domingo, abril 17, 2016

Alexiévich, la URSS y el Premio Nobel de Literatura



La Unión Soviética se colocó nuevamente en el centro del debate literario mundial: Svetlana Alexiévich, escritora y periodista bielorrusa, se llevó el premio Nobel de Literatura 2015. Dos de sus libros acaban de ser editados en Argentina.
Alexiévich (1948) dedicó su extensa carrera a retratar la vida de los habitantes de los ex estados soviéticos. Su fundamento narrativo se apoya en buscar las marcas y las huellas del paso del tiempo en un pueblo que, hacedor del hecho fundamental de la historia contemporánea, se vio luego traicionado por el estalinismo que lo conduciría a la derrota.
La anciana bielorrusa se destaca en la crónica, un género con origen en el periodismo que se inmiscuyó en la literatura para producir algunos de los textos centrales del siglo pasado. El galardón que le otorgaron a Alexiévich es un reconocimiento tardío a un género vigente. En Argentina, la crónica cosechó libros muy importantes: de "Operación Masacre", de Rodolfo Walsh, a "¿Quién mató a Mariano Ferreyra?", de Diego Rojas. Alexiévich escribe: “Cada vez me convierto más en una gran oreja que escucha a otra persona. 'Leo' la voz”.
Ahora se editaron, por primera vez en español, sus libros "La guerra no tiene rostro de mujer" (1985) y "Voces de Chernóbil" (1997). En ambos textos, la narradora utiliza una misma operación: transcribe -para luego seleccionar- horas y horas de cintas de cassette que recopiló por años en su grabadora de periodista. No es la voz autorizada de la escritora la que narra los hechos, sino sus propios protagonistas: los trabajadores y trabajadoras que discurren frente a la grabadora. La cronista escucha, selecciona, ordena, recorta, transcribe. En Latinoamérica esta fórmula había ya generado un libro central, "La noche de Tlatelolco" (1971), de la mexicana Elena Poniatowsca, que tradujo al papel las voces de estudiantes, campesinos, obreros y profesores durante la revuelta social que acabó en una represión feroz en Tlatelolco en 1968.
En el caso de "Voces de Chernóbil", Alexiévich deja hablar a los habitantes de las cercanías de la central nuclear que explotó el 26 de abril de 1986 y produjo la barbarie. Al momento de su aparición, el libro fue inmediatamente censurado en Bielorrusia. Por su lado, "La guerra..." es el relato de más de 200 mujeres que pertenecieron al Ejército Rojo, especialmente en el período de la Segunda Guerra Mundial. La autora se embarca en el destejido de la historia de estas mujeres que -siempre ausentes de los grandes relatos de la Historia, prohibidas y censuradas de cualquier panteón- cumplieron una función clave en el ejército soviético, no sólo como enfermeras o manteniendo los lazos de cohesión social, sino como francotiradoras, almirantes, soldados sin más, que con valentía tomaban las armas. Un millón de mujeres participaron del ejército que en el 17 hizo la revolución.
La escritora, en ese sentido, busca indicar que la revolución y su devenir -como todos los grandes acontecimientos históricos- suele estar contada desde la perspectiva de los grandes héroes. Su mirada, en cambio, es la de narrar y reivindicar esas historias mínimas, estas voces perdidas, la mayoría de ellas críticas del estalinismo: el adoctrinamiento, la censura (hay todo un tramo dedicado a la censura de sus propios textos), la represión, son elementos que están presentes en el relato. Sus textos son el tejido de un relato colectivo, la formación elevada de una narración popular. Su voz es el resultado de las voces que reproduce.
La editorial que ha publicado estos dos libros en español, publicará este año dos textos más de Alexiévich: "Los chicos de latón" o "Los chicos del zinc", un conjunto de historias que se formulan sobre la guerra entre Rusia y Afganistán. Fue un libro que intentaron callar: en 1993, los tribunales obligaron al periódico "Komsomólskaya Prav­da" a rectificar fragmentos que había reproducido en sus distintas ediciones (El País, 30/11/15). Y también "Los últimos testigos", sobre la ola de suicidios de personas que no toleraron la caída del Muro.
“Respeto el mundo ruso de la literatura y la ciencia, pero no el mundo ruso de Stalin y Putin", dijo la escritora tras ganar el Nobel. Agregó: “El escritor ruso está acostumbrado desde hace tiempo a vivir en la oposición”. Alexiévich no sólo es crítica del mandatario de Rusia, sino también del régimen del presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko, aliado de Putin. Así, la premiación de Alexiévich por parte de la academia suiza, parece ser un golpe por elevación a Moscú. Hoy, la escritora -cuyo padre era comunista y ella misma una partidaria del modelo soviético hasta 1988- plantea un discurso ligado a una desilusión respecto al socialismo (“Nadie tiene energía para una nueva revolución”, dijo), resultado de su experiencia vívida del estalinismo en la URSS.
Independientemente de estas lecturas, la obra se defiende con un peso específico propio y opera como un punto de clarificación política sobre la descomposición del primer Estado obrero de la humanidad.

Federico Cano

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