jueves, julio 23, 2015

Ida y caída: Leopold Trepper en el dentista



A propósito de la experiencia de ir al dentista, pensé qué historias se encuentran en los libros acerca este tema. Y el episodio que ahora –y siempre– recuerdo es uno histórico: el de Leopold Trepper. Cuenta Gilles Perrault en su libro La Orquesta Roja que Trepper, cabeza de los servicios de espionaje e información soviéticos –quien se ganó el apodo entre amigos y enemigos de “el Gran Jefe”–, no le quedó más remedio, un día, que ir al dentista. En ese momento (hablamos de fines de la década de 1930 y comienzos de la siguiente), Trepper estaba siendo perseguido por los nazis, quienes avanzaban en ocupar Francia, Holanda y Bélgica, y se dedicaban también a destruir “la orquesta”, descubriendo y capturando a diversos músicos-cofrades del Gran Jefe (especialmente a los “pianistas”, los agentes que transmitían telegráficamente información vital de los alemanes a la URSS, desde sótanos y trastiendas de comercios).
Trepper había logrado organizar desde Bruselas una extensa red de informantes que incluía todos los estamentos sociales y todos los países ocupados, y él mismo se hacía pasar por empresario proveedor para el Ejército alemán, brindando en noches de gala con el alto mando nazi tras la firma de algún contrato… El enojo y frustración de Hitler lo llevaron a reconocer (públicamente) que, en algo, eran superiores los rusos a los alemanes: en el espionaje.
La cuestión es que Trepper, aun con bajas (encarcelados sus agentes y colaboradores, torturados y amenazados sus seres queridos, obligados a actuar como “dobles agentes”, enviando datos falsos hacia Rusia –en una operación que los nazis llamaron Funkspiel–), mantiene como puede la actividad y envío de información, y cuando concurre al dentista, por una (des)afortunada combinación de informaciones que obtienen sus enemigos, van a esperarlo allí y consiguen capturarlo. Vigilado entonces las veinticuatro horas del día por la Gestapo, Trepper asombra a sus vigilantes e interrogadores comentando sus métodos de trabajo, y la profunda infiltración de la que son –vaya paradoja– víctimas, y comienza, tras simular la aceptación de su derrota, “el gran juego”. (Una década después, tras el resonante éxito que tuvo La Orquesta Roja de Perrault, quien había entrevistado al mismo Trepper para hacer su libro, el Gran Jefe también escribirá y publicará sus memorias, a mediados de la década de 1970, con el título de El gran juego.)
En este “juego” (a vida o muerte) entre Trepper y los nazis el primero saldrá triunfante: no sólo logró engañar y huir de sus captores (en una maniobra simple pero genial) sino que mantuvo el envío de informaciones bajo reclusión: incluso llegó a anticiparle a Stalin (al “enterrador de la revolución”, al “astro gemelo” de Hitler –León Trotsky dixit–) la fecha exacta del ataque alemán: el comienzo de la “Operación Barbarroja”. El Gran Burócrata ruso, inepto, cobarde, paranoico, desconfiado, desestimó el anuncio: proveniente de “borrachos o traidores” calificó la información que le llegó de Trepper. (La Orquesta Roja supo del fin del pacto nazi-soviético; incluso se aprovechaban las contradicciones y desavenencias de los generales nazis, disconformes con decisiones del líder imperial del III Reich: opinaban que era una locura –militar– pretender que Alemania mantuviera dos guerras al mismo tiempo, en los frente Occidental y Oriental…)
Tras su huida, Trepper logrará, al fin de la Segunda Guerra Mundial, regresar a la Unión Soviética. Formó fila en una oficina de reclamos y protestó por el ninguneo a sus mensajes y avisos, que tanto podrían haber cambiado los hechos y episodios de la guerra que todos conocemos. ¿Cuál fue el resultado del enojo de este auténtico luchador y patriota soviético? Diez años de cárcel, nada menos que en Lubianka.
Cuando logró salir de allí vivió en su Polonia natal, recluido, hasta que Perrault y su libro le granjearon una nueva notoriedad, y luego terminó en Jerusalén. El gran juego es un libro impresionante; una joya de la memoria militante. Cuenta Trepper que, en sus comienzos, como joven minero en Medio Oriente, lustros previos a su llegada al espionaje, llegó a organizar comités conjuntos de trabajadores judíos y palestinos (luego los gobernantes británicos lo expulsarían, teniendo que recalar en Francia). Toda su vida está relatada en ese libro, y es para destacar la evaluación que hace de los trotskistas en la URRS, a quienes conoció en la cárcel. Habla Trepper de la “revolución degenerada [que] había engendrado un sistema de terror y horror, en el que eran escarnecidos los ideales socialistas en nombre de un dogma fosilizado que los verdugos tenían aún la desfachatez de llamar marxismo”; hace un mea culpa (“Todos los que no se alzaron contra la máquina stalinista son responsables, colectivamente responsables de sus crímenes. Tampoco yo me libro de este veredicto”) y pregunta: “¿quién protestó en aquella época? ¿Quién se levantó para gritar su hastío?”. Y responde: “Los trotskistas pueden revindicar este honor. A semejanza de su líder, que pagó su obstinación con un pioletazo, los trotskistas combatieron totalmente el stalinismo y fueron los únicos que lo hicieron. En la época de las grandes purgas, ya sólo podían gritar su rebeldía en las inmensidades heladas, a las que los habían conducido para mejor exterminarlos. En los campos de concentración, su conducta fue siempre digna e incluso ejemplar. Pero sus voces se perdieron en la tundra siberiana.
Hoy día los trotskistas tienen el derecho de acusar a quienes antaño corearon los aullidos de muerte de los lobos. Que no olviden, sin embargo, que poseían sobre nosotros la inmensa ventaja de disponer de un sistema político coherente, susceptible de sustituir el stalinismo, y al que podían agarrarse en medio de la profunda miseria de la revolución traicionada. Los trotskistas no ‘confesaban’, porque sabían que sus confesiones no servirían ni al partido ni al socialismo”.
Afortunadamente, contra esa pérdida de la historia combatiente del trotskismo contra el stalinismo están, por ejemplo, los trabajos del historiador francés Pierre Broué, ya fallecido, además de la inmensidad (monumental) de libros y otros escritos, documentos y cartas que dejó el mismo Trotsky. Es para subrayar lo que dice Trepper: contra la “revolución degenerada”, “traicionada” (tal como tituló Trotsky uno de sus grandes trabajos: La revolución traicionada, de 1936), existía sin embargo “un sistema político coherente”, alternativo (socialista), el de los trotskistas, para sustituir al del totalitarismo stalinista…
Nacido en 1904 en Galitzia (hoy parte de Polonia y Ucrania), Leopold Trepper falleció en 1982. En su libro autobiográfico pretende, según afirma en el Prefacio, aliviado de no tener nada que ocultar (los –pocos– miembros que quedaban vivos de la Orquesta Roja ya no corrían peligros para ese entonces), “decir la verdad acerca de los cincuenta años de mi vida militante”.

Demian Paredes
@demian_paredes

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