domingo, febrero 07, 2016

La disolución del Partido Comunista Italiano, la caída de un tigre de papel



En 1991 se disolvía formalmente el que llegó a ser el Partido Comunista más grande de Occidente, el Partido Comunista Italiano, que llegó a contar con 70 años de existencia, logrando mantenerse hasta en la larga noche negra del fascismo de Mussollini, de la que emergió siendo un partido de masas.

Parte I

Pionero en la orientación que terminó desembocando en el llamado eurocomunismo, para cuando se dio su disolución muy lejos estaba de aquel partido fundado por Gramsci en 1921 como ruptura revolucionaria de la socialdemocracia y desde hacía décadas se había convertido en un partido del régimen sin más horizonte que la defensa de la democracia burguesa. Hoy, cuando formaciones políticas como PODEMOS en el Estado Español reivindican su legado y al igual que aquel abogan por un “gran compromiso histórico” con fuerzas burguesas, planteamos algunas reflexiones sobre su deriva con gran actualidad para el presente.

La unidad nacional como estrategia

En un obituario político sobre la muerte de Lucio Magri (1), Perry Anderson planteaba: “Después de Berlinguer el PCI sufrió una constante involución. Menos importante que la moderación sin rumbo de su línea política, o que la falta de renovación de su estructura interna, era la transformación de su base social, con el paso de las generaciones, y el partido se convirtió en algo diferente después de décadas de sottogoverno. Murieron aquellos que habían conocido la Resistencia, disminuyó el apoyo de los trabajadores, sus funcionarios eran ahora en su mayoría cargos regionales o municipales satisfechos de sí mismos, y que formaban dudosas coaliciones locales o presidían empresas corporativas” (2). Algo así como un obituario del propio PCI que, como consecuencia lógica de haberse transformado en un partido completamente dócil, en 1991 terminaba de disolverse organizativamente. Anderson sitúa el comienzo del fin del PCI con la muerte de Berlinguer (Secretario General del PCI entre 1972 y su muerte en 1984), lo cual es válido para su influencia de masas y su composición social, pero lo cierto es que su deriva estratégica había comenzado décadas antes cuando adoptó la política de la unidad nacional.
Para conocer cómo llegó a este punto es necesario conocer la historia de este partido en el marco del estalinismo a nivel mundial. Teniendo en cuenta que la III Internacional fue disuelta en 1943 como ofrenda de Stalin a Occidente. En 1944, mientras Italia sufría la doble invasión aliada y alemana contra la que se había extendido una resistencia armada de masas obrero-campesina que ponía en jaque no sólo la invasión sino las propias bases capitalistas del país, Palmiro Togliatti (Secretario General del PCI desde 1927 hasta su muerte en 1964) había descendido de un paracaídas enviado por Moscú para imponer un giro en la orientación política del partido: la svolta di Salerno. Esta implicaba el abandono por parte del PCI de la estrategia insurreccionalista y su embarque en una política de unidad nacional, entrando al gobierno de Badoglio, ex mariscal del derrocado Mussolini, y luego al del socialista moderado Bonomi. Una versión italiana de la estrategia de Frente Popular impulsada por Stalin desde el VII Congreso de la IC, que el PCI adoptó tardíamente en comparación con el resto de los PC por estar en la clandestinidad y no haber acompañado la estalinización temprana sufrida por el resto de los PC.
En lo inmediato, se trataba de dotar de legitimidad a un gobierno debilitado por el avance de las masas como precondición para la tarea estratégica: contener el proceso revolucionario en curso.

La contrarrevolución democrática a la italiana

Togliatti diría en su primer discurso público al llegar a Italia: “hoy no se plantea ante los obreros italianos el problema de hacer lo que se hizo en Rusia (…) nosotros debemos garantizar el orden y la disciplina en la retaguardia de los ejércitos aliados.” Esta política fue crucial para evitar la revolución en Italia: a expensas de ésta las masas entregaron las armas a los aliados y fueron llamadas a una política que hizo eje en reformar la democracia burguesa, marcando como objetivo central la convocatoria a un referéndum donde el debate giraba en torno a monarquía o república. “La revolución democrática que se está realizando en nuestro país deberá culminar, en su primera fase, en la Asamblea Constituyente”, planteó Togliatti en su informe al V Congreso del PCI. En las fases sucesivas se iría avanzando hacia el socialismo por los cauces de una “república organizada sobre la base del sistema parlamentario representativo” en la que “toda reforma de contenido social se realice respetando el método democrático”, la Italia burguesa estaba a salvo. Pero lejos de una “revolución democrática” (3) lo cierto es que en Italia se dio el freno de la revolución obrera por vías democráticas, de las cuales nacería la nueva Constitución de 1946 como expresión institucional de la unidad nacional.
Por lo demás, podemos citar como una perla al respecto el hecho de que en su papel de ministro de Justicia del gobierno de unidad nacional encabezado por el demócrata cristiano De Gaspieri en 1946, Togliatti amnistió a 219.481 genocidas, reduciéndole las condenas a unos 3 mil fascistas acusados de crímenes graves, gracias a lo cual una gran parte de los miembros de la elite dirigente y la burguesía italiana que habían sostenido el fascismo se reincorporaron a su profesión e incluso a la función pública, reciclándose en el aparato represivo. La política que privilegiaba la unidad nacional para la “revolución democrática” del PCI fue incapaz de llevar hasta el final una tarea democrática tan elemental como juzgar a los genocidas.

