Putin justificó la acción por varias razones, incluida la del irredentismo, o sea una alegada identidad étnica entre Rusia y Ucrania. Denunció a Lenin y el bolchevismo, defensores históricos del derecho a la autodeterminación nacional, por el reconocimiento de una Ucrania autónoma, en el marco de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, y reivindicó en cambio al zarismo y a su cuerpo militar, por la defensa de la unidad del imperio. La andanada sirvió para dejar en claro el carácter reaccionario de las decisiones político-militares que acababa de anunciar.
Desde un punto de vista político inmediato, fue muy preciso. “Estamos”, dijo, “en un punto muerto”. En efecto, La Otan no cedió un milímetro, al cabo de seis semanas de negociaciones, en su propósito de incorporar a Ucrania a ese bloque militar, que del ‘Atlántico’, en su origen, se ha extendido hasta el mar Negro, por un lado, y a Asia Central (Afganistán), por el otro. Un imperialismo planetario, con cabeza en Estados Unidos. Lejos de ofrecer concesiones, reforzó la presencia militar en los países del Báltico, Polonia y Rumania – todos limítrofes, como Ucrania, con Rusia. En marzo del año pasado, el gobierno de Ucrania, bajo la presidencia de Zelensky, había anunciado el propósito estratégico de recuperar militarmente Crimea y la región de Donbass, ahora transformada en dos repúblicas, con la asistencia de la Otan. Crimea aloja a las fuerzas navales de Rusia en su única salida al Mediterráneo.
El otro ‘punto muerto’ fue el fracaso de activar el acuerdo de Minsk (capital de Bielorrusia), firmado en 2014, para posibilitar la reintegración de Donetsk y Luhanks a Ucrania, bajo la forma de una república federal, o sea con autonomía de las regiones. La democracia occidental ha puesto obstáculos insuperables a un acuerdo de estas características, con el argumento de que otorgaría un poder de veto a Rusia, por medio de las provincias rusófonas. El patriotismo de la oligarquía ucraniana, patrocinada por la Otan, termina cuando se trata de reconocer los derechos políticos de sus compatriotas orientales. El empeño de Francia y Alemania para asegurar a Rusia de que, por medio de una activación de ese acuerdo obraría como garantía de que la Otan no avanzaría a Ucrania, no llegó a nada, como ha venido ocurriendo sin pausa desde que se firmó. Putin alega que la integración de Ucrania a la Otan dejaría expuesta a las ciudades rusas a ataques misilísticos en un lapso de minutos. Probablemente, se queda corto. El objetivo estratégico de la Otan es la anexión informal de Rusia misma, a través de un cambio de su régimen político. La otra alternativa, la desintegración nacional, es algo con que Rusia lidió en toda su historia. La grandeza del bolchevismo fue haber abordado esa fractura histórica potencial por medios democráticos e internacionales: la defensa de la autodeterminación nacional, y por lo tanto del derecho a la separación, y de otro lado mediante la unión socialista de todas las nacionalidades.
La crisis en Europa es la expresión de la tendencia del imperialismo a resolver sus necesidades de expansión por medio de la guerra. Lo mismo ocurre con la tendencia a encarar las crisis de sus regímenes políticos, por medio del bonapartismo y el fascismo. Putin, un bonapartista y un pseudo fascista, y su cohorte de oligarcas, se encuentran atrapados en esa red de dominación, en la condición de eslabón débil de la cadena imperialista. Es obvio que no los anima la destrucción del imperialismo sino obtener un lugar más seguro o confortable en esa cadena. El ataque a Lenin lo ha dejado claro, incluida la alusión al bolchevismo, la designación histórica del comunismo.
El interrogante que se hace la prensa internacional es si el reconocimiento proto estatal de las entidades del Donbass tiene el propósito de meter más presión a una negociación, o anuncia una próxima invasión de Ucrania. En el caso de la guerra con Georgia, en 2016, Putin se limitó a ocupar las regiones separatistas. Biden ha anunciado sanciones contra las repúblicas escindidas, pero no ha dicho nada todavía acerca de las sanciones económicas ‘devastadoras’ que ha venido prometiendo desde el comienzo de este conflicto. El primer ministro de Alemania ha suspendido la certificación otorgada por su predecesora, Ángela Merkel, al funcionamiento del gasoducto ruso NordStream2. El italiano Draghi ha pedido evitar cualquier sanción que comprometa el abastecimento de gas a Europa. El precio del barril de crudo, como sea, ha superado los 100 dólares, y se ha desplomado la cotización de la deuda pública de Rusia. El ‘endurecimiento’ de la situación está provocando estragos económicos para la población de todos los países involucrados – en medio de una pandemia que vuelve a alcanzar picos de contagios en numerosos países.
Las comunicaciones entre las cancillerías de las potencias en presencia, o sea las extorsiones recíprocas, no se han interrumpido por supuesto – bajo el pretexto de evitar la guerra. La agenda de la guerra, en efecto, ha entrado, decisivamente, en la agenda de la clase obrera internacional. La lucha contra la guerra es, en primer lugar, una lucha contra el imperialismo y la Otan, que es la red de dominación imperialista del globo entero. La consigna para el caso es fuera la Otan de todo el mundo. La democracia y la autodeterminación nacional solamente pueden desarrollarse por medio de una lucha contra el imperialismo. Es necesario condenar, asimismo, la política de guerra y de opresión nacional de la oligarquía putinista de Rusia. Esta política va en contra de las necesidades, aspiraciones e intereses del proletariado mundial y de todos los trabajadores. La única lucha contra el imperialismo es la lucha revolucionaria. El planteo debe ser: por la confraternización de los trabajadores de Rusia y Ucrania, contra la Otan y la oligarquía rusa, por una nueva y definitiva Unión de Repúblicas Socialistas.
Jorge Altamira
22/02/2022
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