"Guerra a la guerra. Fuera la Otan, por la unidad de los pueblos de Rusia y Ucrania. Abajo la burocracia de Putin".
Las tensiones en el este europeo se inflamaron este lunes luego de que el presidente ruso Vladimir Putin reconociera -tras un pedido del parlamento- la independencia de las repúblicas del Donetsk y Lugansk, en el este ucraniano. Estas regiones se encuentran enfrentadas militarmente con el gobierno de Kiev desde su levantamiento en 2014. En las vísperas del pronunciamiento de Moscú, de hecho, se había producido intercambio de artillería entre los dos bandos.
La medida de Putin, que contempla también el posible despliegue de soldados en el este ucraniano (según algunos medios, algunos vehículos blindados ya entraron en el Donetsk), fue respondida por Estados Unidos con el dictado automático de sanciones económicas: prohibió toda inversión en esos territorios del este y la importación de bienes desde dichos lugares. Estas sanciones agravarán las ya penosas condiciones de vida que sufren las masas de Ucrania, transformada desde la restauración capitalista en la nación más pobre del viejo continente.
La Unión Europea preparaba su propio paquete de represalias. Alemania suspendió la habilitación del gasoducto Nord Stream 2, que uniría Rusia con la nación teutónica a través del Mar Báltico (aunque así se esté pegando un tiro en el pie, al no comprar gas a una tarifa menor en un 50% a la que ofrece Biden ante la “emergencia”).
A raíz del crecimiento de la tensión, han caído las bolsas del mundo (la rusa perdió un 14% el lunes). El imperialismo, que se muestra escandalizado por el reconocimiento y lo presenta como el preludio de una anexión, ha sometido a Ucrania a un estatus semi-colonial, imponiéndole un severo retroceso económico a partir de las políticas de liberalización económica del FMI y la Unión Europea. Estratégicamente, pretende rodear militarmente a Rusia y completar el proceso restaurador del capital, convirtiéndola en una semicolonia del imperialismo. El propósito de este cerco es instalar un gobierno títere o abrir paso, en su defecto, a un desmembramiento del país. Las sanciones económicas y la escalada imperialista deben ser rechazadas.
El Donbas y el Kremlin
El gobierno ruso acusa a Kiev de no cumplir con los acuerdos de Minsk, de 2015, que establecieron -bajo la mediación europea- un alto al fuego y el compromiso de una amplia autonomía para las regiones del este (así como también el desarrollo de elecciones municipales), a cambio del desarme de las milicias autonomistas y el control territorial de las fronteras por parte del gobierno central de Kiev, hoy alineado en el campo occidental.
El problema es por dónde empezar. Kiev dice que antes de consagrar la autonomía en una reforma constitucional se debe producir dicho desarme. Moscú invierte el orden. La cuestión no es menor, porque obviamente una vez que las milicias fueran desarmadas, las posibilidades de una mayor autonomía se volverían más que inciertas, sobre todo considerando el despliegue de la Otan y los grupos fascistas y ultranacionalistas que operan en el occidente ucraniano.
Las regiones de Donetsk y Lugansk, en el corazón industrial del país, se sublevaron durante el crítico año 2014 contra el dominio económico de Kiev, que algunos califican de parasitario. Fue poco después de la caída de Victor Yanukovich, el presidente ucraniano afín a Moscú. Inicialmente reclamaban una mayor autonomía, pero ante el avance militar del gobierno occidental declararon su independencia. Son zonas en que el idioma ruso se encuentra muy extendido. Los lazos son fuertes, al punto que hoy en día 700 mil habitantes de esos territorios tienen doble nacionalidad.
Pero la medida de Putin no está tomada en función de lo que pueda haber de genuino en las aspiraciones autonomistas de las masas empobrecidas del este, sino de los intereses de la camarilla restauracionista rusa, en su pulseada con Occidente. De hecho, en el proceso de levantamiento del 2014, el Kremlin habría saboteado todo curso de expropiación de la propiedad de la nueva “burguesía” oligárquica ucraniana y hasta promovido un “toma y daca” -finalmente frustrado- con Kiev, de Donetsk por Crimea (1), región que de todos modos pasaría a la órbita rusa por una ocupación militar y un referéndum de independencia, un año más tarde.
Putin concibe al este ucraniano como una pieza de ajedrez geopolítico, no como parte de un combate de los pueblos del mundo contra el imperialismo. Un dato interesante es que en la conferencia de prensa que dio para explicar su decisión de reconocer la independencia de las repúblicas del este, el líder ruso hizo un largo análisis histórico en el que criticó la política de Lenin y los bolcheviques de respeto a la autodeterminación de los pueblos y el espíritu socialista federativo con el que nació la Unión Soviética, considerándolo como una política de entrega territorial que debilitó a Rusia y fomentó a los grupos nacionalistas. Eso es mirar con los lentes del imperio zarista y no, por supuesto, con los del avance de la causa de los trabajadores del mundo. Putin no defiende un Estado Obrero, sino los intereses oligárquicos en el proceso de restauración capitalista en pleno desarrollo en Rusia.
Abajo la escalada imperialista
Estados Unidos está haciendo una propaganda monumental para presentar a Rusia como la iniciadora de la crisis actual, pero las raíces de este conflicto son la expansión militar del imperialismo en el este europeo y sus políticas de colonización económica, que apuntan en última instancia contra la propia Rusia. En esta puja, Putin aparece como el gestor de los intereses de la oligarquía rusa, tratando de orientar en sus propios términos y provecho el proceso de restauración capitalista.
La posibilidad de una guerra que involucre, de modo directo o indirecto, nada menos que a la Otan y Rusia, es un nuevo mentís a los teóricos de la globalización y la supuesta superación de los antagonismos nacionales. Al revés, la crisis capitalista conduce a un recrudecimiento de los mismos.
Es necesario detener la escalada imperialista para evitar una guerra. La salida de las tropas de la Otan del este europeo es una consigna clave en ese sentido. En oposición a las políticas de sometimiento de Washington y la UE y a la política del Kremlin, planteamos la unión de los explotados del este y el oeste en una Ucrania independiente, unida y socialista. Abajo los bloqueos económicos y las sanciones contra Rusia y el Donbas usados por el imperialismo para imponer su dominio (también contra Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán, Afganistán, etc.). Disolución de la Otan, abajo la escalada imperialista y retiro de las tropas en los países del este europeo.
Se trata de banderas fundamentales y es particularmente importante que la tomen en sus manos los trabajadores de las metrópolis capitalistas. Al movimiento obrero y la izquierda europea les cabe una responsabilidad especial. Retomando las tradiciones del socialismo internacionalista, deben considerar como el principal enemigo a su propia burguesía y movilizarse contra ella, reclamando, en primer lugar, el retiro de las tropas y de las sanciones que llevarán a agravar las condiciones de vida de las masas rusas y europeas.
Se plantea, asimismo, una demarcación tajante respecto a Putin. Es necesario denunciar y condenar la política del régimen restauracionista de guerra, mayor desigualdad social y opresión a las naciones del ex espacio soviético que permanecen en la órbita de Moscú. La reciente incursión rusa en la represión en Kazajistán es una prueba de ello. La causa antiimperialista, de la emancipación nacional y social está reservada a los explotados rusos, en unidad con el proletariado mundial. Los trabajadores rusos tienen que desarrollar una salida política propia que ponga fin a la camarilla gobernante del Kremlin.
Gustavo Montenegro
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