A pesar del muro de contención establecido por el entonces victorioso Stalin, la II Guerra Mundial fue ciertamente seguida de una ola revolucionaria impetuosa (la yugoslava de Tito y la china de Mao, guerra civil en Grecia reprimida por las tropas británicas con el consentimiento de Stalin, crisis social en Francia e Italia donde Thorez y Togliatti actúan como «apagafuegos»); sin embargo, el estalinismo no se hundió, todo lo contrario. Recibió una nueva legitimación producto de la victoria contra el nazismo, y con la extensión de su dominación en el campo llamado socialista y por el reparto del orden en el liderazgo mundial simbolizado por los acuerdos de Yalta y Potsdam entendido como parte del «incontenible» avance del «socialismo». Un libro soberbio, el terrible fresco tolstoiniano de Vassili Grossman, Vida y destino (Seix Barral. Barcelona, 1985, tr de Rosa M. Bassols) muestra sutilmente como la libertad, entrevista utópicamente por los combatientes de Stalingrado se pierde en la misma victoria; !no sé le piden cuentas a los vencedores!.
Los fundadores de la IV Internacional habían imaginado una historia en movimiento. La mayor de las crisis, la guerra que pone en evidencia la extrema crueldad del sistema, tenía que abrir las puertas a una ofensiva proletaria similar a la que conmovió toda Europa al final de la Primera, con sus impresionantes consejos obreros en Berlín, en Budapest o Turín (o nuestra huelga general de agosto de 1917), ahora, además, con sus propias exigencias en Petrogrado y en Moscú. Sin embargo, no fue así. Estalinista y socialdemócratas (con los laboristas al frente) vieron su autoridad reforzada, tampoco la clase obrera era la misma, buena parte de sus mejores exponentes había quedado por el camino, la pléyade de revolucionarios y revolucionarias que congregó la III Internacional (desde feministas hasta anarquistas pasando por literatos y nacionalistas radicales), había quedado en el camino. Ni siquiera estaban los que habían alumbrado los inicios de la IV Internacional. España sería un caso extremo en esta destrucción. Solo unos pocos sobrevivirían después de una guerra de exterminio, y después de diversas tentativas frustradas de recomposición, únicamente el partido comunista, inserto en un el «campo socialista», llegaría a los años sesenta como una organización implantada y estable; el POUM sobrepasaría a medias la prueba del exilio.
Se trataba de volver a luchar, pero también de volver a pensar. Los obstáculos eran múltiples, los acontecimientos tenían la categoría de lo inconmensurable, las condiciones de debate y reflexión eran muy precarias, algo tan asequible hoy como las buenas ediciones eran un problema, por otro lado, el peso de la personalidad de Trotsky, y las exigencias de una defensa de la legitimidad del «trotskismo» eran algo que exigían un esfuerzo titánico considerando la existencia de una «buena prensa» de Stalin. Un buen ejemplo de este ambiente nos lo ofrece las múltiples dificultades que se encontró Orwell para editar su obra maestra, Rebelión en la granja, que no quería dar a conocer a través de una editorial «trotskista» marginal, pero cuyo manuscrito rechazaron personajes tan conservadores como T.S. Eliot. La tentación de «descansar» en una tradición tan densa, y tan costosa, fue obvia, y en muchas ocasiones, hasta los «trotskistas» más evolucionados se vieron obligados a defender todo Trotsky, como sí su vindicación personal obligara a justificar su actitud en temas como el de los sindicatos al final de la guerra civil, o en firmar todo lo que había escrito por ejemplo en Literatura y revolución, en puntos sobre los que él mismo había ofrecido ulteriormente sus propias rectificaciones. En los años sesenta, esta «fidelidad» estricta sería bastante cuestionada.
Después de que la «línea general» que enmarcaba la fundación de la IV Internacional fuera desmentido por los acontecimientos, se planteaba obviamente la necesidad de establecer otras hipótesis estratégicas. Una de ellas se desprende del grado de enfrentamiento que conlleva el inicio de la «guerra fría», y en la que los Estados Unidos imponen su hegemonía a través de la OTAN la «defensa de Europa». Se trataba por lo tanto de una «posibilidad de una guerra general», y así lo plantea Michael Pablo. Esto significaría «una guerra civil internacional que sería esencialmente revoluciones especialmente en Europa o Asia (…) Es sobre esta concepción que deben apoyarse las perspectivas y la ordenación de los marxistas revolucionarios para nuestra época». En abril de 1951, en un texto titulado significativamente Lo que debe de mantenerse y lo que debe ser modificado, Ernest Germain (Mandel) escribía: «El periodo que va de la Segunda a la Tercera guerra mundial aparecerá en la historia como un interludio temporal y el método de Trotsky según el cual la burocracia no sobrevivirá a una guerra seria históricamente confirmado».
Dichos posicionamientos testimonian la voluntad cuartista de mantener no solamente el camino sino también los pronósticos de Trotsky, y permiten efectivamente aplazar una reedificación radical del papel de la IV Internacional. Por otro lado, la explicación del papel de las direcciones yugoslavas y chinas en el proceso de liberación nacional hasta la victoria se achaca muy poco a las historias especificas de estos partidos (en sus orígenes, a su formación. a los conflictos aparecido en los años treinta con la dirección del Komintern), y se agarran a una fórmula muy general de Trotsky según la cual en circunstancias excepcionales los pequeños burgueses «y comprendido los estalinistas» serían susceptibles de ir mas lejos de lo que querrían voluntariamente en la vía de ruptura con la burguesía. La interpretación extensiva de semejante formula presenta numerosos inconvenientes. De entrada su imprecisión: ir mas lejos en la ruptura con la burguesía Pero, ¿hasta donde? ¿Hasta la derrota del capitalismo en el mayor país del mundo contra un ejercito armado por los Estados Unidos y contra la política de Stalin mismo?.
