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domingo, abril 24, 2016
Brasil y Argentina
Asistimos a una disgregación de los regímenes políticos en ambos países, que se manifiesta por el grado de protagonismo que tiene el Poder Judicial. Pero la Justicia carece de programa para resolver cuestiones de fondo, que hacen a la gestión de una crisis capitalista de envergadura
Cuando el jefe de Gabinete, Marcos Peña, afirmó que en Brasil “están funcionando las instituciones”, no dejó margen de dudas respecto de cuál es la posición del gobierno de Macri sobre el impeachment votado contra Dilma Rousseff. Hizo suya la versión de la oposición brasileña, que niega la existencia de un golpe, amparándose en el hecho de que la destitución se realiza a través del parlamento. Claro que Macri y Peña omiten un “detalle”: el Congreso brasileño que vota la destitución es un reducto de corruptos: el 60% de los diputados tiene causas por ese motivo, y el presidente de la Cámara de Diputados está en rebeldía con la Justicia por negarse a brindar explicaciones sobre sus cuentas en Suiza.
El apoyo al “golpismo blando” brasileño contrasta con la reivindicación que el macrismo y sus aliados hacían en el pasado del gobierno del PT, y llegan incluso a oponerlo al kirchnerismo. Este discurso tenía una base real: Brasil era reivindicado por el ingreso masivo de capitales, por haber logrado el “grado de inversión” que le permitía tomar deuda pública y privada a tasas más bajas y por tener una inflación reducida. Incluso se reivindicaba la gestión de Petrobras, cuya cotización en la Bolsa de Nueva York era el argumento usado para presentarla como una empresa “moderna”.
Todo ese rumbo, sin embargo, había producido una revaluación del real, como ocurriera con el peso argentino en los ’90 en la Argentina, lo que colocó en crisis el complejo industrial brasileño y agudizó la primarización de su economía. La deuda de Brasil creció hasta representar el 80% del PBI. Pero también lo hizo la deuda privada, cuya cancelación demanda divisas que ahora el país no tiene por la fuga de capitales. La caída del precio del petróleo hundió a Petrobras. Se produjo una reducción del precio de la soja, que tiene a Brasil como el segundo productor mundial. La crisis económica llevó a un retroceso económico fenomenal, que el gobierno quiso resolver mediante un fuerte ajuste contra las masas. Dilma le había entregado el Ministerio de Economía a un hombre de los banqueros, Joaquim Levy, un Prat Gay carioca, para realizar esa tarea. Su caída mostró los límites del PT para llevar adelante el ajuste que se proponía contra los trabajadores. Los macristas parangonan a Dilma con CFK. Pero en verdad, Dilma fue Kirchner y también Scioli (o Macri). La tarea sucia del ajuste -que aquí comprometía a los dos candidatos del balotaje- se la cargaron al hombro los propios petistas, y desde hace unos cuantos años. Los resultados están a la vista.
Barbas en remojo
Este señalamiento es crucial, porque el macrismo pretende poner en marcha la política económica que llevó a la eclosión de Brasil. El gobierno festeja la salida del defol porque permite un endeudamiento para financiar el déficit, omitiendo que paga para ello una tasa de interés que se encuentra entre las más altas del mundo. Este ingreso de capitales tendrá como contraparte una emisión inflacionaria, que el gobierno buscará contener absorbiendo moneda a costa de pagar tasas usurarias.
Un ingreso masivo de capitales a través del endeudamiento podría generar en el corto plazo una caída del dólar, en un cuadro inflacionario que rondaría el 40% anual. Esta apreciación del peso golpearía aún más la actividad económica, que sigue en retroceso e incentivaría la retención de las divisas que ya vienen haciendo las cerealeras y los exportadores. Si en Brasil la bancarrota económica produjo una fractura de la clase capitalista, aquí podría ocurrir otro tanto. El tarifazo ya levantó polvareda en la UIA, dado el incremento de los costos industriales. También existe una clara división en relación con las importaciones, como se puso de manifiesto en el choque entre el gobierno de Córdoba, representante de las automotrices, y Techint, sobre el precio del acero. El primero planteó la apertura del mercado para reducir costos, y Techint amenazó con cerrar Siderca. La cuestión agraria tampoco ha sido resuelta, ya que el aumento de la tasa de interés consumió el beneficio de la devaluación para muchos productores.
Crisis política
El macrismo pretende inspirarse en la campaña anticorrupción de Brasil con el doble propósito de arrinconar a la camarilla kirchnerista y de proceder a un reparto de negocios, en especial los referidos a la patria contratista, al negocio petrolero y mediático. Sin embargo, el impeachment brasileño dejó de lado las denuncias más importantes contra el personal político del PT, por el simple motivo de que ellas alcanzan también a la oposición.
En Argentina, las cosas adquieren similitudes interesantes. El procesamiento que estaría por dictar la Justicia a Cristina Kirchner por la venta de dólares a futuro carga con la incongruencia de no abarcar al gobierno actual, que pagó esos contratos cuestionados, y a los empresarios que hicieron el negocio. Esta responsabilidad compartida anticipa que la causa está condenada a la nada. Otro tanto ocurre con las sociedades offshore descubiertas en Panamá, una metodología que alcanza tanto a oficialistas como opositores, así como también a las principales empresas del país.
Asistimos a una disgregación de los regímenes políticos en ambos países, que se manifiesta por el grado de protagonismo que tiene el Poder Judicial. Pero la Justicia carece de programa para resolver cuestiones de fondo, que hacen a la gestión de una crisis capitalista de envergadura.
Salida
El golpe en marcha en Brasil no es el resultado del “final de ciclo de los gobiernos populistas”, como afirman los ex defensores de Lula, sino de la bancarrota económica y política que envuelve a la totalidad de los países de América Latina, golpeados plenamente por la crisis mundial capitalista.
Esta caracterización incluye al gobierno de Macri, que pretende salir del atolladero mediante recursos que ya han fracasado. La política de sometimiento al capital financiero internacional producirá una división de su propia base social y un enfrentamiento con los trabajadores, que no quieren ver cómo se descarga sobre sus espaldas el peso de la crisis.
Las movilizaciones que ya han comenzado entre los empleados públicos contra los despidos, en los docentes que están protagonizando huelgas importantes en varias provincias, el reanimamiento del movimiento de desocupados ante el crecimiento de la pobreza y las manifestaciones de la juventud por el boleto educativo muestran un cambio en el humor de los explotados, algo que también recogen las encuestas, mostrando una caída de la imagen de Macri. Es a partir de estas luchas que planteamos la campaña por un paro nacional de las centrales obreras, que hoy están dejando pasar el ajuste macrista.
El agotamiento de los movimientos “nacionales y populares” en América Latina debe llevar a reforzar la estrategia de independencia de clase que representa el Frente de Izquierda.
Gabriel Solano
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