En los últimos días se intensificaron las advertencias estadounidenses (y británicas) acerca de una inminente invasión rusa de Ucrania, a punto tal que los servicios secretos le pusieron fecha: miércoles 16 de febrero. El presidente Joe Biden resolvió trasladar la embajada en Kiev e hizo un encendido reproche a aquellos ciudadanos yanquis que no se han retirado aún del país del este europeo.
El primero en desconfiar de las versiones de los servicios de inteligencia fue el propio presidente ucraniano, Volódimir Zelenski, quien volvió a pedir en forma tácita a Estados Unidos moderación en sus aseveraciones. “La verdad es que tenemos información diferente (…) todas esas suposiciones y rumores alimentan el pánico, no nos ayuda” (Euronews, 13/2).
Mientras la prensa occidental deshoja la margarita sobre la posible incursión rusa, lo que no ha cesado en ningún momento es el despliegue militar del imperialismo en la región. Biden envió 3 mil soldados suplementarios a Polonia y mil al Mar Negro (a menos de 500 kilómetros de la flota rusa en Crimea); España fletó cuatro aviones cazas a Bulgaria; y el jefe de la Otan, Jens Stoltenberg, anticipó la formación de un grupo de combate de la alianza atlántica en Rumania, semejante a los que ya están apostados en los países bálticos y Polonia. Alemania, que debido a sus fuertes lazos comerciales con Moscú se mostraba hasta ahora reticente al envío de tropas, autorizó la partida de 350 efectivos a Lituania.
Las negociaciones
En paralelo con la machacona propaganda estadounidense sobre la invasión y con el movimiento de las tropas occidentales, que intensifican la presión sobre Moscú, hubo novedades en el tablero diplomático. Rusia anticipó que ya tiene redactada una respuesta a un texto previo que le envió la Otan, que era a su vez una réplica a las demandas originales de Moscú para llegar a un arreglo.
El primer documento ruso fijaba las “alertas rojas” del Kremlin: que Ucrania no se incorpore a la Otan y que la alianza atlántica retroceda a sus posiciones de 1997 -o sea, antes de sumar a un pelotón de Estados del este europeo que terminaron por cercar militarmente a Rusia. Washington y la Otan rechazaron de plano esos reclamos, pero dejaron la puerta abierta a una rediscusión del despliegue misilístico en Europa. Bajo el gobierno de Trump, Estados Unidos abandonó el tratado INF y emplazó proyectiles en Polonia, a 180 kilómetros de territorio ruso.
El canciller moscovita, Serguéi Lavrov, consideró positiva la apertura de la Otan a tratar el punto. No obstante lo cual, Putin volvió a exigir garantías inmediatas de que Kiev no ingresará a la alianza atlántica. Habrá que esperar la presentación del escrito ruso para saber si las negociaciones pueden encarrilarse. Mientras tanto, Moscú anunció el retiro de algunos de los soldados que tiene desplegados en la frontera de Ucrania, en lo que fue interpretado por algunos medios como un gesto de distensión. La salida de esas tropas es la principal demanda occidental.
Restauración capitalista
El trasfondo del conflicto actual es la expansión de la Otan y el proceso de colonización económica de los exEstados obreros por parte del imperialismo yanqui y europeo (cada cual con sus propios intereses en el terreno), que apunta a la propia Rusia como objetivo final.
En los últimos años, el tratado de asociación económica con la Unión Europea y las políticas del FMI han terminado de transformar a Ucrania en uno de los países más pobres del continente.
El régimen de Putin no ofrece ninguna salida a las castigadas masas ucranianas y rusas, sino que defiende los intereses de la oligarquía empresaria moscovita, velozmente enriquecida a costa de los trabajadores. El gobierno ruso es responsable de la aplicación de las políticas de ajuste dentro de su país, por ejemplo, al aumentar la edad jubilatoria. A su vez, ha cerrado filas con los gobernantes de Bielorrusia y Kazajistán para reprimir las rebeliones populares en esas naciones. Por todo esto, los trabajadores rusos tienen que desarrollar una salida política propia que supere a la camarilla gobernante del Kremlin.
El retiro de las tropas de la Otan y el fin de la escalada imperialista en el este europeo es una consigna fundamental, y es particularmente importante que la tomen en sus manos los trabajadores de los países centrales. A la vez, defendemos la perspectiva de una Ucrania unida, independiente y socialista, como parte de la lucha por gobiernos de trabajadores en toda la región. Por la unidad socialista de Europa, incluyendo a Rusia.
Gustavo Montenegro
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