En la antesala de la ocupación militar, Vladimir Putin emitió una resonante declaración cuestionando la legitimidad de Ucrania como entidad independiente al afirmar que su versión “moderna fue creada enteramente por Rusia, más precisamente por la bolchevique y comunista”. El actual “Bonaparte” ruso colocó nombre y apellido a “los responsables” cuando agregó que “Lenin y sus asociados cometieron un crimen histórico dividiendo territorio que pertenecía al Imperio Ruso”. Vale reconocer que, dejando de lado la falsedad sobre una Ucrania “inventada” por la Revolución de Octubre, es un acto “honesto” la presentación de su política internacional en contraposición con la de Lenin y el Partido Bolchevique. De paso, vuelve a quedar en ridículo la vocinglería de cierto derechismo al pretender asociar a Putin con “el comunismo” o “la izquierda”.
El presidente ruso no tiene nada en común con la causa del socialismo y la emancipación de los pueblos -mucho menos la actual ofensiva contra Ucrania. En efecto, Putin presenta su política como recuperación del “hilo roto” de la gran tradición imperial rusa, que era una verdadera “cárcel de pueblos”. Con esta cobertura, y bajo el impulso material de extender la restauración capitalista que él comanda como “primus inter pares” de la oligarquía rusa, ha promovido el sojuzgamiento de diversos territorios, incluyendo masacres (Chechenia), represión de la resistencia (Kazajistán) o manutención de una dictadura títere (Bielorrusia).
En contraposición completa con esta metodología, Lenin sostuvo en la teoría -durante más de 15 años- y en la práctica -tras la victoria de Octubre- la defensa sistemática de la autodeterminación de las naciones.
Una lucha teórica y práctica
La revolución de febrero de 1917 levantaba de palabra el derecho a la autodeterminación de las naciones, pero lo estrangulaba en la práctica, continuando la herencia del zarismo. Por eso, Lenin fue crítico implacable de esta política, como ilustra un texto de junio de 1917 en el que denuncia el fracaso del gobierno provisional respecto de Ucrania, pues había impuesto una independencia ficticia, tutelada respecto de “las leyes que determinen el orden de todo el Estado ruso, [que] deberán ser promulgadas por el Parlamento de toda Rusia”. En contraposición con ello, Lenin afirmaba que “solo el reconocimiento absoluto de este derecho nos permite abogar por la libre unión entre los ucranios y los gran rusos, por la asociación voluntaria de los dos pueblos en un solo Estado. Solo el reconocimiento absoluto de este derecho puede romper en la práctica, completa e irrevocablemente, con el maldito pasado zarista, en el que se hizo todo para causar el distanciamiento mutuo de dos pueblos tan afines por su idioma, su territorio, su carácter y su historia”. Antes, en 1914, Lenin era igual de taxativo: “depende de mil factores, desconocidos de antemano, si a Ucrania le cabrá en suerte formar un Estado independiente. Y, como no queremos hacer ‘conjeturas’ vanas, estamos firmemente por lo que es indudable: el derecho de Ucrania a semejante Estado. Respetamos este derecho, no apoyamos los privilegios del ruso sobre los ucranios, educamos a las masas en el espíritu del reconocimiento de este derecho, en el espíritu de la negación de los privilegios estatales de cualquier nación”1.
Esta orientación se reflejó en la práctica del poder soviético pocos días después de ocurrida la Revolución de Octubre, cuando el decreto titulado “Declaración de los derechos de los Pueblos de Rusia” estableció la “igualdad y soberanía para los pueblos de Rusia”; “el derecho a libre autodeterminación, incluyendo la secesión y formación de un Estado separado”; “la abolición de todos los privilegios y restricciones nacionales y religiosas”; “el libre desarrollo de las minorías nacionales y los grupos etnográficos que pueblan el territorio de Rusia”. No es preciso ahora recapitular el devenir posterior de la historia ucraniana, que lógicamente no adquirió una linealidad “simple y ordenada”. Muy por el contrario, estuvo inevitablemente involucrada en un proceso internacional, que empezaba por la guerra civil con participación imperialista para derrotar a la revolución soviética. Además, dentro de la propia Ucrania las distintas clases pugnaban por distintas versiones de “independencia”, incluida la tutelada por potencias extranjeras. Esa historia, que excede por mucho el propósito de este artículo, no quita el hecho de recoger la posición histórica que los socialistas reivindicamos y que Lenin defendió con particular consecuencia.
