Haití es el país más pobre del continente.
Los trabajadores textiles de Haití iniciaron semanas atrás un importante proceso de movilizaciones en reclamo de una triplicación del salario mínimo que lo lleve a 15 dólares por jornada. Los sueldos actuales, denuncian, no alcanzan ni siquiera para comer. Además, una inflación del 24% interanual los ha desvalorizado aún más.
Los y las textiles trabajan en grandes talleres para marcas como Zara y Old Navy, que luego venden las prendas en Estados Unidos y Canadá. Para hacer el negocio aún más lucrativo, Washington eliminó los impuestos a la importación. Uno de los polos industriales más importantes y más activo en el actual conflicto es el de Sonapi, ubicado en la capital, Puerto Príncipe.
El gobierno se ha valido de distintas tácticas para tratar de quebrar el proceso. Por un lado, la represión. Hace pocos días, la Policía Nacional atacó una de las manifestaciones con balas de plomo para impedir su llegada al Ministerio de Trabajo. Hubo más de una decena de heridos.
Este lunes, viendo que las manifestaciones no cejaban, anunció un aumento del mínimo que lo lleva a 6,85 dólares la jornada, lo que sigue siendo una cifra miserable. Por eso, los trabajadores han anunciado que continuarán las protestas y los piquetes en las avenidas.
A la par del incremento para el sector textil, el gobierno dispuso también alzas que llevan el mínimo del sector doméstico a 3,5 dólares por jornada; y a 7,7 dólares para el sector servicios y los profesores (Infobae, 21/2). En todos los casos, son sueldos extremadamente bajos. Haití es el país más pobre del continente. La República Dominicana, el país vecino con el que comparte la isla La Española, empezó estos días a erigir un muro para impedir el aflujo de migrantes y el contrabando.
La lucha de los textiles irrumpe en un contexto de aguda crisis política. A comienzos de julio del año pasado, el presidente Jovenel Moïse fue asesinado, lo que abrió un vacío de poder, dada la debilidad del parlamento y la justicia. Finalmente, el primer ministro Ariel Henry recibió el aval de Estados Unidos y se afianzó en el gobierno.
El 11 de septiembre pasado, Henry, del partido PHTK (los “cabezas rapadas”, la misma fuerza a la que pertenecía Moïse), suscribió un acuerdo con algunas fuerzas de oposición, mediado por el reparto de ministerios, para convocar una asamblea constituyente y elecciones para el año próximo.
Pero otro sector de la oposición, agrupado en el acuerdo del hotel Montana, le dio la espalda y creó una Comisión Nacional de Transición que designó en diciembre un nuevo presidente (Fritz Alphonse Jean) y un nuevo primer ministro (Steven Benoit). Este conglomerado considera que el mandato de Henry se venció el 7 de febrero y le pide a Estados Unidos que le retire su apoyo.
En las últimas semanas, el gobierno de Henry entró en negociaciones con el grupo de Montana, sin ningún resultado hasta ahora. Para peor, empezó a recibir críticas desde algunas de las fuerzas que pactaron con él en septiembre. Y hay denuncias de que se encuentra involucrado en el magnicidio de Moïse y su posterior encubrimiento, versión en la que insistido recientemente la CNN (8/2). El crimen del expresidente, entre tanto, sigue rodeado de una espesa niebla. Y el accionar de las bandas criminales, que controlan una porción cada vez más creciente de barrios y territorios, se ha acrecentado.
Bajo el gobierno de Moïse, las masas haitianas fueron protagonistas de grandes movilizaciones y dos levantamientos populares, primero contra el aumento en los combustibles y luego ante su escasez.
La lucha actual de los y las textiles recoge la experiencia de esa rebelión, como se ve en las barricadas que erigen en las calles. Es un principio de intervención de la clase trabajadora en la enorme crisis de un país devastado por la ocupación (2004-2017) y las políticas del imperialismo.
Gustavo Montenegro
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