La llegada al país del norteamericano Jake Sullivan, secretario de Seguridad Nacional de Joe Biden, coloca en el centro de la escena la exposición de la Argentina ante los choques de la guerra comercial entre las principales potencias, entre la subordinación del gobierno de Alberto Fernández al imperialismo yanqui en aspectos estratégicos y la dependencia de las exportaciones a China, entre otros fenómenos contradictorios en un continente convulsionado.
La visita del asesor de la Casa Blanca en cuestiones de seguridad pone así sobre la mesa una agenda de amplio alcance, desde las presiones sobre los regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua, hasta las tensiones geopolíticas que desata la ofensiva de los Estados Unidos contra la creciente influencia de China y Rusia en la región.
Según versiones periodísticas, el funcionario comunicará a Alberto Fernández la intención del Departamento de Estado de integrarlo a la mesa de negociación que se concretaría en México con el gobierno venezolano de Nicolás Maduro. El mandatario argentino siempre se mostró partidario de una salida negociada, pero salida al fin, en sintonía con los pedidos de la Unión Europea. Sería una vía blanda tras el fracaso de las tentativas golpistas en el país caribeño, pero en medio de una ola de rebeliones populares que de hecho puso contra las cuerdas al principal aliado regional del imperialismo yanqui, como Iván Duque en Colombia, de la derrota del golpe en Bolivia, y de procesos electorales que han expresado giros políticos de masas como en Chile, Ecuador y Perú.
La colaboración del gobierno argentino con la «negociación» emprendida por Biden sería entonces un sostén al poderío estadounidense en una América Latina en ebullición. Por lo mismo, las especulaciones acerca de que sea Alberto Fernández quien suceda al mexicano Andrés Manuel López Obrador como titular de la Celac (Comunidad de Estados Lationoamericanos y del Caribe), a partir de noviembre, operaría menos como un presunto contrapeso a la OEA y el Grupo Lima que como una variante de contención y mediación en medio de profundas crisis de regímenes políticos. En aras de este acercamiento, las Fuerzas Armadas criollas se relamen con la concreción de algún acuerdo para la compra de armamento, rubro en el cual Estados Unidos es (claro) el principal proveedor de la Argentina -con más del 50% según fuentes oficiales de Defensa.
El punto fundamental es que, al lado de las rebeliones como la que sacudió a Colombia, y un proceso de grandes movilizaciones populares que como muestra Guatemala siguen emergiendo, el gobierno argentino aparece como un modelo más viable para ejecutar el ajuste fondomonetarista contra las masas, valiéndose de los recursos de contención de la burocracia sindical y las organizaciones sociales integradas al Estado. Su apuntalamiento, entonces, por parte del imperialismo, está dirigido contra las innegables tensiones que cruzan al país y que amenazan con romper este equilibrio.
En el itinerario de Sullivan, que arriba a nuestro país desde Brasil, ocupa un lugar preponderante la intención de limitar la penetración de China en la zona, especialmente en medio de la carrera por la instalación de las redes de telecomunicaciones 5G. En este tema, la Cancillería y el Ministerio de Defensa cariocas tuvieron que tomar nota de los reparos estadounidenses ante la licitación que se realizará a fin de año, hacia la cual Huawei aparece como la mejor posicionada (la compañía china viene de abrir un centro de innovación en Sao Paulo).
La comitiva norteamericana se completa además con el director de Tecnología y Seguridad Nacional, Tarun Chhabra, y el director de Cibernética, Amit Mital, especialmente para monitorear la situación en medio de las acusaciones de Biden a Rusia por los ciberdelitos. Otro que integra la delegación, el director del Consejo de Seguridad Nacional para el hemisferio occidental, Juan González, estuvo hace unos meses en Buenos Aires y cuestionó el «mercantilismo vacunas» que adjudica a los gobiernos de Vladimir Putin y Xi Jinping, aludiendo a la inclusión en las negociaciones de la construcción de represas hidroeléctricas o centrales nucleares. El contrato firmado con Pfizer, para el cual se llegó al punto de flexibilizar la legislación argentina en función de satisfacer las «exigencias inaceptables» del laboratorio yanqui, se revela así como parte de una trama de subordinación a la presión del imperialismo estadounidense.
Como se ve, las tensiones exceden con mucho una mera disputa comercial, aunque hecha luz sobre la exposición que implica la inserción semicolonial en el mercado mundial. China es el principal comprador de las materias primas de los países de América Latina y un proveedor de primera línea en bienes de capital e insumos industriales, pero los capitales yanquis siguen dominando en cuanto a inversión extranjera directa y hasta han acrecentado su participación en el total del 27% a 37% en el último año según la Cepal (en medio de una fuerte salida de capitales). Es el régimen de saqueo el que deja al país a la deriva de la guerra comercial y la disputas por zonas de influencia.
Entre los asuntos espinosos que deberá manejar Alberto Fernández con los enviados de Biden hay algunos alusivos a la intención de China de avanzar en infraestructura estratégica, como la concesión de la Hidrovía (cuya licitación, precisamente por eso, terminaría bajo supervisión de la OCDE), como en temas de importancia geopolítica y militar, especialmente la instalación de la base espacial en Neuquén manejada por el ejército del gigante asiático, la construcción de un observatorio lunar en San Juan y el proyecto para construir un Polo Logístico Antártico en Ushuaia con financiamiento chino. En vistas a contrarrestar esta presencia es que se desplegó en febrero la Operación Cruz del Sur, que incluyó el arribo con un buque de la Guardia Costera de los Estados Unidos a la base de la Prefectura Naval Argentina en Mar del Plata, con la cobertura de combatir la pesca ilegal en el Atlántico Sur -de la cual China es la principal acusada.
Todo lo dicho revela la ausencia de fundamento de la ilusión del kirchnerismo y el Frente de Todos en que un gobierno demócrata en Estados Unidos resolvería las presiones imperialistas. Sin ir más lejos, uno de los puntos que suplicarán a la delegación norteamericana es el levantamiento de los prohibitivos aranceles a las exportaciones de acero y biodiésel, fijados por Trump y que siguen vigentes. Por lo demás, expresa también el correlato profunda de la postración de la economía nacional al pago de la deuda externa, especialmente la negociación de un nuevo programa con el FMI. Es también lo que se impuso en el «trato igualitario» que exigió el Club de París respecto de los créditos bilaterales que se pagan a China (que financian proyectos de infraestructura).
La soberanía nacional solo puede conquistarse rompiendo con el imperialismo, cesando el pago de la deuda externa y quitando a los pulpos multinacionales los resortes productivos estratégicos, empezando por el comercio exterior. En definitiva, solo puede ser obra de un gobierno de trabajadores, con la perspectiva de la lucha por una federación de repúblicas socialistas de América Latina y el Caribe.
Iván Hirsch
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