Controversias en el movimiento socialista
El debate teórico sobre la autodeterminación nacional tiene antecedentes muy destacados en el movimiento socialista. Es conocida la polémica entre Lenin y Rosa Luxemburgo; los argumentos principales del primero suelen leerse en un folleto popular de 1914 titulado El derecho de las naciones a la autodeterminación. Allí, el revolucionario ruso da cuenta de los antecedentes históricos de esa posición, que el POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata Ruso) había adoptado en su programa de 1903. Esta resolución, a su vez, recogía inspiración en el acuerdo alcanzado en el Congreso de Londres de la Segunda Internacional realizado en 1896, que Lenin cita textualmente en su artículo: “el congreso declara que está a favor del derecho completo a la autodeterminación (Selbstbestimmungsrecht) de todas las naciones y expresa sus simpatías a los obreros de todo país que sufra actualmente bajo el yugo de un absolutismo militar, nacional o de otro género; el congreso exhorta a los obreros de todos estos países a ingresar en las filas de los obreros conscientes (Klassenbewusste= de los que tienen conciencia de los intereses de su clase) de todo el mundo, a fin de luchar al lado de ellos para vencer al capitalismo internacional y alcanzar los objetivos de la socialdemocracia internacional”.
La posición contraria a este principio -como la que sostenía Rosa- podía partir de una motivación honesta referida al combate de todo chovinismo nacional, pero concluía involuntariamente en el oportunismo, el sectarismo o ambos. Para demostrar esto, Lenin desarrolla un estudio histórico concreto del problema nacional, que no podía ser resuelto con categorías abstractas. En este punto, la creación de Estados nacionales separados (esto y no otra cosa es la autodeterminación) se corresponde con la lógica de desarrollo capitalista. Esto es, extensión de la producción y el mercado mediante una lengua única; reproducción de la clase explotada valiéndose de recursos estatales; entre otras cosas. Sin embargo, el desarrollo histórico no adquiere una forma lineal y paralela en cada país, sino desigual y combinada. Lenin era particularmente consciente de esta característica en Rusia, donde un monstruoso Estado central era dominado políticamente por una nacionalidad (“granrusos”) que ni siquiera era la mayoritaria en el conjunto del imperio. Esta situación generaba opresiones especiales cuya subestimación para un revolucionario constituían un crimen. Este análisis concreto de la situación concreta explica la obsesión de Lenin con el tema, pues si el proletariado granruso no demostraba consecuentemente a los trabajadores fineses, ucranianos o judíos su voluntad de romper con cualquier opresión de tipo nacional (por ejemplo la libertad de educarse en lengua propia), sería imposible establecer vínculos fraternos de unidad de clase para luchar por una revolución que en última instancia plantea la supresión de todos los Estados nacionales. Negar este problema en nombre de un “internacionalismo” genérico era favorecer al chovinismo granruso dentro del proletariado, del mismo modo que si un socialista inglés rechaza en la actualidad la soberanía argentina sobre las Malvinas está defendiendo objetivamente los privilegios de la aristocracia obrera de un país imperialista.
Autodeterminación nacional e independencia de clase
La posterior deformación estalinista de esta política implicó subsumir al proletariado respecto de las burguesías nacionales de los países oprimidos. Pero Lenin era muy claro en 1914: “Al proletariado le importa, en ambos casos, garantizar el desarrollo de su clase; a la burguesía le importa dificultar este desarrollo, supeditando las tareas de dicho desarrollo a las tareas de ‘su’ nación. Por eso el proletariado se limita a la reivindicación negativa, por así decir, de reconocer el derecho a la autodeterminación, sin garantizar nada a ninguna nación ni comprometerse a dar nada a expensas de otra nación”. En otras palabras, “lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida”. Se defendía como partes indisolubles de la misma política la defensa incondicional del derecho nacional a formar Estados en simultáneo con la separación tajante respecto de la burguesía de cada lugar. Indudablemente, este problema sigue una dramática actualidad. Por ejemplo, si en nombre de la “autodeterminación ucraniana” ponemos en el centro de la denuncia a la incursión militar rusa, haríamos causa común con una burguesía cuya “independencia” no es más que una pobre fachada de su vasallaje respecto de la Unión Europea y la Otan. Por eso, no se trata de fetiches. Frente a la pretensión de tener una respuesta preestablecida “a la separación de cada nación”, Lenin responde que es “absurda, metafísica en teoría y conducente a subordinar el proletariado a la política de la burguesía en la práctica. (…) El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de clases”.
Guerra a la guerra
El interés del régimen putiniano por contraponerse al legado bolchevique permite clarificar problemas políticos muy relevantes. Como herederos de ese programa revolucionario, defendemos consecuentemente la autodeterminación de las naciones como parte de la mayor confraternidad internacional entre las y los trabajadores de todos los países, sin privilegios derivados de habitar uno u otro lugar. A la vez, rechazamos cualquier fetiche al respecto, que nos impida ver la manipulación imperialista de los regímenes políticos de otros países, como sucede en Ucrania y el este europeo, colonizado por el capital financiero que sostienen “los fierros” de la Otan. Frente a eso, los métodos de masacre y sojuzgamiento nacional de Putin y su camarilla de magnates nada tienen que ver con liberación alguna. La lucha contra la catástrofe de la guerra está reservada a una clase obrera emancipada y organizada políticamente en torno a la revolución socialista.
Alejandro Lipcovich
Elaboración Prensa Obrera
1 Lenin, “El derecho de las naciones a la autodeterminación”, 1914, en https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/derech.htm
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