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domingo, julio 19, 2015
Camino a convertirse en una colonia europea
Al primer ministro griego, Alexis Tsipras, no le quedó otra opción: aceptar el dictado de sus acreedores o asumir la responsabilidad histórica de la salida de Grecia de la Zona Euro. El acuerdo hizo de Grecia una colonia.
¿Hacia dónde va la historia? Bastaría con dar vuelta, suavemente, las páginas hacia atrás y detenerse en un momento, en un todavía cálido día de noviembre de 2011 en una Atenas aún sacudida por las manifestaciones y la crisis, para prever su desenlace. Mañana se cumple exactamente una semana después de que la troika (Banco Central Europeo, FMI, Comisión Europea), en la madrugada del 13 de julio, impusiera a Grecia uno de los planes de ajuste más aterradores de la historia de la construcción europea. Las condiciones son tales que ese acuerdo hizo de Grecia una colonia de Europa. Al primer ministro griego, Alexis Tsipras, no le quedó otra opción: aceptar el dictado de sus acreedores o asumir la responsabilidad histórica de la salida de Grecia de la Zona Euro. Casi cuatro años atrás, en octubre de 2011, la misma troika había sometido un plan de magnitudes extremas. En aquel tiempo, Syriza no estaba en el poder. Gobernaba un “hombre banco”, Lucas Papademos. Había sido presidente del Banco Central griego, vicepresidente del Banco Central Europeo y miembro de la trilateral de Rockefeller (el núcleo que alentó la globalización a partir de los años ’70). Grecia se debatía entonces entre ceder a los lineamientos de la troika o rechazarlos. En aquellos días de noviembre de 2011, Página/12 habló con varios dirigentes políticos griegos que luego, a partir de la victoria de Syriza en enero 2015, serían miembros del Ejecutivo de Alexis Tsipras. Dos de ellos, Panagiotis Lafazanis, ministro de Energía e Infraestructuras, y Costas Isychos, ministro delegado a la Defensa, fueron alejados de sus cargos por el mismo Tsipras, porque se opusieron a los términos del último rescate griego.
Las palabras dichas esa vez retumban como una profecía. A propósito del plan de 2011, Panagiotis Lafazanis decía: “El acuerdo al que se llegó el pasado 26 de octubre en Bruselas para un nuevo rescate fue un acuerdo neocolonial sobre la periferia de Europa. Esto nos conduce por un túnel sin luz. Este es el camino que han elegido para Grecia. El Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea están robando y destruyendo a la sociedad griega”. Costas Isychos analizaba así un texto que era mucho menos asfixiante que el de hoy: “Grecia está siendo una suerte de laboratorio neoliberal en el sur de Europa. En resumen, la receta es común en toda Europa: Estados más autoritarios, más salvajes, paquetes de austeridad que condenan al desempleo y al hambre a gran parte de los pueblos. Nos están condenando a una vida que se parece mucho más a la Europa del siglo XIX”. En noviembre de 2011 se encontraba también en Atenas el diputado alemán Michael Schlecht, responsable del grupo parlamentario del partido Die Linke. El debate era casi una copia de lo que ocurre hoy, con el tema del ajuste y, sobre todo, el de la deuda griega como espantapájaros centrales. Michael Schlecht decía: “Todos hablan de la deuda en Europa, pero nadie dice nada sobre el país que gana mucho con esa deuda. Y ese país es Alemania. La deuda de los países europeos es el resultado de la política alemana en el Viejo Continente. (...) En el siglo pasado, Europa estaba arrasada por tanques alemanes. Ahora está arrasada por la política de Angela Merkel”.
¿Hacia dónde va la historia? Parece ya escrita en esos análisis. No son muy opuestos a los que se leen en estas semanas, tanto más cuanto que una de las clausulas del acuerdo del 13 de julio equivale a poner bajo tutela la democracia griega. Por ejemplo, el pacto dice que Grecia se compromete a “consultar a las instituciones (o sea, los acreedores) y arreglar con éstas cualquier proyecto legislativo antes de someterlo a consulta pública o al parlamento”. Y hay más, y peor. En otro párrafo está especificado que el acuerdo es pura y simplemente retroactivo. Tsipras, en suma, se comprometió a anular algunas de las decisiones que tomó cuando llegó al poder porque éstas “constituyen una vuelta atrás con respecto a los compromisos asumidos en el programa precedente”. Asimismo, los acreedores pueden “cortar” el presupuesto si éste excede los límites negociados. En realidad, tanto a la izquierda como a la derecha, la incredulidad es el sentimiento más generalizado. Los que le tienen fobia a la construcción europea, o quienes sólo juran por ella, comparten el asombro y hasta cierto temor. Lo que Alexis Tsipras firmó es la negación puntual de su programa contra la austeridad, a lo que se le agrega una entrega de la soberanía nacional. Habrá que pedirles permiso a los acreedores antes de dar el más mínimo paso. El economista Daniel Cohen comentó al vespertino Le Monde: “Por el grado en que un Estado ha sido puesto bajo tutela se trata de un acuerdo totalmente inédito, algo nunca visto desde el fin de los imperios coloniales. Estoy asombrado por las condiciones impuestas, en particular las disposiciones que privan de facto al Parlamento griego de cualquier poder de decisión en los próximos meses”. El ejercicio pleno de la democracia y la pertenencia al euro parecen en adelante incompatibles. Hay, además, una grosera visión dominadora del Norte por encima del Sur, como si la racionalidad del Norte fuera una suerte de papá por encima de un niño indisciplinado, o sea, el Sur. La virtud se premia, el traspié es una condena. Ha habido, es cierto, un contrapeso probado, Francia y, a través de su presidente, François Hollande, la socialdemocracia. Sin ella, la aplanadora conservadora del ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, y sus aliados en el Eurogrupo, Atenas estaría fuera del euro. Alemania decapitó las aspiraciones y sueños de la izquierda radical europea.
Las disposiciones del pacto con Grecia son drásticas, sin dudas, pero de ese fin de semana de negociaciones en el cual Grecia cedió su soberanía a cambio de permanecer en el euro se desprende con todo una frontera entre el liberalismo puro y excluyente y la socialdemocracia. Tal vez la historia trasiegue su rumbo escrito en los intercisos de ese antagonismo. El salvajismo del chantaje alemán encendió muchas alarmas, despertó las conciencias al tiempo que sacó de su letargo a la socialdemocracia. La crueldad y el ensañamiento fueron tales que despojaron a Berlín de una victoria e hicieron del Eurogrupo un cenáculo penitente, un ataúd de la misma democracia, un club incapaz de resolver los problemas inherentes a un país que apenas suma el 2 por ciento del PIB de la zona. Pero ese comedido 2 por ciento fue objeto de una batalla feroz entre dos visiones muy distintas de Europa, entre dos formas de responder a esa pregunta, ¿hacia dónde va la historia? Nada ha terminado. Todo apunta a demostrar que ese futuro de la historia se jugará allí donde nació la historia y la idea democrática. Grecia es el más pequeño y decisivo campo de batalla.
Eduardo Febbro
Desde París
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