A continuación en sus consecuencias: ¿son suficientes las circunstancias excepcionales?. ¿Y sí las excepciones se multiplican porque no pensar que las experiencias chinas y yugoslavas podía también repetirse?. Es aquí donde va a parar Pablo en ¿A donde vamos? generalizando las consecuencias posibles de la erosión de las condiciones objetivas sobre los partidos comunistas, La excepción tiende así a convertirse en la regla: la crisis y la presión de masas podían conducir a «diferentes PC a emprender el combate y llegar más lejos que los objetivos fijados por la burocracia soviética». Esta vasta perspectiva histórica no implica sin embargo que las tendencias en presencia serán suficientes para transformar la naturaleza del estalinismo. La revolución política se mantendrá al orden del día. El apoyo a la insurrección obrera de Berlín-Este en 1953 lo verificara, Pero en estas condiciones excepcionales las tendencias centristas pueden desarrollarse en el seno de los partidos comunistas que serán protagonistas privilegiados en la reconstrucción de partidos revolucionarios.
En un comentario de julio de 1954 sobre la significación del IV Congreso Mundial, Mandel sistematiza así una periodización de la conciencia de clase’ la primera ola se caracteriza por la espontaneidad de las masas la formación de direcciones empíricas antes de profundizares un movimiento hacia el marxismo revolucionario.: «Estas tres características pueden ser resumidas en una sola formula: la primera fase de la revolución mundial es la fase del centrismo» Y la aplicación a larga escala de la táctica centrista decidida al principio de los años cincuenta «adquiere todo su sentido a la luz de esta perspectiva». La interpretación extensiva de semejante formula presenta numerosos inconvenientes. De entrada su imprecisión: ir mas lejos en la ruptura con la burguesía, pero, ¿hasta donde? ¿Hasta la derrota del capitalismo en el mayor país del mundo contra un ejercito armado por los Estados Unidos y contra la política de Stalin mismo?. A continuación en sus consecuencias: ¿son suficientes las circunstancias excepcionales Y sí las excepciones se multiplican. porque no pensar que las experiencias chinas y yugoslavas podían también repetirse? Es a donde va a parar Pablo en. ¿A donde vamos?, generalizando las consecuencias posibles de la presión de las condiciones objetivas sobre los partidos comunistas, La excepción tiende así a convertirse en la regla: la crisis y la presión de masas podían conducir a «diferentes PC a emprender el combate y llegar más lejos que los objetivos fijados por la burocracia soviética». Esta vasta perspectiva histórica no implica sin embargo que las tendencias en presencia serán suficientes para transformar la naturaleza del estalinismo. La revolución política se mantendrá al orden del día, El apoyo a la insurrección obrera de Berlín-Este en 1953 lo verificara,
Pero en estas condiciones excepcionales las tendencias centristas pueden desarrollarse en el seno de los partidos comunistas que serán protagonistas privilegiados en la reconstrucción de partidos revolucionarios. En un comentario de julio de 1954 sobre la significación del IV Congreso Mundial. Mandel sistematiza así una periodización de la conciencia de clase’ la primera ola se caracteriza por la espontaneidad de las masas la formación de direcciones empíricas antes de profundizares’ un movimiento hacia el marxismo revolucionario.: «Estas tres características pueden ser resumidas en una sola formula: la primera fase de la revolución mundial es la fase del centrismo». Y la aplicación a larga escala de la táctica «entrista» decidida al principio de los años cincuenta «adquiere todo su sentido a la luz de esta perspectiva».
En la relectura de estos documentos, estos cincuenta años marcados por la escisión. aparecen como una penosa travesía del desierto. Nunca el desvío ha sido tan grande entre las condiciones objetivas que nunca cesaron de madurar, Y el factor subjetivo siempre igualmente ínfimo. Las ideas sobre la «semiconsciencia» y la «etapa centrista» ayudan para relativizar la brecha. Con los primeros levantamientos antiburocraticos de los obreros en 1956 por una parte, y con, de otra, el ascenso de la revolución colonial en Vietnam, Argelia y en Cuba, la historia parece caminando hacia el deshielo. Desde 1956, la constatación de respuestas convergentes delante dichos acontecimientos mayores, abre el proceso que culminara en reunificación de 1963. La escisión de 1952-1953 dejó sus trazos duraderos y vale la pena de sacar algunas conclusiones. La mas clara es que esta escisión, resultado d dificultades para dominar una nueva situación. no estaban políticamente fundada. Las rupturas, sí deben de tener su papel, no deben jamás producirse principalmente sobre los textos, ni sobre los pronósticos perspicaces, sobre «test» prácticos.
A «fortiriori», cuando se trata d pequeñas organizaciones en los que la ligazón militante con la realidad es débil, y cuando los medios de información son inversamente proporcionales a la superficie social y las capacidades de verificación prácticas resulta lentas y limitadas. Los acuerdos sobre las sublevaciones de Polonia y Hungría, el apoyo a la revolución argelina Internacional resultan unilaterales o faltos de matices otros casos resulta palpable que por su misma existencia una Internacional permite ver el mundo simultáneamente con los ojos del zek soviético del minero boliviano o del campesino argelino (o al menos tratar de hacerlo). También qué la percepción de que esta historia al realizarse no escapa a las determinaciones regionales o culturales. No obstante él militante europeo norteamericano, latinoamericano, árabe, africano o japonés tienden a un lenguaje común aunque no a la misma percepción ni al mismo alumbrado. Me permitiré aportar algunos comentarios y como parte de ésta experiencia contienen inevitablemente su parte de subjetividad» Y por lo tanto de error humano.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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