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jueves, abril 28, 2016
Consecuencias de un riesgo global inminente
Un crecimiento demasiado lento por demasiado tiempo. El lobby de los organismos internacionales y el fantasma del 2008. Discursos y realidades. Sobre estabilizaciones de corto y largo plazo.
El crecimiento económico mundial está resultando “demasiado lento por demasiado tiempo”, había advertido la directora del FMI, Christine Lagarde. Días más tarde el organismo anunciaba un nuevamente revisado a la baja crecimiento mundial para el año en curso del 3,2% mientras advertía sobre mayores riesgos para la estabilidad financiera. Por su parte y hace unos días el G-20 (que aglutina a las veinte mayores economías del mundo) reunido en Washington, coincidía en pronosticar un modesto crecimiento global con tendencias a la baja para este año. También la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) emitió un alerta por la desaceleración de las grandes economías avanzadas en particular Estados Unidos, Inglaterra y Japón, junto con la pérdida de impulso de la economía alemana.
Los riesgos -sin duda alguna muy reales- expresados como insistente coincidencia de los organismos internacionales, se asemejan a un gran lobby sobre la Reserva Federal norteamericana para evitar una eventual y altamente riesgosa suba de tasas. Entre tanto, en esa gran pajarera que es la Fed, se moderaba la riña entre “palomas” y “halcones”, al tiempo que la “voz de aura” de la presidencia llamando a la “cautela” parecía marcar un norte bastante claro.
Temores por un nuevo 2008
Como señalamos en otra oportunidad –y en parte, a diferencia de 2008- los factores que se entremezclan y amenazan con un nuevo estallido y/o una nueva recesión resultan múltiples y bastante inasibles. Formulados un tanto caóticamente: la cuestión china, el riesgo de Brexit (salida del Reino Unido de la Unión Europea), la caída del precio de las materias primas y en particular las cuestiones petrolera y bancaria, la reversión del flujo de capitales hacia el centro, la aguda crisis de Brasil, los problemas de deuda en los llamados “emergentes” que se agudizan con la inversión de la ruta de los capitales y los primeros síntomas de contracción de las ganancias en Estados Unidos, son algunos de los más destacados. Todos ellos amenazan con magnificarse y traducirse en un eventual nuevo 2008 si efectivamente la Fed retomara su programa de incremento progresivo de tasas de principios de año.
Pero pase lo que pase en la coyuntura económica internacional –si hay algo que pueda llamarse así- en gran parte las cartas ya están echadas si se piensa en el más largo plazo. China no volverá a crecer a las ya afamadas “tasas chinas” y ello quita sustento “real” a las políticas monetarias expansivas (los capitales retornan a “casa”) poniendo de manifiesto su costado “ineficaz”. Y esta contradicción se hace presente en el corto plazo de un modo múltiple: por un lado las políticas de dinero barato devienen una amenaza potencial mayor para la economía norteamericana, por el otro aparecen como una de las mayores preocupaciones si una nueva recaída se produjera y finalmente –lo que más preocupa al “ahora” de los organismos internacionales- que el remedio -su incremento- podría resultar mucho peor –¡“Dios” sabe cuánto!- que la enfermedad.
¡A las tasas…!
Como también señalamos hace un tiempo, los límites de la “sinergia” entre políticas monetarias y sus fuentes “reales” -o sea fuentes para la creación de valor y plusvalor, léase China y “emergentes”- hicieron sonar las alarmas. Hace rato que los alertas sobre el riesgo inminente de una suba de tasas, se acompañan de voces crecientes que reclaman “políticas fiscales” expansivas en las economías centrales.
El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, acusando recibo de la situación y sumándose a la “cruzada internacional”, mantuvo la tasa de interés en cero, enfrentó con dureza al ministro de finanzas alemán –Schaüble “el terrible”- y prometió para junio una para nada “progre” aunque “anticíclica” –eso sí- compra de deuda corporativa de empresas que no sean bancos, incluyendo a las compañías aseguradoras. Según Thomas Fazi se trata de una medida sin precedentes, un gran regalo a las multinacionales que hará que el Banco Central inyecte dinero directamente en las grandes empresas no financieras. Tampoco se privó Draghi –el “Supermario”, como lo llaman- de pedir reformas y sobre todo “inversión en infraestuctura” a nivel europeo y nacional.
