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sábado, julio 18, 2015
Contrarrevolución francofascista: la Guerra Civil española 79 años después
El 17 de julio de 1936 comenzaba el golpe de Estado de los generales autoritarios en Melilla. Este proceder golpista era producto del miedo que la burguesía española tenía a la revolución social que latía en el seno de la clase trabajadora del campo y de la ciudad.
El golpe de Estado no sólo no frenó la revolución social sino que la desencadenó. Que la clase trabajadora no se hubiese podido anticipar a un golpe de Estado que era de conocimiento público sólo se puede entender por la impericia revolucionaria de las dos grandes fracciones del movimiento obrero español, la socialista y la anarcosindicalista. Carentes ambas fracciones de una teoría de la conquista del poder, que les hubiese posibilitado preparar una insurrección de la clase trabajadora para aniquilar de raíz el cantado golpe de estado, fueron a remolque de los hechos. La clase trabajadora tampoco tuvo la ayuda del gobierno republicano ya que este prohibió de forma tajante que se la armase. No obstante, la clase trabajadora española se va a echar a la calle para parar el golpe de estado y, por insólito que parezca, derrotó en buena parte del territorio peninsular a los golpistas sin contar con la dirección política previa de sus organizaciones y sin la ayuda material del gobierno republicano.
La parcial derrota del golpe de Estado va a traer el comienzo de la Revolución social en el campo republicano y la Contrarrevolución fascista en el campo autoritario.
La dinámica de los golpistas de querer evitar la revolución social y la coyuntura europea marcada por el auge del fascismo y del nazismo van a llevarles a la construcción de un Estado fascista. Si bien la derecha mayoritaria ya venía hablando del Estado corporativo desde los tiempos de la Renovación Española de Antonio Goicoechea y de la CEDA de Gil Robles, el Estado fascista no estaba diseñado a priori pero se fue imponiendo de forma natural tanto por el talante autoritario de los militares y de su base social como por la imprescindible ayuda para ganar la guerra que les otorgaron la Alemania nazi y la Italia fascista.
Una serie de casualidades hicieron que Franco se convirtiera en jefe militar y político de las fuerzas golpistas. El asesinato por Guardias de Asalto del nuevo líder político de la derecha Calvo Sotelo, la muerte en accidente de avión del general Sanjurjo cuando se disponía a liderar el golpe militar, la prisión en campo republicano del líder de Falange José Antonio y la concentración de la ayuda nazi y fascista en la persona de Franco, por disponer este del ejército colonial, sin el cual el fracaso del golpe de estado era más que seguro, posibilitó que Franco terminase convirtiéndose en el “Caudillo”, en el jefe del Ejército, del Estado y del Partido.
La ayuda de Hitler y de Mussolini a Franco se materializa en seguida. A finales de julio el dictador nazi ya hizo aprobar la “Operación Fuego Mágico”, a través de ella le llegan a Franco veinte aviones de transporte. También a finales de julio el ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini, conde Ciano, responde afirmativamente a la petición de Franco de 12 bombarderos Savoia. Con los aviones de transporte nazis y los nueve bombarderos fascistas que llegaron, tres se extraviaron, Franco puede organizar el imprescindible paso del Estrecho de Gibraltar, tanto por aire como por mar ya que sus bombarderos le impedirán a la flota republicana, gran parte de ella en manos de la República gracias al proceder revolucionario de la marinería, ser actuante. Con el paso del Estrecho empezará verdaderamente la Guerra Civil. Las fuerzas coloniales ocuparán parte de Andalucía y la totalidad de Extremadura y se dirigirán como una flecha a Madrid. Allí, el pueblo de Madrid, las columnas de milicianos y los primeros contingentes de las Brigadas Internacionales pararán en seco a las tropas coloniales.
