Los últimos sucesos en torno a las nuevas restricciones cambiarias fijadas por el Banco Central y las licitaciones de deuda en pesos muestran que el gobierno es enteramente dependiente de los movimiento del capital financiero. La banca y los fondos de inversión no solo se aseguran negocios rentables especulando con títulos de deuda pública, sino que condicionan toda la política económica. Por eso ante tamaña crisis social es tan penoso y avaro el operativo electoral del Frente de Todos para «poner plata en el bolsillo de la gente», aunque más no sea por un par de meses.
Resulta que el precio de sostener la precaria pax cambiaria es cada vez más inaccesible para el gobierno. Tras completar un mes de caída de las reservas internacionales del Central por los pagos de deuda externa y la venta de divisas para contener las cotizaciones paralelas del dólar, período en que según algunos se consumieron el 30% de las reservas netas (Clarín, 17/8), la entidad volvió a sumar restricciones en las operaciones con el contado con liquidación.
Además de mantener sin disparadas preelectorales la brecha cambiaria, el objetivo era canalizar las inversiones financieras hacia los títulos de deuda en pesos que emite el Tesoro, luego de fracasar en las primeras licitaciones de agosto (en las que las colocaciones estuvieron muy por debajo de lo necesario para refinanciar los vencimientos). En la ronda del miércoles Economía revirtió los resultados, pero al precio de ofrecer mayores tasas y plazos cortísimos: más de la mitad de los nuevos títulos vencen en octubre de este año, y rinden al 40% anual. Y un souvenir: como la mayor parte fueron letras «a descuento», implicó de yapa un pago de más de 5.000 millones de pesos a los especuladores, de un saque (el Estado se endeudó por 100.000 millones pero recibió efectivamente menos de 95.000).
El otro gran negocio son los bonos indexados a la inflación, que vienen haciendo crecer la deuda pública de forma descomunal. Desde diciembre de 2019, la deuda ajustada por CER más que se duplicó y aumentó el equivalente a casi 30.000 millones de dólares, llevando la hipoteca nacional a un récord histórico. Contra la «sustentabilidad» de la que habla Martín Guzmán, el hecho de estar atada a la inflación (cuando no linkeada al dólar -de la que en agosto se emitieron más de 450 millones de dólares-) impide licuarla con una devaluación.
Peor aún, la política de cubrir el déficit fiscal con endeudamiento -para reducir la emisión monetaria- genera un efecto bola de nieve. Mantener el esquema hasta fin de año requiere refinanciar vencimientos superiores a 1,5 billones de pesos, y colocar por encima de ello unos 350.000 millones más. Con suba de tasas, a corto plazo, e indexación a la inflación, la bola de nieve terminará por convertirse en una avalancha. Si el capital financiero hace el vacío, el gobierno debería pagar los vencimientos emitiendo pesos, lo cual echaría combustible a la inflación y estimularía una corrida cambiaria. Es por esto que Alberto Fernández y Cristina Kirchner se encuentran a merced de los especuladores, y sostienen la bicicleta financiera mientras la actividad productiva que tanto pregonan sigue debajo de los niveles prepandemia.
Esta dinámica bola de nieve es similar a la que llevó el pasivo del Banco Central a superar los cuatro billones de pesos, porque buena parte de lo que los bancos cobran como intereses por Leliq y pases lo reinvierten en esos instrumentos. Gracias a ello, la banca lleva embolsados en el año, como intereses, más de 750.00 millones de pesos -más que lo que el Estado nacional gastó en salarios y salud, sumados. Este astronómico déficit cuasi fiscal es una bomba de tiempo, que el gobierno se propone desactivar canalizando el dinero hacia los títulos del Tesoro -de manera de evitar a su vez el fracaso de las licitaciones.
Con esa motivación es que emite bonos que permiten a los bancos contabilizarlos como encajes, es decir como la porción de los depósitos que teóricamente no deben invertir porque funciona como garantía de liquidez ante los depositantes. Así, una masa de dinero que debería estar retenida a tasa 0 puede rendir ahora un 22%. Claro, el costo es que se aumenta la exposición de los bancos a la deuda del Tesoro: «incrementaron sus tenencias en unos $350.000 millones en apenas dos meses, una experiencia con la que en los años 90 pusieron en riesgo su existencia», advierte un economista (La Nación, 19/8). Esta política hace que la latente corrida cambiaria sea una amenaza de corrida bancaria. Como los que siempre pierden son los ahorristas, no está de más alertar que este camino efectivamente conduce a un nuevo Plan Bonex.
En un plano general, el hecho de que el gobierno se encuentre en la palma de la mano de la banca y los fondos de inversión claramente limita incluso la política de lastre destinada a encubrir o al menos apaciguar el impacto del ajuste en el bolsillo de la gente, de cara a los comicios. Además de arrancar mayores rendimientos, lo que se aseguran es que no se echará por la borda la drástica reducción del déficit fiscal, y que por sobre la pelea de votos prima la orientación vertebral de arribar a un nuevo programa con el FMI.
Lógicamente, lo que interesa a los especuladores no es el equilibrio de la economía nacional, sino solamente la estabilidad de sus negocios. Por eso la respuesta inmediata al relanzamiento del programa oficial Creadores de Mercado fue un informe que las cámaras bancarias del país hicieron circular para «demostrar» el peso de la carga tributaria sobre los créditos y reclamar exenciones impositivas, para bajar las tasas sin tocar un peso de su rentabilidad. Por lo demás, toda la clase capitalista mantiene una huelga de inversiones a la expectativa de un acuerdo con el Fondo y mayor libertad para fugar sus ganancias al exterior (como permite el proyecto oficial para las petroleras); eso es lo que explica que cada peso que se emite termine calentando la corrida al dólar.
Tal vez lo más inquietante sea que toda esta trama tiene como trasfondo no una sequía de divisas sino un récord de ingreso de dólares por exportaciones agrarias (y eso puramente por el boom de los precios internacionales). Si esta es la época de bonanza, el lector advertirá lo explosivo de la situación. Un reciente informe de Coninagro, basado en datos del Indec, resalta que en las últimas dos décadas el agro liquidó divisas equivalentes a dos veces y media la deuda externa del país. ¿A dónde fueron? En primer lugar al propio pago de la deuda externa, que de todas formas se incrementó en el período unos 100.000 millones de dólares. La parte del león de todo el negocio, por lo demás, está dominado por un puñado de pulpos yanquis, chinos y europeos, que giran sus utilidades hacia sus casas matrices. La escasez de dólares es el resultado de un régimen de saqueo.
Lo dicho permite comprender la justeza del programa del Frente de Izquierda – Unidad, que plantea como salida a esta encerrona la nacionalización de la banca y el comercio exterior bajo control obrero, en el marco de un plan económico que en lugar de subordinarse a los dictados del FMI repudie la deuda externa usuraria y fraudulenta para reinvertir la riqueza en el desarrollo nacional y la satisfacción de las necesidades sociales.
Iván Hirsch
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