García Hernández sostuvo que “lo que hubo fue una explosión social, eso no estuvo preparado por ninguna organización, no hubo un programa político, no hubo un líder; salió a la calle una masa hambreada”. Señaló que los principales reclamos fueron los de alimentos y medicinas. En menor medida -agregó- participó de las movilizaciones un sector de “la joven intelectualidad cubana que sí reclamaba libertades civiles”.
Resumió la situación afirmando que “el protagonista de estas protestas es un sector de la clase trabajadora que vive en condiciones muy vulnerables”. Y puntualizó: “no podemos decir que los miles de manifestantes que salieron a las calles eran contrarrevolucionarios ni movidos por la contrarrevolución porque entonces estamos reforzando el discurso de la derecha y le estamos otorgando a la contrarrevolución una capacidad de movilización y organización que no tiene”. La consigna “patria y vida”, sostuvo, fue adoptada en las protestas como crítica al gobierno de Miguel Díaz-Canel, como muestra de descontento, pero sin el propósito de derrocamiento del régimen que tienen sus autores originales.
Respecto al trasfondo de las movilizaciones, García Hernández dijo que “el problema es que la economía cubana está colapsando”. Mencionó el derrumbe del turismo y la brusca caída de la economía en 2020, que han tenido como una de sus consecuencias largas filas para abastecerse de comida. Al mismo tiempo, indicó que “lo que está haciendo Estados Unidos con nosotros es criminal; Biden sostiene las sanciones de Donald Trump”.
García Hernández planteó que en Cuba “se han desatendido las políticas públicas y sociales” y se debe mejorar la gestión de los alimentos. A la vez, mencionó que la instauración de tiendas en monedas libremente convertibles (donde se accede a ciertos productos difíciles de conseguir) generó malestar, dado que buena parte de la clase trabajadora no tiene acceso a remesas.
Caracterizó que existen dos tendencias en el gobierno: una prochina y provietnamita, que intenta avanzar en una liberalización económica, y otra “más apegada a la línea de Fidel Castro” que se negaría a instrumentar esas reformas e insistiría en el reforzamiento de políticas sociales “y en conservar una hegemonía del sector estatal sobre el privado”, aunque no especificó quiénes serían los exponentes de dichas alas.
Consultado sobre los derechos políticos, García Hernández se reivindicó militante del Partido Comunista Cubano y defendió el monopolio político del PCC, rechazando la creación de otros partidos. En cambio, apuntó al “fortalecimiento de la sociedad civil en Cuba; todo lo que se pueda entender por sociedad civil, asociaciones, teatros, galerías, todas aquellas instituciones, sectores sociales, que escapan a las decisiones políticas inmediatas del Estado; una sociedad que equilibre el peso de acción y decisión del Estado y por tanto del gobierno”.
Es cierto que hay choques en el régimen cubano. Sin embargo, más allá de las diferencias, hay una coincidencia sobre un rumbo restauracionista. Raúl Castro, en vida del propio Fidel y con el guiño de éste, ha sido el principal impulsor de este giro, llamando a emular el modelo chino y vietnamita. El régimen de partido único es funcional a esta perspectiva, que va de la mano de un proceso creciente de diferenciación social y del abismo que separa a las masas del régimen. La restauración capitalista conduce inexorablemente a un reforzamiento de las funciones represivas del Estado contra el pueblo.
En oposición a estas tendencias, es necesario defender la libertad de organización política y sindical de los trabajadores y el derecho al funcionamiento de todos los partidos y tendencias que defienden la revolución. Esta batalla se inscribe en el esfuerzo por abrir una perspectiva revolucionaria en la isla que apunte a expulsar a la burocracia y que los trabajadores asuman y tomen en sus manos los hilos políticos y económicos de la vida del país. Esta senda es el mejor antídoto para hacer frente al bloqueo y la extorsión imperialista y defender la revolución.
Prensa Obrera
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