1. Dirigente del PCI y organizador del grupo Il Manifesto que presentó posiciones críticas sobre la actuación del estalinismo en los procesos del ‘68 y la intervención del PCI en el “Otoño Caliente”.
2. Perry Anderson, Lucio Magri, Newt Left Review, N° 72, Noviembre-diciembre de 2011.
3. Concepción adoptada también por el dirigente trotskista argentino Nahuel Moreno.

Parte II

En su ensayo político “El sastre de Ulm”, Lucio Magri subraya que el PCI había salido de la Segunda Guerra Mundial y de la Resistencia siendo un partido muy diferente al de aquellas células clandestinas que se mantuvieron durante los años ‘20 y ’30. ”La consigna del partido de masas se había hecho realidad (...) En 1945 el PCI era un partido con 1.100.000 afiliados, en gran parte militantes; en 1946 alcanzó los 2.000.000. Incuestionablemente el mayor de todo Occidente (Francia incluida) y uno de los primeros del mundo. Su composición social señalaba al mismo tiempo un gran recurso y una gran dificultad. Era un partido de clase como quizá jamás se había visto antes. Sin embargo, ¿cómo era esa clase? (...) una muchedumbre de trabajadores manuales de la industria y del campo que a menudo no habían terminado la escuela elemental, les costaba trabajo leer o comprender la lengua nacional, no habían tenido experiencias sindicales, habían quedado al margen de la información y de la lucha política (...) en las secciones de partido aprendían a escribir, leían los primeros libros o algún diario, recibían algún rudimento de historia nacional y, arrastrados por esa nueva pasión llenaban las plazas cada tarde para discutir en corrillos improvisados y hacerse una primera idea. Los cuadros que este pueblo tenía que organizar y conformar eran unos pocos miles”. Digamos en primer lugar que de esta composición y estrategia se derivaba una idea del partido como “educador gradual” de las masas atrasadas obreras y campesinas, lo que estaba en correspondencia con una idea eminentemente culturalista de la construcción de la influencia comunista. Agreguemos que además de base obrera y campesina el PCI se nutrió de una importante base en sectores medios y de la pequeño-burguesía, atendiendo a la política de partido heterogéneo trazada por Togliatti: “el mediero y el inquilino, los parceleros, los pequeños empresarios, comerciantes, artesanos, pequeños contratistas y los intelectuales, entre otros, deberían ser bienvenidos al partido”. Si bien el PCI contaba con un núcleo dirigente experimentado en la clandestinidad y la resistencia, y con una cierta estructura de cuadros, ésta estaba en desproporción con el peso de masas que había adquirido la militancia y la influencia comunista, constituyendo una suerte de “partido-pueblo” en palabras de Magri, o populista “clasemediero”, se podría decir, lo que se correspondía con una estrategia de partido y una concepción de la construcción de la hegemonía, o más bien de la disolución de la misma.
Discutiendo contra la idea de “pocos pero buenos” que mantenía un ala de la dirección, Togliatti promovió una refundación del partido en el sentido de la constitución de “...un partido nacional italiano, es decir, un partido que plantee y resuelva el problema de la emancipación de los trabajadores en el cuadro de nuestra vida y libertad nacionales, haciendo suyas todas las tradiciones progresistas de la nación” (1). La hegemonía togliattiana será entendida entonces como ”política nacional”, de consensos entre los distintos sectores sociales por encima del predominio social y político del proletariado, donde la clave era la conquista de una amplia mayoría social para una estrategia electoralista de ocupar posiciones en los marcos de la democracia burguesa, idea que hoy reflotan formaciones políticas como Syriza en Grecia o Podemos en el Estado Español. Si en el primer caso llevó a que Syriza pasara en unos meses de postularse como el gobierno “antiausteridad” a la aplicación del mayor plan de ajuste en la historia griega, en el segundo caso llevó a Podemos a correrse cada vez más al centro en aras de sacar más votos, postulando ahora un gobierno de coalición con el mismo PSOE que hasta ayer denunciaba como parte de la casta que había que barrer.
La idea de partido de Lenin y Trotsky, y la que sostiene el PTS como parte del Frente de Izquierda, se aleja tanto de la idea del “pocos pero buenos”, una idea sectaria y propagandística del partido como pequeño grupo sin relación con el movimiento social, como del partido de masas como fuerza “nacional” que diluye los intereses de la clase obrera en una política de consensos con sectores burgueses y pequeño-burgueses. Se basa, por el contrario, en la construcción de un partido que agrupe a la vanguardia obrera, a sus sectores más conscientes (que en momentos de ascenso de la lucha puede alcanzar a varias decenas de miles), y que luche por conquistar influencia de masas creando fracciones clasistas en los sindicatos, en el movimiento estudiantil, en las luchas democráticas, en los organismos de masas. Desde esta perspectiva, la lucha por recuperar los sindicatos, por la conquista de diputados, etc. está al servicio de forjar una dirección política que dirija a fracciones de masas, recurriendo a distintas políticas de frente único, con el objetivo de la lucha contra el Estado burgués y por un gobierno obrero.

