El ataque a una instalación de Médicos Sin Fronteras y la manipulación de la ayuda humanitaria.
En un artículo titulado “¿Hablaremos con el talibán? ¿Por qué no? Siempre lo hemos hecho” (18/8), publicado en la página de Médicos Sin Fronteras (MSF), dos integrantes de esta organización, Christopher Stokes y Jonathan Whittall, describen la actividad que están realizando en Afganistán, tras la toma del poder por parte de la milicia pastún y la huida norteamericana. El artículo incluye un interesante análisis sobre la manipulación de la ayuda humanitaria por parte de los Estados Unidos y el gobierno afgano.
Los referentes de la ONG señalan que intervinieron en el país “con el acuerdo explícito de todas las partes involucradas en el conflicto”, es decir los talibanes, Estados Unidos, el Ejército afgano y en ocasiones algunas milicias locales. Y afirman ser independientes de todos estos sectores.
Allí es donde comienza la denuncia. “Nuestro enfoque a menudo contrastaba con la forma en que los donantes impulsaban al sistema de ayuda, incluyendo a las agencias humanitarias, para construir al Estado afgano”, explica el artículo. “La ayuda era el ‘poder blando’ para que el gobierno afgano se ganara a la población, era un componente clave de la estrategia que reforzaba el ‘poder duro’ del despliegue militar”, clarifica.
Al respecto, informan de una reunión “reveladora” con un donante occidental en Kabul en que este ni siquiera tenía claro dónde era más necesaria la ayuda humanitaria, y que simplemente se refirió a un mapa de tres colores que graficaba las áreas bajo control de cada bando y aquellas en disputa. “Estaban enviando ayuda a áreas verdes y violetas [bajo control del gobierno afgano o en disputa] para contribuir a impulsar el esfuerzo militar”, indican.
Vale recordar aquí que en febrero de 2019, el traslado de ayuda humanitaria desde Colombia fue la coartada de Juan Guaidó, autoproclamado presidente de Venezuela (con apoyo norteamericano), para intentar un golpe de Estado.
Los miembros de MSF aluden también en su escrito al ataque norteamericano contra el hospital de la organización en Kunduz, en octubre de 2015, cuando la provincia quedó durante un breve lapso bajo control de los talibanes. Allí murieron 42 personas, entre médicos, pacientes y familiares. “Los pacientes que no pudieron escapar murieron quemados vivos mientras yacían en sus camas”, testimonió entonces el médico Heman Nagarathnam (BBC, 4/10/15).
Una de las instalaciones que ardió bajo el bombardeo estadounidense.
“El hecho nos demostró las zonas grises que existen en tales conflictos: la ayuda es tolerada y aceptada cuando aumenta la legitimidad del Estado, pero se vuelve susceptible de ser destruida cuando cae en un territorio donde comunidades enteras son designadas como enemigas hostiles y cuando el Estado está a la defensiva”, asegura el artículo.
Es decir que el imperialismo no solo manipula la ayuda humanitaria, sino que la destruye cuando escapa a su control.
El ataque al hospital, en plena madrugada, duró media hora e incluyó una pausa. Los aviones dieron varias vueltas al nosocomio, según testimonios. El gobierno de Barack Obama calificó el hecho como un “daño colateral”, denominación bajo la cual se han intentado justificar también los ataques con drones que mataron a decenas de civiles en la vecina Pakistán (en la zona de Waziristán), o más atrás en el tiempo la matanza de periodistas y niños en Irak.
Médicos Sin Fronteras denuncia hasta hoy la ausencia de una investigación independiente de los hechos de Kunduz.
Hoy que el imperialismo finge preocupación por las mujeres y los civiles afganos, es necesario tener presente el horror que caracterizó su invasión en el país de Asia Central, que dejó alrededor de 150 mil muertos. Es una fuente permanente de masacres y penurias para los pueblos del mundo a la que hay que poner fin.
Gustavo Montenegro
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