La doble cruzada por mantener políticas monetarias expansivas e implementar políticas fiscales (inversión pública, fundamentalmente) que aúna al FMI, al Banco Mundial, a la OCDE y al Banco Mundial, entre otros, tiene su jerarquía. Y como de costumbre es pragmática. Lo primero es lo primero… “¡A las tasas! (bajas)” es la voz de mando. Lo otro -la inversión pública en los países centrales- es un hipotético y poco convincente sustituto de verdaderas fuentes “reales”, aunque podría tomar cuerpo en algún país o en varios, en un futuro, según la magnitud y derivaciones políticas que adopte la crisis.
“Demasiada capacidad instalada”
Lo dijimos pero vale la pena insistir. Llama la atención que tras tantos años de bajo crecimiento de la inversión y la productividad en el “centro”, recién ahora, los organismos internacionales se muestren tan preocupados por el carácter “insuficiente” o “ineficaz” de las políticas monetarias expansivas para estimular la economía real. Incluso, no es que el amplio degradé que compone el ala de los economistas neokeynesianos como Stiglitz, Krugman y hasta Summers, no lo haya mencionado. Lo hicieron, pero muy tímidamente y mientras apoyaban políticas de tasas bajas como “mal menor”.
Sin embargo ahora sus exponentes más de “izquierda”, como Stiglitz, irrumpen denunciando la ausencia de una relación positiva entre bajas tasas de interés e inversión –una verdad a gritos. Señala que durante los últimos años, tasas -incluso negativas en términos reales- acompañaron caídas en el crecimiento de la inversión integrada mayoritariamente por plantas y equipos. Remarca Stiglitz que según datos de la OCDE en Estados Unidos, la inversión cayó desde el 8,4% del PBI en el 2000 al 6,8% en 2014 y en la UE del 7,5 al 5,7 en igual período. Agrega que manifiestamente es absurda la idea de que las corporaciones estarían dispuestas a realizar un gran número de proyectos si solamente las tasas se redujeran en otros 25 puntos básicos y que a decir verdad las corporaciones están sentadas sobre cientos de miles de millones de dólares porque ya tienen demasiada capacidad instalada –hemos insistido sobre este punto.
Pero para Stiglitz, el verdadero problema reside en que las empresas pequeñas y medianas –las que necesitan crédito de los bancos- no pueden tomar préstamos a la misma tasa de interés de los bonos del tesoro. Remarca que por más negativas que sean las tasas, existe una gran brecha –spread- entre la tasa de interés que fijan los bancos y la tasa de los bonos del tesoro. Por lo que concluye que los bancos no desempeñan ningún papel en el modelo económico que los formuladores de política monetaria vienen implementando. En definitiva, y siempre según Stiglitz, mientras la capacidad de las políticas monetarias para restaurar una economía en declive son limitadas, confiar en el “modelo equivocado” evita que los bancos centrales contribuyan en la medida de sus posibilidades, pudiendo incluso causar un empeoramiento de la situación.
Sin pretender desarrollar aquí una polémica con Stiglitz es preciso remarcar que su fundamentación contiene como mínimo tres puntos extremadamente débiles. El primero es una simple contradicción en los términos: suponiendo que las pequeñas y medianas empresas tuvieran efectivamente acceso al crédito barato ¿dónde invertirían si –como bien señala- las corporaciones que manejan todas las palancas de la economía tienen capacidad instalada excedente? Si existiera “espacio virgen” para la inversión lucrativa, sería utilizado por las grandes corporaciones…El segundo, guarda la enorme ingenuidad –por decir lo menos- de presuponer que el problema de los bancos centrales reside en sus “esquemas teóricos” desactualizados…El tercero, derivado del segundo, consiste en disfrazar de “error teórico” los maravillosos salvatajes -fundamentalmente bancarios- que los estados de los principales países centrales vienen operando post 2008 sin olvidar el regalo a las multinacionales no financieras que el Banco Central Europeo está prometiendo para junio próximo.
No se trata ni de “errores” ni de “excesos”…Son políticas destinadas a salvar al gran capital concentrado que, como está inscripto en la propia lógica del desarrollo del sistema capitalista, es el que tiene la sartén por el mango. Pero el asunto es que las políticas de salvataje son eficaces mientras en alguna parte se esté creando valor y plusvalor. Dicho de otro modo, mientras existan sectores de la economía o alguna economía que ostente niveles de crecimiento real capaz de absorber al menos parte de las masas de capital que no encuentran lugar para su valorización productiva. Ese rol durante los últimos años, lo cumplieron –aún de manera parcial- China, los “emergentes”, las materias primas y en particular el sector “shale” gasífero y petrolero en Estados Unidos.