El PCI se enfría ante el “otoño caliente”

Como expresión de un nuevo ascenso revolucionario a nivel internacional (Mayo Francés, Primavera de Praga, Cordobazo) se dio en Italia el “Otoño Caliente”, un proceso que de conjunto se extendió hacia fines de la década del ‘70. En el contexto del boom económico de posguerra, implicó la emergencia del movimiento estudiantil radicalizado y del movimiento obrero, del que jugaron un rol de vanguardia sus sectores más jóvenes y nuevos. Este proceso implicó huelgas masivas, tomas de fábricas y el resurgimiento de los comités de fábrica, organismos para coordinar democráticamente la lucha. Por primera vez desde la posguerra la clase obrera volvía a estar a la ofensiva, interpelando abiertamente la idea de partido populista y consensualista que había construido el PCI.

El "otoño caliente" italiano

Rosana Rosanda, dirigente del PCI y organizadora del grupo Il Manifesto junto a Lucio Magri, cuenta la en su biografía política sobre el movimiento de toma de fábricas en el corazón industrial de Italia, la FIAT: “fue la única vez en la posguerra que las potencialidades de una lucha en el sistema productivo parecieron, y por un momento lo fueron, ilimitadas en cuanto a sus perspectivas (…)”. Y en relación a cómo este movimiento interpelaba al partido “no se hizo nada, no se pensó nada, ni siquiera un paso hacia adelante en aquel ámbito keynesiano en el sin embargo se habían criado el PCI y la CGIL (central sindical influenciada por los comunistas) y que también sería barrido (…). Las cúpulas dirigentes sostuvieron que la revuelta obrera era ilusoria, que no existía y que si existía no duraría mucho. El popularismo y el antiobrerismo del PCI estaban tan intrínsecamente entrelazados con su cultura que resultaban casi inocentes” (2). La emergencia de los sectores más bajos del proletariado, los llamados gli incazzati (los cabreados), con poca disciplina sindical y política hacia las estructuras sindicales tradicionales dirigidas por el PCI y el PSI como la CGIL (que dirigía a 4 millones de obreros), implicó la extensión de nuevos métodos de lucha como las llamadas “huelgas salvajes” que desbordaban las conducciones sindicales, completamente impotentes para encauzar el movimiento hacia una perspectiva de disputa del poder. Frente a esta quietud estratégica, surgieron distintas variantes como el operaísmo italiano, que si bien implicaba un cuestionamiento por izquierda al sindicalismo y parlamentarismo del PCI, extremó las posiciones espontaneístas negando la necesidad de construcción de un partido revolucionario.
El rol del PCI frente a la radicalización del movimiento obrero italiano sería abiertamente pérfido cuando promovió la política de apoyo al gobierno democristiano.

Del golpe a Allende en Chile al “compromiso histórico” de Berlinguer (con la burguesía)

