miércoles, abril 20, 2016

Louise Bryant: una pluma al servicio de la revolución



Defendió el sufragio femenino, el divorcio y el amor libre. Cuando Rusia se tiñó de rojo en 1917, viajó desde Estados Unidos hacia Petrogrado junto a su compañero, el periodista John Reed. Fue una de las pocas periodistas que vivió la toma el poder y entrevistó a Lenin, Trotsky y Kollontai, escribiendo una de las crónicas más interesantes –y menos leídas- de aquellos acontecimientos.

Periodismo revolucionario

Mucha gente oyó hablar de John Reed, el periodista y militante, autor de Diez días que conmovieron al mundo (una narración sobre los momentos previos a la Revolución de Octubre). Lo que pocos saben es que Reed no fue solo a Rusia: junto a él se encontraba Louise Bryant, su compañera y colega.
Las crónicas de esta nativa californiana de 32 años, rebosantes de datos, impresiones y testimonios, fueron recopiladas en Seis Meses Rojos en Rusia, de 1918. Éste constituiría su más importante trabajo, seguido por Espejos de Moscú de 1923, donde recogió los perfiles de los principales dirigentes revolucionarios.
"Los períodos de tensión máxima de las pasiones sociales dejan, en general, poco margen para la contemplación y el relato", escribía Trotsky en Historia de la Revolución Rusa. Por ello mismo, Louise Bryant no fue una mera reportera. Pese que buscaba convencer al ciudadano estadounidense y no fue tan cercana al bolchevismo como Reed, se sumergió en el torbellino de la lucha de clases con un objetivo claro: reivindicar el régimen soviético y a aquellos que "cerca de la tierra, peleaban por las estrellas".
Incluso, luego de ser encarcelada brevemente por su defensa del sufragio femenino, insistió en testificar voluntariamente en el famoso Comité Overman de 1919, que investigaba la extensión de la propaganda comunista en Estados Unidos. Allí, expresó su apoyo incondicional a Lenin, Trotsky, y la autodeterminación de Rusia.
Su historia fue la de una mujer que, a principios del siglo XX y desde Estados Unidos –en un contexto de guerra mundial, machismo y persecución ideológica- hablaba de la revolución… y, particularmente, de las mujeres que la llevaban adelante.

La imaginación al poder

Bryant (que siempre mantuvo su apellido de soltera), enfrentándose al conservadurismo propio de la sociedad norteamericana, abogaba por la anticoncepción, el amor libre, el sufragio y la independencia económica de las mujeres. No es casual que sus viajes a Rusia la hayan impresionado: un país atrasado y en guerra, donde el impulso revolucionario llevaría a una conquista de derechos (como el divorcio y el aborto), inédita en la época.
La periodista quedó particularmente asombrada al ver en acción a los soviets de trabajadores, campesinos y soldados, es decir, las formas de autoorganización y democracia directa, que habían sido creadas por la acción obrera y popular. Fue de allí que partió su defensa a la revolución.
Su fascinación por los referentes bolcheviques se explicaba por ser éstos quienes habían logrado confluir con las masas y ponerse a la cabeza del proceso, ganando la dirección de los soviets y conduciéndolos hacia la toma del poder. "Lenin y Trotsky (…) son símbolos que representan un nuevo orden", afirmaba. Del primero destacaba sus dotes como propagandista y jefe de la revolución, capaz de enardecer multitudes. Respecto a Trotsky, a quien llamaba "el gran señor de la guerra soviética", subrayaba su oratoria, humanidad y cualidad de estratega. Se refería a ambos como "figuras complementarias", austeros, valientes y referentes políticos indudables.

Rojos y rosas

Como mencionamos, Bryant presentó un interés marcado por las mujeres que hicieron la revolución. Por ello, otorgó varias páginas a las mujeres soldado así como a distintas figuras femeninas. Tal es el caso de Alexandra Kollontai, Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública (un cargo ministerial), presente en ambos de sus libros.
En Seis meses Rojos, la periodista cuenta que, cuando llegó a Rusia, Kollontai se encontraba en prisión: luego de haber sido exiliada por enfrentar al zarismo, cayó a la cárcel por oponerse al gobierno provisional. Fue entonces, de hecho, cuando fue elegida para integrar el Comité Central del Partido Bolchevique, que condujo la revolución.
En Espejos…, se realza la pelea de la Kollontai para adoptar leyes para las mujeres "de largo alcance y sin precedentes (…) en relación a las embarazadas, los huérfanos, los hijos ‘ilegítimos’ y (…) el Palacio de la Maternidad". Bryant no deja de señalar que este avance enorme para las mujeres no se daba exento de contradicciones que surgían de la realidad material de Rusia, pero hacía hincapié en la enorme creatividad revolucionaria de los bolcheviques que prefiguraban una sociedad librada de toda explotación y opresión.
En un texto de 1927, Alexandra Kollontai decía: “Las mujeres que tomaron parte en la Gran Revolución de octubre " -¿quiénes fueron? -¿Individuos aislados? No, fueron muchísimas, decenas, cientos de miles de heroínas sin nombre quienes, marchando codo a codo con los trabajadores y los campesinos detrás de la bandera roja y la consigna de los Soviets. (…) Todavía no están seguros de qué es exactamente lo que quieren, qué procuran, pero saben una cosa: no tolerarán más la guerra. Tampoco quieren más terratenientes ni señores influyentes...”. Ésta, justamente, es la historia que pretendió desnudar Louise Bryant.

Los últimos años

La muerte de John Reed en 1920 fue un golpe muy duro para Louise Bryant, pero no detuvo su ímpetu. Posteriormente, pidió una autorización a la Oficina de Asuntos Extranjeros para viajar como corresponsal por la frontera meridional rusa. Al serle negada, se dirigió al mismo Lenin quien, según recuerda en Espejos…, le dijo: “Me alegra que haya alguien en Rusia con la suficiente energía para explorar. Seguramente la maten allí, pero habrá tenido la mejor experiencia de su vida”. Así, con ese permiso y escoltada por dos soldados, Bryant recorrió la estepa kasaja, Taskent y Bujará, así como los lindes de Irán y Afganistán, redactando nuevos artículos.
En 1923 se casó con William Christian Bullitt Jr., con el que tendría una hija. Hasta 1925 continuó trabajando como corresponsal y llegó a entrevistar a Mussolini, al primer presidente turco y al depuesto rey Constantino I de Grecia. Sin embargo, al siguiente año, coincidiendo con la aparición de la enfermedad de Dercum (o adiposis dolorosa), se alejó del periodismo y transcurrió años difíciles a nivel personal hasta su muerte en 1936.

Las perlas, el pan y las rosas

"Me siento como alguien que viajó esperando juntar piedras y encontró perlas", afirmaba Bryant en Seis meses rojos. A ella, nada de lo humano le fue ajeno. A través de su pluma, inflamada por la revolución, hablaron el obrero, el soldado, el campesino y los grandes dirigentes bolcheviques. Además, se esforzó en dar voz a las mujeres, sin las cuales la gran gesta de Octubre hubiera sido imposible. A la mujer trabajadora, joven, combatiente, que, como dice Bryant, “personifica Rusia (…) hambrienta, con frío y descalza –olvidándolo todo- planeando nuevas batallas, nuevos caminos hacia la libertad”.

Jazmín Bazán
UNLaM

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