Con la globalización, conceptos como soberanía e independencia se volvieron obsoletos y hasta de mal gusto. En la práctica, están acotados a las necesidades de los sectores dominantes. “Lo que es bueno para la General Motors, es bueno para Estados Unidos”, llegó a decir un ejecutivo metido a político, cuando los intereses de ambos –la corporación y el gobierno que la representa— tienen el mismo objetivo: mantener la hegemonía. Y se despliegan la diplomacia del dólar (préstamos e inversiones) y, cuando ésta no es suficiente, acuden al expediente de la violencia mediante revueltas y guerras prefabricadas, con no pocos mercenarios, que alimentan el complejo militar-industrial. Al final, destruidas las naciones, llegan las grandes empresas para reconstruirlas. Y se cierra el círculo perverso.
Al nivel del lenguaje, también se produce un cambio: el mismo término de globalización hay de desmitificarlo. Se escucha mejor decir globalización que de imperialismo, típico de concepto la guerra fría, cuando el mundo no se dividió entre Norte y Sur, sino entre Oeste y Este, cuyo mejor signo fue el Muro de Berlín, la cortina de hierro. Un desplazamiento de la economía a la ideología. Pero, el imperialismo, noción acuñada por Lenin, tenía raíces que se hunden en el saqueo, el despojo, la esclavitud y la explotación, por las cuales se erigieron las potencias imperialistas o, si se quiere, colonialistas: Inglaterra, Francia y Estados Unidos, y más tarde Alemania, Italia y Japón. Las guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945) fueron consecuencia de tensiones imperialistas por el reparto de los mercados (la guerra de las drogas posee este mismo sentido).
Si el imperialismo es un viejo concepto que viene de la percepción del mundo conocido, es decir, conquistado y dominado (Roma), el de globalización data del descubrimientode América en 1492, que representó nuevas tierras a conquistar y dominar, que es decir mercados, espacios para comprar y vender, independientemente de las condiciones de producción. De Colón se derivaron los términos: colonización, colonialismo y, en clave moderna, neocolonia, con su carga lo mismo de asentamiento que de subordinación y dependencia. Las independencias formales (políticas) no eliminó la dependencia económica. Nuestros países eran y son fuente de recursos naturales estratégicos y de mano de obra barata.
Con el propósito de hacer a los países subdesarrollados (en desarrollo, hoy emergentes) partícipes en sus planes de reorganización frente a la crisis, y engancharlos con la promesa del desarrollo, cual tierra prometida, nacieron los acuerdos comerciales de carácter regional, para hacer frente a la competencia. En nuestro caso, se evolucionó del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), con Canadá y Estados Unidos, desde 1994, hasta el Tratado de Asociación Transpacífica (TPP, por sus siglas en inglés), que reúne a 12 países: Australia, Brunei, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, México, Nueva Zelandia, Perú, Singapur y Vietnam, caracterizado como un megatratado entreguista. El objetivo explícito, como lo definió el presidente Barack Obama es enfrentar a China.
Con la experiencia de 22 años del TLCAN, esta vocación de crecer hacia fuera ha beneficiado a unos cuantos, que no se ha reflejado en el mercado interno, pues el promedio de crecimiento es de dos por ciento anual, la tercera parte de lo que creció durante el anterior periodo del crecimiento estabilizador. Un TPP, negociado en lo oscurito, con graves consecuencias, lo mismo para la soberanía alimentaria que para los derechos humanos, que pone por encima los derechos corporativos que los derechos de los pueblos, recolonizados. Como hace más de 500 años, cuando se intercambió oro por espejitos de vidrio, hoy se entrega el país en charola de plata (que explotan aquí consorcios canadienses en territorios indios, en perjuicio del medio). De ahí que se caracterice al neoliberalismo como un modelo excluyente y entreguista. Antes de competir con China, competiremos con Vietnam para ver quién paga los salarios más bajos.
Después de más de dos siglos de constituirnos como Estado Nación, seguimos con una mentalidad neocolonial, es decir, para callar y obedecer. No se nos educó para ser libres, independientes y soberanos. Ahora, con la doctrina neoliberal, obramos con criterio gerencial, gobernando al país como si fuera una gran empresa. Y con una reforma educativa que es más laboral, y con un secretario de corte neoliberal. “Estudiar la historia es un ancla que nos mantiene atados a un pasado que ya no existe. El presente es para prepararnos mejor para el futuro, no para voltear a un pasado que ya no podemos cambiar”, afirma Aurelio Nuño, secretario de Educación Pública (SEP).
Un pasado, que quienes llegaron al poder (lo asaltaron) en diciembre de 1982 se encargaron de destruir, al deshacerse de instituciones y empresas públicas, revirtiendo su sentido social, y que significó la privatización del Estado. Educados en universidades gringas, la tecnocracia concretó lo dicho por Robert Lansing, secretario de Estado, en 1924, de que ya no sería necesario invadir México para que sus políticos gobernarán en interés de Estados Unidos; únicamente se requería estudiaran en sus universidades y fueran educados en los valores de EU.
El titular de la SEP justifica el cambio: “Queremos enfocarnos a las asignaturas que presentan un valor agregado al individuo, como las matemáticas, las ciencias y la promoción de destrezas manuales para resolver problemas de la vida real. La historia de México no tiene cabida de cara al futuro”. Bajo este criterio, igualmente se comprende que servidores públicos (para servir a la Nación, en el sentido de Morelos) se conviertan en serviles.
Y el remate del encargado de la educación: “Los niños que les interese la historia siempre podrán aprender por cuenta propia, que es algo que también se desea promover. Ahora hay muchas fuentes de consulta en internet donde podrán conocer la historia de México quienes deseen conocerlo. La materia se presta muy bien a ser autodidactas y queremos aprovechar el tiempo en las aulas para otra clase de asignaturas que el alumno no puede aprender por sí solo”. La googlehistory.com, dentro de la mentalidad neocolonial, al estilo de los que hablan del cesto de basura de la historia.
José Luis Avendaño C.
Alai
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