Son las limitaciones que todos estos sectores unánimemente están presentando, las que ponen nerviosa a una gama muy amplia de actores. Gama que tuvo poco que decir en tanto el esquema funcionaba, incluso con muy bajo crecimiento de la inversión, la productividad y la economía en los países centrales. De todos modos y en el mientras tanto, sospechan que el retiro de las políticas monetarias sería mucho peor que la enfermedad. Por ello el objetivo consiste en demorar lo más posible una eventual recaída dramática logrando algún nivel más o menos sostenible de estabilización económica. Esa la apuesta. Veamos.
Objetivos no descartables (o el “mal menor”)
La intención de la Reserva Federal norteamericana de abandonar las políticas monetarias expansivas arrastra un doble objetivo. Por un lado y primordialmente busca enfriar un mercado bursátil que ha estado acusando cada vez más el impacto de la reversión del flujo de capitales. Por el otro, persigue recuperar la herramienta de la política monetaria en caso de desencadenarse una crisis aguda.
La idea fundamental para la primera meta es que si la Fed sube la tasa de referencia, ello debería traducirse en el mercado de bonos bajo la forma de incremento del interés que rinden estos instrumentos. Una tal situación debería convertir a este mercado en más atractivo y frenar las sumas de dinero que se dirigen hacia la bolsa sobrevaluando permanentemente las acciones y agudizando las tensiones financieras. Pero lo cierto es que a pesar del retiro del quantitave easing (políticas de expansión cuantitativa), de la propaganda sobre el incremento de tasas y de su primer aumento a principios de año, la afluencia de dinero hacia la bolsa continuó incrementándose.
Una nota reciente de Financial Times se pregunta por qué los rendimientos de los bonos continúan en mínimos históricos y aún más bajos de lo que estaban hace un año, siendo que la Fed llevó a cabo su primer incremento de tasas y la idea de profundizar la suba no salió de su discurso. El artículo resalta que aún cuando se registraron fuertes caídas durante los primeros meses del año, el valor promedio de las acciones representa un poco menos de 2,8 veces su valor de libro -el valor de los activos en el balance menos los pasivos-. Relación que fue más o menos la que ostentaban las acciones en su punto más alto antes del crack de 2007-2009. Según la nota, el problema tiene una doble respuesta. La primera es que el mensaje de la Fed respecto de la suba de tasas se ha vuelto cada vez más ambiguo durante los últimos meses respondiendo al incremento de los riesgos globales. De hecho el mercado de futuros de los bonos de la Fed reconoce hoy una probabilidad de sólo 50% de que aumenten las tasas nada más que una vez en el curso del año. La segunda respuesta sería de origen “económico”: Estados Unidos puede exhibir crecimiento pero la ira del electorado muestra que no se trata de nada demasiado emocionante.
Supongamos que Estados Unidos adopta una política decidida hacia la suba de tasas. Probablemente el interés de los bonos se incremente y amainen las cotizaciones en el mercado de valores. Sin embargo y en paralelo, el petróleo retomaría el rumbo descendente junto con el resto de las commodities, la presión sobre los “emergentes” se incrementaría y en China la salida de capitales presionaría por una devaluación del yuan. Y esto por mencionar sólo algunos de los efectos sobre la economía mundial. Es en este entramado complejo que los organismos internacionales confluyen en su cruzada para exigir que se mantengan las tasas y resulta muy probable que la Fed consume las expectativas. El objetivo: una estabilización temporaria en la que el precio del petróleo prosiga una recuperación leve –allende la falta de acuerdos en la OPEP- y los precios del resto de las materias primas se estabilicen –sin descartar incluso algún incremento suave. Si efectivamente Estados Unidos mantiene las tasas sin cambios durante todo el año, la reversión del flujo de capitales podría detenerse e incluso mostrar un retorno –moderado y senil, de más está decirlo- hacia el mundo “emergente”. En este contexto sería altamente probable que China tras sus pasos hacia la internacionalización del yuan –y manteniendo un crecimiento estable de alrededor del 6,9%- evite nuevas devaluaciones de su moneda.
De cumplirse este escenario no puede descartarse algún nivel de estabilización de corto plazo. Pero el problema central es que no hay estabilización posible de largo plazo sin nuevas fuentes “reales” para la acumulación de capital. Y es este asunto de carácter estratégico el que, sean cuales fueran los escenarios coyunturales, mantiene latente la probabilidad de una nueva recesión mundial.
Paula Bach
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