsa del comienzo hasta el final.
Historia argentina, 4º año
Milei aprovechó el Pacto de Mayo para practicar uno de sus libretos preferidos -comparar a su gestión con el derrotero de la “Organización nacional” argentina y la generación del 80. Así, aseguró que, al igual que aquellos “próceres”, llevaría a la Argentina “desde la profundidad del abismo hasta los cielos”. De ese modo se subió a sí mismo al bronce, mientras embellecía a la generación que gobernó hace un siglo y medio para convertir a Argentina en una criatura del capital internacional. Creyendo que presumía, Milei comparó al Pacto de Mayo con la Constituyente de 1853, sin percibir que confesaba la precariedad y la impostura del acto improvisado en Tucumán. Es que la piedra “fundacional y federal” instituida en 1853, y reivindicada ahora por Milei, no llegó a durar ni una década. En 1861, los lobbistas porteños del capital británico, al mando de Mitre, se encargaron de “domar” a las oligarquías provinciales a los tiros, en la batalla de Pavón. Esa república “unida” parirá gigantescas operaciones especulativas (1880), crisis de deuda (1890) y crisis políticas terminales. En los años de gloria que reivindica Milei, la integración de Argentina al mercado mundial convirtió a la riqueza agrícola y agroindustrial en la plataforma de pago de la deuda pública al capital financiero.
Ciento cincuenta años después, y con una hipoteca manifiestamente superior —150% del Producto Bruto— Milei prometió una remake de Mitre y Roca, sin advertir la declinación del régimen social capitalista que debería servir de “trampolín” a la Argentina. La pretensión de convertir a la Argentina en un reservorio gasífero y minero choca con las tendencias a la sobreproducción internacional y la caída de precios —el gas argentino acaba de revelarse como “no competitivo” a los costos actuales— junto con la fractura del mercado mundial en el marco de la guerra internacional. Pero la camarilla libertaria no desconoce los límites de su política. Sólo apeló a la “historia” y a la puesta en escena de una “unidad federal” para disimular las contradicciones que envuelven a su gestión económica y política . A los gobernadores que acaban de firmar el pacto, les advirtió que “por cada empleado público estatal, hay cuatro provinciales”, exigiéndoles un mayor ajuste en sus distritos. El nuevo régimen de coparticipación que anuncia el pacto implicará una mayor subordinación de los presupuestos provinciales al pago de la deuda pública.
Divididos
Milei prometió en Tucumán “un país sin inflación por el resto de nuestras vidas”. Es un modo sinuoso de aferrarse al planteo deflacionario que viene piloteando con Caputo, a costa de una espantosa recesión económica y de otros poderosos desequilibrios, como el que deviene de la revalorización del peso. Los intereses agrarios y agroexportadores que están detrás de varios de los gobernadores presentes no renunciarán a seguir conspirando contra ese esquema económico y a promover una devaluación a través del acaparamiento de la cosecha. El RIGI, que alinea a los gobernadores mineros y peronistas detrás de la ley Bases, implicará también una guerra de camarillas provinciales por la atracción de los eventuales inversores. A partir de estas divisiones al interior de los capitalistas, la Corte Suprema se abstuvo de participar en el pacto de Tucumán.
El despliegue militar del 9 de julio fue promovido con el único propósito de reivindicar el militarismo, en función de los acuerdos con la IV Flota del Pentágono y de “revalorizar” el papel de Argentina como aliado extra-OTAN, en el escenario de la guerra internacional. Pero también en este caso afloró la crisis política, pues Villarruel —“interlocutora” de las camarillas militares asociadas a la dictadura— se ausentó del acto tucumano. Los genocidas y sus agentes en actividad exigen las prisiones domiciliarias y medidas judiciales todavía más osadas en términos de impunidad.
Milei aprovechó el discurso de Tucumán para fustigar, pero no demasiado, a los ausentes en el pacto, a los que otorgó la posibilidad de “redimirse” en un futuro. No hubiera extendido esa mano si esa “redención” no existiera de antemano. Es lo que ocurre con la burocracia sindical, que abandonó cualquier oposición efectiva a la ley Bases cuando Milei y Francos le prometieron que no será tocada la caja que están en poder de los aparatos sindicales.
Del lado de los gobernadores kirchneristas, la ausencia de Tucumán es la manifestación de una oposición impotente, que carece de cualquier planteo antagónico al “golpe de estado” económico de Milei-Caputo. Kicillof aceptará sin chistar -ni gravar- a la planta de gas natural licuado de Petronas, que quiere instalarse en Buenos Aires bajo los beneficios del Rigi. Los impuestos que la provincia deja de percibir, en función de las exenciones extraordinarias a los capitalistas, se compensan con las reducciones salariales a maestros y trabajadores de la salud.
En el discurso de la medianoche del 8 de julio, Milei sólo acertó al pronosticar un tiempo de “dificultades y conflictos” en Argentina. Su gobierno, junto a sus cómplices —presentes y ausentes en Tucumán— adelantaron la intención de sortear esa crisis por medio de una guerra declarada contra la clase obrera. Pero el resultado de este choque está abierto: una intervención histórica independiente de los trabajadores es infinitamente más poderosa que la conjunción de Milei con la “casta”, casados de apuro en la noche del 8 en Tucumán.
Marcelo Ramal
09/07/2024
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