La Batalla de Madrid supuso un antes y un después. Ella indicó que el golpe de Estado como tal estaba ya completamente fracasado y que rendir al campo republicano de inmediato era una imposibilidad. A raíz de aquí Hitler y Mussolini incrementaron su ayuda. El dictador italiano creó un departamento especial para canalizar la ayuda militar a Franco, el “Ufficio Spagna”. Esta ayuda fue enorme en bombarderos, carros ligeros y miles de soldados, unos 75.000 a lo largo de la guerra, a través del Corpo di Truppe Volontarie. El almirante Canaris, jefe del servicio secreto de información del ejército nazi, le propuso a Franco crear la Legión Cóndor, que llegó con sus aparatos, pilotos y servidores. Así, de la Alemania de Hitler y de la Italia de Mussolini vendrán los bombarderos que permitirán machacar de forma sistemática las ciudades republicanas. Toda esta ayuda posibilitó un hecho totalmente insólito, por primera y única vez en los anales del capitalismo un ejército colonial invadía la metrópoli, asesinaba a sus ciudadanos y bombardeaba sus ciudades. Para Franco este bárbaro proceder estaba justificado porque los regímenes a los que quería emular, la Alemania nazi y la Italia fascista, representaban para él, como afirmó en un discurso en Salamanca, “el baluarte de la cultura, la civilización y el cristianismo en Europa”.
Los autoritarios y fascistas ejercitarán el asesinato clasista y en masa desde el comienzo de su proceder golpista. Ya Mola, el “Director” del golpe, había sentenciado en sus órdenes previas que “la acción ha de ser en extremo violenta, para reducir lo antes posible al enemigo”. La sangría de Badajoz es un claro botón de muestra de esta barbarie teorizada a priori. Pero no solo masacraban a su paso hacia Madrid a trabajadores del campo que habían tenido la osadía de luchar por una real reforma agraria ocupando fincas de terrateniente, sino que en una clara venganza de clase y de género raparon, violaron y asesinaron a cientos de mujeres “rojas”.
Los bombardeos sobre las ciudades del campo republicano no sólo serán constantes a lo largo de toda la guerra sino que se irán haciendo más sistemáticos, más destructivos, más criminales. Al comienzo bombardearon un Madrid completamente indefenso hasta que el 4 de noviembre de aquel primer año de la barbarie francofascista el cielo madrileño vio surcar los primeros aviones de caza soviéticos, los I-15, cariñosamente denominados por el pueblo madrileño como “Chatos”. Mientras los cazas soviéticos fueron superiores técnicamente a los de nazis y fascistas estuvo parcialmente protegido el cielo republicano. Pero esto duró poco, mientras el aumento de la ayuda nazi y fascista era cada vez mayor la ayuda soviética era controlada por Stalin para que se contuviera pero no se derrotara al fascismo. Así, a los bombardeos de Madrid y a la destrucción de Gernika vinieron los bombardeos sistemáticos de Cataluña. Sobre ella las oleadas de bombarderos de la aviación fascista italiana preludiaron los que vendrían en la Segunda Guerra Mundial. Cataluña terminará sufriendo los mayores y más sistemáticos bombardeos de la guerra civil.
Ante la bárbara ayuda que los nazis y fascistas prestaban a Franco las democráticas Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos no sólo no ayudaron al legítimo gobierno de la República sino que impidieron que esta pudiese comprar material bélico, sólo a la URSS de Stalin pudieron recurrir los gobiernos republicanos. Gran Bretaña y Francia creaban el hipócrita Comité de No Intervención que sirvió exclusivamente para impedir el rearme de la República y que la ayuda de nazis y fascistas llegase masivamente a la España de Franco. Por su parte, el gobierno democrático de los EEUU además de no venderle armas a la República permitió que una multinacional suya del petróleo, la Texas Oil Company (Texaco), surtiese a Franco de combustible a crédito abierto. Con este proceder no cabía ni pensar que las democracias fuesen a hacer algún esfuerzo para parar la extensión del fascismo, aunque esta desidia de las democracias liberales posibilitaba el fortalecimiento de la Alemania nazi y, por lo tanto, que comenzase la Segunda Guerra Mundial donde y cuando Hitler quisiese.
Franco sabía muy bien lo que quería, erradicar la semilla de la revolución social de España de una vez para siempre. Para esto tenía que aniquilar a los cuadros políticos de la clase trabajadora –que eran miles–, someter al resto de la clase al Estado y perpetuar en ella el miedo. Con la guerra de desgaste Franco no sólo arrasó al ejército de la República sino que fue aniquilando en el territorio conquistado a todo aquel que por activa o por pasiva se hubiese opuesto al Glorioso Alzamiento Nacional. Primero justificó la barbarie a través de los Bandos de Guerra y después por medio de los Consejos de Guerra. Ambas formas eran una cínica manera de cubrir con aires de legalidad la masacre social ejecutada: la escalofriante cifra de 130.199 asesinatos están hoy ya documentados con nombres y apellidos, y si bien se están descubriendo nuevas fosas miles de víctimas más saldrían a la luz si los asesinos y su progenie no hubiesen destruido la documentación.