Al poco tiempo de producirse el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973, Berlinguer lanzó una serie de artículos en Rinascitá, órgano del PCI, dedicados a promover la orientación del ”compromiso histórico”, es decir la colaboración de los partidos comunista y socialista con la Democracia Cristiana con el objetivo de “profundizar la democracia”. Allí se planteaba que a Allende le había faltado una política para generar consensos más amplios que le permitieran consolidar la gobernabilidad y frenar las reacciones conservadoras, de lo que se derivaba que en Italia estaba planteado promover una política de acuerdos con las “fuerzas democráticas” para “vencer a los grupos reaccionarios.” Pero lejos del balance de la dirección del PCI, lo cierto es que la experiencia chilena mostraba justamente lo contrario: a Allende le había sobrado “política de consenso”, la misma Unidad Popular era una coalición de partidos obreros reformistas (PC y PS), partidos pequeño-burgueses de izquierda (MAPU), junto a partidos burgueses (Partido Radical), entre otros, es decir, una estrategia de colaboración de clases cuyo programa era el de promover algunas reformas (desarrollo de la industria pesada, nacionalización de algunos recursos, mejora de las condiciones laborales, etc.) en los marcos de la legalidad burguesa. A medida que el movimiento de masas lo superaba y los golpes del imperialismo y el empresariado aumentaban (lock out, desabastecimiento) Allende no hacía más que hacerle concesiones a la Democracia Cristiana y al empresariado con medidas como el retorno de las fábricas bajo control obrero a manos patronales, y fue justamente esa estrategia la que abrió paso al golpe. Los cordones industriales (organismos de coordinación para la lucha puestos en pie por los trabajadores, embrión de un doble poder) que querían enfrentar al golpe por la vía de radicalizar las acciones del movimiento de masas, recibieron la rotunda negativa del gobierno de Allende a armar al pueblo, quedando indefensos frente al Ejército que dio el golpe.
El balance del PCI era que había que llevar hasta el final la orientación responsable de abrir paso al golpe pinochetista.
El compromiso histórico llevó a que el PCI diera su apoyo al gobierno de la Democracia Cristiana entre 1976 y 1979, y que fuese la cobertura de izquierda que mediante la CGIL (central sindical dirigida por el PCI) preservó al gobierno cuando los últimos embates del “Otoño Caliente” lo golpeaban.
Las dos almas del PCI: la sindical (la CGIL agrupaba por entonces a unos 4 millones de obreros) y la parlamentaria (en 1975 el PCI batió el récord del 35 % de los votos) fueron puestas al servicio de preservar el régimen burgués, en una deriva eurocomunista que identificaba cada vez más abiertamente la democracia burguesa con el socialismo.

Socialdemocratización y ocaso del PCI

En esa perspectiva, en 1976 se realizó en Berlín del Este la Conferencia de Partidos Comunistas y Obreros de Europa, donde el Partido Comunista Italiano, el Partido Comunista Francés y el Partido Comunista de España, entre otros, presentaron una plataforma común que sostenía como doctrina el retorno a la concepción reformista de la vieja socialdemocracia respecto al Estado y la democrática hacia el socialismo… Se planteaba que había que ”desarrollar el socialismo en democracia”, ganado posiciones para todas las fuerzas democráticas y antimonopólicas en el Estado y las empresas nacionalizadas como base para construir una “democracia avanzada” sin modificar las bases del capitalismo y sin destruir el Estado burgués. Consecuentemente con esto, abogaron por la eliminación de la dictadura del proletariado de su programa y en 1978 abandonaron el marxismo-leninismo como matriz ideológica. Esta era la consecuencia lógica, como consumación teórica y programática, de toda la orientación estratégica previa, que en última instancia se remonta a la estrategia frentepopulista fijada por Stalin como política de colaboración con la burguesía para contener la revolución. Si primero implicó una idea etapista de la lucha por el socialismo que incluía una “etapa democrática”, finalmente esta se extendió como único horizonte posible.
En 1991, siendo secretario general Achille Ochetto, en su XX Congreso el PCI votaría su disolución, naciendo dos formaciones políticas: el mayoritario Partido Democrático de Izquierda (PDS) y el minoritario Partido de la Refundación Comunista, variantes de una izquierda más socialdemocratizada y ecologista.
Hoy Pablo Iglesias, principal referente político de Podemos, aboga por un “compromiso histórico” con el PSOE, postulándose para ser el vicepresidente
de un gobierno de coalición con una de las principales fuerzas políticas burguesas del Estado Español que no sólo fue pilar de la odiada transición del 78 que preservó a la monarquía sino que fue un abierto gestor de la crisis (http://www.laizquierdadiario.com/Un-gobierno-del-cambio-liderado-por-el-PSOE) capitalista con el gobierno de Rodríguez Zapatero entre 2004 y 2011 que descargó el ajuste sobre el pueblo trabajador.
La experiencia del PCI muestra que no basta con consolidar grandes mayorías sindicales o parlamentarias para “condicionar al Estado” y profundizar la democracia. Si estas posiciones no están puestas al servicio de una estrategia de lucha contra el Estado burgués, se vuelven su envoltura, y los gigantes se reducen a meros tigres de papel.

Paula Schaller
Licenciada en Historia-UNC

1. Lisao Prieto, El concepto de partido nuevo en el pensamiento de Togliatti.
2. Rossana Rossanda, La Muchacha del siglo pasado, Foca, Madrid, p. 438.

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