Desde 1956 Argentina firmó 21 acuerdos con el FMI. En todos ellos se habla de “sentar las bases para un desarrollo sostenido”, en ninguno se cumplió. ¿Por qué esta vez va a ser la excepción?
Más allá de las cuestiones técnicas que poco a poco se irán desmenuzando, este acuerdo supone cuestiones políticas de suma importancia:
Una: Este acuerdo, como tantos otros, será incumplido a poco de andar. Más allá de algunas ventajas transitorias, el Programa surgido del tutelaje del FMI correrá la misma suerte que los 21 anteriores.
Dos: Ignorando la larga historia al respecto, sus efectos se harán sentir sobre las espaldas del pueblo y marcan el destino del actual gobierno.
Tres: El acuerdo de los “blandos” encabezados por el Presidente Alberto Fernández está acompañado por los “duros” que se referencian en la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y la mayor parte de la oposición parlamentaria. Sus diferencias y las “grietas” no alcanzan a estos temas realmente importantes.
Cuatro: Los sindicatos y organizaciones sociales oficialistas corren el riesgo de hipotecar su futuro apoyando este acuerdo.
Se impuso la consigna ¡Siga, Siga!
No nos gusta lo que hay y tememos lo que viene
Argentina y los argentinos transitan entre el disgusto por lo que tenemos y el temor a lo que pueda venir.Allí tenemos una posible explicación al actual y permanente malestar que caracteriza a nuestra sociedad. Si bien esa situación no es ajena a la crisis de toda nuestra civilización, adquiere un nivel de gravedad que está más allá de los problemas que atraviesan la mayoría de las sociedades occidentales.
Lo prueban las reiteradas y crecientes oleadas de migraciones de nuestros jóvenes. Estamos asistiendo a una nueva migración -en el último año- se fueron unos 100 mil jóvenes, algo más que en el 2001/2002. La mayoría parte hacia Europa, con la esperanza que ésta los vuelve a acoger luego de una frustrada excursión a tierras lejanas, para ¡hacerse la América! que intentaron -y por momentos lograron- algunos de sus antecesores.
El tango, una de las expresiones valederas de una parte importante de nuestra cultura, lo cuenta de un modo recurrente. El tango alcanza su apogeo cuando comienza -en las primeras décadas del siglo XX- la crisis de la Argentina portuaria, la misma que se desplegó con la “Generación del 80”.
Allí, los padecimientos personales que van de la mano con la crisis social son una expresión del inicio de una decadencia que –salvo la experiencia peronista del 1945 al 55- viene marcando el horizonte del país.
Lo grave es que esa cultura, que no representa a la totalidad del país, es la que tiene la manija y la va transmitiendo al resto de la sociedad, que no estuvo entre los privilegiados de aquel modelo y que quedó instalado como los sometidos y subordinados de nuestra historia. Es por ello que ese “interior”, los indios y los “descartables” que rodean a la Gran Capital son los grandes olvidados (o castigados) de ese modelo.
Cuesta Abajo es un tango que sintetiza ese dolor individual y colectivo por “la vergüenza de haber sido // y el dolor ya no ser”. Fue escrito en 1934. Su letra y música pertenecen a dos ilustres “porteños”: Alfredo Le Pera y Carlos Gardel; el primero nacido en San Pablo (Brasil) y el segundo en Toulouse (Francia).
La parte de Argentina, dominante en la cultura, nunca pudo superar aquellos versos: “Ahora, cuesta abajo en mi rodada // Las ilusiones pasadas // No me las puedo arrancar… El sueño con el pasado que añoro // El tiempo viejo que lloro // Y que nunca volverá”
Esa es la Argentina agotada. Pero hay otra, más amplia, que clama por un camino distinto que no se consuma en la melancólica tristeza de los tiempos pasados. Construir ese nuevo camino es imprescindible porque se necesita expresar a esta sociedad que guarda grandes diferencias con aquella de la que habla el tango.
