La mentalidad es un conjunto de ideas fundamentales que configura el pensamiento de una persona, de una colectividad o de una época. La ideología también. Pero mientras la mentalidad en cuanto a tal es esponjosa, la ideología es cerrada. La mentalidad está impregnada de sensibilidad (hasta el punto de que la historiografía moderna ha sido llamada también historia de la sensibilidad y abarca todas las expresiones de vida cotidiana como complemento del estudio de la macro-historia) y en ella la percepción de "el otro" es horizontal, de igual a igual. La ideología, en cambio, al ser un pensamiento cerrado atiende sobre todo al interés personal o de clase, y si incluye sensibilidad es percibiendo a "el otro" de arriba abajo. El término "mentalidades" se ha usado desde principios del siglo XX para definir las estructuras sociales expresión de la cultura. Michel Vovelle define la mentalidad como una ideología trizada.
Dicho lo anterior, ¿cómo puede sorprender que actualmente España, Grecia o Francia basculen entre los extremos políticos? La irrupción de partidos radicales en escena es consecuencia de la situación extrema en que se hallan amplios sectores sociales. Una parte de la sociedad vive muy bien, otra bien a secas, otra vive mal y otra intenta sobrevivir. La desigual forma de pagar las clases sociales el estallido de la crisis financiera es patente. Y con mayor motivo sabiendo que la crisis ha signficiado el enriquecimiento súbito de unas partes de la sociedad a costa de las otras... Y es esa desigual manera de soportarla lo que principalmente tensa a la sociedad y la política.
Podría decirse que las mentalidades se enfrentan a las ideologías. De aquí que hayan surgido partidos cuyo propósito es actuar sobre la raíz de los problemas para tratar de darles solución. Partidos que desde una determinada mentalidad contestan a las dos ideologías hasta ayer dominantes próximas por los resultados: la neoliberal y la socialdemocracia. Esto se proyecta sobre dos sociedades: la española y la actual griega, en las que distingo las siguientes clases, las cuatro dueñas de algo: burguesía (dueña del dinero), funcionariado (dueña de la independencia), precariado (dueña del momento) y excluídos (dueños de la libertad pues al no poseer, nada pueden perder).
Así es que muchos de los problemas políticos y sociales proceden de la falta de entendimiento entre dos mentalidades que perciben de modo bien distinto el siguiente contraste: una parte de la población vive de unos ingresos seguros que le permite calcular lo que puede y no debe gastar, otra parte no sabe cuál será de su destino aunque ahora tenga empleo -tan en el aire está- y otra carece de todo recurso: tal es la incertidumbre de presente y de futuro tanto para los desempleados como para la mayoría de los empleados que viven temblando por el peligro de quedarse sin trabajo y no volver a colocarse. En cuanto a la cuarta, la clase de los excluídos, esos que además de despojados y de haber perdido la esperanza, aunque no hay estadísticas fiables parece que significan en España un cuarto de su población. Así que si las clases sociales en un momento dado pudieron desaparecer del imaginario colectivo porque todo el mundo vivía a su manera los deleites de una orgía de gasto, han vuelto a aparecer diseñadas de otro modo...
Y así resulta que la mentalidad de los que, por un lado, viven con ingresos seguros por haber hecho una oposición o por habérselos blindado la empresa y, por otro la de los que dependen más del azar que de su mérito, instalados en la incertidumbre y sin futuro, son dramáticamente incompatibles. Cuando hubo abundancia, no hubo problema para conciliar ambas mentalidades que coexistían más o menos ajenas entre sí. Pero cuando se han juntado, de un lado la dramática escasez del dinero y de empleo, y de otro la manifiesta nula voluntad política de igualar en lo posible la suerte de la ciudadanía, la convivencia entre poseedores y desposeídos puede hacerse insoportable.
Y persiste además otro factor lamentable en la vida social que si ha existido siempre, en estos tiempos se hace más abominable por el despertar de las masas: la idea de la ideología que parte del supuesto de que pensar en los demás es signo de debilidad. Cuando es todo lo contrario y las sociedades más igualitarias, como las nórdicas, lo comprenden bien. Esto es, que tener en cuenta la suerte ajena inmediatamente después de satisfacer nuestro interés, es fortaleza e inteligencia. Fortaleza, porque hace más robusta la personalidad del poseedor; inteligencia, porque -cualquiera que ha vivido lo suficiente puede constatarlo- la generosidad y la magnanimidad son fuente de bienes para todos y propician nuestra buena estrella.
Pero si no nos convence esta conjetura, digamos que la inteligencia de los ricos y de los más capaces estaría a la altura de un milenio que nos proyecta a las estrellas, si se moviliza son para que la sociedad no descanse en la caridad o en la filantropía sino en el equilibrio social; si cumpliesen sus obligaciones hacendísticas, con lo que es posible que fuesen menos ricos, pero añadirían a su riqueza la satisfacción de potenciar la de su país sin necesidad de esconderse de sí mismos ni de sus vergüenzas; y si una mentalidad empapada de sensibilidad desplazase a las ideologías trizadas de materialismo que hacen añicos la convivencia. Hasta tal punto la comprometen que si múltiples factores que anestesian y un alto grado de responsabilidad de los pueblos llanos no hubieran hecho de muro de contención, en otro tiempo la situación que se vive ahora hubiera podido desembocar en la revolución o en otra guerra...
Jaime Richart
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