El viaje de Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Diputados de Estados Unidos, a la isla de Taiwán, hizo sonar tambores de guerra en una extensa parte del mundo. Debido a su lugar en la línea de sucesión presidencial, el segundo, la visita constituye un reconocimiento objetivo de la soberanía nacional del territorio secesionista de China. En Taiwán mismo, el principal partido de oposición, el Kuomintang, considera a la isla parte histórica de China, en función, naturalmente, de una perspectiva agotada de reconquista del territorio continental. La llegada de Pelosi a ese territorio constituye una violación de los acuerdos Nixon-Mao, por el cual EE. UU. reconoce una única República China. El viaje de Pelosi fue repudiado como “una provocación” por parte del gobierno de China, que advirtió asimismo que EE. UU. estaba “jugando con fuego” y que acabaría “quemado”. Para los próximos días y semanas, China prevé la realización de ejercicios navales y aéreos en torno a Taiwán, que muchos observadores comparan con las operaciones de Rusia y Bielorrusia que antecedieron a la invasión de Ucrania. Las acciones de China serían una represalia a las acciones hostiles de parte de Estados Unidos, que han venido creciendo, en connivencia con Australia y Japón. Sería equivalente a la respuesta de Rusia contra el intento de Estados Unidos de incorporar a Ucrania a la OTAN, preparado a lo largo de mucho más de una década. Cuando se cumplen cinco meses desde la invasión Rusia a Ucrania, los sucesos en el sudeste de Asia confirman que se encuentra en desarrollo una guerra mundial.
El dato estratégico del viaje de Pelosi es que se acabó haciendo a pesar de la oposición de Biden, de la CIA y del Pentágono. No solamente expuso el propósito de alterar los compromisos firmados por Estados Unidos, sino, incluso de mayor importancia, una fractura en el régimen político norteamericano. Las razones de esta confrontación se encuentran en la guerra de la OTAN contra Rusia. No sólo hay una simultaneidad de acciones bélicas o pre-bélicas, sino una conexión. La OTAN está enviando a Zelensky armamento de mayor potencial que el recibido hasta ahora por el ejército de Ucrania, lo que ha venido acompañado naturalmente con un reforzamiento de la tutela de EE. UU. en el comando estratégico militar de Ucrania. El gobierno norteamericano está enviando misiles de largo alcance y enorme precisión, brindando asistencia y entrenamiento a los militares ucranianos dentro y fuera de Ucrania. Se destacan en estas provisiones material antiaéreo y la probabilidad de entregar F-15 y F-16, lo que pondría fin al monopolio del aire por parte de Putin. Putin mismo se encargó, ante este giro en el terreno militar, de recaracterizar a la guerra en curso como una guerra entre Rusia y la OTAN. Si las palabras aún conservan algún peso, esto significa el abandono de la estrategia bautizada como “operación militar especial”, que ni siquiera equivale a una declaración formal de guerra. Biden y el Pentágono han tratado durante un tiempo de evitar este escenario, para lo que recurrieron al abastecimiento de armamento de la época soviética por parte de los países limítrofes que formaban parte del pacto de Varsovia, y la promesa de reintegrarlo con equipamiento norteamericano. Es obvio que con los recientes envíos la OTAN ha cruzado una línea roja que ella misma había trazado.
Lo que lleva a este giro es el avance del ejército ruso en la región del Donbass, e incluso el intento de recuperar, en el norte, la ciudad de Kharkov, pero por sobre todo el fracaso de las sanciones extraordinarias aplicadas a Rusia. De un lado, porque han creado una crisis energética severa e incluso un principio de dislocamiento industrial; del otro lado, porque emergen crisis políticas, como ocurre en Italia y Gran Bretaña, que deberán extenderse a otros países de Europa. Para no entrar en otros detalles, la OTAN ha debido levantar las sanciones a las empresas rusas que proveen insumos estratégicos a Airbus, para evitar que deje de funcionar. A pesar del giro que ha dado en la provisión de armamento fundamental a Ucrania, Biden pretende seguir evitando una confrontación militar directa con Rusia. No es lo que piensa otra parte del ‘establishment’ político militar norteamericano, ni Nancy Pelosi. Thomas Friedman, periodista del NYT, confidente de Biden, acaba de revelar que existe una completa desconfianza de Biden en el gobierno de Zelensky, lo que sólo podría interpretarse como que Zelensky buscaría usar el nuevo armamento más allá de los límites que le ha impuesto Biden, o sea ,utilizar el nuevo armamento sin restricciones, incluido el ataque al territorio de Rusia.
En una conversación virtual reciente de tres horas de duración, Biden advirtió a Xi Jinping contra la asistencia militar de China a Rusia, con énfasis en la provisión de drones. Se trata, en realidad, de un metamensaje que apunta a que China se desligue estratégicamente de Rusia, por ejemplo en las relaciones económicas, que permiten a Rusia sortear los embargos de Estados Unidos. Rusia-China-India han formado un bloque propio, para evitar ser golpeados por el descalabro que han producido las sanciones contra Rusia. Pero China misma no puede dejar a Rusia colgada de un pincel sin inflingirse a sí misma un daño estratégico decisivo y demoledor. Xi Jinping intenta ‘surfear’ las derivaciones de la guerra, pero de ningún modo golpear a Rusia o fortalecer a Estados Unidos. Este enfrentamiento ha ‘calentado’ las relaciones de EE. UU. con China, en el marco de los grandes antagonismos que se vienen desarrollando desde la crisis mundial de 2007-08. El viaje de Pelosi es una maniobra que apunta a liberar las manos de Zelensky en cuanto al uso del nuevo equipamiento militar que le provee la OTAN (incluidos los tanques y municiones de Alemania), y a ‘apretar’ al régimen de China para que amortigüe fuertemente la vía de salida económica a las exportaciones de Rusia y a la necesidad de financiamiento internacional. En el límite, China podría asistir a Rusia con acciones estratégicas, en el caso de que la OTAN dé luz verde a una ofensiva militar irrestricta contra Rusia en Ucrania.
Thomas Friedman, de nuevo, advierte en la acción de Pelosi el peligro de que estalle la tercera guerra mundial. Todo esto ocurre en las vísperas del Congreso del partido comunista, que debería consagrar a Xi Jinping presidente vitalicio de China. La aventura turística de Pelosi es una advertencia a ese Congreso, que deberá ratificar la estrategia política que haya convenido la cúpula del régimen chino. El viaje ha expuesto las crisis excepcionales de todos los regímenes políticos presentes en la guerra. Es otra señal de que las guerras imperialistas de alcance mundial plantean la cuestión del régimen político interno adecuado para esas guerras. Esas crisis son los eslabones que enlazan a la guerra con el fascismo, por un lado, y la revolución socialista, por el otro.
Jorge Altamira
03/08/2022
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