Primero, hay que expresar a una sociedad mucho más grande que la portuaria, cuyos diseñadores continúan beneficiándose con las injusticias del modelo impuesto; en segundo lugar, aquella sociedad no existe más y tercero, el peso de la Europa en la que se referenciaba ya es un sueño que poco pesa en la realidad actual.
Pero esa insatisfacción sobre el pasado se transforma en miedo cuando esa perspectiva se proyecta sobre el posible futuro. Ese temor reconoce un par de elementos sobre los que se sustenta. Uno de ellos es que los sectores dominantes han logrado instalar en la sociedad que su modelo es el único existente y que todo intento por negarlo es un negro e infinito abismo.
Si esta consideración es difícil de superar, más grave aún es la consideración que toda alternativa se construye con los mismos instrumentos que están haciendo posible la reproducción del actual sistema y sus instituciones. Salirse de ese “molde” es presentado como una aventura de inciertas efectividad e imposible de alcanzar. Esto alimenta el “posibilismo”, la respuesta clave que supone que nada realmente distinto se puede plantear. Los actuales debates y la mayor parte de las posiciones que sostienen que no hay más alternativa que firmar con el FMI son la prueba más contundente de esta metodología que ata las manos e intoxica el pensamiento.
Da la impresión que gobiernos posibilistas de diferente origen, objetivos y naturaleza están ganando la batalla de nuestra conciencia y paralizando el cuerpo, evitando que podamos tomar otros caminos.
La compra de entradas para el mundial de fútbol, una foto de esta Argentina
Entre el 21 de noviembre y hasta el 18 de diciembre del corriente año se realizará en Qatar el Mundial de Fútbol. El escándalo desatado por la designación de esa sede, que los africanos le birlaron a Inglaterra, no va a la zaga del interés despertado por ese evento, posiblemente el hecho mundial –después de los riesgos de guerra- que más atracción despierta en esta humanidad globalizada.
En esta semana, el Comité Organizador abrió las solicitudes de entradas para esas actividades. Hay varias etapas hasta terminar de definir quiénes podrán asistir. De todos modos la convocatoria inicial deja algunos datos relevantes, uno de ellos involucra a los argentinos. En ese acto se asignó a esta etapa 1,2 millones de entradas.
Los aficionados locales resultaron ser quienes más entradas solicitaron. Ese hecho es absolutamente normal. Pero llamó la atención el país al cual pertenecen los extranjeros más interesados por dichas entradas.
La nómina de solicitantes extranjeros fue encabezada por los argentinos, seguidos por simpatizantes de México, Estados Unidos, Emiratos Árabes Unidos, Inglaterra, India, Arabia Saudita, Brasil y Francia.
Esa información contiene dos cuestiones llamativas. La primera, que Argentina tiene menor población que la mayoría de los países de la cual provienen los “hinchas” de los países que la siguen en número de solicitantes. Pero aún más sorprendente es el hecho que –en estos días- la prensa mundial recoge los problemas que atraviesan los argentinos por la situación económico-social de nuestro país y las dificultades que tiene la economía para hacerse de los dólares necesarios para mantenerse viva.
Todo lo anterior es particularmente interesante cuando consideramos los costos, en miles de dólares, que significa viajar a ese país, hacerse de tales entradas y resolver los gastos diarios en esa sociedad, una de las capitales mundiales de los petrodólares.
Se puede decir que esta es una fotografía de la Argentina de hoy porque refleja, sin lugar a dudas, la profundidad del fenómeno de la desigualdad y decadencia que se construyó a lo largo de estos años.
La casta dirigente hizo un país a su gusto y paladar. Este sector puede satisfacer sus antojos mientras gran parte de la sociedad sobrevive en medio de padecimientos.
La anécdota de los argentinos ávidos de entradas para asistir a la fase final de un Mundial de Fútbol a realizarse en un lejano (y caro) paraíso petrolero es otra muestra de esta sociedad inviable donde solo unos pocos gozan de la potencialidad y trabajo del conjunto.
Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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