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martes, abril 19, 2016
El regreso de Lenin a Rusia luego de diez años de exilio
El 16 de abril de 1917 Lenin regresó a Rusia en una travesía espectacular. En el transcurso de la semana que duró su viaje cambió su visión de la revolución.
Abril de 1917, ciudad de Zúrich. El escritor Stefan Sweig camina por las calles de una de las pocas ciudades neutrales de una Europa sumida en la guerra. Por allí deambulaban personas de toda índole y procedencia, imperceptibles a la mirada de sus habitantes los emigrados rusos, entre ellos Lenin.
El escritor recuerda en sus Momentos estelares de la humanidad que al llegar las noticias de la revolución de febrero (marzo en el calendario actual) en Petrogrado Lenin inicia planes para retornar a Rusia. Cada minuto que pasaba y que se demoraba en su retorno era tiempo perdido para la revolución, así lo creía él. En una situación desesperada se animó al plan más audaz, atravesar Alemania en tren hacia el Báltico y desde allí en ferry hacia Finlandia. Para realizar las gestiones, escribe Sweig, envió al sindicalista suizo Fritz Platten a negociar con el embajador alemán. Era una maniobra audaz pero la única que le permitió, en una Europa dividida por trincheras, estar el 16 de abril por la noche en Petrogrado, el corazón de la revolución.
No es la aventurada travesía lo más interesante del asunto, sino lo que sucedió en esa estelar semana. En el transcurso del viaje Lenin realizó un “viraje táctico” tal que al llegar a Petrogrado y exponer oralmente y por escrito sus ideas los bolcheviques lo catalogaron de delirante. Lo que Lenin planteó se contraponía en parte a lo que había sostenido y batallado por más de 23 años y cientos de escritos.
Por ejemplo, en plena revolución de 1905 Lenin decía que el “desenlace” de la revolución dependía de la posición que adoptara la clase obrera: como “auxiliar” de la burguesía como proponían los mencheviques o como dirigente de la “revolución popular” como proponían los bolcheviques. Decía que para conquistar su hegemonía la clase obrera debía ponerse al frente de la “revolución popular” conformando un “bloque de izquierda”, base del gobierno provisional revolucionario. En este “bloque” de la clase obrera y la pequeña burguesía estaba excluida la burguesía (ya que solo estaba dispuesta a negociar con el zar). Sin embargo el objetivo de dicho gobierno era instaurar una república democrática, o sea burguesa. Luego la contradicción entre ese gobierno y su base capitalista se resolvería según cómo evolucionara la situación nacional y la revolución socialista en Europa.
Cabe recordar que en aquella primera década del siglo XX no sólo la socialdemocracia rusa luchaba contra el atraso y el barbarismo levantando la lucha por la república democrática contra la asfixia absolutista –los rusos no disfrutaban de derechos mínimos tales como el sufragio universal y la libertad de reunión, organización y prensa– también lo hacían las socialdemocracias de los países más avanzados como Alemania, Bélgica o Austria. Una oleada reaccionaria se había producido en la estructura política europea con la depresión de los precios de 1873-1895.
Como ilustra el historiador Arno Mayer las viejas elites monárquicas y terratenientes se habían fortalecido por las divisiones de las burguesías liberales y por la fuerza adquirida por los sectores nacional-conservadores de la burguesía, imponiendo nuevos ritmos a la política de proteccionismo, rearme y expansión imperialista. Además, dice Mayer, lo que las burguesías temían era las consecuencias de la ampliación del voto y de los derechos parlamentarios, temor que aceleró su capitulación ante las elites tradicionales. Fue este reforzamiento reaccionario el que aceleró el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Frente a este giro conservador de la estructura política los socialdemócratas se tensaron entre los que desistían de las luchas democráticas y quienes las levantaban como parte de la lucha socialista. En 1910 Kautsky, el padre del marxismo ortodoxo, consideraba muy “peligrosa” la agitación por la república democrática en el transcurso de una campaña de movilizaciones por el voto masculino universal en Prusia. Sus detractores del ala izquierda sospecharon correctamente que la dirección del partido se había pasado al conservadurismo, y no se equivocaba Kautsky al identificar que la lucha de los obreros por la república democrática era en definitiva una lucha preparatoria, la preparación de la lucha socialista.
A diferencia de Rusia, el otro combate de la izquierda socialdemócrata occidental era el rechazo a toda alianza con los partidos liberales, alianza que identificaban como una concesión de los trabajadores a sus enemigos de clase. Ningún otro país tenía una pequeño burguesía y un campesinado tan fuerte y con la tradición revolucionaria de los narodnikis (populistas) rusos. Además el proletariado ruso, joven y concentrado en las ciudades, era comparativamente más débil que sus pares occidentales. A esto se sumaba el carácter mismo de la revolución, que Lenin definía como democrático burguesa. Todos estos elementos eran la base de la política de “bloque revolucionario” entre la clase obrera y la pequeña burguesía para instaurar una “dictadura democrática de obreros y campesino” a través de la insurrección y de una Asamblea Constituyente.
El bolchevismo se definió durante años por esta posición, contra los mencheviques que incluían en este bloque a la burguesía liberal, pero también contra aquellos que como Trotsky pensaban que la revolución rusa no era democrático-burguesa sino proletaria y socialista. Fue en el mes de abril de 1917 (frente a la resistencia de los que como Stalin llamaron inicialmente a apoyar el gobierno provisional burgués) que Lenin introdujo las palabras que generaron la revuelta de sus camaradas y que lo llevó a confluir con Trotsky: “dar pasos hacia el socialismo” en Rusia. Los bolcheviques lo atacaron por pretender “introducir” el socialismo “inmediatamente”, “prematuramente” o también “saltarse” la etapa burguesa. Lenin en sus Tesis responde que esa no es su propuesta, pero que la revolución debe avanzar decididamente en un sentido anticapitalista y que la producción y la distribución deben ponerse bajo control directo de los Soviets. Apuntaba así a la transformación de la revolución democrática en socialista, a la transición entre ambas, a hacerla ininterrumpida.
Para explicar las contradicciones entre su visión previa y la que presentaba en abril Lenin realiza varias volteretas, por ejemplo introduce el problema de la “consumación” de la revolución burguesa. Es un problema complejo pero aproximadamente esto: la revolución de febrero de 1917 había consumado la revolución democrático-burguesa de una manera particular, había derribado a la autocracia zarista y había depositado el poder en los Soviets de Diputados de Obreros y Soldados, ergo se había concretado la perspectiva del “bloque revolucionario” y de la “dictadura democrática”. Pero, como en este bloque eran los campesinos los que imponían su dirección, le habían cedido el poder “voluntariamente”, es decir, sin coerción –porque el poder armado lo tenía el Soviet– a la burguesía. La perspectiva del “bloque revolucionario” y de la “dictadura democrática” se había consumado.
De lo que se trataba entonces era fortalecer la dirección de los obreros y del ala revolucionaria, había que ganar a los campesinos pobres e imponer junto con ellos un gobierno obrero, un gobierno de los Soviet, una república soviética, pensar en el retroceso hacia una república parlamentaria era el suicidio de la revolución. Solo esta república soviética podía poner fin a la guerra, repartir la tierra a los campesinos y, último pero no menos importante, dar “pasos hacia el socialismo”. El camino se iniciaba y abril y sus Tesis son un momento clave para pensar lo que sucedió después con la emergencia de la primera experiencia de una república soviética del siglo XX.
Cecilia Feijoo
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