Todavía es posible encontrar a quienes sostienen (más o menos conscientemente, más o menos sistemáticamente) que es posible y necesario que los sindicatos no sean “instrumentalizados” por partidos políticos. Incluso, algunos conocidos militantes de partidos políticos, recurren a veces a este discurso, como si pudieran, por un lado, atenerse a tareas estrictamente sindicales, y por otro, a las políticas.
Este modo de enfocar la cuestión, separa y contrapone, en términos absolutos, ambas esferas. Por eso, ocupan un término que genera suspicacia, desconfianza: instrumentalizar. Aún así, hay que reconocer que sí existe una instrumentalización: la realiza la burguesía, la clase empresarial, todos los días, cuando corrompe a dirigentes sindicales a cambio de dinero u otras regalías como el derecho a no trabajar o instalando a militantes de partidos empresariales o de gobierno en los puestos dirigentes de los sindicatos (PS, DC, PC, etc.).
La burguesía, también ejerce su dominio en la esfera de la cultura y las costumbres, a través de los medios de comunicación que reproducen las ideas de la clase dominante (pensemos en cómo se elige el directorio de TVN). Los códigos ideológicos hegemónicos: la visión de la familia, la propiedad privada y el Estado, la posición de la mujer en la sociedad, la imagen de la pobreza; todo eso es puesto en circulación como la cáscara superestructural de las transformaciones neoliberales realizadas en las últimas décadas.
Aún así, surgen leves grietas en su propia “fiesta”, como lo vimos con algunos chistes del Festival de Viña. Pero en la sociedad no surge una alternativa revolucionaria de manera espontánea en ninguna de estas esferas. Tampoco es posible que las organizaciones sindicales, que surgen en los marcos de la sociedad capitalista para luchar por mejoras en la situación de la clase obrera, aún estando dirigidas por trabajadores “sin partido”, escapen a la influencia de la burguesía en las filas de la clase trabajadora. Dicho de otra manera: es imposible, totalmente imposible, que en la sociedad capitalista existan sindicatos “no influenciados” políticamente por nadie. Si no son los revolucionarios de la clase obrera los que influencian los sindicatos, lo hace o la burguesía o sus aliados reformistas (como en Chile lo es el PC), o grupos estudiantiles reformistas (como ciertos libertarios u otras corrientes con esa estrategia).
Creer en “sindicatos puros y libres de toda influencia política” equivale a: a) subestimar a la burguesía como clase dominante, equivale a no ver sus modos de influir en la sociedad, en la clase obrera y en sus organizaciones sindicales, modos que son múltiples, con miles y miles de canales, y basados en la estructura económica de la sociedad; b) equivale también a sobreestimar la capacidad de los sindicatos para actuar con independencia de la burguesía. Los sindicatos responden diariamente a un sinnúmero de problemas, referidos a las condiciones laborales y salariales, bonos, gestión de beneficios para sus socios y un largo etcétera. En su actividad de rutina -y es necesario que sea así-, deben atender las preocupaciones también de los compañeros de clase que tienen menos consciencia de clase, que no están interesados en luchar, etc. c) Por último, todo esto es un modo de embellecer al capitalismo, es creer que esta sociedad basada en la explotación le puede obsequiar “independencia” a los esclavos modernos, que somos los trabajadores en la actualidad.
Nada de esto ocurre. Para que los sindicatos puedan emanciparse de la influencia política burguesa e idear una política independiente, es necesario que existan en su seno trabajadores organizados políticamente, que actúen con una estrategia común, desde diversos puntos, y que se propongan conquistar la dirección política de la clase obrera. En la tradición del marxismo revolucionario, este rol lo cumple el partido. Su influencia, a decir de Trotsky “crecerá, incluso en los sindicatos, cuanto más revolucionaria sea la situación.” Si la situación no es revolucionaria, Trotsky y Lenin no recomendaban la “impaciencia”, el querer tener rápidamente cargos a cambio de adaptarse a la clase obrera tal cual es. “En la huelga el primer lugar por supuesto corresponde al sindicato. La situación cambia radicalmente cuando la movilización adquiere la forma de una huelga general o incluso en una lucha directa por el poder. En esas condiciones el papel de dirección del partido es directo e inmediato.” En otras palabras, los revolucionarios dirigirán a la clase trabajadora cuando la situación sea revolucionaria.
Pero esto, de ninguna manera, significaba para Trotsky que debamos condenarnos a la pasividad por mientras llega una futura “situación revolucionaria”. También en situaciones no revolucionarias, en la sociedad capitalista, existe la chance de ir conquistando influencia en el seno de los sindicatos y la clase obrera. No hay que esperar el futuro, sino empezar a combatir en presente. Trotsky incluso señala una serie de medidores concretos de la influencia de los revolucionarios en la clase obrera: “El carácter dirigente del partido, sus formas y sus métodos pueden diferir profundamente, de acuerdo a las condiciones generales de un país dado o a su nivel de desarrollo.
En los países capitalistas, donde el Partido Comunista no tiene ningún medio de coerción, es obvio que solamente pueden ejercer un liderazgo a través de los comunistas sindicalizados, ya sea que estén en la base o en puestos sindicales. El número de comunistas que ocupan cargos de dirección en los sindicatos sólo es un medio más para medir la influencia del partido en los sindicatos. El parámetro más importante es el porcentaje de comunistas sindicalizados en relación al total de la masa sindicalizada. Pero, el criterio principal es la influencia general del partido sobre la clase obrera, que se mide por la circulación de la prensa comunista, la concurrencia a actos del partido, el número de votos obtenidos en las elecciones y, lo que es especialmente importante, el número de obreros y obreras que responden activamente a los llamamientos del partido a la lucha.”
Hoy en día, en Chile, es necesario construir esa fuerza política revolucionaria de los trabajadores, esa organización que vaya aumentando la cantidad de sindicalizados en relación al total de la masa sindicalizada, conquistando la dirección de los sindicatos, editando medios de prensa cada vez más leídos, ganando votos en las disputas electorales sindicales y el día de mañana en los escenarios electorales nacionales, y convocando cada vez a más trabajadores al combate cada vez que este es necesario. Esa influencia política -aunque le pese a los que hablan de “instrumentalización”- será una enorme contribución al combate de la clase obrera por su emancipación.
Juan Valenzuela
Santiago de Chile
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