Para someter a la clase trabajadora no era suficiente con aniquilar coyunturalmente a sus cuadros y a sus combatientes o militantes directos sino que había que controlarla sindicalmente y aterrorizarla socialmente durante años. Para esto era imprescindible una estructura estatal que no le permitiese a la clase trabajadora ni un resquicio por donde colar su actividad sindical y política, el Estado fascista. La ayuda militar y política de la Alemania nazi y la Italia fascista y la pasividad de las democracias liberales de Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos posibilitó que Franco pudiese ir diseñando su entramado estatal según avanzaba su victoriosa contienda bélica.
Que el Estado fascista en construcción que Franco lideraba no era un mero instrumento pasajero para ganar la guerra lo dejó bien sentado el propio Franco en una carta que le envió a Alfonso XIII, que había donado a los golpistas un millón de pesetas, en la que le avisa que no va a restaurar de inmediato la monarquía. No sólo avisó al desterrado monarca, en julio de 1937, en una entrevista a la United Press, afirma que su Estado “seguirá la estructura de los regímenes totalitarios como Italia y Alemania”. Al poco, en agosto, se promulgan en el BOE los estatutos de la FET y de las JONS, en cuyo artículo 47 se decía que “El Jefe es responsable ante Dios y ante la historia”.
En septiembre de 1936 Franco, por la relación de fuerzas en el generalato golpista, había sido nombrado “Generalísimo” de los ejércitos. Al poco, el 1 de octubre de 1936, era investido ya como Jefe de Estado. Esto le llevó a nombrar su propia Junta Técnica del Estado que sustituía a la Junta de Defensa Nacional que, presidida por el general Cabanellas, había sido una construcción de los generales golpistas y a la que en un primer momento no había pertenecido Franco. El 2 de diciembre de 1937 Franco juraba en el monasterio de Santa María de las Huelgas (Burgos) como Jefe de la FET de las JONS, que genéricamente se conocerá como Falange o Movimiento. Era ya el Comandante en Jefe del Ejército, el Jefe del Estado y el Jefe de Falange, el “Caudillo” militar y político.
Este régimen, denominado el “Nuevo Estado”, formará su primer gobierno oficial el 30 de enero de 1938. El “Nuevo Estado” se irá estructurando paso a paso. El 10 de marzo de 1938 se promulga en el BOE el “Fuero del Trabajo”, en él se encuadraba verticalmente a la clase trabajadora en el Estado y la huelga era declarada un delito de “lesa patria”, lo que venía a ratificar todo lo hecho anteriormente ya que la huelga estaba prohibida con pena de muerte desde los primeros Bandos de Guerra de los golpistas. Los partidos del Frente Popular ya habían quedado prohibidos oficialmente el 11 de enero de 1937 y el 25 de abril ya se había decretado el saludo fascista.
En el año 1939 Franco no sólo contaba con la ayuda directa de la Alemania nazi y la Italia fascista, el 27 de febrero Gran Bretaña y Francia reconocen oficialmente el gobierno francofascista. El mismo día que Franco emite el último parte de guerra, el 1 de abril, los EEUU reconocen su gobierno. Al día siguiente la prensa publica el telegrama de felicitación que el papa Pío XII envía a Franco, “levantando nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente, con V.E., deseada victoria católica España”, lo que venía a ratificar bien públicamente el apoyo de la Iglesia española a la “Cruzada” del invicto Caudillo.
Terminada la guerra prosiguió la consolidación del Estado fascista a través de las denominadas Leyes Fundamentales y se sistematizó la represión sobre las “hordas marxistas”. Franco dejó bien claro su programa el 17 de julio de 1940 cuando advirtió que “hemos derramado la sangre de nuestros muertos para hacer una Nación y para forjar un imperio”. Esto significaba que la conclusión de la guerra era la continuación de la barbarie.
Antonio Liz
Historiador, Madrid
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