La economía china creció en 2019 un 6,1 por ciento. El dato cumple con los objetivos oficiales, aunque situándose en la cifra más baja de la franja (entre 6 y 6,5 por ciento). Se trata del crecimiento más lento experimentado en varias décadas, continuando la desaceleración de los últimos años. Eso que el primer ministro Li Keqiang llamó la “nueva normalidad” seguirá su curso, previsiblemente, en 2020, con un objetivo que podría cifrarse en torno al 6 por ciento, porcentaje mínimo exigible para cumplir con el propósito de duplicar el PIB y el ingreso per cápita en este año con respecto a los niveles de 2010. El ingreso per cápita aumentó un 2019 un 5,8 por ciento y el PIB per cápita superó, por primera vez, la barrera de los 10.000 dólares.
Los datos revelan el momento doblemente complejo que atraviesa la economía china. De una parte, afianzando la transformación estructural del modelo de desarrollo. En tal sentido, cabe significar la progresión de la contribución del consumo al crecimiento del PIB, representando ya el 57,8 por ciento. El impulso a dicha transición se ha visto perfilado con medidas complementarias como una reducción sustancial de impuestos al sector productivo al tiempo que se ha promovido el aumento del gasto público en infraestructuras y ordenación del territorio. Los riesgos financieros asomaron cabeza con las crisis de los bancos Baoshang o Hengfeng, que debieron ser intervenidos. En 2020, la transformación tecnológica irá a la par que la culminación de lo que en China llaman la “sociedad modestamente acomodada” y la eliminación de la pobreza extrema. En suma, los datos que para unos son síntomas de inapelable crisis, para China es expresión de una moderación necesaria para transitar hacia un cambio de paradigma, con un modelo más sostenible y un desarrollo de alta calidad.
De otra, encajando los efectos de la guerra comercial desatada por EEUU, parcialmente atemperados con el acuerdo firmado el pasado 15 de enero en Washington. A primera vista, pudiera decirse que Trump se salió con la suya: mantiene buena parte de los aranceles impuestos mientras China se compromete a aumentar sustancialmente sus compras. Sin embargo, no es tan simple. La magnitud de dichas concesiones son asumibles para China en tanto excluyen el asunto principal: el modelo económico chino con fuerte preeminencia del sector público y un mercado sometido al control del PCCh. Esta cuestión quedó postergada a una segunda fase de negociaciones que quizá nunca se lleve a cabo.
El acuerdo da un respiro a ambas partes, que necesitan recomponerse. Trump, en año electoral, puede comparecer ante la opinión pública estadounidense “vendiendo” sus logros. Xi Jinping, que delegó en el viceprimer ministro Liu He la firma del acuerdo, gana tiempo a sabiendas de que la hostilidad tecnológica, financiera, política y estratégica seguirá experimentando nuevas vueltas de tuerca.
Es previsible que las condiciones de la economía china en 2020 sigan siendo difíciles como consecuencia tanto de su desarrollo desequilibrado e inadecuado como de las tensiones estructurales derivadas del cambio en el modelo y de las circunstancias externas que, pese al acuerdo con EEUU, seguirán siendo complejas en todo el mundo.
Xulio Ríos
Observatorio de la Política China
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